Martina tiene 4 años y es una sobreviviente de los venenos con que se fumigan los campos sojeros. Junto a la casa de sus padres en Baigorrita los vecinos guardaban los envases del tóxico y el camión “mosquito”. Nació con una malformación congénita asociada a causas ambientales. La Pulseada entrevistó a su mamá, testigo en el juicio contra Monsanto en La Haya.
Martina en la plaza principal de Baigorrita
Texto y fotos: Francisco Martínez
NOTA SECUNDARIA > “Hay una relación entre pueblos fumigados y malformaciones y cáncer”
En Baigorrita la gente saluda con un cabezazo ante la presencia de un auto que, saben, no es del pueblo. Esperan lo mismo: un saludo. Son 1.900 habitantes alrededor de una plaza principal, donde está la iglesia y una parrilla conocida por sus buenas picadas. Es un martes de julio en el que brilla el sol y un perro duerme echado en el medio de una calle céntrica, a las 11 de la mañana, porque casi nadie circula en auto. El único movimiento es el de un grupo de obreros de la Municipalidad de General Viamonte que prepara la máquina para dar una mano de carpeta asfáltica a una de las cuadras.
Baigorrita está igual que otros pueblos de la provincia: con camionetas nuevas y silos de tamaños desproporcionados para la cantidad de población. Es tierra de soja, el pueblo de la infancia de María Liz Robledo al que volvió, en sus treinta, porque se juntó con un chico de Junín, la ciudad grande, 20 kilómetros al norte. Antes, estuvo en Rosario, donde se recibió de maestra de arte, estudió también Periodismo, e hizo una breve incursión en radios deportivas. Por esa época de estudios tuvo a otro hijo, hoy de 14 años, con otra pareja. Después su vida viró hacia otros rumbos, quizás más tranquilos, en la apacibilidad de un lugar donde, como siempre se dice, todos se conocen.
Allí nace Martina, en 2013. En un pueblo donde impera el campo. Las maquinarias agrícolas se mezclan con terrenos baldíos y tanques de gasoil. Se cruzan camionetas 4×4 con bicicletas dejadas en el cordón de la vereda.
La vida de María Liz no hubiese dado un vuelco sino fuera por el glifosato. Ahora, a ella, o mejor dicho, a su hija Martina, se la conoce como un “caso testigo”: el año pasado declaró en el tribunal internacional contra Monsanto que se realizó en La Haya (ver aparte). Cada tanto, la vida en Baigorrita es interrumpida por algún equipo de la televisión de Francia, allí donde el glifosato ya está prohibido por el gobierno y su aplicación es un delito.
¿Pero qué le pasó a María Liz, docente de arte, sin relación directa con el campo y mucho menos con la soja transgénica, esa que agota el suelo desde Buenos Aires hasta Santiago del Estero y que deja pueblos envenenados con su estela de cáncer y malformaciones? Junto a la casa de ladrillos a la vista en la que se instaló la familia, sus vecinos, dueños de un campo, guardaban el camión “mosquito”, una maquinaria agrícola con la que se fumiga. Los separaba apenas una medianera, de un lote en donde además dejaban los envases vacíos de los agroquímicos.
Nunca pensó en sus vecinos durante la gestación de Martina. “Al ginecólogo había algo que no le cerraba, no entendía qué. Cuando encontramos el cordón con dos vasos en vez de tres, ahí empezamos a hacer estudios específicos. Me manda a Buenos Aires a hacer un scan detallado, órgano por órgano, de Martina, para ver si había alguna malformación. Vieron la parte cardíaca. Todo a los seis meses de embarazo. Se vio todo perfecto en el diagnóstico por imagen”, dice María Liz, mateando con La Pulseada en su casa.
A las pocas horas del nacimiento en el Sanatorio Junín, en una césarea adelantada por bajo peso, María Liz advirtió que su beba se ahogaba cuando tomaba la teta. “Empezó a tener secreciones. Cuando llamo a la enfermera, me dijo que era normal, y la aspiró. El tema es que en un momento se ahogó mal y ahí se la llevan y yo sabía que no iba a volver. Vino todo el equipo médico a explicarme qué era lo que tenía: una malformación que no era compatible con la vida”, recuerda.
