Una resistencia al genocidio cultural

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Creada en la mitad del siglo XX como parte de un proyecto vecinal en Rosario, creció hasta contar con 100 mil ejemplares, casi 20 mil socios y una propuesta pedagógica que la convirtió en un ícono de la ciudad. En la última dictadura fue intervenida y sus profesionales y asociados sufrieron la persecución. Muchos de sus libros fueron quemados y saqueados. Pudo sobrevivir y en 2013 reabrió sus puertas. La Pulseada estuvo allí para contar su historia.

Por Florencia Bossié, Martina Dominella y Josefina Oliva

Fotos Natalia Chudoba y Biblioteca Vigil

Biblio La Vigil web

Barrio obrero, casillas de chapa, calles de tierra, adoquines y manzanas con terrenos baldíos; de fondo, el silbido del tren y el murmullo portuario. Se trata de una escena de mediados del siglo pasado, ubicada entre Villa Manuelita y Barrio San Martín (actual barrio La Tablada). En ese paisaje de la periferia rosarina emergía el primer y único edificio de siete pisos de la zona: la biblioteca popular Constancio C. Vigil, más conocida como «la Vigil». La denominación de biblioteca quedaba chica para esta institución que, además de contar con una impecable colección bibliográfica, alojaba talleres artísticos, una escuela de idiomas, un teatro, una propuesta educativa que incluía un jardín de infantes, una escuela primaria y una secundaria, una imprenta, una editorial. Y hasta un observatorio astronómico.

Fue creada entre fines de los años 40 y principios de los 50, impulsada por un grupo de jóvenes que se escindieron de la comisión vecinal de la zona para fundar este proyecto. A través de una votación entre los socios, -la mayoría de ellos, niños- surgió la denominación en homenaje al reconocido autor de cuentos infantiles y fundador de la revista Billiken: Constancio C. Vigil.

Como al principio no tenía una sede, sus impulsores comenzaron a juntar fondos a través de una rifa que se hacía con premios modestos y se pagaban mes a mes. A fin de año se sorteaban desde motos hasta departamentos y autos. La Vigil fue pionera con ese sistema en Rosario. Así pudieron comprar el terreno en el que se encuentra actualmente (Gaboto 450), donde había un conventillo que fue demolido. “Este edificio se inauguró en 1960; se pensó para ser biblioteca, está diseñado para eso, es algo raro, más para una biblioteca popular”, apuntan desde “la Vigil”.

La institución continuó consolidándose: llegó a contar con 19.639 socios, 647 empleados y casi 3 mil alumnos, y a alojar en sus estantes alrededor de 100 mil libros.

Según las rigurosas estadísticas de sus trabajadores, se realizaban 1.180 préstamos y consultas diarios incluyendo filminas, discos y folletos, además de decenas de lecturas en sala cada día. El catálogo se renovaba todo el tiempo con el objetivo de brindar lo mejor. Y el sustento seguía siendo la rifa. “Continuamente crecía la institución y era una especie de círculo virtuoso: crecía en beneficios, entonces crecía en socios, entonces crecía en compradores de rifas, etcétera. Fue muy rápido”, cuenta el bibliotecario Iván Cótica.

“No se subestimaba al público porque era gente del barrio. Al contrario, se le ofrecía siempre lo mejor. Acá laburaban casi 30 bibliotecarias, estaba abierto doce horas por día, se compraba todo lo último. Y cuando un socio necesitaba un libro que no estaba se anotaba en las sugerencias y se compraba al mes siguiente”, agrega.

Las cosas cambiaron cuando llegó la intervención.

El vaciamiento

 

En un contexto de hiperinflación y con las consecuencias del Rodrigazo (el ajuste de precios dictado por el ministro de Economía Celestino Rodrigo en 1975) comenzó a dificultarse la gestión de los premios de las rifas y muchos compradores manifestaron sentirse “estafados”. Aquello derivó en una crisis económica que sirvió de excusa para que el 25 de febrero de 1977, mediante el decreto 492/77 del Poder Ejecutivo de la Provincia de Santa Fe y la resolución 113/77 del ex-Inam (Instituto Nacional de Acción Mutual), se llevara a cabo la intervención. Este proceso contó con la participación de miembros de las Fuerzas Armadas (Marina y Ejército) y de personal de la Policía y de inteligencia, además de un grupo de civiles, muchos de ellos contadores y abogados.

