A principios de agosto, decenas de familias coparon un predio de Villa Alba para intentar asentarse y proyectar un barrio. El lugar tiene dueño, el conflicto está latente y hay temor a un desalojo. Vecinos sin techo, oportunistas que quieren hacer un negocio, solidaridad y tensiones conviven en seis hectáreas. El drama de quienes no tienen acceso al sueño de la casa propia.
Por Pablo Spinelli
Fotos: Gabriela Hernández
La calle 604 en Villa Elvira es angosta pero funciona como una avenida de tránsito intenso porque llega asfaltada desde 7 hasta 122 y vincula el Barrio Aeropuerto con Villa Alba. A la altura de 119, donde las casas bajas de barrio humilde empiezan a estar más dispersas, hay un predio del tamaño de seis manzanas con precarias carpas y casillas construidas con materiales endebles. Son espacios de dos por dos que en otro contexto no llegarían a categoría de cobertizos, construidos con nylon, cartones, maderas y alguna que otra chapa. Se divisan desde la calle, detrás de una línea de árboles que circunda el predio trazando un afuera y un adentro remarcados por una diferencia más simbólica que real entre barrios que nacieron como asentamientos y más tarde se urbanizaron. Ahora, miran con una mezcla de desconfianza e indiferencia el cambio en el paisaje y a esos nuevos vecinos que se instalaron para ser vistos y pelear por un lugar donde vivir, aunque sea en una porción de suelo que era un basural, deshabitado pero con dueño.
El 31 de julio llegaron las primeras familias y la voz corrió rápido. Desde entonces, el conflicto está latente. Hay noticias de una denuncia penal presentada por los propietarios del predio o por algunos de los vecinos. Y no hay registros de una orden de desalojo, pero el temor está presente. En Catastro consta que la zona tomada aparece seccionada en dos parcelas de tamaños diferentes con dos dueños distintos. Y existe una fuerte presión a través de algunos medios de prensa para que la Justicia accione rápido y entren las topadoras. Los nuevos habitantes del lugar lo saben y por eso no terminan de desembarcar. Ya empezaron a autocensarse para que haya registro de su existencia. El argumento es común cuando hablan con La Pulseada: “Estamos en la calle y queremos un pedazo de suelo donde vivir”. En general afirman que quieren una negociación para poder pagar por ese privilegio.
La tensión se palpa en la vida diaria con el resto del vecindario que tiene origen en procesos similares de tomas de tierra. Hay miradas de reojo y un miedo que puede ser comprensible a estos cambios en el barrio. Desde el asentamiento responden que no hay de que temer y reclaman diálogo. “Queremos que se pongan en nuestro lugar y se imaginen a ellos mismos pasando las noches de frío y en medio de la basura”, piden al verse confrontados con esa mirada. También rescatan gestos solidarios, como los que se dan con la copa de leche que nació el mismo día de la toma y recibe mercadería de gente de los alrededores.
En Catastro consta que la zona tomada aparece seccionada en dos parcelas de tamaños diferentes con dos dueños distintos
El día que se instalaron las primeras carpas era un miércoles y antes de que terminara esa semana ya eran más de 150 las familias que empezaron a levantar sus casillas. Hubo algunas disputas violentas y mucha conversación. Tuvieron que lidiar con algunos que se apuraron a tomar una porción mayor de tierra para intentar un negocio inmobiliario sin papeles, basado en la necesidad de los compradores. Esas intenciones quedaron en evidencia con el correr de los días, cuando muchos de los ocupantes iniciales empezaron a vender y ya no aparecieron por el lugar.
Cualquier análisis se torna complejo. La desesperación de no tener un techo bajo el cual habitar no es unánime. Tres semanas después de la toma, en una de las manzanas, su delegado calcula que entre el 30 y el 40% de los ocupantes iniciales ya se había desprendido de su parcela. Son esos que en las informaciones periodísticas y en los testimonios de los vecinos “de afuera” eran señalados manejando “camionetas cuatro por cuatro”. La cotización marcha al ritmo de la devaluación y la suba del dólar: al principio las cobraban alrededor de 15 mil pesos, con el correr de los días hay versiones de transacciones por 50 mil. Todo un riesgo para el comprador que se limita a ocupar la parcela sin más esperanza que una futura regularización dominial que le permita ser dueño. La necesidad y el negocio conviven y son “las leyes del mercado” las que terminan atentando contra la legitimidad del reclamo de vivienda de quienes nada tienen.
