Hoy retomamos el contacto con nuestros lectores en un contexto especial, porque empieza el año en que La Pulseada celebrará su primera década de vida (muy pronto, en abril) y sacará su edición número 100 (en junio).
Para nosotros es un auténtico motivo de felicidad y orgullo haber sostenido —y seguir haciéndolo— este quimérico proyecto periodístico y social que Carlitos Cajade imaginó durante mucho tiempo. ¡Ojalá en esta década hayamos permanecido fieles al objetivo de contribuir desde estas páginas al debate necesario para construir un país más justo y con infancia!
La idea es festejar durante todo el año con actividades diversas que iremos difundiendo en nuestras sucesivas ediciones, en nuestra página web y en La Pulseada Radio. Aunque la primera de estas iniciativas, destinada a chicos y adolescentes, ya podemos anticiparla: el concurso de relatos La Pulseada-10 años, cuyas Bases se publican en este número.
El mes que viene, en tanto, estrenaremos diseño: renovaremos la estética de estas páginas, para seguir intentando llegar mejor a nuestros lectores, para acompañar este salto de etapa y este mirar hacia delante. Por otro lado, por el incremento de los costos y para poder aumentar los ingresos de nuestros vendedores, también a partir de abril, La Pulseada pasará a venderse a $10.
Para finalizar, algunas reflexiones sobre las dos notas principales de esta edición, una ligada a los 30 años de la guerra de Malvinas y otra sobre la resistencia al proyecto de megaminería que quiere imponerse en Famatina, La Rioja; un conflicto no tan nuevo pero renovado, que fractura familias y ciudades, desnuda discursos contradictorios y zarandea a toda América Latina. Al cierre de este número, se vivía un clima de gran tensión por este conflicto en la catamarqueña Andalgalá, después de un verano en el que estalló una ristra de conflictos similares, a menor escala, en ciudades cordilleranas de tres provincias.
Como bien señaló uno de los ex combatientes que realizaron la emotiva visita al Hogar del Padre Cajade de la que habla esta revista, el conflicto de Malvinas está atravesado por las contradicciones. Remite a una causa más que justa perseguida del peor modo por los ejecutores menos dignos. Quienes en 1982 se proclamaron adalides de la “soberanía” mediante la “gesta de Malvinas” estuvieron encabezados por el mismo dictador Leopoldo Galtieri que poco tiempo antes, a través del ministro de Economía Roberto Alemann, personero del capital foráneo concentrado, había anunciado la privatización de todo nuestro subsuelo, incluida la enajenación del petróleo que se consumaría en la infame década menemista. Ridícula concepción de la soberanía de nuestros militares de entonces: plantar en un territorio una bandera propia para regalar después sus riquezas a los de afuera. Tampoco le habían prestado nunca la debida atención a lo que decía el cura Leonardo Castellani: “Nadie puede amar a la Patria, que es una abstracción, si no ama a sus compatriotas concretos de carne y hueso”. La mortífera alianza de autoritarismo político y liberalismo económico que significó la última dictadura sólo podía implicar un concepto vacío de soberanía unido a la realidad de un pueblo hambreado.
Seguramente hace bien el gobierno nacional actual en retomar con firmeza el reclamo por Malvinas. Pero no debería perder de vista que en la defensa de nuestros recursos naturales —incluido uno tan vital como el agua— y de nuestro medio ambiente, amenazados por aspectos ecológicos y económicos del modelo de extracción que hoy se conoce como megaminería, también se pone decisivamente en juego nuestra soberanía.