Al momento de la intervención, había en el acervo de “la Vigil” 55 mil libros, de los que quedan alrededor de 35 mil. La mayoría de ellos fueron destruidos. “La censura no fue algo totalmente sistemático, ‘sobrevivieron’ varias cosas y también desaparecieron otras que no tenían contenido político, pero capaz le interesaba a alguno y se lo robaban, porque había libros muy nuevos, enciclopedias espectaculares”. Iván explica que incluso había premios que no se habían entregado y estaban en depósito. De eso no quedó nada porque la idea fue vaciar la institución.

Durante ese período también se persiguió a los socios y lectores. El sistema de registro de préstamos implementado en la biblioteca sirvió como fuente de información a los represores, quienes obtenían de allí los datos de los lectores y qué libros sacaban en préstamo. Actualmente hay 18 personas cercanas a la institución que continúan desaparecidas. Algunos fueron socios, alumnos de las escuelas, docentes y empleados.

El mismo año de la intervención ocho directivos fueron secuestrados y sometidos a tormentos en la Jefatura de Policía de Rosario. En diversos testimonios, las víctimas reconocen ese secuestro como una forma de amedrentamiento hacia toda la comunidad. Y cuentan que cuando recuperaron su libertad el jefe del Ejército, Leopoldo Galtieri, les dijo: «Ojo con volverse a meter con lo que estaban haciendo». Los delitos cometidos contra miembros de la Comisión Directiva –como privación ilegal de la libertad y torturas- fueron juzgados dentro de la causa Feced II, por la cual en 2013 el juez Marcelo Bailaque dictó el procesamiento de quince represores locales, además del ex dictador Jorge Rafael Videla.

Graciela Dillet fue una de las bibliotecarias de “la Vigil” desde 1971 hasta el 19 de marzo de 1975. Cuarenta años después sostiene que trabajar en la Vigil era la ambición de todo bibliotecario recién recibido. “Es que fue la biblioteca popular modelo, no sólo de Rosario, no sólo del país, sino que lo fue además de Latinoamérica”, asegura.

Entre sus recuerdos, Dillet guarda las conversaciones y experiencias vividas con quien fuera vicepresidente de la institución: “Las reuniones con nuestro bibliotecario mayor, Raúl Frutos, eran clases magistrales sobre clasificación, catalogación, uso de las normas angloamericanas o el tema del momento. Era un gran estudioso de los procesos técnicos, el desarrollo de colecciones, la extensión bibliotecaria, los materiales especiales. Nos instaba a no dejar de lado nuestra formación profesional tan necesaria para que la biblioteca cumpliera con la función social con que fuera concebida”.

Dillet fue secuestrada el 20 de marzo de 1975 y puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Cuando los represores entraron a la casa de la amiga, ella tenía en su cartera el carnet de la Biblioteca: «Aaahhhh, esta es la biblioteca roja», dijeron. Ella no militaba. “Según mis compañeras yo vivía en el ropero”, comenta riendo en el documental Memoria de un escrito perdido (que se puede ver en https://vimeo.com/59510585). Durante quince días fue privada de su libertad y luego liberada. Pero, como ella misma dice, le duró poco. Enseguida volvieron a buscarla y estuvo presa tres años y un mes.

Entre 1977 y 1982 la biblioteca siguió abierta aunque menos horas, hasta que la cerraron. La escuela, por su parte, continuó funcionando, pero cambiaron los profesores y el resto del personal: varios se fueron por su cuenta, otros fueron cesanteados u hostigados hasta que renunciaron, cambiaron la currícula y los directivos se fueron.

En 1982, como una ironía, el Poder Ejecutivo provincial instaló allí la Biblioteca Pedagógica Provincial «Eudoro Díaz», institución centenaria que se ubicaba en el centro de la ciudad. Funcionó en el edificio de “la Vigil” hasta 2013, periodo durante el cual utilizó sus libros pero siempre manteniendo ambas colecciones separadas. Eso fue lo que permitió, en cierto sentido, preservar muchos de sus ejemplares y con ello su memoria.

La recuperación

Tan querida y recordada por las personas que pasaron por allí, tan valorada por aquellos que hoy se acercan a conocerla, “la Vigil” guarda entre sus viejas estanterías de metal miles de ejemplares de libros, revistas y discos que son testigos de su presente.

En 2013, gracias al impulso de sus socios, vecinos y bibliotecarios, fue refundada. Actualmente, se sostiene a partir de donaciones, y el año pasado lograron volver a inscribirla en la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP). Recuperaron el número de registro que tenía hasta la década del 80.

