Sin tiempo para jugar

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«Me voy a la hora que dice la dueña»

Una socióloga mexicana y una dibujante argentina son las coautoras de un libro excepcional, que reúne las historias de vida de chicos y chicas obligados a trabajar para sobrevivir. La Pulseada comparte cinco de esos testimonios con sus ilustraciones.

Por Carlos Gassmann
Imágenes: Mariana Chiesa

El director de la colección Últimas lecturas de la editorial española Media Vaca, el valenciano Vicente Ferrer, descubrió en México un libro, escrito en 1992 por la socióloga Sandra Arenal, que reunía 50 entrevistas a pibes de Monterrey sometidos a la explotación laboral. Cautivado, le propuso a la artista plástica platense Mariana Chiesa, quien por entonces residía en Barcelona, que se encargara de las imágenes para una edición europea.

Mariana cuenta que lo más difícil fue encontrar el tono adecuado para la realización de los retratos. Sandra le había dado voz a estos niños y ahora a ella le tocaba ponerle rostros. Decidió que era necesario conocer Monterrey, la ciudad donde la escritora había recogido los testimonios. Mariana llegó a la casa de Sandra el día en que se cumplían tres años de su muerte, convivió con su familia y conoció a criaturas semejantes a las que contaban sus vidas en aquel texto conmovedor.

La nueva versión ilustrada de No hay tiempo para jugar: relatos de niños trabajadores -que contiene 26 xilografías realizadas por Chiesa- se publicó en España (2004), en Italia (2007) y en México por parte de la Secretaría de Educación Pública (SEP). El trabajo recibió reconocimientos tales como la distinción White Raven, concedida en 2005 por la Biblioteca de Munich, por considerarlo uno de los mejores libros para niños de ese año.

En el texto, Abraham Hidalgo afirma que “aunque no se dispone de estadísticas fiables se calcula que en todo el mundo (según la Organización Internacional del Trabajo) son más de 250 millones los niños que trabajan. Es decir, uno de cada seis niños en el mundo. Según otras fuentes, el número se eleva por encima de los 400 millones. Para muchos no se debería hablar de trabajo infantil, sino de explotación, e incluso de esclavitud, ya que los menores están sometidos a incontables abusos. En el mejor de los casos no suelen cumplirse unas condiciones dignas que les permitan continuar sus estudios o dedicarse a actividades de ocio propias de su edad. Es frecuente el trabajo a tiempo completo, con baja o nula remuneración, y en tareas que pueden entrañar riesgos para su salud o que suponen un serio peligro para sus vidas”.

Sandra Arenal señala en la recapitulación final que “al recorrer las calles de la gran ciudad, adonde quiera que uno vaya y por cualquier lado que mire, nos encontramos con niños vendiendo cosas, limpiando vidrios, empacando la mercancía en los supermercados, cargando los bultos a los adultos. Ésos son los que vemos. ¡Quién sabe cuántos no podemos mirar, pero que al igual que éstos, como hormiguitas, trabajan gran parte del día!”.

La socióloga mexicana agrega: “Niños, muchos niños, nuestro país es un país de infantes: más del 50 por ciento de la población la constituyen menores de 15 años, y por eso donde quiera nos los encontramos. ¿Pero son niños?, ¿viven su infancia? ¿Juegan, comen y duermen como es debido, o son ‘adultos en miniatura’ cargando con responsabilidades que ellos no contrajeron?: dar alimento a los hermanos, pagarse su propia comida, comprar zapatos y ropa para no andar desnudos, ayudar a la madre abandonada o soltera cabeza de familia, apoyar al padre despedido o subempleado; en fin, subsistir, y sólo en el mejor de los casos, pagarse sus estudios. ¿Para eso traemos niños al mundo? ¿No es una paradoja que ahora cuando el hombre conoce la forma de controlar la natalidad sea cuando más lleno está el mundo de niños en la miseria? Cuando las estadísticas nos informan que cada seis segundos muere un niño en el mundo y muchos otros quedarán lisiados o crecerán malformados por el hambre, la insalubridad y la miseria, repetimos: ¿No es esto una paradoja, cuando el hombre ha desarrollado tanto la ciencia como la tecnología? ¿Qué está pasando? Mientras lo permitamos todos somos cómplices”.

 

“Me friega mucho porque tengo que correr para llegar a la escuela”.

Yo soy “mosca”

Tengo trece años y soy “mosca”; ando en un camión de basura, toco la campana y ayudo a vaciar los botes (tachos). Somos tres o cuatro en cada camión, dependiendo de la ruta, pero sólo uno es chaval (chico). Yo creo que nos dicen moscas porque andamos encima del camión y nos paramos en la basura. No nos pagan sueldos ni nos dan nada, sólo lo que salga de las propinas. También se saca algo de cartón y otras cosas que separan los que van arriba, pero de eso a mí no me toca nada. Casi siempre sacamos entre ocho y quince mil por persona.