Pronto surgió también la tensión con el habitante de la única construcción de material ubicada como casco de estancia con tanque australiano, en el centro del predio. Una especie de capataz con una relación no del todo clara con los propietarios. No hay diálogo pero sí un acuerdo de palabra para convivir con el compromiso de los ocupantes de no invadir el terreno que circunda a la casa. Una zona de exclusión que se respeta a rajatabla. Los ocupantes señalan a ese vecino como el responsable de los tiros al aire, intimidatorios, que en las primeras noches alarmaron a los vecinos de toda la zona. Esos incidentes llegaron a las páginas del diario El Día y pronto se instaló que el barrio es poco menos que una zona de guerra en la que no se puede caminar sin ser robado. “Queremos contar nuestra realidad, no somos animales, no somos ladrones”, responden desde la toma y se quejan porque nadie se acercó a hablar. “Si ellos quieren nosotros hablamos con los vecinos. Pero se pusieron en la cabeza que tienen miedo que les robemos. Pero acá ninguno roba. Si alguno no tiene para comer nos pedimos entre nosotros”, dicen.
El día que se instalaron las primeras carpas era un miércoles y antes de que terminara esa semana ya eran más de 150 las familias
Tenían identificadas esas tierras y todo empezó con carpitas. Con el correr de los días algunos construyeron casillas de madera y chapa. Todo es muy precario porque son pocos los que se animan a instalarse con todas sus cosas. Los frena el temor a un desalojo, como el ocurrido hace algunos años en el mismo lugar. Prefieren esperar a que la situación se encauce.
Cuentan que el terreno estaba descuidado y que se había convertido en un gran basural a cielo abierto en el que los propios vecinos arrojaban sus residuos. Hablan de las ratas y las víboras que sacaron cuando emprendieron la limpieza y el desmalezamiento y del foco infeccioso en que se había convertido el lugar. Desmienten que hayan ingresado cortando alambrados; aseguran que el predio no tenía ninguna barrera perimetral y simplemente entraron para empezar a instalar las primeras carpas. No niegan, de todos modos, que son usurpadores. Pero rechazan la construcción simbólica de la violencia con que se los presenta.
La mayoría son de la zona, muchos son paraguayos, alquilaban alguna casilla o vivían en alguna pensión precaria en otros predios que tuvieron el mismo origen de usurpación. Afirman que ya a no pueden seguir pagando porque a casi todos los afecta la falta de trabajo.
El satélite y el zoom
Visto desde el aire, a través de los ojos de Google Maps, el rectángulo descampado es un mancha verde inocultable, rodeada de manzanas urbanizadas. Ocupa desde 118 hasta 121 y desde 602 a 604. Tres semanas después de la toma, también un miércoles, La Pulseada recorrió el lugar para hacerle zoom a la imagen satelital virtual en el mundo real. La organización ya es evidente. Las seis manzanas delineadas con los espacios reservados para las calles internas tienen sus delegados y se ponen de acuerdo para acompañar la visita.
En 604 entre 120 y 121, donde está la parcela que ocupa Franco Zamponi, el delegado de la manzana 1, se juntan los representantes de otros sectores del predio. Uno de los más activos es Marcelino Servín, que viene desde la otra punta, a la altura de 603 y 119, donde está la manzana 4. Lo acompañan Mario Lema y Arnaldo Cáceres. Más adelante, durante la caminata por los terrenos, saldrá al cruce Matías, de uno de los sectores que da a la calle 602, e invita a pasar por la copa de leche que se creó casi en el mismo momento en que arrancó la toma.
Cada zona tiene un número y hay reuniones periódicas para gestionar las situaciones que se van presentando. En los primeros encuentros acordaron preservar los espacios para que en el futuro, si es que lo hay, puedan trazarse las calles. También delinearon los trabajos para tener luz, armaron los grupos de WhatsApp para estar comunicados y discutieron el modo de distribuir los terrenos. “Acá se tomó un pedazo cada uno y se dividió bien la tierra. Sabemos que cada uno necesita del otro. Y cuando viene más gente se trata de hablar, para que no haya peleas. Si hay un pedacito que se necesita porque tiene que ser una calle, se busca la vuelta”, dice Franco.