“Seguimos usando el mobiliario que tenía originariamente: ficheros, estanterías, escritorios”, cuenta Cótica. Cuando el edificio fue recuperado, su estado era desastroso, por eso se implementaron los “Sábados solidarios” con actividades recreativas y el trabajo comunitario para ponerlo en condiciones.

Actualmente continúan trabajando en la refacción del edificio, la catalogación del material bibliográfico y la actualización de la colección. Está abierta al público de lunes a sábado y además de brindar el servicio de préstamo de libros se dictan talleres para grandes y chicos, y actividades artísticas. También están trabajando en la creación de un archivo oral con socios y bibliotecarios que den cuenta del accionar que el Estado tuvo en la institución durante la década del ´70.

Uno de los proyectos más importantes en la actualidad es retomar el trabajo de la Editorial Biblioteca. Roberto Frutos, hoy integrante de la Asamblea de Socios por la Recuperación de Vigil, explica: “Estamos empezando a retomar de a poco lo que fue la actividad del sello editorial. La idea es empezar con la reedición de algunos títulos que tienen una significación muy importante para nosotros, por los autores y por el contenido de esas obras.”

El primer título que reeditarán es «El Fusilamiento de Penina», del poeta, historiador y docente rosarino Aldo Oliva, cuya edición completa de 1977 nunca pudo ser distribuida a causa de la intervención. Hasta el propio autor tuvo que destruir sus originales.

“El libro permaneció desaparecido”, dice Frutos. Así fue hasta el año 2003, cuando un ex miembro de la Comisión Directiva encontró una copia, a la cual se le habían quitado las tapas, la portada y el colofón, para evitar su identificación. Hoy es Antonio Oliva, hijo del autor, quien retoma la investigación para volver a publicar este libro, el cual se entregará como obsequio a quien compre la rifa, relanzada como un modo más de retomar el trabajo de la Vigil de los años 60.

El bibliotecario Iván Cótica, advierte sobre este hecho: “Para nosotros la historia del libro simboliza en gran medida la historia de la institución, por eso su reedición es una muestra de la continuidad del proyecto a pesar de tantos años, y un pequeño acto de justicia.”

El proyecto editorial continúa con autores como Juan José Saer, Paco Urondo, Juan L. Ortiz y José Pedroni, a quienes “la Vigil” les publicó sus primeras obras antes de ser reconocidos. “Después queremos continuar con los ejes más fuertes que tenía ese proyecto editorial: brindar un espacio a autores de la región y con escasas posibilidades de publicación en los circuitos tradicionales, y proponer ediciones que, por fuera de los circuitos  de las editoriales comerciales, tengan una buena circulación a precios populares”, redondea Frutos.

Aniquilar la cultura

En su investigación “Un golpe a los libros” (Eudeba, 2002), Hernán Invernizzi y Judith Gociol afirman que, durante la última dictadura, “a la desaparición del cuerpo de las personas se corresponde el proyecto de desaparición sistemática de símbolos, discursos, imágenes y tradiciones. Dicho de otro modo: que la estrategia hacia la cultura fue funcional y necesaria para el cumplimiento integral del terrorismo de Estado como estrategia de control y disciplinamiento de la sociedad argentina. En ese plan sistemático se enmarcó el accionar sobre la Vigil. Desde la institución, afirman que existió un “genocidio cultural”, entendiendo que el principal motivo de la intervención fue aniquilar una forma de entender la cultura, absolutamente contraria a la ideología de la dictadura.

Como parte del enjuiciamiento a lo ocurrido en la biblioteca, en agosto de 2012 el juez Marcelo Bailaque ordenó abrir la investigación sobre los delitos económicos allí cometidos. La fiscalía solicitó requerimiento de instrucción por los hechos de “robo agravado, daño agravado, estafas y otras defraudaciones cometidos contra el patrimonio de la biblioteca”.

Los actuales miembros y todos los que crecieron y continúan creciendo con la Vigil aguardan que se haga justicia. Mientras tanto, hoy, en la Vigil, se desarrollan múltiples actividades culturales que van desde presentaciones de libros, charlas, exposiciones, conciertos, talleres gratuitos de baile, circo, fotografía, escritura y apoyo escolar. Una verdadera forma de mostrar que sus puertas están abiertas y que su historia se seguirá escribiendo.

