Desde hace 53 años conduce por Radio Provincia “Tangentes en Jazz”, uno de los programas con más trayectoria del mundo. Aficionado a la música, con el juego como estandarte, se convirtió en referente de generaciones por cumplir siempre con tres leyes del mejor periodismo: perseverar en una idea, sostenerla desde el amor por el trabajo y transmitirla con pasión.
Por Juan Manuel Mannarino
Talero mueve el pie derecho. De fondo, suena Ben Webster. Es un disco de baladas donde el saxofonista tenor es acompañado por una orquesta de cuerdas. “No es la balada comercial, ¿eh? Webster es un solista maravilloso y lo puse porque es la música ideal para una conversación”, dice apretando una sonrisa solitaria. El fotógrafo hace “click” con la cámara y Talero tamborilea los dedos sobre una mesa redonda en la que, hace unas horas, desplegó papeles, grabadores y cintas para armar la pauta radial del programa. Se queda mudo. Mueve el hombro derecho. “Es impresionante el swing que tenés, flaco… Los fotógrafos me conmueven. Cómo movés el cuerpo, qué ritmo, qué concentración”, se fascina.
En el departamento de tres ambientes del barrioLa Loma, donde vive solo, hay fotos de los sobrinos, de los dos hijos y una repisa con libros, cassettes, placas y cuadros. Talero, a los 76 años, dice que todavía se siente un niño. Que cuando se pone a pensar la pauta de “Tangentes en Jazz”, juega como un chico. Son 400 cassettes, y en cada uno de ellos hay grabados una serie de temas, dos o tres por autor o por disco, según el caso. “Cuando era joven no podía comprarme los vinilos y nos reuníamos con amigos. Entonces, llevaba mi grabadora y aprovechaba a copiar lo que más me interesaba”. “No, no robaba. Y menos a los amigos”, dice. Un libro asoma de una pequeña biblioteca: “Nuevas aventuras del ladrón de discos”, de Carlos Sampayo. Lo mira de soslayo y hace una mueca cómplice. Convida un vaso de cerveza y sanguchitos de miga.
Oscar Horacio Pellegrini. Nadie lo llama así, salvo los que, por teléfono, le quieren vender algún producto. El sobrenombre Talero lo inventaron sus padres: buscaron un apodo que sonara criollo, que fuera diferente en su círculo social. A los 10 años escuchaba discos en el living de su casa y hacía los comentarios. Solía hablar en voz alta, como si ya se sintiera en un estudio de radio. En los estantes había tangos, boleros, valses vieneses y jazz. Una especie de tenedor libre. Un vinilo de Benny Goodman lo sacudió de entrada. Se imaginó bailando, haciendo volar a una mujer por los aires de un gran salón, con una Big Band tocando toda la noche y un rascacielos en el horizonte de un ventanal. El hechizo fue inmediato.
Se transporta, cierra los ojos y suspira. “Tangentes en Jazz” como un viaje que se repite hace 53 años. De los locos años ’20, con Louis Armstrong a la cabeza, pasa por el Swing de los ’40, hace escala en el Bebop y sigue hacia lo moderno, donde lo esperan el cool jazz y el jazz fusión con Miles Davis como fuente inagotable. Desde una remota ciudad llamada La Plata todos los días, hace casi un siglo, parte hacia New Orleans, New York, París, Montreal, Barcelona, Kansas City, Detroit. Los epicentros del jazz lo cobijan entre marquesinas.
A Talero no le molesta estar chapado a la antigua. Al contrario, se siente orgulloso. Así hace el programa, siempre de la misma forma: él sentado a la mesa de su casa, cual si fuera un operador, maniobrando máquinas viejas, fuera de la tecnología actual. Apenas asoman unos 200 cds y una notebook con conexión a internet. El resto son 150 vinilos y el tesoro de los cassettes. Nada de mp3, de mp4, de pendrive, ni de Home Theater. Un día su hijo, conocido como “Talerito” y operador de Radio Provincia, se ofreció para digitalizarle las cintas. Las mismas que, cuando era niño, vio en el “cuartito”, un lugar pequeñísimo donde su padre tomaba café, fumaba y se pasaba horas con los auriculares puestos, pegando, grabando, armando el programa. Talero no quiso saber nada. «Con mis cintas me siento más artesanal, como si estuviera en un taller. Ir de una grabación a la otra, manipular los cassettes, buscar en el archivo. Eso es lo que no quiero perder. Y el programa sigue saliendo bien así», justifica.