La necesidad y el negocio conviven y es el mercado el que termina atentando contra el reclamo de vivienda de quienes nada tienen
La discusión no siempre es en buenos términos cuando la necesidad es grande. Tampoco cuando el negocio queda en evidencia. Como en todo proceso de toma los intereses no siempre son los mismos. Eso generó algunas tensiones que no niegan. Cuentan que en dos o tres oportunidades llegó gente a intentar usurpar lo usurpado y hubo reacciones. Surge la indignación cuando algunos de los de la primera hora decide vender la tierra.
También se dan los problemas de convivencia de cualquier vecindario, potenciados por la situación de desesperación y nervios que suponen ocupar un terreno ajeno con la inminencia siempre latente del desalojo. “Somos cantidad de familias que estamos con estos problemas de vivienda. Muchos están en la calle. Venimos con la esperanza de que el día de mañana tengamos una tierra para los hijos. Hay cosas que no podemos evitar, que son las peleas entre los vecinos. Si hay enojos y se arma lío nos perjudicamos todos”, se lamenta Pamela Gamarra, la novia de Franco.
En esos encuentros acordaron los trabajos para empezar a desmalezar y sacar la basura. Vestigios de residuos de distintas épocas se acumulan por sectores y el olor fétido los invade. Prendiendo fuego al caer la noche, de a poco, van reduciendo las montañas.
Las tres parcelas de 32 mil metros cuadrado cada una ya están subdivididas en cerca de 200 lotes informales delimitados con cercos hechos con cañas, bolsas, mediasombras y pasacalles de los candidatos que compitieron en la recientes elecciones primarias. También está reservado el espacio para la proyección de las calles 603, 119, 120 y 121 que debieran atravesar el predio. Y un precario tendido eléctrico se insinúa llevando luz desde los postes de la calle hacia el interior.
Algunos lazos de solidaridad y conducción empezaron a tejerse desde el principio. Ya hay líderes que encabezan las conversaciones con el Consejo Local de Tierra y Hábitat y empieza a gestarse una dinámica de protección mutua, que incluye el desarrollo de emprendimientos de ayuda a las familias, como el comedor “El Acople”, creado desde los primeros días para dar la merienda de lunes a lunes. Se trata de forzar rápidamente un sentido de pertenencia generando empatía entre vecinos que hasta hace menos de tres semanas no se conocían.
En los primeros encuentros acordaron preservar los espacios para que en el futuro, si es que lo hay, puedan trazarse las calles
Hay presencia de la corriente Patria Grande de la CTA de los Trabajadores y de la Corriente Clasista y Combativa (CCC). Y hubo un intento de desembarco informal de la Municipalidad, a través de supuestos emisarios del intendente Julio Garro. Circula entre los vecinos un video en el que se los ve ofreciendo mercadería para la copa de leche y pidiendo a cambio el apoyo en votos para las elecciones de octubre.
La vecindad
En la caminata por las calles imaginarias del barrio los vecinos se acercan a La Pulseada y piden fotos. Vienen desde el centro de un futuro patio donde toman mate y los niños corretean. Salen a veredas que no existen pero son soñadas y conversan con otros vecinos. Es el caso Carolina, quien cobija en sus brazos a su beba de cuatro meses y cuenta que llegó a la toma con su mamá. Es la historia de Ariel Pereyra, que interrumpe unos minutos su trabajo en su casilla forrada de bolsas negras y cuenta que conoce la obra del cura Cajade. Su hijo Santiago Ariel, que lo abraza fuerte para la foto, va a la Casa de los Niños que funciona cerca, en 6 y 602. O la de Etelvina Fernández, una mujer que llegó de Paraguay hace un año y medio y tiene tres hijos con quienes se amucha para pasar las noches debajo de cuatro chapas. “No teníamos dónde ir y ya no podíamos pagar el alquiler de una casilla. Yo no cobro pensión, ni nada, ni tengo tarjeta de cooperativa. A veces voy a limpiar casas por 100 o 200 pesos por tres o cuatro horas. Te explotan pero tengo que darle de comer a mis hijos”, dice, y cuenta que uno de los niños es asmático y que por eso, cuando puede, lo saca del asentamiento.
La corta historia de la toma en Villa Alba, que es la última de cerca de doscientas que convierten a La Plata en la capital de los asentamientos informales, ya registra el primer nacimiento y Etelvina es protagonista. Fue durante una madrugada helada cuando una mujer entró en trabajo de parto y fue atendida por sus vecinas que la socorrieron debajo de una carpa que a su vez estaba protegida por un chaperío. “Estuvimos de parteras porque una señora tuvo a su bebés en esa casilla”, dice y señala un lugar inverosímil para un nacimiento. “La atendimos nosotros y tuvo un varoncito que está bien. Fue a las 4 de la mañana cuando hacía más frío y llovía”.