Soy chavalillo, pero me dejan jalar (trabajar) porque mi papá siempre anduvo en la pepena (búsqueda de cosas útiles en los basurales). Lo mismo mis hermanos mayores. Cuando quitaron los tiraderos (basurales a cielo abierto), a mi papá le iban a dar cinco millones. Era de los más viejos, tenía 30 años jalando en esto, pero no se los dieron. También les prometieron becas para nosotros y los hijos y tampoco dieron nada. Los únicos que se pusieron listos (mejoraron) son mis dos hermanos mayores, y a uno se lo llevaron a Omato -arregla los parques- y el otro se quedó de chofer de limpia (recolección de desperdicios); y gracias a eso yo también puedo jalar, si no no andaría de mosca. Me friega (fastidia) mucho porque tengo que correr para llegar a la escuela. Falto mucho porque no alcanzo; ya mejor no voy a ir.

Empezamos a las siete de la mañana en que sale el camión. La vuelta es larga: a las 12.30 pasaditas hacemos un alto para lonchar (almorzar) y contar el dinero. Eso dura hasta la una y media, casi las dos, y yo ya no alcancé a llegar a la escuela porque estamos lejos. De allí el camión se va a la planta y nosotros cada quien para su cantón (barrio). Si me voy antes, como lo estaba haciendo el año pasado para poder llegar a la escuela, sólo me daban cinco mil al día, y a veces menos, por eso ahora mejor trabajo toda la jornada y saco mi dinero completo (Indalecio, 13 años, trabaja en un camión de basura).

«Es pesado trabajar, pero me gusta»

Ojalá regrese papá

Me llamo Josefina y tengo 13 años. Desde hace seis meses trabajo con la señora que estoy. Antes estuve en otras casas, pero duraba poco, dos o tres meses. Con esta señora sí me hallo. Trabajo en Las Cumbres, así que para irme tomo dos camiones (ómnibus): me voy el domingo en la tarde y me vengo el sábado al mediodía. Allí me quedo a dormir, eso me gusta. Me pagan ochenta a la semana, la señora es muy buena. Me levanto a las seis y media y hago el desayuno; le ayudo a vestir a los niños, que se van a la escuela. Luego que todos se van –porque ella también trabaja– tiendo las camas, barro, trapeo, lavo los trastes, pongo la lavadora y le preparo una sopa. Cuando la señora regresa, hace la comida. Luego llegan los niños y el señor. Al terminar la comida, lavo de nuevo los trastes y alzo la cocina. La tarde es más tranquila. Los martes y jueves plancho y los otros días voy con ella y los niños al parque o al supermercado. A veces sale la señora con sus amigas y entonces yo cuido a los niños mientras hacen la tarea. Ella siempre regresa para la cena; yo le ayudo a prepararla y luego de nuevo lavo los trastes y recojo la cocina antes de irme a acostar. En las tardes, cuando no plancho, veo televisión con los niños o los miro jugar Nintendo. ¡Es muy divertido! Después de la cena me tengo que acostar porque hay que levantarse temprano al día siguiente. Me gusta el trabajo; también me gustaba la escuela, pero desde que se fue papá ya no pude seguir. ¡Ojalá regrese! Cuando llego a la casa, el sábado al mediodía, también le ayudo a mamá, porque casi siempre hay mucha ropa atrasada. Es que ella también trabaja en una casa, sólo que ella es de entrada y salida, pero no le alcanza el tiempo para todo, así que cuando llego lavo. El domingo sí descanso. Me levanto tarde, como a las ocho o nueve y vamos a misa. En la tarde temprano arreglo mis cosas para irme al trabajo antes de que anochezca. Es pesado trabajar, pero me gusta. El dinero se lo doy a mamá, porque soy la mayor –tengo cuatro hermanos– y sólo ella y yo trabajamos, así que apenas nos alcanza (Josefina, 13 años, trabajo doméstico).

«De ver a otros se me ocurrió hacer lo mismo»

Las indias no respetan

Limpio vidrios desde hace cuatro años y es que de ver a otros se me ocurrió hacer lo mismo. Le dije un día a mis carnales (primos) y juntamos unos trapos y nos pusimos en esta esquina. Primero lo hacíamos con trapos y un bote de agua; ahora ya no: compramos unos limpiavidrios y traemos una tina y una franela. Así quedan mejor. La gente da de todo: unos cien, otros quinientos, y hay quien nos da mil. Juntamos diez o doce mil en la tarde, que es cuando venimos. Mis carnales tienen uno 9, el otro 10 y yo 13 años. Nos la pasamos toda la tarde aquí, este es nuestro crucero (cruce de calles). Nadie más viene aquí, eso ya está claro y nos lo respetan. Las que no respetan nada son las indias, que no vienen siempre pero que de repente se aparecen todas las tardes. Ésas nos quitan mucha clientela. La gente mejor les da a ellas que a nosotros, pero nos tenemos que aguantar, pues ni modo que las golpiemos: ¡son viejas! Los días de pago no hay problema. Ese día la gente nos da a todos y bastante: hasta veinte alcanzamos a juntar, en veces treinta. Lo que estamos haciendo es venirnos más temprano. De la escuela se viene uno de nosotros y empieza; al rato vienen los otros dos y le traen el lonche (almuerzo) al que se adelantó, que casi siempre soy yo por ser el más grande. También para sacar más nos quedamos hasta las ocho de la noche; mamá ya no quiere más tarde porque nos pueden asaltar. Hace poco, atrás de una barda que hay tras Más Palomas, que está a la entrada de nuestra colonia, se escondieron unos chavos (muchachos) grandes y robaron a dos como nosotros más chicos. Los golpearon y les quitaron lo que llevaban. Por eso ahora mamá baja hasta la avenida por nosotros a las ocho. Además hay que levantarse temprano para ir a la escuela (Luis, 13 años, limpiavidrios).

