Acaba de editar un disco nuevo esta cantante que arrancó haciendo hip hop, mixturó esa búsqueda con una potente base digital y se convirtió en una nueva referente de la música urbana local. La presentamos charlando sobre género, géneros musicales, “perreos” y la actualidad latinoamericana.
Por Facundo Arroyo
Un gualicho latino en terreno bonaerense derivó en algo inevitable: el hip hop acabó por impregnar la región. Convive con la cumbia, el reggaeton, el flow, el dancehall y la canción romántica, géneros que también van haciendo pie con identidades propias. Protagonista de esos cruces es Miss Bolivia. En la vida civil se llama Paz Ferreyra. Eligió su nombre artístico por la conexión que sintió con la tierra del país vecino durante sus viajes y le agregó el “miss” para adueñarse de una belleza de la que, de otro modo, se apropian el mercantilismo y el marketing. Es psicóloga, da clases de yoga y abogó públicamente por una salud a favor del pueblo y en contra de los grandes laboratorios.
Esta suerte de Madonna del conurbano (“Te cabe la marca, me cabe el estilo”, canta), construye su mensaje a partir de temáticas como la despenalización del aborto, la legalización de la marihuana y la lucha contra la trata de personas. “Todos están de acuerdo en que tengo lengua peligrosa”, dice en “Caprichosa”, canción incluida en su nuevo disco, “Miau”, e interpretada junto a Pocho la Pantera. En un descanso de sus exigentes ensayos, la artista dialogó con La Pulseada.
—¿Cómo es tu proceso de composición, que generalmente incluye una preocupación por lo social?
—No me propongo escribir sobre tal o cual cosa. La letra en sí se impone, baja y después se compone. Es muy raro que haga un tema con un motivo premeditado. Eso es más por encargo, cuando trabajo para cine o tele. Pero como Miss Bolivia, escribo sobre lo que vivo, sobre el momento sociocultural en el que me encuentro. En las letras se plasman a veces necesidades exclusivamente mías o a veces preocupaciones que son también las de un colectivo.
—Naciste con el hip hop pero fuiste incorporando otros ritmos. Tus dos últimos discos, “Alhaja” (2010) y “Miau” (2013), se alejan cada vez más de esa raíz, ¿cómo explicás ese desarrollo?
—Cada vez hago menos base en el rap. En el nuevo disco hay un solo tema de esas características. Sin embargo, lo consumo, voy a recitales, compro discos, los pongo en casa. Pero por más que yo haya salido del estilo y ahora esté trabajando con otro tipo de base, al rap lo elijo porque es una herramienta privilegiada para plasmar ciertos contenidos y resolverlos en tres o cuatro minutos. Tiene la estética y la métrica ideales para hacerlo. También eso del flow te posibilita convertirte en un trovador. Tener la narrativa del rap con el soporte de lo que puede ser un beat o un riddim te permite eso de la expresión instantánea. El rap me fascina por eso, por ser una herramienta privilegiada para la comunicación.
—Y con los ritmos latinoamericanos que vas incluyendo, ¿cómo es la elección?
—En parte es consciente y en parte tiene que ver con lo que suena cotidianamente. Mi escucha se fue ampliando con los años y me volví musicalmente cada vez más promiscua. Entonces voy cargando esa nafta en mi cabeza y en mi forma de componer. Ya no soy virgen luego de la escucha. Desde ahí retomo los ritmos latinoamericanos pero siempre con la base potente y digital que me define. Es una combinación y a la vez una oxigenación de los estilos. Los hago dialogar con otros ritmos pero siempre respetuosamente, no desde el “copiar y pegar” sino para producir una nueva fusión, un nuevo estilo dentro del estilo. Esa mixtura, esa masa rítmica y estilística en la que yo vuelco los contenidos, es la que genera la identidad de Miss Bolivia.
—El primer corte de tu nuevo disco, “Tomate el palo”, se convirtió en un hit. ¿Qué ideas te llevaron a esa canción?
