Las Narradoras sociales tienen diferentes edades e historias de vida. Algunas son universitarias y otras cursaron pocos estudios formales. Las une el entusiasmo por contar historias y ver que es posible transformar la realidad. Durante una entrevista colectiva aseguraron que en una cárcel encontraron libertad y en un hospital, salud.
Por Cristina Pauli y Gabriel Di Batista
Es viernes a la tarde y llueve a cántaros en La Plata, pero en la sala de conferencias de la Biblioteca Central de la Provincia de Buenos Aires “Ernesto Sábato” están casi todas las Narradoras sociales, en ronda, esperando a La Pulseada para hacer lo que saben: contar historias.
Ellas dicen que son todoterreno, capaces de relatar historias en cualquier condición y lugar y ante cualquier público: niños, jóvenes con causas penales internados en institutos o adultos en una sala de diálisis. “Con público cautivo cuenta cualquiera, pero con pibes subidos a los caños de gas o colgados de las arañas sólo las todoterreno”, se enorgullecen.
El grupo funciona hace cinco años. Algunas llegaron para aprender a contarles cuentos a sus nietos y otras, por curiosidad o en busca de un lugar para desarrollar su vocación social. Algunas tardaron años en lograrlo y lo hacen con su propia modalidad: leen, improvisan, actúan, pero todas cuentan. “Contar un cuento tiene que ver con un proceso personal. Uno toma el texto del autor o un texto propio y lo trabaja; hay un montón de producción personalizada que generalmente se hace en soledad. Después de preparar el cuento, lo socializamos acá con las compañeras para que hagan una devolución y así mejorarlo y pulirlo —reflexionan entre todas—. Pero el cuento siempre está ligado a los recuerdos y al corazón. A veces más de una compañera tiene el mismo cuento y lo contamos totalmente diferente porque cada una lo aprehendió, aprehender con h, de una forma diferente de la otra y así lo ha compartido”.
Las Narradoras sociales son 20 y se reúnen todos los viernes en la biblioteca que está ubicada en 47 entre 5 y 6 de La Plata. Nadie les paga, no dependen de la Biblioteca, donde sólo les prestan el espacio, y ellas devuelven un espectáculo de narración abierto para la comunidad el último viernes de cada mes. Allí aprenden, crecen y transmiten. “No nos interesa trabajar sobre valores ni dejar enseñanzas. Queremos promover la participación, la imaginación, socializar la palabra, democratizar la palabra, vehiculizar los sentimientos a través de las palabras. Pero por sobre todas las cosas nos interesa escuchar —plantean las narradoras coordinadas por Adriana De Blasis—, porque la experiencia y el enriquecimiento para nosotros son mutuos, diciendo y escuchando”.
La importancia de la palabra
“El relato es una construcción de a dos, porque lo que yo no digo dentro de un cuento el que me escucha lo fabrica o lo construye. Y lo que yo digo, diferentes personas lo construyen y lo imaginan distinto. Te cuento el cuento de caperucita, por decirte algo, y después digo: ¿y vos no tenés una historia? ¿Ni una de fútbol? ¿Ni una de muñecas? ¿Y el árbol de tu casa? —se preguntan, en diálogo con La Pulseada—. Lo que sea. Que cada uno pueda decir algo: lo que le pasó en la casa, si tiene recetas de comidas, historias de su pueblo… Porque consideramos que el uso de la palabra a uno lo pone como protagonista”.
“Decir nos posibilita potenciar todo lo que queremos hacer y evita errores. Hace muy poco leí un estudio del defensor penal juvenil de La Plata de Julián Axat —ejemplifica una de las narradoras— que decía que los chicos de los institutos suelen tener muchos problemas porque procuran imitar el idioma de quienes lo están enjuiciando, pero como no lo manejan bien muchas veces se inculpan de cosas que si hablaran en su propio lenguaje, con su jerga, pero bien ‘organizadito’, se salvarían porque están diciendo realmente lo que quieren. Y al utilizar un idioma que no conocen muchas veces dicen lo que no quieren”.
“Queremos que todo el mundo hable, opine, que el lenguaje no sea patrimonio de dos o tres, sino que todo el mundo pueda usarlo e ir enriqueciéndolo. Por eso es vital intercambiar saberes. Hemos sido criadas en escuelas y universidades bajo una educación que dirige, pero en este espacio nosotras no somos las que dominamos sino que buscamos que cada uno tenga su lugar y aprender entre todas”.