 

Con nombre propio

Constancio Cecilio Vigil nació en Rocha, Uruguay, el 4 de septiembre de 1876, y murió en Buenos Aires el 24 de septiembre de 1954. Escribió 134 libros, incluyendo cuentos para chicos, ensayos y obras de orientación y educación. A los 11 años, con ayuda de sus hermanos y de una maestra, redactaba y editaba «un semanario de cuatro páginas, a tres columnas, con una tirada de… ¡tres ejemplares!», tal como recordó mucho después en su libro Mangocho, su sobrenombre de la infancia.

A comienzo del siglo XX fundó en nuestro país la Editorial Atlántida, de donde surgieron las revistas El Gráfico (1919), Billiken (1919), Iris (1920), Para Ti (1922), entre otras.

Actualmente, más de tres mil escuelas, aulas y bibliotecas llevan su nombre.

 

Crecer para el barrio

La ciudad de Rosario, por ese entonces, al igual que otras ciudades del país, era un polo cultural que bullía y buscaba nuevos modos de expresarse y formarse. Es así como la experiencia pedagógica de “la Vigil” empezó a convocar a quienes provenían del centro hacia los márgenes de Villa Manuelita y Barrio San Martín, y la institución fue receptiva sin perder su eje: ser una institución para el barrio.

Natalia García, investigadora y docente de la Universidad Nacional de Rosario, escribió un libro titulado “El caso “Vigil”. Historia sociocultural, política y educativa de la Biblioteca Vigil (1933-1981) que aún no fue publicado pero al que La Pulseada pudo acceder, en parte, para esta nota. Su autora realiza un exhaustivo análisis de los aspectos pedagógicos implementados por la biblioteca y afirma que a pesar de la adhesión de artistas de vanguardia y docentes formados en la Escuela Nueva, “la Vigil” nunca estuvo orientada a un orden irruptor del tipo que fuere. Por el contrario, “la orientación dominante fue la complementariedad, el suplemento, el aditamento y el apuntalamiento.” Así, se buscaba la “elevación cultural del barrio” orientado al saber-hacer (alejado del mercantilismo) y la formación integral, humanística, laica, a través de las artes y las ciencias. Y en este sentido García sintetiza “La Biblioteca Vigil no intentó ser vanguardia política ni experiencia radicalizada”.

Los contenidos en la formación estaban orientados a los intereses de los jóvenes, como la sexualidad y la formación política e ideológica. Sus características fundamentales fueron de la mano de una gestión privada, la formación gratuita, el turno extendido, lo mixto y lo público. Con un acceso irrestricto, se apostaba fuerte a la permanencia de los chicos en la escuela, con actividades complementarias, gabinete de atención de la salud y psico-pedagógico, y becas.

 

“Éramos felices, trabajábamos, aprendíamos y nos divertíamos”

La bibliotecaria Graciela Dillet comparte aquí algunas de sus vivencias en la Vigil: “El turno de la tarde se extendía hasta las 9 de la noche, y esto me hace recordar con una sonrisa que esta herramienta de trabajo fue usada para hacer algunas travesuras como el envío a las salas de algunas ‘vituallas’ que acortaran el tiempo de llegar a casa y cenar. Recuerdo los olores, los pasos de la encargada subiendo por la escalera y el placer del pequeño delito escondido en el ‘montacarga amigo’, que reemplazaba su preciosa carga librística por otra preciosas carga tan esperada a esa hora de la noche. Éramos felices, trabajábamos, aprendíamos y nos divertíamos. Los socios eran nuestros amigos y no faltó la formación de más de una pareja que perduró en el tiempo (…) Como anécdota recuerdo aquel día en que un lector preguntó por El Señor Presidente” y la encargada de ese turno le contestó ‘está en una reunión’ las risas no pudieron casi contenerse y pasó a los anales de nuestros recuerdos., obviamente el lector se refería a ‘El Señor Presidente’ de Miguel Ángel Asturias, tan vigente en ese momento”.

 

A “la Vigil” con Libros que muerden

La visita de La Pulseada a “la Vigil” se dio en el marco de una visita que el proyecto Libros que muerden –de La Plata– realizó por Rosario, al ser invitada por el Proyecto de Extensión Saer. Las primeras siete cuadras, de la Universidad Nacional de Rosario, una iniciativa que aborda la obra del escritor santafesino Juan José Saer desde la poética del espacio.

“Libros que muerden” (La Pulseada Nº 112- Agosto 2013) es un proyecto que nació en el año 2006 de la mano del grupo La Grieta. Reúne los libros de literatura infantil y juvenil que estuvieron censurados en la última dictadura, y que por ese motivo estuvieron perdidos y dejaron de leerse. A lo largo de estos años la muestra ha llegado a decenas de lugares en todo el país.

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