Su pasión por el instrumento nació cuando tenía 8 años. Estuvo toda su vida haciendo números en Tribunales hasta que largó todo y se dedicó a un sueño: fabricar un bandonéon. Lo logró hace 10 años. En esta crónica, cuenta cómo lo hizo.
Por Mariana Arocena
Juan Pablo Fredes tiene 77 años que parecen menos. Ya jubilado de la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, vive en un barrio tranquilo en las afueras de La Plata. Un barrio donde a las 8 de la mañana hay sol y el aire no se embota entre edificios altos. Allí los vecinos se conocen por su nombre, su procedencia, su oficio. Allí saben la rutina del de al lado y de la de enfrente; y cada quien tiene un apodo, una identificación rápida para las conversaciones en la esquina o en el almacén. Allí, Juan Pablo Fredes, es el hombre del bandoneón.
Cuando La Pulseada lo visitó, comenzó su día temprano. Está vestido con un conjunto de gimnasia gris y zapatillas blancas. Tiene pocas canas y mucho pelo que peina hacia atrás formando un jopo pequeño. En la puerta de su casa está su Citroneta blanca con una inscripción fileteada en la puerta: “Fueyes Fredes”.
Su casa también es su taller. El espacio de trabajo ocupa casi todo lo que alguna vez fue una cocina-comedor. Sobre la mesa, ubicada en el centro de la habitación, hay chapitas y un cuaderno con anotaciones y cuentas. Alrededor, estanterías con fragmentos de bandoneones en construcción dan el motivo para que comience la charla.
Como quien ha repetido muchas veces un libreto, Fredes explica qué es todo eso que está a la vista. Cruza y descruza los brazos al hablar y se sienta pero se vuelve a parar enseguida. Luego de un rato la vista se acostumbra al paisaje de bandoneones desarmados. Mientras tanto, él cuenta cómo empezó todo, hace 14 años, cuando le dijeron: «Usted está loco, el bandoneón no se puede hacer».
Se sabe que el instrumento nació en Alemania como reemplazo portátil y económico de los órganos de iglesia. Fue obra de Heinrich Band -de ahí el nombre- y su construcción se hizo de modo artesanal hasta 1894, cuando Alfred Arnold inició la fabricación industrial que lanzó al mercado mundial cientos de miles de bandoneones bajo la marca A-A. Esos fueron los primeros que entraron a la Argentina y el sonido tanguero se afianzó con ellos. Ubicada en Carlsfeld, un pueblo alemán de 500 habitantes, la empresa cerró en 1949 para que se emplazara en su lugar una fábrica de bombas automotrices.
Desde entonces, la calidad y particularidad de su afinación se ha vuelto muy codiciada. De los 60 mil bandoneones que ingresaron a la Argentina hasta la Segunda Guerra Mundial, hoy sólo alrededor de dos mil preservan sus piezas originales y funcionan adecuadamente. Los demás se rompieron, fueron robados o se vendieron a japoneses ansiosos por tener en sus manos el sonido del tango. En poco tiempo, el instrumento se convirtió en una pieza de culto, muy costosa y en extinción.
Lo de Fredes con el bandoneón fue amor a primera vista. Cuando tenía 8 años un conjunto folclórico visitó Tapalqué, su localidad natal, en el centro de la provincia de Buenos Aires. Un hombre tocaba el fuelle y el niño quedó prendado de sus movimientos y su sonido. Al terminar la función se acercó al músico y le preguntó: “¿Qué tiene eso adentro?”. El artista sólo se sonrió.
Cuando cumplió 9 años, Fredes pidió a sus padres un bandoneón de regalo. Eran los ’40, su papá era obrero y su mamá, ama de casa. El instrumento era muy caro, el esfuerzo por cumplir el deseo del pequeño costó el empeño de veinte salarios. En ese entonces el tamaño de Juan Pablo y del bandoneón eran similares, sus dedos no llegaban a todas las notas y el fuelle le pesaba. Empezó a tomar clases y ante su dificultad para tocar hizo otra pregunta: “¿hay bandoneones para niños?”. Su profesor sólo se sonrió.