La vida de noche se endurece aún más en la toma. Etelvina tiene varias madrugadas encima en estas pocas semanas. “Hacemos un pocito para hacer el fuego”, dice. Quienes tienen un lugar donde dejar a los chicos en las horas más frías y tenebrosas lo hacen. La rutina es agobiante: prender un fuego con leña que no alcanzará para toda la noche, quedarse sin poder dormir hasta las tres o cuatro de la mañana y acurrucarse sobre el piso cuando el sueño se hace invencible. Lo cuenta Franco, que está sin trabajo desde hace meses y ahora se la rebusca vendiendo choripanes en la calle. Cuando habló con La Pulseada llevaba 22 noches debajo de una carpa, sin un colchón que lo proteja de la humedad helada que sube desde el terreno.
Lo reafirma Eugenia Álvarez, una de las vecinas que sostiene la copa de leche: “A la noche se queda mi marido, o el ‘Abuelo’ que es el delegado de la manzana. Yo ahora no me estoy quedando porque tengo el bebé que sufre mucho por los mocos. Entonces me quedo en un lugar que me prestan”. Cuenta que el pedazo de tierra que cuida todos los días se lo regaló un muchacho que había ocupado dos o tres terrenos. De sus relatos se desprende que quienes llegaron primero determinaron la lógica de distribución de la tierra. “Ahora vengo todos los días a cuidar el terreno, me vengo con las nenas a la mañana hasta que llega la hora de la escuela”.
El Acople
Eugenia parece una mujer aguerrida. Es una de las que se puso al hombro el comedor “El Acople”, donde todos los días meriendan muchos de los pibes del asentamiento. El emprendimiento tiene por todo capital una casilla de chapa donde se guardan las donaciones y un tablón que funciona como mostrador donde se sirve la leche. Unos días antes de la visita de La Pulseada el lugar había sido escenario de fiesta por el día del niño.
Ella tiene dos hijas pequeñas, Aymará y Aymé, y un hijo adoptivo que es Damián, su cuñado de 13 años. Nació en Gorina pero hace tiempo que se mudó a El Carmen, el barrio de Berisso ubicado del otro lado de la ruta 11. Alquilaba ahí pero ya no podrá pagar más y dejará la casa. Y cuenta que tuvo que apurar la mudanza porque le balearon la casilla después de impedir que un grupo de personas se instalara en la toma, en el espacio reservado para una calle.
Los vecinos quieren conservar ese espacio a toda costa para evitar que en el futuro, si el barrio prospera, tenga un sistema de pasillos “como las villas”. “Acá queremos tener calles abiertas para que, por ejemplo, puedan entrar las ambulancias”, dice Franco. “Esto va a ser un barrio humilde, no una villa”, pronostica.
La mayoría son de la zona, alquilaban alguna casillas o habitaban alguna pensión precaria en otros predios que tuvieron el mismo origen de usurpación
Junto a Eugenia está Francis, que sirve de interlocutora con la comunidad paraguaya, de gran presencia en el asentamiento. “Yo no entiendo nada el guaraní”, se ríe Eugenia, quien está por terminar la escuela a través del Plan Fines y ya se anima a dar apoyo escolar a los chicos del barrio.
La copa de leche funciona desde el momento mismo en que nació el asentamiento. “Llueva o haya sol, todos los días hacemos y damos la merienda, de lunes a lunes. Sí o sí”, dice. Y rescata la colaboración de todos los vecinos para que funcione. También de gente de afuera del asentamiento que aporta leche.
Y reflexiona sobre la situación irregular que atraviesan: “Estamos copando los terrenos como todos nos dicen, pero queremos que las tierras nos las den a pagar. Que los dueños vengan, y escuchemos lo que nos quieran plantear. Ya lo hemos charlado entre los vecinos. Tenemos que llegar a un acuerdo”.
La solidaridad es para Eugenia la clave del futuro del barrio. “Tratamos de no pelear entre los vecinos, tratamos de hablar. El objetivo es hacer el comedor más grande. Si ganamos esta pelea tenemos futuro con todos los vecinos porque estamos todos juntos”, y cuenta cómo el barrio entero salió en defensa de una mujer que está sola en un terreno y la quisieron sacar.
