Pablo Castro
Pixel Ediciones / Octubre 2012
124 páginas
Pablo Castro publicó Cae repelente “sin ser novelista”, aclara. Esta, su segunda novela —después de Ungulup—, iba a ser un libro de poesía. Quedó por algún tiempo en un cajón, quizá con algunas moscas revoloteando el olvido. Finalmente, el autor lo completó y transformó en una novela corta; hábil, deforme, delirante y reflexiva. Una historia urbana contada por un muchacho que sufre, aparentemente, ciertas emociones surrealistas.
Y como toda novela inquieta y rítmica, está fundida en opciones estilísticas: largas citas que no divagan sino que intensifican, el relato concreto, el diálogo existencial, la poesía y un bolero mosca (retazos cancionísticos sobre uno de sus delirios). Placas que dividen las escenas, placas como si fueran de Crónica TV pero con un poeta maldito de editor en “contenidos generales”.
El grandioso arte del libro quedó en manos de Chempes, un dibujante audaz que fue censurado por los responsables de la red social Facebook. No sólo dibujó tapa y contratapa sino que dividió también las escenas con una estética orientada hacia las moscas, basada y tejida sobre un extraño “informe mosca”. Estas advertencias y rutas (como “deberás encontrar El camino de la ojota”), que se leen en la contratapa, no explicarán nada hasta que uno mismo se meta en ese sendero y comprenda a los muertos vivos, al puesto de libros de la vereda de la facultad de Humanidades, al veneno insecticida, al zumbido final o al que lo abandone para sembrar el suelo. Para quienes estén aburridos del realismo atolondrado de algunos escritores exitosos, esta novela los enfrentará a una nueva disyuntiva: creer la historia o irse a dormir.
Facundo Arroyo