El programa como un film
Hay dos placas con adornos de bronce. En una, un trompetista hecho a mano. Son las que le regaló quien dice ser “su primer oyente”, un comerciante de Buenos Aires. “Es verdad. Un día hablamos por teléfono y le pregunté si se acordaba de los primeros programas. Y me cantó ‘Miel de manzanas’, uno de los temas que pasé. Una maravilla el tipo”, cuenta. Antes, cuando existía la carta, los oyentes le escribían y Talero se hacía amigo de algunos. Con el tiempo fue tomando distancia “porque el oyente es parte fundamental, pero notaba que el programa salía bastante atado a los gustos de ellos. Y aunque suene mal no quiero ser esclavo del público, porque sino escucharíamos todo el tiempo a Glenn Miller. El programa no pasa sólo la música que conoce y le gusta al oyente. Me debo a los músicos, sigo la evolución del jazz y el oyente se incorpora a ese recorrido, que es histórico, cultural y estilístico”, afirma como concepto. Le gusta sentir que el programa es como una película. En dos horas hay una división de los ritmos, los tonos, los climas y las tensiones. Casi siempre se sigue un orden cronológico. En la primera parte, se escuchan audiciones de las primeras décadas del siglo XX. Después se ubica entre los ´40 y los ´70. Y el último fragmento está dedicado a lo contemporáneo.
Talero apunta a un oyente curioso. “El programa no hubiese durado 53 años si no hubiera tenido apertura con los diferentes estilos del jazz. Porque, como cualquier género, el jazz es amplio, muchas veces inclasificable, se renueva constantemente. Yo investigo para mí, descubro cosas y las comparto. Creo que para ciertas cuestiones de la vida está bien habituarse a algo estable, que sea conocido, como puede ser el matrimonio, pero pasan los años y hay un desgaste: ocurre lo mismo con la escucha de la música”, enfatiza. Nunca pensó hacer el programa con otra persona porque “sería distinto, más dispuesto al diálogo, a la conversación”, algo que Talero prefiere hacer con sus cassettes. Un diálogo a solas que luego se expande por el éter.
Entró a Radio Provincia casi de prepo. Un compañero de oficina lo convenció para que presentara un proyecto musical. Lo hizo y fue rechazado. Insistió y conoció a Rodolfo Sarandría, legendario conductor de “Concierto de Jazz”. Fue columnista del programa durante dos años. Pero sintió que no tenía lugar para el jazz moderno y pidió un espacio propio. Así surgió, en 1959, “Tangentes en Jazz”. En los comienzos salía en vivo y duraba una hora. Hasta que, por cuestiones de tiempo, decidió grabarlo. Talero estaba casado, con hijos, trabajaba como empleado bancario y presentaba conciertos en Seguros Rivadavia y en el Colegio de Ingenieros. El programa sufrió duros reveses en la grilla. Cada cambio de horario fue como un volver a empezar. Sólo se interrumpió una vez: durante la guerra de Malvinas lo levantaron dos meses. Recuerda cuando salía los sábados al mediodía. “Antes la gente escuchaba mucha radio a esa hora. Fue la etapa de mayor esplendor. Hubo tanto movimiento en ese horario que cuando nos volvieron a cambiar, la gente llamaba a la radio pensando que Tangentes en Jazz había desaparecido”.
Talero se acomoda en la silla, mira el bastón que descansa a metros de él y dice que le gustaría salir a escuchar conciertos, pero que igual se entretiene con los cassettes, un archivo que lejos de ser una colección de museo es un río en el que se baña todos los días. El equipo hace un ruido y pasamos de Ben Webster a una intérprete que le despierta simpatía. Es Carmen Mc Rae, una notable cantante que fue tapada por el éxito de Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan. “Pobrecita, le tocó estar en una generación tremenda. La vida es injusta. Ella es tan buena como Ella y como Sarah, pero no la conoce nadie. Es común en los artistas: uno tapa el otro porque el mercado lo consagra. La ley debería ser más pareja. No puede ser que nos acostumbremos a elevar un nombre y que, por sólo citarlo, hagamos que conocemos un estilo a través de él. Hay infinidad de músicos tapados, tan interesantes y valiosos, generaciones enteras devoradas por la historia, que dan ganas de estallar los parlantes para que el mundo los descubra”, se indigna con la cabeza gacha, como si estuviera hablando de una injusticia que se cometió con un pariente.
