Faltan alimentos porque están escondidos. Hay saqueos planificados y asesinatos. La derecha avanza y los medios concentrados le echan la culpa al socialismo. Se pretende socavar a la población civil, que es la base social de la revolución chavista. Y una dirigencia que engorda y se distancia
Texto: Marco Teruggi
Desde Caracas
Fotos: Vicent Chanza
–No podemos dejarnos ir consumiendo poco a poco.
La frase me queda grabada. Consumirse, eso es exactamente lo que se siente desde hace muchos meses en Venezuela. La palabra la dice una comunera de la ciudad de Cumaná, en el oriente del país. Estamos sentados desde hace rato con ella y varios voceros de la comuna Nellys Calles -nombre de una compañera sicariada con veinte disparos- para conversar sobre los supuestos saqueos que tuvieron lugar a mediados de junio. Nadie duda acá de que todo fue planificado: centenares de motorizados armados incitando al robo masivo de negocios, 57 en total. Parte del pueblo salió a defender sus barrios; se estuvo cerca de una confrontación civil.
–Otro estallido está latente, agrega.
No solamente en Cumaná sino en todo el país. Latente porque está siendo provocado desde hace más de dos años. La situación es crítica para muchos. Son ciertas las imágenes que circulan en los medios masivos: hay largas colas, faltan alimentos básicos -arroz, fideos, aceite, frijoles, azúcar-, remedios y productos de higiene. El aumento de los precios ya es hiperinflacionario. Las balas suenan cada día en los barrios y dejan muertos -chavistas casi todos, eso ya no se cuenta. Como Elizabeth Aguilera, dirigente barrial del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) asesinada a balazos y quemada hace unos días en su barrio. Una de las tantas que cada semana mueren. Son centenares ya.
Son ciertas entonces las imágenes. Pero comprender Venezuela es preguntarse por las causas, saber por qué nos consumimos y resistimos. A qué se deben las colas, los aumentos de precios, el desabastecimiento, los ataques con granada a comisarías y robos a camiones que transportan comida. Y descubrir esos porqués de las imágenes es lo que no quieren los medios masivos -Clarín, La Nación, CNN, BBC, etc.- que tienen una estrategia clara y repetida: decir que todo es culpa de Nicolás Maduro, del socialismo, del régimen, como tanto les gusta decir.
Hay que buscar las causas entonces. Y tener presente la advertencia del escritor Ryszard Kapuscinski: es mucho más lo que los medios callan que lo que dicen.
–¡Hay papel tualé en la esquina compadre!
Salgo corriendo. Llegó un camión al supermercado, la cola ya tiene cuadra y media. Hace semanas que no hay. Por suerte va rápido –menos de una hora–. La comunidad está organizada: no hay empujones ni golpes y en las puertas está formada una cadena humana para evitar que se meta gente colada. Esta vez no es necesaria la presencia de policías. 540 bolívares los ocho rollos. En el mercado paralelo –los bachaqueros, como se llaman– cuestan 3 mil. El sueldo mínimo es de 33 mil 636.
–Aquí en Caracas todavía se consiguen cosas –dice una compañera de una zona rural de Barquisimeto que está de paso. Allá ni siquiera. Es chavista.
¿Una guerra que se esconde?
Se sabe que desde que asumió Hugo Chávez en 1999 tuvieron lugar permanentes intentos de sacarlo. El más fuerte fue en abril del 2002, cuando el golpe de Estado ocurrió y el pueblo pudo revertirlo: el presidente retornó al Palacio de Miraflores. Luego tuvo lugar el paro petrolero, el referéndum revocatorio. Los ataques nunca cesaron. Sin embargo, a gran parte de la opinión internacional le cuesta creer que exista un golpe en cámara lenta, un plan de desestabilización. Aun cuando el mismo Barack Obama declaró el año pasado, vía decreto, a Venezuela como una amenaza extraordinaria para la seguridad norteamericana. Se debe a la capacidad de los medios de mentir de forma sistemática y también, sobre todo, a la forma misma que tiene la guerra: es invisible. Nadie asume la responsabilidad de nada. Los asesinatos no tienen nombre político, los autores ideológicos de masacres –como Leopoldo López– son presentados como presos políticos que luchan por la libertad, la comida que se encuentra efectivamente escondida en galpones de forma clandestina no existe, la baja de producción tampoco, ni los saqueos organizados y financiados por dirigentes de la derecha. Los ataques existen y nadie se hace responsable: la estrategia de la negación.
En términos estrictos el nombre es guerra de cuarta generación, la que se ha aplicado en Libia, Ucrania, Siria. Ya no existen grupos paramilitares con siglas, ni generales con uniformes, ni comunicados oficiales. El plan es desgastar a la población civil –la base social de la revolución– caotizar la vida hasta llegar al punto de una intervención, una revuelta o un golpe. O todo junto.