No juego porque no tengo tiempo

Soy Encarnación, trabajo en una oficina, tengo 12 años. Llego, hago el aseo y me pongo a hacer mandados. A veces voy a pagar recibos de luz, agua, teléfono, de todo. También voy al banco. Entro a las nueve y salgo en la tarde, pero no tengo hora. Me voy a la hora que dice la dueña. Al mediodía voy a comer a la casa en que trabaja mi mamá, que está lejos, pero es la casa de la dueña de la oficina. Al llegar, siempre, mientras está la comida, me ponen a barrer la terraza y la calle, a regar el jardín y a lavar los coches; y ya después que comieron todos, me llama mi mamá y comemos juntos ella y yo. Me pagan –bueno, se los da la señora a mi mamá– sesenta a la semana. Antes de jalar (trabajar) allí me la pasaba viendo televisión, hasta que mi mamá dijo un día: “Para que no estés de oquis (sin hacer nada) vas a trabajar con mi patrona”. Así fue que me ocupé, yo no trabajaba. Ahora sólo el domingo veo tele, porque los sábados acompaño a la jefa al mandado y llegamos ya tarde a la casa. Yo sí tengo certificado de primaria, así que sólo espero crecer un poco para irme a una fábrica; allí no los quieren chaparros (chicos). No juego a la pelota ni a nada, porque no tengo tiempo (Chon, 12 años, mandadero).

«No nos da miedo porque siempre andamos juntas»

Siempre andamos juntas

Siempre andamos juntas. Ella se llama Micaela y yo Seferina. Vendemos chicles todas las noches aquí y en aquella otra esquina; siempre andamos juntas. Estamos hasta las doce o la una. Ella tiene cinco años y yo siete. Aquí nos deja mi tío y aquí nos recoge. Mi mamá está más abajo: ella vende pepitas y dulces; y mi tío en la Macroplaza tiene un puesto de elotes (mazorcas de maíz cocido). Venimos de noche porque dice mi tío que la gente es cuando pasea, y también porque hace menos calor. No nos da miedo porque siempre andamos juntas y hay mucha luz. Aquí a un ladito de la salida del Vips nos estamos, porque a los policías de allí no les gusta que nos metamos ni que nos paremos en la puerta. Por eso estamos aquí a un ladito (Seferina, 7 años, vendedora de chicles en el centro de la ciudad).


 

 

 

 

Sandra Arenal

Hija de una pintora y un militante comunista y sobrina política del muralista David Siqueiros, Sandra Arenal nació en México D.F. en 1936. Pasó parte de su infancia en la ex URSS, con las privaciones de la guerra y la amenaza de la invasión nazi. Trasladó su marcada conciencia social y su gran compromiso político a Monterrey.

Su amor por los niños la llevó a fundar jardines de infantes y trabajar como maestra o directora de escuelas de barrios humildes. Como socióloga, recuperó una escritura de corte testimonial que le diera voz a los marginados. Se destacan sus libros Sangre joven: las maquiladoras por dentro (1986), En Monterrey no sólo hay ricos (1988), Gilberto: la huella del huracán (1989), No hay tiempo para jugar (1992), La infancia negada (1997) y Mujeres de Tierra y Libertad (1999). Fundó el Comité Pro Defensa de los Derechos del Menor y coordinó el colectivo Mujeres en Acción.

Murió el 19 de marzo de 2000. En 2003 el Congreso de Nuevo León le otorgó un reconocimiento “in memoriam” por su trayectoria en defensa de los más débiles.


Mariana Chiesa

Nacida en La Plata en 1967, Mariana Chiesa egresó de la Facultad de Bellas Artes de la UNLP y completó su formación, entre otros, con el célebre dibujante Alberto Breccia. Es grabadora, pintora e historietista.

Colaboró en publicaciones de diversos países tales como Lápiz japonés, El ojo clínico, Sins entido, L’Association y Media Vaca. Ofreció talleres de grabado y participó con sus obras de numerosas exposiciones.

Entre 1997 y 2008 vivió en Barcelona y luego se trasladó a las cercanías de Bolonia. Su convicción de que el arte debe abordar los problemas sociales la condujo a trabajar en libros como No hay tiempo para jugar (2004, 2007) y Migrando (2010).

Acaba de presentar en el Museo de Arte y Memoria (9 entre 51 y 53), perteneciente a la Comisión Provincial por la Memoria, una elogiada muestra llamada Infancia y otras fronteras.

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