Con una ayudita de mis amigos
Como Atahualpa Yupanqui, le tiene rabia al silencio. Talero baja la voz. El jazz actual, confiesa, está lejano a sus oídos. El grupo de amigos, aquel con el que compartía las novedades, es más una huella melancólica que una viva realidad. Algunos murieron, otro enfermaron, y entre los que están, ya no se llaman tan seguido como antes. “Quedé aislado de lo nuevo. Estoy desinformado porque ya casi que no cuento con la ayuda de mis amigos, que me ponían al tanto. Sé que hay mucho trío, muchos músicos buenos que siguen la tradición, pero poca invención. Y en Argentina siempre tuvimos el mismo problema con el tango, el folklore y el jazz. Los pocos programas que se dedican a esas músicas están en FM y te cuesta encontrarlos. Nosotros tenemos un buen jazz, pero no se lo da a conocer, no tienen dónde tocar, no trascienden. Adrian Iaies, Ricardo Pellican, el grupo Escalandrum, ¿dónde los escuchás? En La Plata, pasa lo mismo con Pablo Ledesma, Sergio Poli, Pepe Angelillo”, remarca.
Plaza Moreno, 1960. Caía el rocío nocturno. Cuatro jóvenes, parados frente a la catedral, hablaban de música. No deliraban, como todos los de su generación, con Los Beatles. Se empapaban de standards, de swing, de improvisación, estilos, de orquestas y solistas. La seguían en la casa de Talero, en 47 y 13, escuchaban discos hasta la madrugada y de vez en cuando compraban algún equipo nuevo con púa. Entre los amigos estaban los músicos Jorge Curubeto, Pocho Lapouble y Alberto Favero, que integraban el Bop ClubLa Plata, participaban de la revista Jazz Magazine y morían por colarse en Buenos Aires donde había monstruos de la talla de Enrique “Mono” Villegas y Lalo Schiffrin. Talero tocaba la batería. Al poco tiempo, formaron el Grupo Contemporáneo de JazzLa Plata.
-Jorge, ¿te acordás cuando tocábamos en el Galeón?
-¿De qué hablás, Talero?
-Cuando hacíamos las Jam Session en el Galeón o en el bar Cristal.
-¿Yo toqué con vos?
-¿Me estás cargando, Jorge? ¿Cinco años seguidos al lado tuyo en el escenario y no me recordás?
La conversación, ocurrida hace unos años entre Jorge Curubeto y Talero, no fue una charla de locos. Estaban tantas horas en el clima de improvisación, como si estuvieran en un Night Club de Nueva York, que perdían la noción del tiempo. Talero se ríe, se ríe de lo que piensa: que con sus amigos inseparables no se miraban ni se registraban en el acto que más querían, cuando tocaban juntos. Está tentado. Agrega: “También me pasó con Alberto Favero. No podía creer que habíamos estado juntos en el Grupo Contemporáneo de Jazz. Se quedó con la boca abierta. Le tuve que mostrar unos afiches para convencerlo”.
El Talero baterista, sin embargo, duró poco. Se dio cuenta de que no le apasionaba tanto agarrar los palillos como hurgar en las bateas, investigar, descubrir los vinilos. Contar, transmitir una sensación después de escuchar un disco. No hay nada más que le interese en el mundo. Talero no se siente periodista, ni locutor, ni crítico. Es un poco de cada cosa. Lo que lo convence es imaginarse como un mozo ofreciendo un menú.
“En el Jazz tenemos para elegir. Podés ir por el camino de los improvisadores, con la jam session, donde no hay medida de tiempo. O por el de los arregladores, que hacen sonar orquestas con un color bárbaro, como Gil Evans. Seguir con las orquestas vibrantes como la de Maynard Ferguson. Y continuar con los solistas, con Sonny Rollins, Miles Davis, Oscar Peterson… Es tan larga la lista, cada época tiene sus solistas, sus arregladores, sus orquestas”, se deleita. No todo le parece importante. Los compositores, según lo piensa, no tienen mucho sentido porque los jazzistas hacen lo que quieren con la composición: un mismo tema puede tener veinte o cien versiones. Y tampoco le cierran las fusiones. Le gusta el jazz-flamenco, el jazz-rock y el jazz-afro, pero no el jazz-folklore. La batería, para él, queda forzada en ese género (“elijo mil veces a un Domingo Cura con el estilo revolucionario de su bombo”). Lo que nunca le llegó es el free-jazz de Ornette Coleman, un estilo que “transmite mucha libertad sonora pero poca fuerza emocional”.