—Es una cumbia de despecho, muy clásica en el género. Yo estaba por grabar el primer video de Bien Warrior (otra canción del disco nuevo) y les mostré “Tomate el palo” a mis dos productores (N de la R: Juanito el Cantor y Guillermo Beresñak, a quienes a veces nombra cariñosamente como sus “marinos”). Me dijeron que frene, que ése tenía que ser el primer corte de Miau. Era un tema que involucraba mucha tristeza, muy real, que de a poco fue creciendo. Pero quizás era demasiado bajón y le hacía falta una cuota de luz. Entonces decidimos que tenía que venir otro invitado a tirar data alternativa. Ahí fue que apareció Leo García y se re copó, bendijo el tema y le dio muchísima luz. Cuando lo terminamos yo ya no estaba más triste, imaginate que ya fue… —explica, riéndose—. Después en vivo ya empecé a flashear porque veía con qué pasión lo canta la gente. Es una canción muy permeable y se la apropian.
—¿Creés que en la región se está armando una especie de movimiento de música urbana con gente que tira para el mismo lado?
—Cuando pienso en la “música mod” o en la música inglesa, al toque se me vienen The Who, The Clash, The Kinks, entre bocha de bandas que hacen a una “estética generacional”. Entonces creo que eso está pasando acá. Hay fenómenos que exceden el ego de cada artista. Si yo no fusiono cumbia con funk, los va a fusionar otro. Son tendencias que existen más allá del artista-sujeto. Considerar esta estética como expresión de una época definida está buenísimo porque el artista, por más que imprima su propia impronta, es simplemente un canal de la tendencia. Vos sos un canal que sirve para hacerla pasar o para encanutarla. Hay síntomas de una época y hay expresiones saludables de una época. Yo creo que ésta es una expresión saludable.
—Ese movimiento ya tiene referentes de alcance mundial, como Calle 13. ¿Qué opinión te merecen?
—Creo que Calle 13 si bien evolucionó, no sé bien hacia dónde, con su propuesta, insiste con su espíritu de protesta y expresión popular. Es un fenómeno que pasa en nuestra región y tiene que ver con la reemergencia del cono Sur y de Latinoamérica en su totalidad. Una reemergencia como lugar de mucho poder y de mucho caldo. Bandas como ésa o Bomba Estéreo (de Colombia) están muy a la orden del día con los reclamos. Son artistas que prestan sus narrativas para este tipo de poder popular.
—En este sentido, las mujeres aparecen al frente de esta movida o al menos están más presentes…
—Lo que pasó es como la ley de la escasez: lo que no hay lo quieren. Como somos pocas, trabajamos todas y eso está buenísimo. Igual preferiría que trabajaran todos, todos de verdad. Creo que la mujer estaba más invisibilizada. De todas formas, a todo lo leo en base a la publicidad y el marketing, sería muy naif de mi parte hablarte desde otro lugar. La mujer está ahora más visible porque vende. Los muñecos de la tele piensan eso y los de las disqueras también. Hay un valor agregado que tiene la parte femenina, una cuota de ovarios que está ahí y vende. La gente lo consume, es así. Podríamos hablar del “no sé qué” de la mujer pero la verdad es que eso garpa.
—También puede ser rebote y avance de la lucha de género…
—La lucha de género va más allá de Alika, de mí y de Sara Hebe (La Pulseada 115). Va por otro lado y no creo que nosotras estemos sonando como consecuencia de la lucha de género. Creo más bien que sonamos porque somos pocas. A la lucha de género la mediría en otros términos. Lo importante sería que se legalice el aborto, que deje de haber trata, no que Miss Bolivia suene más en Radio Nacional.
—Pero las artes siempre acompañan a las luchas sociales en sus avances y retrocesos…
—Sí, coincido, en sus fracturas y en sus composiciones. Y también son indicadores de una época. Porque los artistas somos medios de comunicación alternativos y también estamos narrando lo que está pasando. Respecto a la lucha de género, la acompaño y digo lo que tienen para contar otros que quizás no puedan hacerlo. Entonces sí, cedo mi voz y mi arte. Pero yo no me voy a arrogar ser la protagonista de las luchas de género. Esa lucha la practico cada día en cada pequeño acto de mi vida. Así creo que es más efectiva y más real.
—Volviendo a la música en vivo, el concepto del baile y del “perreo” están cambiando, ¿cómo lo vivís desde el escenario?
—Es parte de un ejercicio de exorcismo colectivo que va uniendo el cuerpo con el espíritu. Muchas veces hay una polarización errada: o perreás o pensás. Me parece en cambio que es un modo conjunto, comunitario, de cuidado preventivo. La pista de baile es un espacio privilegiado para compartir donde se sana y se fortalece. Con Miss Bolivia podés perrear y dejarte también el cerebro puesto, que va a estar todo bien.