Martina nació con una malformación con un nombre complicado: atresia de esófago con fístula traqueo-esofágica. En pocas palabras, significa que el esófago no se formó del todo y que, por un agujero, quedó conectado al aparato respiratorio. “Tenemos que estirar el esófago, unirlo a este nivel, para que ella pueda alimentarse y pueda vivir”, le dijeron los médicos. A las pocas horas la operaron. Y pasó la prueba: Martina pudo vivir.
“Después de toda su recuperación, no teníamos idea de nada, tu cabeza está en que se recupere Martina y tampoco se sabía demasiado sobre el asunto”, completa María Liz.
“Viste que hay otro caso”
Pasó un año y medio hasta que María Liz pudo relacionar todo. La vida apacible en el pueblo era incompatible con una situación de estrés durante el embarazo. No había explicación genética en los padres, decían los estudios. La malformación era producto de un fenómeno del medio ambiente, explicaban los profesionales. Fue una pediatra la que tiró la primera pista: “Ah, ¿vos sos de Baigorrita? Viste que ahí hay otro caso, de un nene”. ¿Cuál nene? Era un recién nacido que tuvo la misma malformación que Martina. Algo que, estadísticamente, era atípico (ver aparte).
En ese momento, cuando le preguntaron qué exposición tenía Martina a factores del medio ambiente, María Liz recordó los bidones vacíos de agrotóxicos que dejaban en el lote al lado de su casa. El terreno, con una pequeña edificación a modo de garage, pertenece a los vecinos, que todavía viven allí, en la vereda de enfrente. Y en donde ahora hay gallinas para, según bromea María Liz, “mostrar que hay algo de vida”.
–Fuiste a cuestionar al vecindario, ¿cuál fue la primera reacción? –pregunta La Pulseada.
–Fue de indignación importante. Pero después entrás a bajar, sinceramente no pienso, por más que esta gente se ha enojado conmigo, que hayan dejado los tarros y pasado con el “mosquito” por acá, para hacer daño. Ellos creen, fehacientemente, que esto no es dañino. Lo hacen desde ese lugar. No creo que tenga la intención de decir “voy enfermando gente por la vida”. Lo ven desde otro lugar y descreen totalmente porque están asesorados por ingenieros agrónomos que le dicen que esto está bueno, es lo que rinde y produce. En ese contexto, la mayoría de la gente acá cree eso. Mientras tanto, se sigue enfermando gente joven de cáncer. Malformaciones, no hay tantas; sí cáncer. Gente joven. Hubo otro nene que murió de leucemia. Otra chica de 30 y pico de años que murió de cáncer y hay otra que tenía cáncer de intestino y ahora tiene un cáncer de pulmón.
La conciencia en el pueblo
Martina tose fuerte y con ruido. Se acerca a la conversación pero ni mira al periodista. Es de esas nenas que marca sus tiempos y hace saber, ignorando al visitante, que no le gusta que le roben la atención de la madre. “Tiene muchos problemas respiratorios. Empieza a toser y sabés que se va a enfermar”, dice María Liz. No hizo la salita de dos años de jardín maternal. A la de tres, fue sólo 20 días. Este año, en la sala de cuatro, es “cuanto más tiempo se ha quedado en el jardín”. Es que tiene episodios reiterados de laringitis una vez por mes y es común que tenga bronquiolitis y neumonitis. María Liz convive con solución fisiológica, nebulizadores e Ibuprofeno, porque “le sube fiebre enseguida”.
Ahora, la familia decidió dejar el pueblo. Se mudaron a un Junín por un proyecto gastronómico que empezaron esta primavera. María Liz admite que también juega en el cambio el cansancio de vivir en el pueblo. Aunque, apunta, “no estamos a salvo en ningún lado”, y se queja de que todas las verduras y frutas que se consumen están repletas de químicos. Está creando la Red de Madres de Niños Víctimas de Agrotóxicos (MAVIDA), para que los familiares tengan cómo resolver dudas y consultas.
Ella dice que el mismo pueblo está fumigado, como muchos otros. Pero no sólo porque están cerca del campo, sino porque es habitual usar el agrotóxico para matar la maleza de los jardines. “Fumigan con Roundup, para matar los pastos. Es una práctica frecuente que se hizo siempre acá. El tema es que ahora tienen mucha más conciencia. Si bien no somos la mayoría, somos muchos más que antes. Se empieza a cerrar el pecho, hay dolor, hace mal. Y hay una placita, donde una vecina pudo tener el registro fotográfico del tipo fumigando. Ahora supuestamente le cobraron una multa”, cuenta.
