Este mes se cumplen seis años desde que Carlitos Cajade nos acompaña de otra manera, tan real como antes pero distinta. Él existe ahora en sus ideales, en la sonrisa de la Negri, en cada pibe y en nuestras luchas por hacer de este tiempo un tiempo pleno de dignidad.
Cuando Carlitos quería dejar claro qué significaba ser cristiano -o sea, plenamente humano- decía que la palabra más importante del cristianismo no era Dios sino hermano. “De Dios hablan todos −planteaba−. Hasta Menem, que nos bendice todo el tiempo y sigue tomando medidas que dejan cada día a más pibes en la calle. Pero decir ‘hermano’ es distinto, porque te compromete a querer para el otro lo mismo que querés para vos y a luchar para que todos tengamos una vida digna, con trabajo, posibilidades y futuro”.
Esa reflexión encierra su sueño, que fue también el de Jesús, el del Che, el de Evita. El de todos los que trabajamos en la Obra y el de tantos compañeros que buscan construir cada día una sociedad más justa, fraterna e igualitaria, crean o no en un dios.
El Día del Maestro estuve con los amigos y compañeros del colectivo Garabatos de la Aceitera, que nació hace diez años en el barrio La Aceitera, de la localidad de Arana. Surgieron a la luz del testimonio del cura -que por mucho tiempo fue allí a celebrar la misa los domingos- y de su búsqueda por construir un país más humano.
La primera propuesta de los Garabatos fue una murga. Así iniciaron un camino colectivo que los llevó a fundirse con la comunidad. A acompañarla. A compartir sus tristezas, angustias, alegrías y esperanzas. A generar espacios creativos, como ése del que floreció el libro Leyendas para no dormir, escrito por chicos y chicas del barrio. Y a apoyar luchas locales como el reclamo por el agua potable o una toma de tierras que hoy sostienen 22 familias; muchas de ellas, de quinteros que ganan $700 por mes.
Ya se oyen protestas sobre esto último. Voces que tildan a los vecinos de “vagos” y los mandan “a trabajar”, a “hacer como nosotros, que tenemos lo que tenemos porque es fruto de nuestro trabajo”. Argumentos de una sociedad individualista, que sigue pensando un país para unos pocos.
Recuerdo lo que decía San Basilio, uno de los padres de la Iglesia, en el siglo IV: “Pues así son los ricos: por haberse apoderado primero de lo que es de todos, se lo apropian a título de primer ocupante. Si cada uno tomara lo que cubre su necesidad y se limitara a dejar lo demás para quienes lo necesiten, nadie sería rico, pero nadie sería tampoco pobre”.
San Basilio agregaba: “Si llamamos ladrón a aquel que desnuda a un vestido, ¿vamos a llamar de otra manera al que no viste a un desnudo pudiéndolo hacer? El pan que tú retienes es del hambriento. Los vestidos que guardas en tus arcas son del desnudo. El calzado que se pudre en tu casa es del que va descalzo”.
Y recuerdo también a Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio: “No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario” (PP 23).
Construir una sociedad de hermanos, el Reino de Dios que fue la utopía de Jesús de Nazaret, implica no sólo comprometerse con los más pobres sino también ser capaz de enfrentarse a quienes, desde distintos poderes −político, religioso, económico−, buscan seguir acumulando.
En La Aceitera fui testigo de una construcción comunitaria, con los pobres y desde los pobres, donde todo se comparte. Donde se busca, como dicen los Hechos de los Apóstoles, que “nadie pase necesidad”. Eso me recordó la construcción de Jesús y los sueños de Carlitos. Me dio mucha esperanza y alegría. Porque su lucha continúa seis años después.
Antonio “Tony” Fenoy