Un viaje al Delta de Haroldo Conti

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141-ContiEl Delta del Tigre fue un territorio que sedujo al escritor. Tanto es así que estuvo en los cimientos de sus mejores textos. Un taller de artes, en la isla que habitó el escritor, invita a recorrer su faceta ribereña, donde conviven timones, virgencitas y Guevaras.

Por Matías Ortega

Hay tantas formas de leer como de navegar. Con el Delta de Tigre como escenario, Juan Bautista Duizeide propone embarcarse hacia el universo literario de Haroldo Conti en una serie de talleres situados en la isla donde el escritor de Chacabuco creó parte de su obra.

El día arranca en el amarre público Hugo Del Carril. Por allí aparece Duizeide, con remera del Corto Maltés, el sol de la mañana de sábado pegándole en la cara. Un breve viaje nos conduce al centro cultural Luna Llena: una casa ribereña – mucha madera, poco cemento- repleta de libros, de piezas de barcos, de historias.

Entonces surge la primera pregunta que nos convoca. ¿Cómo llegamos a Conti? En el caso de Duizeide, el encuentro fue azaroso. Allá por los ´80 compró en la Librería Hernández de Buenos Aires un libro que en la tapa tenía un grabado del Delta. Durante la dictadura, la Librería Hernández escondió todos sus libros “prohibidos” en un sótano tapiado. Y cuando salieron a luz, había verdaderas reliquias. Así fue como consiguió la primera edición de Sudeste y el universo contiano lo absorbió. Estaba estudiando en la Escuela Naval y venía de devorar Mobydick. Los relatos con fondos de agua ya eran su marca de estilo.

Los vientos del tiempo quisieron que Duizeide se mudara a la misma isla que Conti había habitado. Entonces la idea de dar el taller en torno a su obra fue algo que se le impuso: “La idea general de los talleres en esta isla la tuvo la artista plástica Delfina Estrada. Si combinamos esto con que yo daba talleres literarios, soy lector fervoroso de Conti y escribí un libro de ensayos –“Alrededor de Haroldo Conti”, editado por Sudestada- en torno a su vida y su obra…”.

No hace falta ser un experimentado lector para ser parte del encuentro en el centro cultural. “Envidio a quienes no hayan leído aún a Conti, un mundo los espera. Un mundo en un sentido en el cual pocos autores argentinos -ni hablar de los actuales- puede ofrecer. Por algo, el primer libro publicado acerca de su obra se llamó `El mundo de Haroldo Conti`, obra de Rodolfo Mattarollo, quien lo firmó como Rodolfo Benasso. De acuerdo al orden en que esos libros se lean, la figura trazada será ligeramente distinta. Como en un juego de permutaciones. Yo comencé por Sudeste. Es un gran comienzo, pero tiene -a mi parecer- la desventaja de comenzar por el punto más alto de su obra”, dice el escritor nacido en Mar del Plata.

Para llegar a la casa de Conti desde Luna Llena hay que calzarse botas o algún calzado fuerte para poder hacer pie en el barro que dejó la crecida. El tramo es corto. Son apenas unos quinientos metros.

La casa de Conti en el Delta del Tigre es sencilla. Tiene dos pisos. El primero es una cocina de techo bajo, de paredes blancas y baldosas rojas, con un anafe de dos hornallas y una mesa de madera rústica en el centro. El segundo piso tiene un leño-hogar y una habitación con dos camas. Por una escalera angosta de madera se accede a un altillo donde dormían los niños.

Todo el lugar tiene un vago anhelo de embarcación y sobreviven allí las huellas de la personalidad ribereña de Conti. Hay acuarelas de botes, veleros y barcos; hay faroles, timones y boyas colgadas, y una figura de la Virgencita de Luján -de quien fue fiel devoto- que convive con las fotos de Ernesto “Che” Guevara, ejemplo de que en Conti habitaba la fe en el cristianismo y la convicción de la revolución marxista. También hay retratos del chacabuquense hechos por su hija, Alejandra.

