Nota principal: La Plata en movimiento
“La Plata fue una ciudad pergeñada sin gente que la habitara, sin contemplación de las posibles formas de surcarla”, cuenta el prólogo del que aquí reproducimos algunos fragmentos. “La intención tácita de todos los convocados del libro fue hacerle vivir al lector de qué se trata habitar esta ciudad…”.
Por Celina Artigas
Los relatos construyen ciudades. Estarían vacías: Dublín sin Joyce, Lisboa sin Pessoa, Nueva York sin Woody Allen, Montevideo sin Onetti o Buenos Aires sin Arlt. No se hubiera fundado Brasilia sin Kubitschek o sin la denominación entusiasta que más tarde le diera André Malraux (…) Como San Petersburgo, La Plata es resultado de una de las planificaciones más precisas. A diferencia de ésta, no surgió por capricho despótico de un zar. Dardo Rocha ideó un plan cargado de intenciones políticas y pidió a Pedro Benoit que lo trazara, inspirándose en el modelo urbanístico francés de Haussmann. En un plazo corto, Rocha quería posicionarse ante Roca, Sarmiento y Juárez Celman exhibiendo su capacidad de autonomía. En el largo plazo –y en un afán megalómano– buscaba romper con el designio que el imperio español había previsto para la ciudad colonial: que la plaza mayor fuera la fuerza de convocatoria de todos sus habitantes, tal como ocurría en Bogotá, Lima o Asunción. Contrariando a sus contemporáneos, Rocha previó plazas cada seis cuadras para que el encuentro resultara más fluido pero, también, por razones higiénicas, de orden social y represivo (…)
En el relato de invención, los planos y los planes definieron a La Plata. Y tal como fue previsto entonces, el cuadrado perfecto se convirtió en la capital de la provincia; en un sitio cuyo principal afluente económico fue y es el empleo público; en el lugar donde afinca una de las universidades más importantes del país y donde las calles tienen números en vez de nombres; una ciudad con una catedral gótica en la que sobrevive la estela de los masones y donde se escuchan leyendas inauditas de ángeles, catacumbas, estatuas malditas y fantasmas merodeando plazas, cuando cae la noche. Pero en la invención de aquel relato –de esa ciudad– la dimensión humana no se tuvo en cuenta más que en su aspecto matemático y geométrico. Fue una ciudad pergeñada sin gente que la habitara, sin contemplación de las posibles formas de surcarla. (…)
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Los límites entre la realidad y la ficción son ciertamente difusos. De no ser así, nada explicaría que una ciudad sin belleza natural, caída en un pozo –y, por tanto, cerrada–, construida como una cárcel –en un esquema matemático que previó límites muy claros– y custodiada por una petroquímica gris, haya terminado siendo un paraíso cultural donde la presencia ineludible de los jóvenes nos obliga a vivir con las esperanzas de un viernes por la tarde; con ese arrojo hacia la vida, hacia la acción y muchas veces sin un plan muy claro. Una ciudad donde viven jóvenes obstinados en deshacerse del legado positivista, de las marcas pergeñadas por la tradición; en ser protagonistas y en darle vuelo, potencia y volumen a los planos.
La mayoría de la gente trabaja en empleos públicos; entre otras opciones, en la docencia universitaria –sin ir más lejos, muchos de los autores de este libro–. Trabaja y sobrevive con eso. No vive de eso. La gente vive en el arte. Muchísimas personas se van cada día de sus trabajos rutinarios a ensayar música u obras de teatro. A filmar películas. A escribir canciones, poesías, cuentos o guiones. A pintar. Le ponen a esas otras tareas su potencial más genuino. No están esperando que se haga la hora para irse a ningún lugar y, en general, se hace tarde porque se quedan lidiando con un acorde, una palabra, una escena. Reservan para estas tareas el mejor espíritu: uno que no está contaminado por la burocracia en el hacer ni por el deseo de medir lo redituable en términos económicos. Por eso, no es exagerado pensar que el arte propone formas que vuelven cóncavos los límites rectos de la ciudad; propone usar las diagonales –más que como fugas o puntos de encuentro– como caminos de búsqueda que terminan atravesándonos a todos.
