Certifican con frialdad los formularios:
llegó el dos del cinco del cincuenta y
partió el veintidós del diez de dos mil cinco.
Pero todos saben que no es cierto.
Nadie ignora que nació dos veces
ni desconoce que hasta ahora sigue vivo.
La segunda vez no lo alumbró una mujer
sino un puñado descalzo de chiquillos
en un pesebre de arrabales suburbanos
más miserable que aquel del Elegido.
Ellos lo parieron en el ochenta y cuatro
tras esa misa de gallo en Navidades.
Entendiendo ya entonces cuál era su destino
cargó alegremente su cruz para Seguirlo.
Sabía que termina pensando como vive
quien no tiene coraje de vivir como piensa
y eligió con valentía vivir el Evangelio
junto a los más pequeños entre los excluidos.
Lejos de dignatarios que venden indulgencias,
despreció caridades y rechazó limosnas,
no lavó culpas con la beneficencia,
sabía que el nombre de la Paz es la Justicia.
Tampoco llamó a soportar humillaciones
por la recompensa de eternidades venideras:
sin pelear por la dicha en esta Tierra
de nada valen las promesas del Cielo.
A los profetas del odio más mezquinos
les dijo acongojado estas palabras:
cuidar a los pibes y no cuidarse de ellos,
es de eso, y sólo de eso, que se trata.
Reveló a todos la raíz de los males
con esa claridad que deslumbraba:
salvajes los que crecen en un mundo salvaje,
humanos los criados en condiciones humanas.
Distribuyó entonces junto a canastas de pan
las caricias en raciones de abundancia.
Hoy parece faltar pero aún está
en cada lucha que retoma sus banderas,
cada pelea por alcanzar los sueños
de los que quieren forzar la Primavera.
Ninguno ignora que nació dos veces
ni desconoce que hasta ahora sigue vivo.