“Me parece que el Delta, además de ser un territorio que lo sedujo y al cual abordó como una suerte de etnógrafo, estuvo en los cimientos de su obra madura. Las múltiples influencias que traía -algunas muy propias de su época, otras más singulares- terminaron de ser asimiladas por él, esto es convertidas en algo original en lo cual no resulta transparente la identificación de las fuentes, cuando comenzó a escribir ficciones asentadas en este territorio: La novela inconclusa (o guión inconcluso) Ligados, los cuentos Marcado y Todos los veranos, la novela Sudeste”, interpreta Duizeide.

La casa-museo está algo abandonada por la gestión cultural del municipio massista, ya que no hay lanchas-colectivos que acerquen a los interesados al lugar y muchos se pierden en el intento. No obstante, la guía de la casa-museo está a cargo de María del Carmen Bruzzone, un personaje verdaderamente contiano. La familia Bruzzone, histórica en la isla, lo adentró a Conti en el nada sencillo arte de habitar el Delta; conocer los secretos del río y del viento, remar en agua dulce y manejar otras cuestiones caseras. Así fue que María del Carmen conoció al escritor desde muy chica. “A veces estábamos todos juntos y decía ´se me ocurrió una idea´ y se encerraba a escribir. Nosotros sabíamos que no podíamos ir a molestar”, recuerda. María del Carmen además estuvo junto a Conti en su viaje por La Paloma, Uruguay. “Hablaba con los pescadores, los marinos, con todos. Y después se sentaba a escribir. El carrete de la máquina de escribir iba de acá para allá”, dice. Esos textos fueron parte de «Tristezas de la otra banda», un relato sobre los pueblos costeños dedicado a Galeano y a Benedetti.

La casa del arroyo Gambado de Tigre también era epicentro de encuentros literarios. “Yo conocí a todos sus escritores amigos, a Walsh, a Galeano, había un señor que venía con una pipa enorme que nosotros le decíamos El Ejecutivo”, se ríe María del Carmen. De esos encuentros, de esas amistades, quedaron algunos registros. Una foto en blanco y negro de Conti y Walsh mirando el río de espaldas. Una hermosa frase de Galeano: “¿Para qué escribe mi hermano Haroldo si no es para salvarse y salvar lo que merece ser salvado?”.

En mayo se cumplieron 40 años de la desaparición de Haroldo Conti por parte de la dictadura cívico-militar. Cuando trabajaba en la revista “Puentes” de la Comisión Provincial por la Memoria, Duizeide organizó la muestra “Como un león”, que recopiló fotos y facsímiles de textos, a máquina o de puño y letra del autor. Estaba en eso cuando el director de cine, Miguel Mato, le propuso trabajar en la película Homo Viator, que protagonizó Darío Grandinetti. Entonces puso manos a la obra para pasar a imágenes y sonidos las letras de Conti. Homo Viator tuvo una particularidad: contó con el único registro audiovisual de Conti en su casa del Delta, una breve secuencia filmada por Roberto Cuervo seis meses antes de la desaparición del escritor. Ese material también fue la génesis del excelente documental “El retrato postergado”. No en vano Conti escribió en su cuento Marcado: “El río es memoria”. Quizás su obra también pueda ser leída como su bitácora de viajes. La importancia de navegarla no es sólo una cuestión del placer de la lectura. Sino también de comprender mejor su época y, sobre todo, interrogarnos de manera más aguda y menos complaciente acerca de la nuestra. Así lo entiende Duzeide.

La excursión en Luna Llena dura hasta que cae el sol sobre el Delta. La crecida inunda parte del lugar y la oscuridad se cierne sobre el agua. La luna está alta y brillante, como pintada entre la copa de los árboles. Subimos a la lancha y atravesamos la noche con una linterna como faro. Nos lleva la cadencia del río.

Más información en Facebook: “LUNA LLENA una isla taller

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