Entonces hay asesinatos clave periódicamente –diputados, periodistas, dirigentes, comisarios, todos chavistas–, situaciones de hambre, saboteos eléctricos, redes de bachaqueros en todo el país articulados con los supermercados, violencia callejera con centenares de muertos, ataques a comisarías, presiones internacionales, psicológicas, desesperación por un papel tualé, una harina, un kilo de fideos, un antibiótico.
–¿Dónde compraste los pañales? –le acaban de preguntar a un compañero en la calle.
–Allá en esa farmacia, contestó. Todos se fueron corriendo y vaciaron el anaquel.
Todo está al borde. Como una olla a presión que la derecha intenta reventar. Cualquiera que camine con una bolsa con algún alimento que no sea fruta o verdura puede estar seguro que le preguntarán dónde lo compró. Uno mismo lo hace. Un kilo de fideos regulado cuesta 400 bolívares, en el mercado paralelo está en 1800. La harina 250, bachaqueada 2000.
–Compa, ¿cuánto cuesta el arroz regulado?, le pregunto a un amigo mientras escribo.
–No sé pana, hace raaato que no veo arroz.
Un escenario que lleva unos tres años y se ha ido agudizando. 2016 es el más difícil. Se sabe que va a empeorar: los dólares no alcanzan debido a la baja del precio del petróleo, la red privada está en su gran mayoría metida en el plan de hambrear, las alianzas continentales están en su peor momento.
–Compas, ¿vieron lo que pasó? Tiraron dos granadas en una comisaría: mataron a un policía y quedaron 25 heridos, dice un compañero al entrar a la casa. Todavía queda capacidad de asombro, poca, pero queda.
Pasó en la ciudad de Guanare. Pasa semanalmente. Es parte de la guerra de desgaste sobre las fuerzas de seguridad: ataques con granada a comisarías, policías en la calle, militares, milicianos. Un fogueo de los grupos armados que disputan el territorio, operan sobre los escenarios del chavismo para desplazarlo. Son las denominadas mega-bandas, con formación paramilitar, que hostigan a la población, los cuadros chavistas, articuladas a los dirigentes de derecha.
¿Quién es quién en este asunto?
–La gente sigue siendo chavista coplero, pero ya no le tiene confianza al Gobierno.
Ese diagnóstico, dicho por un comunero de la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora, tiene consenso particularmente desde este año. Por una razón: desde la derrota electoral del 6 de diciembre, la dirección de la revolución no ha rectificado ninguna de las líneas políticas, económicas y comunicacionales. Y el 6 fue un voto castigo de las bases chavistas antes que una victoria de la derecha. Lo dicen los números: la oposición sumó unos 300 mil votos más mientras el chavismo perdió casi 2 millones.
El resultado podía intuirse. La base social de la revolución –con epicentro en los sectores humildes del campo y la ciudad– luego de tanto aguantar decidió expresar con votos su desacuerdo con una dirección que parece haberse distanciado. Mostrar así la crisis del liderazgo al tiempo que la decisión de no volcar hacia la derecha, aunque el resultado inmediato sea la pérdida de la Asamblea Nacional. Una evidencia de la consciencia popular de cuánto está en juego a la vez que una señal de alarma, un grito de necesidad a la dirección: así no se puede continuar. ¿Así cómo?
–En los años 90 en Cuba, cuando era el periodo especial, la dirigencia perdió 10 kilos. Me cuentan compañeros internacionalistas. En Venezuela la dirigencia no sólo no ha perdido kilos, sino que ha engordado: no parece ser parte de la situación que se vive. Se nota en los privilegios ostentados, en la corrupción que no se castiga, y sobre todo en un discurso que no le llega a la gente: horas y horas de cadena nacional y programas de dirigentes casi cada noche que hablan otro país.
–La gente quiere ver a los carajos peleando con ellos en la calle, codo a codo, aguantando la vaina. Pero no pasa compadre, analiza el comunero de la Corriente.
De a poco se ha consolidado una desconexión entre la dirigencia y las bases, marcada con el voto del 6 de diciembre. Debido no solamente a la distancia y la repetición litúrgica sin fuerza, sino a que en los hechos se tomó una decisión que no se explicitó, pero ya es inocultable: el peso de la crisis ha caído sobre los sectores populares, sobre la misma base chavista. En un escenario donde la renta se achicó drásticamente –el barril de petróleo pasó de 140 dólares a un promedio de 40– y las cosas no alcanzan, quienes tuvieron que ajustarse el cinturón fueron los más humildes. Ni la dirección, ni la derecha, ni los ricos del este de las ciudades, ni la burguesía, la oligarquía, los banqueros, y los acreedores internacionales.