A los 18 años, Fredes se mudó a La Plata para estudiar contabilidad en la Facultad de Ciencias Económicas. Durante la carrera combinó los balances contables con las armonías del tango. Viernes, sábados y domingos trabajaba con las orquestas en los bailes y los lunes en Radio Provincia de Buenos Aires, donde todavía se tocaba en vivo.
A los 21 años se recibió y tomó una decisión. ”Hablé con el director y le dije: ‘mirá, yo estudié para contador, así que esto por ahora lo dejo’. pero nunca me olvidé del bandoneón, siempre lo tuve ahí a un costado y tocaba en los cumpleaños”.
Durante 20 años se dedicó a trabajar con los números en tribunales y en las aulas de la facultad. Un día, cansado de percibir desinterés en sus estudiantes ante una clase sobre la deuda externa argentina, ofreció su renuncia al secretario académico. A los 45 años volvió a elegir el bandoneón y retomó con clases en Buenos Aires. Esta vez sus dedos llegaban a todas las teclas.
Más tarde comenzó a enseñar. Desde aquella pregunta a su primer profesor, pensó en fabricar bandoneones para chicos. En sus clases veía las dificultades de los niños para tocarlo y de los padres para comprarlo. Lo dibujó, lo pensó, se obsesionó con eso.
Las preguntas que se hacía desde niño encontraron respuesta en un viaje a Carlsfeld con la orquesta en la que tocaba. En la aldea alemana habló con los descendientes de los luthiers originales del bandoneón y concluyó que era posible fabricarlo. “Para nosotros el bandoneón es lo que un corazón para el cardiólogo: un músculo que funciona de una manera y se puede estudiar y analizar”, dice. Lo deja bien claro: «Si hubo un hombre que lo hizo una vez, entonces se puede volver a hacer».
En 2001, Fredes se jubiló tras 30 años de trabajo en la Suprema Corte bonaerense y puso manos a la obra para fabricar bandoneones para niños. Lo primero fue desarmar un AA prestado, pieza por pieza: contó mil. Preguntó mucho, estudió sobre acústica, sobre metales, sobre maderas y cueros, sobre psicopedagogía. Así comprendió al instrumento, lo convirtió en un corazón.
Descubrió que el secreto estaba en las lengüetas, unas chapitas que vibran con el paso del aire en cada una de las 142 voces posibles de un bandoneón y que el mayor trabajo era el de afinar estos metales para que den una frecuencia o una nota determinada. Limó y probó; puso un contrapeso y probó, acortó y probó; usó otro metal y probó. Con el paso del tiempo entendió que eso requería de una precisión industrial, que debía recurrir a la ciencia. Y que seguir haciéndolo artesanalmente implicaba la muerte de su proyecto.
Llegado 2006 había hecho ya numerosos intentos por lograr un sonido afinado, pero no llegaba a estar satisfecho con los resultados. Un día de junio, la magia se produjo: «El primero salió más o menos, todo hecho a mano, cosa por cosa. Iba probando el sonido cada vez que ponía una pieza, veía qué funcionaba y qué no. Todo lo que es referido al bandoneón es incógnita, misterio, nadie sabe, nadie me decía nada”.
– ¿Y qué sintió?
– Qué se yo…, fue una alegría inmensa. Alguien va a pensar: «éste está loco». Todos me decían que no iba a poder.
Seis años buscando un sonido: el instrumento imposible había sido fabricado.
Che bandoneón
“El duende de tu son,/ che bandoneón,/ se apiada del dolor de los demás;/ y al estrujar tu fuelle dormilón/ se arrima al corazón que sufre más”, dice la letra del tango de Manzi y Troilo.
