Un pulseador de la primera hora

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Adrián Motta es tan honesto, meticuloso y ordenado como buena persona. Reparte la revista desde el primer número en barrios de Berisso y Ensenada. Durante mucho tiempo La Pulseada fue el único sostén de su familia. Hoy es empleado público pero no deja su oficio de vendedor. “Es una cuestión de principios y de afecto”, dice.

Por Ulises Rodríguez

En el 2002 la vida de Adrián Motta marchaba acorde a la situación de la Argentina de esos días: estaba desocupado, con pocas esperanzas y desanimado porque no veía que la cosa pudiera mejorar. Los pocos pesos que ganaba los hacía con changas, pero no alcanzaba.

Laura Vicuña, una vecina de su ciudad, Ensenada, le sugirió que empezara a vender La Pulseada, la revista que acababa de sacar la obra del Padre Cajade. Y Adrián agarró viaje. “Al principio fue muy duro, no había un mango y mucha gente me cerraba la puerta en la cara, pero sabía que no tenía que bajar los brazos”, recuerda Motta.

Luego de la primera recorrida se puso a pensar cómo podía hacer para vender más ejemplares. “Yo fui boy scout en la parroquia San Cayetano y ahí me hice amigo de mucha gente. Así que armé una lista de conocidos y amigos que sabía que me la iban a comprar y volví a salir”, dice.

En esos tiempos La Pulseada, aquella “locura” de Carlitos Cajade, costaba 2 pesos. Un peso era para el vendedor, 50 centavos para una institución –en este caso para el Centro de Día “Laura Vicuña”- y los 50 centavos restantes para la revista. Ese peso en aquel momento constituía una ayuda para Adrián: alcanzaba para comprar una leche y un poco de pan, un paquete de salchichas o 5 kilos de papa.

“Empecé en Ensenada, por la zona donde vivo, y tuve buena aceptación. Después sumé un número importante de suscriptores de Berisso”, cuenta este vendedor de la primera hora.

Y así iba Adrián casa por casa, meta pedal en su bicicleta negra, con una mochila y una gorra, empujado por la necesidad de ganarse el mango pero con la esperanza firme de seguir adelante. Esas ganas, ese empuje lo llevaron a tener una cartera de 220 lectores fieles de la revista.

“Siempre le estaré agradecido a Carlitos Cajade que me dio la oportunidad de mantener a mi familia cuando yo estaba en un mal momento y recién casado”, dice con emoción en la voz.

Hoy Adrián es empleado en la Municipalidad de Ensenada, es papá de Juan Diego, de 7 años y no deja de alentar nunca por su querido Estudiantes. De la fiel bicicleta aquella pasó a una moto para hacer el reparto y llegar hasta el último cliente de Berisso.

“Gracias a Dios hoy tengo un trabajo seguro pero a La Pulseada no la abandono. Es una cuestión de principios y de afecto. Es un cariño que hay entre la gente que me compra la revista y yo, incluso de toda mi familia con la revista porque cuando por algún motivo no puedo salir a repartirla está mi mujer para ayudarme o mi hermana que me da una mano”, cuenta Adrián.

Entre tantas revistas que Motta hace llegar a distintos hogares hay una que la entrega consciente de que va a llegar muy lejos. “Una señora que la compra desde el primer número se la manda, cada dos meses en una encomienda, a la hija que vive en España. De sólo pensar que La Pulseada que le llevo a esa mujer llega tan lejos me siento muy orgulloso”.

Recientemente Adrián debió ser operado y está en plena recuperación. “Por suerte no fue nada grave y ya me siento bien”, dice para llevar tranquilidad a los que lo conocen y lo quieren. En poco tiempo, este joven pero veterano vendedor, estará de nuevo en los barrios de Berisso y Ensenada dejando en cada casa esa revista que es motivo de orgullo en su historia personal. Y como hace siempre desde el primer número, llegará al local de La Pulseada con su sonrisa tímida y el cuaderno en donde prolijamente anota las revistas que vendió, el dinero que debe entregar y las novedades que van surgiendo.

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