–Esta es la única revolución que le da dinero a la derecha, dice el compañero. Se nota y es parte de la encrucijada que se vive. Se sabe, las guerras las ganan o pierden los generales, no los soldados. Y acá los soldados ya no creen en sus generales. El problema es que estos últimos no se dan cuenta -o no quieren hacerlo. Y los primeros no tienen la fuerza para revertir la situación.
–Recién vimos un grupo de diez chamitos, de 13/14 años, revolviendo la basura en la Avenida Urdaneta a unas cuadras del Palacio de Miraflores. Yo nunca había visto eso antes. Dice la compañera de Barquisimeto. Allá sí viene pasando desde hace más tiempo.
¿Todo está perdido?
Quien vino a Venezuela en los años anteriores al 2013 difícilmente reconocerá el país. Hay colas en las puertas de supermercados –en la esquina de mi casa es permanente, se espera la llegada de los camiones– desesperación por lo que no se encuentra, una Caracas que a las siete de la tarde ya casi no se mueve. Es una sociedad sumergida en la escasez, en un plan pensado para desatar la guerra entre pobres, el sálvese quien pueda a costa del mismo vecino. Funciona, en parte. Cuanto más pasa el tiempo más empeora.
Entonces no reconocerá eso que existía con evidencia en las calles, en la gente, ese espíritu de una época revolucionaria. Pero eso no significa que ya no exista. ¿Cómo explicar sino que un pueblo haya resistido tres años así? ¿Y qué más de 5 millones de personas hayan votado por el chavismo el 6 de diciembre?
¿Cuánto tiempo duraría un Gobierno en Argentina en esta situación?
Hay que repetirlo: existe libertad de expresión, de movilización, de crítica y etc. Y una democracia que buscó, y todavía busca, construir una trama radical, donde los sectores populares sean protagonistas, participen de manera central. Ahí vive el chavismo, lo que no puede roer la guerra ni la burocracia. Eso es lo que Chávez sembró, lo profundo que solo se comprende hablando, subiendo a los cerros, metido en el campo, accediendo a la dimensión de la transformación que significaron estos años en la vida de los humildes. Y la radicalidad del proyecto.
–Teruggi, ¿sabes lo que significó que Chávez dijera “poder armado del pueblo”?, me dijo un teniente de la Milicia Bolivariana en un entrenamiento en la frontera con Colombia. Sí, el pueblo en armas. ¿Cuántos procesos políticos plantearon eso y construyeron la posibilidad de su concreción?
La revolución es más que el Gobierno, que el PSUV y que los dirigentes. La revolución es la experiencia popular de las masas, su identidad política, la dignidad construida, el aprendizaje organizativo, ideológico, colectivo. Que es lo que la guerra de desgaste busca destruir, para llegar al momento de confrontación con la fuerza popular desgastada, desmoralizada, con hambre. Hasta el momento no pudieron. La pregunta que más quema desde hace meses es cómo hacer para revertir la crisis, obligar a la conducción a tomar una dirección chavista, es decir quitarle poder a los ricos para que sea reapropiado por el pueblo. ¿Se puede? Algunos piensan que no. Otros que sí, aunque las condiciones todavía no están dadas.
–No podemos dejarnos ir consumiendo poco a poco. Tenemos que defender esta revolución.
* Marco Teruggi vive en Venezuela. Es sociólogo, cronista, escritor, poeta, militante en organizaciones populares y de derechos humanos. El año pasado publicó “Lo que Chávez sembró, testimonios desde el socialismo comunal”. Mantiene viva la esperanza de abrazar a su prima, Clara Anahí Mariani Teruggi: “la encontraremos o nos encontrará”.
Tocado por el fuego
Por M. T.
Hay épocas
donde es acá y en ningún otra parte
con ese sol que aplasta el mar para hacerlo más grande
esas guacamayas que se olvidan de la violencia/nos olvidan lo que está por venir
es acá y no importa el sueldo que no alcanza
la guerra que no se deja nombrar
que huele a árbol a punto de romperse
no importa saber exactamente de qué hablan los muchachos de mi país
pensando debo estar allá
pensarlo fuerte como decir
extraño en este preciso instante
se trata de gastar letras y letras para contarles el poder que nace de la gente sin dientes
la manera de quemar lo medio/la clase/el vino/ese qué sé yo
es acá Venezuela y no hay duda
como pocas veces
donde todo está tocado por el fuego
y en la manera de no ser cenizas se encuentra nuestra verdad