Cuentan que un marinero alemán se jugó todo en un bar portuario de Buenos Aires y debió dejar su bandoneón como paga. Que ahí comenzó todo. El historiador Sergio Pujol, sin embargo, dice que al parecer lo ingresó por el litoral el Padre Santa Cruz, uno de los pioneros del tango, cuando fue la guerra del Paraguay. Desde allí el instrumento llegó hasta Buenos Aires, a orillas del puerto, como queriendo mirar a su tierra natal. El bandoneón era un instrumento europeo, un extranjero en esa música de burdeles y prostíbulos porteños.
Junto al tango protagonizó milongas hasta el amanecer en los conventillos de Buenos Aires, donde habitaban los recién llegados y los expulsados del interior. El género creció en ese barro para decir las penas de no tener un cobre o de quedarse con el corazón roto.
El bandoneón fue convirtiéndose en el emblema del tango. Se encargó de marcar a fuego el tiempo para hacer temblar las pistas y de sumar armonías para hacer llorar al tango cuando la pena del compositor ya no encontraba más palabras. La lírica del género lo hizo compañero de derrotas y victorias, se hizo uno con él.
Hoy el bandoneón está en extinción. Sergio Pujol cuenta que «una vez que cerró la fábrica A-A no hubo mayor desarrollo del instrumento en Europa y el consumo hoy está focalizado en Argentina». Por esa razón, la fabricación es discontinua y, en general, artesanal. La cantidad de horas de trabajo destinadas a resolver la afinación del instrumento, sumado al costo de producir cada una de las mil partes que lo componen, lo convierten en un producto caro, cerrando aún más el cuello de botella de su consumo.
Alcanzar el objetivo
Hoy Fredes trabaja junto a 14 personas, cada uno desde su lugar: carpinteros, torneros, su hijo que se ocupa de la afinación, su nuera que se ocupa de los fuelles; él dirige todo.
Sobre cada estante del taller se apoyan varias piezas de un mismo componente del bandoneón: las cajas, las tapas, los botones, los calados, las ornamentaciones, los fuelles; lo suficiente para fabricar veinte. También tiene una carpeta con folios para guardar los diseños digitales en AutoCAD de bandoneones de distintos tamaños: desde uno de 2 teclas hasta uno de 71.
Fredes toma entre sus manos un innovador fuelle de cartón que hace más barata la fabricación y garantiza la calidad sonora. «Este diseño me lo imaginé un día que iba a Tandil. Primero subió al colectivo un paisano con unas botas que tenían esta forma. Luego fui al museo de arte de esa ciudad y vi a la Gioconda: en el brazo derecho, la tela del vestido cae exactamente con esta forma, una manera de doblar a 90 grados sin cuero que no inventé yo, la inventó Leonardo Da Vinci, ¿entendés?».
Falta poco para lograr la industrialización de las lengüetas. “La mitad del costo o más es la afinación. Estamos tratando en este momento de hacerla automática, así una vez puesto el elemento ya sonará en la frecuencia o en el sonido necesario”. En esa tarea trabaja un equipo del Laboratorio de Ensayo de Materiales de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de La Plata.
Fredes cree en la salvación del bandoneón porque no pesa sobre sus hombros la misión de la réplica sino la de la transformación. Y ello implica pasar nuevamente de lo artesanal a lo industrial, como hicieron los Arnold hace 110 años.
Para lograrlo, el taller de Fredes necesita inversión, ayuda económica, estatal o privada, para montar una fábrica con máquinas que puedan producir bandoneones en serie. “Yo tengo una parva así de reconocimientos”, dice y separa las manos lo suficiente como para indicar que son muchos. La Nación, la Provincia y el Municipio lo han honrado con títulos ilustres sobre su misión en la cultura pero no han puesto un peso para ayudarlo a alcanzar el objetivo.
“Me han ofrecido montar la fábrica en Alemania, en Francia; pero yo no quiero”. Él quiere que los F-F se fabriquen en Argentina. Cuenta: el único lugar en el mundo donde se está haciendo esta tarea de investigación es acá. Prácticamente no hay fábricas de bandoneones, la mayoría son artesanos que hacen uno o dos por año.