Un sonido puede estar grabado con la mejor técnica y auspiciado por el sello más importante, “pero lo que más interesa es que ese sonido nos llegue. Si la música no nos llega, no hay emoción. De eso se trata. No me gustan los músicos que sólo escuchan sus propios instrumentos, que analizan y no sienten. Amo el jazz porque no hay un dos más dos es cuatro, hay un dos más dos igual a cinco. Escucho música afrocubana y vibro como en el jazz, me olvido la música que es. Hay que sentirla, meterte, dejarte afectar, te puede ayudar muchísimo a desarrollar tus sentimientos. La música es lo más sano que hay y está todo el tiempo en nosotros. Al cine o al teatro tenés que salir de tu casa, el libro no siempre lo podés leer, en cambio la música va con vos donde sea que estés”, expresa como un manifiesto.
«El jazz es como los plátanos; se consume en el mismo lugar, sobre el terreno», decía Jean Paul Sartre. Un terreno que, para Talero, es un departamento con música en los parlantes que luego se traslada a la radio una vez por semana y, por extensión, a miles de hogares. “Nunca pensé que el programa iba a trascender tanto, nunca lo quise usar como trampolín de nada. Quizás por eso me lo tomé livianamente, no en el sentido de la responsabilidad, sino en no hacer un archivo… Nunca hice publicidad ni difusión y perdí muchas cosas, mucho material”, se lamenta.
La máxima, el “standard” que se renueva con cada interpretación y Talero conserva como un clásico se hace oír con bronces, cuerdas y platillos: “Quiero hacer el próximo programa como el primero. Sigo enamorado. Lo siento como un oyente apasionado, no como un crítico especializado. Contagiar. Influenciarse. No creérsela jamás”.
Tres temas, tres discos
Talero nunca dice “éste fue el mejor”. Prefiere: “es el que por ahora más me gustó”. Un disco o un tema, según Talero, lo podés elegir por varias cosas: porque la orquesta o los solistas no sonaron nunca como en esa época, o porque, aunque no fueran los más virtuosos, lograron trasmitir una sensación diferente. Hay algunos, sin embargo, que son ineludibles:
Temas e intérpretes:
West end Blues (King Oliver, 1928), interpretado por Louis Armstrong
Brillo de luna (Will Hudson, Irving Mills y Eddie DeLange, 1934), por Benny Goodman
Cuerpo y Alma (Johnny B. Green, Robert B. Sour, Edward Heyman y Frank Eyton, 1930), interpretado por Coleman Hawkins
Discos:
Batalla real (1961), las orquestas de Count Basie y Duke Ellington, juntas
Kind of Blue (1959), Miles Davis
The real birth of Cu-Bop (1948), Dizzy Gillespie orchestra con Chano Pozo
Armstrong y San Martín
Hubo un tiempo en que Talero iba a los conciertos. Todos los fines de semana a Buenos Aires y tres veces por semana en La Plata. Hasta vio a Los Redonditos de Ricota (“tenían una fuerza que no era ruido”) y se conmovió con los recitales que dieron en el Club Atenas en sus primeros tiempos. Hoy sigue por televisión al Chaqueño Palavecino (“me pasa algo loco: no me gusta como cantante pero arma un espectáculo bárbaro, con mucha gente en el escenario”). En los escenarios porteños fue testigo de la visita de los grandes del jazz: Ella Fitzgerald, Oscar Peterson, Gerry Mulligan, Dizzy Gillespie. Un día se quedó paralizado. Corría 1957. “Se abrió el telón del Teatro Ópera y por un costado apareció un negro, flaco, de sonrisa ancha y con una trompeta en la mano. Era Louis Armstrong. ¡Me tembló el cuerpo! Se me vinieron muchas imágenes a la cabeza. Recordé, por ejemplo, las veces que lo había visto en las revistas y los libros, las veces que junté monedita por monedita para comprar sus discos. Para mí, era un prócer, como ver a San Martín en vivo y en directo”.
Cerca del récord
Gabriel Saraví, el operador que todos los martes graba Tangentes en Jazz, asegura que el de Talero es el único programa de la radiofonía mundial que cumplió más de 50 años consecutivos en una misma radio. Hubo un intento por inscribirlo en el libro Guinness pero no se pudo lograr porque durante tres meses dejó de salir al aire por falta de pago.
1 commentsOn Talero Pellegrini: el swing en las venas
Excelente nota,Talero Pellegrini,un ejemplo de perseverancia para mi,estar 50 años en una radio y siempre con la misma pasión,ya no se ve eso.El programa es muy bueno y da gusto escuchar a quién tanto sabe,el jazz no es mi pasión,pero a veces me gusta escucharlo.Mi padre fué compañero suyo en el banco y de chico recuerdo haber estado en su casa alguna vez.Mis felicitaciones a Talero por su trayectoria y a quiénes realizaron esta entrevista.-