Caminos de acceso
Marcelino Servín está hace diez años en Argentina. Es paraguayo y primero se instaló en Neuquén, pero en 2015 recaló en La Plata donde ya estaba su madre. Hasta el día antes de ingresar al predio alquilaba a pocas cuadras, pero en cuestión de semanas pasó de pagar 2.500 a 4.700 pesos por mes. “Estoy sin trabajo y dependo de las changas en la construcción, me resulta imposible”, afirma.
Tiene vinculación con el brazo barrial de la CTA y por eso es uno de los que fue al Concejo Deliberante para empezar a buscar una forma de regularizar la situación. “Nos presentamos como los usurpadores del terreno. Somos 160 familias, entre 600 y 700 personas”, cuenta. Bastante más de la mitad son niños. Unos días después reconocerá con resignación que varias de las familias censadas ya no están porque vendieron su parte. Cree en los que compran, porque arriesgan todo con la desesperación a cuestas y la esperanza de acceder a un pedazo de tierra.
Marcelino se juntó con los integrantes del Consejo Local de Tierra y Hábitat que se reúne una vez por mes. Los registros fotográficos de esa reunión lo muestran ocupando la punta de la mesa, con el mismo gorrito de lana de Patricio Rey que lleva puesto cuando recibe a la revista. “Nos propusieron empezar a mover los papeles, conocer si existen o no dueños del predio, si tienen deudas con la Municipalidad y si hay denuncias en la Justicia que puedan derivar en un desalojo”, relata sobre ese encuentro.
El primer paso que deben dar desde la toma es un censo lo más detallado posible sobre los habitantes del lugar. Cada delegado ya empezó a trabajarlo y lo próximo será entregarlo. Hay dificultades porque no todos quieren anotarse. Pamela lo ve como un reaseguro en caso de que los saquen compulsivamente del lugar. Si es con violencia para determinar si están todos bien, pero también para pedir una reubicación. “No nos pueden dejar en la calle”, dice.
Los habitantes del asentamiento creen que la Municipalidad no está abordando el tema y toda la información que tiene es la que sale en el diario. La consulta de La Pulseada a la Dirección de Tierras parece confirmarlo. Aún no habían tomado contacto con el asentamiento y sólo se esperaba que la presión social y mediática llevara al juez a librar una orden de desalojo. El contexto preelectoral puede frenar una decisión en ese sentido. Y la presencia de punteros políticos que llegaron al predio en nombre del intendente abonan esa idea.
La integrante del Consejo Local, Soledad del Cueto, quien estuvo en el encuentro con los representantes de la toma, explica que el camino ahora es aplicar la ley de Acceso Justo al Hábitat (ver recuadro) para que el asentamiento sea incluido en un registro y lograr una “mesa de diálogo”, cuyo pedido está formalizado a partir de la presencia de los vecinos en esa reunión. Para que esa instancia se habilite, la Municipalidad debería contactar a los propietarios para buscar un acercamiento. En caso de negativa eso tendría que comunicase a los vecinos. Si en el próximo encuentro no hay ninguna acción de parte de la Comuna, el recurso con que cuenta el Consejo Local es tramitarlo con la intervención de la Defensoría del Pueblo, algo que ha sido recurrente en otros asentamientos.
Origen común
Franco Zamponi es nacido y criado en la zona. Recuerda que la historia de todo el barrio es producto de la usurpación. Él nació un par de cuadras hacia el norte, cerca de la calle 600, y cuenta que la casa en la que creció y en la que actualmente vive su padre, ocupa un terreno cuyo origen fue la usurpación. “En esta zona nadie compró nada”, dice. Esas familias, como la suya, ocuparon el lugar y el dueño hizo un acuerdo de cesión. Se esperanza con una salida parecida. “No queremos que nos regalen nada, que nos den a pagar, que podamos empezar a cumplir con los impuestos”, dice su novia Pamela.
El registro de asentamientos les da la razón. El mapa del Renabap (Registro Nacional de Barrios Populares) es el más actualizado, con un censo que llega hasta el año 2018. El rectángulo donde ellos están asentados, aún no identificado como predio tomado, está rodeado por cuatro barrios que sí lo son. Hacia el norte y el noreste 12 manzanas nombradas como Villa Montoro. Hacia el sudoeste otras 20, caracterizadas como Barrio Alegre. En la misma dirección y también con el nombre de Villa Montoro aparecen marcadas otras ocho manzanas. Lo mismo que hacia el sudeste, de la calle 604 hasta 606, donde hay otras ocho manzanas que surgieron de usurpaciones que ya están urbanizadas (ver mapa).