Anécdotas en el camino
Las narradoras un día fueron a un instituto que aloja a chicos en conflicto con la ley penal y los jóvenes les preguntaron: “¿Ustedes de qué se van a recibir cuando se vayan?”. “Cuando les explicamos que íbamos porque lo deseábamos, que queríamos compartir ese espacio con ellos, que para nosotros era un placer estar con ellos, lo decidíamos libremente y no nos pagaban por eso, hubo un cambio y dejaron de defenderse. Esas son construcciones que se van logrando con los años —sostienen las todoterreno—. De pronto ves que un chico no te da bolilla, que está en otra: vos contando un cuento y el tipo está mirando o dibujando y vos pensás que no está escuchado, pero por ahí te olvidás de alguna palabra y se da vuelta y te la dice…”.
“Me pasó que empecé a contar un cuento y una de las nenas me dijo ‘ése ya lo sé, ¿te acordás que la otra vez que viniste, que estabas abajo, lo contaste?’. Le dije ‘bárbaro, qué bueno que lo sepas así si yo me olvido algo vos lo decís’. Entonces me olvidaba a propósito y ella agregaba detalles. Se convirtió en ayudante del cuento”, recuerda una de las narradoras.
“Una vez en el Hogar del padre Cajade nos hicieron entrar al salón donde estaba el educador con los chicos. Yo había preparado un cuento pero como en la pared estaba el abecedario me acordé de un cuento que me habían dado en un taller. ¡Cómo se prendieron los chicos! —recuerda otra narradora—. Hicieron dibujos… Creo que con la B hicieron el rey y con la A, la reina. Pero se entusiasmaron y a la A le puse la coronita…”.
“Una vez fuimos a una sala de espera de diálisis. Era un lugar largo con muchos asientos. En el fondo había un hombre grande, yo calculo que estaba en los 70 y algo, que nos miró, no digo que con odio, pero como diciendo ‘qué hacés acá’. Entonces había que romper todo eso de alguna manera. Cuando contó María Inés estaban todos muy atentos y después conté yo. En un momento veo que el hombre se reía a carcajadas del cuento que estaba contando. Eso fue transformador, valió el esfuerzo de ir y volver a Florencio Varela. Fue maravilloso, entonces creo que lo importante no es solamente lo que uno da sino también lo que uno recibe. Creo que son dos que se encuentran para transformar una realidad. Y esa realidad se transforma”.
Y siguen las anécdotas: “Ana tiene sólo 89 años y lee porque reconoce que su memoria ya falla un poco. En el instituto de menores con causas penales ella les ofreció a los pibes ser su abuela y ellos aceptaron. Ahora Ana es la abuela de todos, con lo que significa ser abuela. Son chicos postergados con un montón de problemáticas sociales pero la ternura que tienen para con Ana es muy especial”.
“Hace poco entramos al hospital de día. Vamos a la sala de oncología y había una chica como de 10 años a la que le estaban por pasar la medicación por primera vez y que estaba aterrada viendo esa aguja. Agarré una silla, la puse delante de la enfermera y le dije: ¿No querés que te cuente un cuento? No se dio cuenta cuando le pusieron la vía. La enfermera le decía ‘mañana venís, ¿no?’”.
“Nosotros no pensamos que vamos a transformar la sociedad, pero sí hemos comprobado que cuando contamos cuentos las cosas se transforman. Cuando fuimos a la Unidad 9 los internos terminaron cantando con la guitarra y agradeciendo el espacio de libertad. Es decir que en la cárcel generás espacios de libertad y en el hospital, en el momento en que estás contando cuentos, generás un espacio de salud”.
Quiénes son
Sonia Aquilano, Silvia Albornoz, Ana Pilar Andrade, Teresa Balmaceda, Angélica Cachay Rojas, Irma Corvalán, Nora de la Piedra, Esther Dolian, Lucila Gagneux, Mirta Garrido, Martina Iriat, María Inés Laterrade, Beatriz Larregle, Norma Navarro, Ana Pacualón, Sara Salvo, Selma Simó, Gladys Reinhardt, Carolina León Rolón y Adriana De Blasis, la coordinadora del grupo.
Dónde están
Los viernes a las 17 en la Biblioteca Provincial Ernesto Sábato, con sede en 47 entre 5 y 6 de La Plata.
1 commentsOn Todas cuentan
Que buen articulo. Dan muchas ganas de imitarlas…. lo pienso en serio!!! Silvia