A principios de año presentó una denuncia con firmas de más de 150 vecinos, argumentando que no se respeta la ordenanza del partido de General Viamonte que indica que debe haber 300 metros libres para la aplicación de agrotóxicos. Se indigna cuando, por ejemplo, se difunden las multas por mal estacionamiento en un pueblo donde varias calles son todavía doble mano, antes que el uso de pesticidas. “Yo me ofrecí voluntariamente para decir ‘che, si querés fumigar en la vereda, esto no se puede hacer’. Empezamos a ver desde este verano los tarros de agrotóxicos por todos lados, los canteros con la faja amarilla advirtiendo que está fumigado”, explica. Allí en Baigorrita, donde conviven maquinarias agrícolas con bicicletas en las veredas, y donde, como María Liz le dijo a una vecina: “Hago lo que creo para cuidarte la salud también a vos. Si tu papá fumiga donde sabe que no tiene que fumigar, no lo hago para que pague una multa de 20 mil pesos”.
Lucha solitaria
“Acá lo que había junto a mi casa era un depósito de bidones vacíos, que lo que me comentaba la gente del Foro, es que vacíos tienen mucho mayor poder de toxicidad que llenos. Porque los venden, los comercializan”, explica María Liz. También dice que es muy difícil para una madre ir en contra de un sistema de producción instaurado. “No es fácil, en este contexto, con una sociedad donde gente muy cercana, familiares nuestros, no apoyan. Estás muy solo frente a esta causa. Es muy solitaria, te vas armando con otra gente, que están caminando por este lugar, abogados, activistas ambientales, gente que está en los foros. Que es donde me fui desasnando para saber de qué se trataba todo esto. Porque yo no tenía idea”, agrega.
María Liz acota que “no hay voluntad política, estamos en una zona desfavorable, a nivel local, la gente no hace relación o no quiere hacer relación. No hay ninguna intención de vincular la enfermedad con la toxicidad, o lo cancerígeno que puedan ser los agrotóxicos. No tienen intención porque no quieren”.
Testigo en el juicio a Monsanto
María Liz Robledo fue una de las testigos principales en el juicio internacional popular contra Monsanto que se hizo el año pasado en La Haya. Sin consecuencias directas para la multinacional de semillas transgénicas, ya que resultó un proceso simbólico, la mamá de Martina declaró por siete minutos, según recuerda, que tuvo que compartir con la francesa Sabine Grataloup, mamá de Theo, un nene de 9 años que nació con malformaciones producto del uso de pesticidas que ella misma aplicaba en su haras de cría de caballos.
“Fue impresionante ver esta cosa del dolor compartido, y la emoción de la fuerza de ver en el otro que la peleó. Que tiene esta cosa de lucharla desde ese lugar a pesar de que tiene una situación mucho más complicada que la mía, porque el nene tuvo cuarenta y pico de operaciones”, cuenta María Liz. En La Haya fueron reunidas por la periodista Marie Monique Robin, autora del libro El mundo según Monsanto (2008), en el que un capítulo entero habla de Argentina, el segundo país del mundo en aceptar la soja transgénica, después de Estados Unidos.
La madre recuerda lo bueno de “encontrar a otra gente, productores mexicanos que defendieron sus producciones y lograron ganarle a Monsanto en sus causas. Científicos comprometidos con la ciencia realmente, que perdieron su trabajo, que fueron desfinanciados, que fueron desprestigiados en las distintas revistas por Monsanto, directamente. Escuchar que pasa en todo el mundo, que no es la cosita que pasa acá. Donde todo es chiquito, más o menos somos siempre los mismos que estamos parados en un lugar”.
Agrega que “el Tribunal sembró un montón de conciencia, despertó por un montón de lugares. Aunque no creo que lo haya visto todo el mundo, y de hecho los medios masivos de comunicación no lo levantan”.
El Tribunal popular condenó a Monsanto por “ecocidio”: “Una acción sistemática, conciente y permanente de daño del territorio con el objetivo de generar lucro y que pone en peligro la continuidad de la vida en el planeta”, según palabras de Damián Verzeñassi, subsecretario académico de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario, otro de los testigos en el proceso en La Haya.
NOTA SECUNDARIA > “Hay una relación entre pueblos fumigados y malformaciones y cáncer”