Al principio, hacer un libro sobre La Plata significaba, de alguna manera entonces, hacer un poco de justicia y salir a desdecir los clichés con los cuales comúnmente se describe y narra a la ciudad. La idea era reconstruir cómo las personas, sus relatos y visiones singulares del mundo se encuentran y comparten, por distintos que sean los caminos que elijan. Los capítulos fueron pensados como calles. Establecieron algunos lugares por donde transitar; no señalizaron los recorridos. La forma de deambular, las búsquedas y los hallazgos quedaban a elección de los autores (…)
Como pasó lo que pasa en realidad en esta ciudad acostumbrada a una hospitalidad que dista bastante de esa hospitalidad de corto plazo de las ciudades balnearias y turísticas en general –el libro se llenó de amigos, fanatismos, de gente invitando gente que tenía la otra mitad de una historia como si se tratara de un asado y no de un libro–, la previsión del número de gente invitada se vio pronto rebasada por la vitalidad y el entusiasmo de los propios autores. Los convocados –desde distintos campos del arte y la cultura– se convirtieron en los constructores de una nueva ciudad, cuyas referencias importantes en el plano comenzaron a ser los puntos de encuentro con sus bandas preferidas, las casas de sus amigos, las calles que en vez de tener números tienen nombres de besos, de aprendizajes, de crisis de fe. Y los arquitectos tuvieron que deshacer el cuadrado y hacer un nuevo mapa.
Pero había otra deuda: se debía una escritura de la ciudad de un contexto histórico más inmediato y posterior a la última dictadura militar; ocasión en la cual la ciudad tuvo el número más alto de desaparecidos en el país y su narrativa quedó apresada en dicha fractura.
Entonces, sobre la escenografía de la ciudad, algunas generaciones –contando sus vivencias, relatos y asuntos– terminaron atravesando medularmente o gravitando a vuelo raso procesos históricos que signaron sus lecturas del mundo (….)
Finalmente, la intención tácita de todos los convocados del libro fue hacerle vivir al lector de qué se trata habitar esta ciudad cuando La Plata tiene escondida su belleza en un lugar al que no acceden los turistas y que es difícil mostrar. La única manera de llegar a ésta es haciéndose nativos por un rato. Estando. (…)
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Va a ser inútil que intente emular ciertas formas acordadas de prólogos legibles porque este libro no se arranca por ningún lugar y no se cierra. Queda, todo el tiempo, fuera de las explicaciones; un poco más allá o más acá.
Hacer fuerza para sostener un relato unificador que enhebre la incomodidad de lo fragmentario no va a tener sentido del todo y resultaría un poco necio, un poco… inconsistente. Podría decirse que es un libro con una fuerte marca generacional, pero eso no lo define exactamente. Ni la juventud de los autores –ni siquiera en un sentido metafórico o dylaniano–. Ni los estilos. Ni las escrituras parecidas. Ni las miradas homólogas. Nada lo define del todo y, por tanto, no puedo más que aceptar que ha sido, ni más ni menos, lo que cayó dentro de las galeras como resultado de un proceso en el que me han guiado: un sentido intuitivo, alguna irrefrenable curiosidad, algunos criterios que podrán resultar más o menos explícitos, justificados, inconscientes o determinantes, algunas personas que elegí como marcas.
Ya no es el tiempo de Dardo Rocha ni de las doctrinas de ensamblaje del ser humano en alguna corriente estructural que le proponga un relato sin fisuras, los objetivos inamovibles de un plan conjunto. Básicamente, porque esas ideas, si no fracasaron, al menos fueron limitantes y cayeron en desuso. Lo más cierto sería decir que lo que unifica a estos relatos es la mirada de quien compila. Esta mirada no pretendió ser artísticamente vanguardista, ni historicista. Fue directamente hacia lo que tuvo un sentido personal para quien compiló; en muchos casos, se trató de personas y de lo que fue importante en sus propios rumbos. Fue una manera posible, preliminar, de reconstruir ciertas apropiaciones que terminaron siendo fundantes de ciertos gustos, criterios e ideas. Y fue una manera de agradecerlas. En este sentido, la intención fue hacer un mínimo homenaje al trabajo cotidiano de tanta gente que, inventándose un rumbo personal, sin querer o queriendo, convierte lo que toca en arte y al escenario de la ciudad en uno más hermoso (…)