Villa Aburridita, Joel, Sebastian, El Molino, Frison, Carlos Agosti, son nombres de barrios que surgieron de la informalidad y están en Villa Elvira, cerca de la nueva toma. En un contexto general que coloca a La Plata como uno de los distritos con mayor cantidad de villas y asentamiento precarios. Un informe de junio de 2015, en La Pulseada Nº 130, daba cuenta de los datos del Registro de Villas y Asentamientos Precarios del Ministerio de Infraestructura bonaerense, otra de las fuentes documentales en esa materia, con 118 asentamientos que albergaban a casi 20 mil viviendas. Una actualización de ese registro, dos años después, ubicaba a la capital bonaerense como la de mayor cantidad de barrios informales, con 129. Tal vez con un criterio de identificación diferente, el Renabap multiplica varias veces ese número.
La diferenciación entre villas y asentamientos precarios, con el que las autoridades caracterizan a los barrios, está dada por el tipo de organización de cada caso. Las primeras son urbanizaciones o autourbanizaciones informales producto de ocupaciones de tierra con tramas irregulares, no “amanzanadas” sino organizados en intrincados pasillos, “viviendas construidas con materiales precarios, alta densidad poblacional, escaso o nulo espacio verde e infraestructura autoprovista”.
Los asentamientos precarios, en cambio, son barrios informales (en términos dominiales) con trazados urbanos que tienden a ser regulares y planificados, y que generalmente (aunque no de modo excluyente) cumplen algunas de las siguientes características: “Son decididos y organizados colectivamente, los ocupantes buscan legitimarse como propietarios, las viviendas tienen algún grado de firmeza y su ubicación puede encontrarse en tierras degradadas”.
“Esto no va a ser una villa, sí un barrio humilde”, repite Franco consciente de las diferencias. El barrio todavía no tiene un nombre, parece demasiado prematuro para ello y los vecinos dicen que tendrían que resolverlo todos juntos. “El Acople”, como la copa de leche, es una posibilidad, pero hay otras opciones. También es temprano para que aparezca en alguno de los registros, aunque ya dieron el primer paso.
La cobertura legal
La ley provincial de Acceso Justo al Hábitat es la 14.499, sancionada en 2012 y promulgada al año siguiente, fue elaborada con el aporte de las organizaciones que trabajan en las cuestiones de tierra y vivienda, con la incorporación del concepto de hábitat para darle mayor amplitud, ya que incluye los servicios, el acceso a la tierra, “la construcción de ciudad”.
Uno de los instrumentos que aporta es la conformación de un Consejo Provincial de Tierra y Hábitat con participación de las organizaciones, de las universidades, de los colegios profesionales, del Poder Ejecutivo y el legislativo. Y su réplica a nivel municipal. Es una instancia consultiva que sirve como puerta de entrada a la regularización de los barrios que nacen de la informalidad.
Entre otras cosas, gestiona su incorporación a los registros, se evalúa la situación de los predios, se toma contacto con los dueños, se establecen protocolos de desalojo en caso de ser necesarios, se resguardan los derechos de los niños o personas con discapacidad.
En La Plata, el Consejo Local se puso en funcionamiento en 2014 con la participación de unas 35 organizaciones. Se reúne los primeros martes de cada mes y es una de las pocas instancias institucionales para abordar la situación de los asentamientos en la ciudad. “Cuando hay un desalojo, cuando hay una toma o algún problema grave en algún barrio, es el ámbito institucional que tenemos para abordar los temas con el Ejecutivo”, cuenta Soledad del Cueto, una de sus integrantes como parte del Encuentro de Organizaciones por un Hábitat Justo. “Ha sido más un espacio de resistencia que de soluciones, más allá de que debiera haber avanzado con objetivos como la democratización de la tierra, la urbanización, la distribución de la renta diferencial que establece la ley, la construcción de ciudad”, dice.
El caso de Villa Alba llegó al Consejo Local en agosto, a una semana de la toma, cuando empezaron las gestiones para incluirlo en el Registro de Villas y Asentamientos contemplado en otra ley (la del Renabap -Relevamiento Nacional de Barrios Populares-) que dispone que los barrios que allí figuran no puedan ser desalojodos por cuatro años. Lo segundo es generar una instancia de diálogo con los propietarios, para lo cual tienen que intervenir la Municipalidad como nexo convocante. Fruto de ese acercamiento podría ser una negociación de compra/venta de las tierras.