“Nuestro principal objetivo es lograr un bandoneón económico para que los chicos puedan estudiar. Hacer un bandoneón tradicional, con los métodos tradicionales, para mí ya fue. Ya hicimos doce, no tiene sentido ponerse a limar todas esas cositas para hacer uno más. Si a mí me piden 200, les tengo que decir que esperen 20 años”. Y resuena: “doce bandoneones en 14 años”.
Juan Pablo dedica sus años de jubilado enérgico a la tarea de recuperar el bandoneón, de atacar la complejidad de su fabricación con técnica, con ciencia. “Me dedico casi todo el día a esto, pero me reservo una horita y media para tocar: es lo que más me gusta”. Y dan ganas de escucharlo. Entonces saca un A-A de su pieza, le pasa una franela, se sienta y se concentra.
Toca un fragmento de algo. El fuelle se estira dejando pasar el aire y suena con voz ronca y fuerte. Es como un viejo despertando, hablando a través del tiempo y de la historia. La voz del bandoneón suena como una autoridad. ¿Qué tiene éso adentro?
En medio del trance, Fredes se levanta y va a su pieza. Sale de ella con un atril y una hoja pentagramada amarillenta, con figuras, silencios, bemoles. Se acomoda de nuevo y, antes de empezar otra vez, dice: “Si hay equivocaciones, me vas a tener que perdonar”. Y toca Sur, ahora sí, hasta el final.
6 commentsOn Un hombre al rescate del bandoneón
Que lindo que alguien se ocupe del bandoneon a mi me robaron un AA en el 2007 ahora tengo un PREMIER me mude de Bs As a Miramar en capital quedaron los muchachos de la orquesta de bandoneones Sueño de Bandoneon que siguen tocando yo toco solo para mi como el amigo Fredes pero cuando lo hago sonar me emociono porque ese sonido es inigualable el fuelle vive respira como un ser humano yo tambien toco Sur porque vivi en Pompeya quisiera un dia poder visitar su taller y me siento orgulloso que haya un argentino que defienda el fuelle le mando un abrazo y siga adelante exitos.
JUAN : La revista «La Pulseada» hizo muy buen trabajo, seguramente vos con el recorrido minucioso de tu amor por la música y por ¡el BANDONEÓN!!!.Me imagino lo qué se siente ver terminado uno y otro y otro …qué gratitud a cada uno de ellos ,qué quizá no solo ,emitirán sonido en nuestro suelo patrio ,sino también en otros países. Quiero felicitarte por tus éxitos a vos y todo tu equipo. Además agradecerte que hayas elegido ,como fondo de tu foto y tu BANDONEÓN, el frente de mi casa.Sigan trabajando no solo por la música sino por la Cultura de ntra. querida ARGENTINA:_
Buenos Día,necesitaría ubicar al Sr. Fredes ya que mi hijo esta aprendiendo bandoneon y nos encontramos con el tema de sus manos,si alguien puede ayudarme a conseguir su dirección o el teléfono se lo agradecería,no queremos que nuestro hijo se canse de hacer tanto esfuerzo para abrir el ELLA que le quedo de su abuelo..
Saluda Atte
Walter
Walter, te mandé un mail para ayudarte a contactar a Juan Pablo Fredes. Le avisamos de tu comentario también. Saludos y suerte con el bandoneón!
Mariana.
Buenas, estoy buscando para comprar un bandoneon, soy de Cordoba y realmente me apasiona. Quiero aprender, pero no se consiguen, y el que se consigue sale fortunas. Alguien me haria el contacto con Fredes? o alguien que venda un bandoneon accesible?
mi mail: octaviorb@hotmail.es
Gracias,
Buenos dias, por favor me podran informar donde ubicar al Sr. Fredes .-
muchas gracias
Ruben Arouxet
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