El fotorreportero cubano Kaloian Santos Cabrera presenta en La Pulseada web su visión sobre el temporal platense. Con 32 años, graduado de la Universidad de La Habana, ex periodista del periódico Juventud Rebelde y colaborador de Cubadenate, Kaloian vivió muchos huracanes en Cuba. Esta vez le tocó vivir el hecho más trágico de la historia de La Plata y comparte sus impresiones con un texto personal y la mirada de sus fotos.
Por Kaloian Santos Cabrera
[print_gllr id=4771 display=short]
Algunos de mis amigos argentinos, ante el desastre provocado por la lluvia, me comentaron que, ante semejantes catástrofes naturales, los cubanos podríamos estar curados de espanto pues casi todos los años tenemos que lidiar con huracanes.
Es cierto que en un país como Cuba, gracias a su sistema social, el Sistema de la Defensa Civil Nacional, con más de cincuenta años de historia, se propone prevenir a tiempo cualquier riesgo para evitar males mayores. Y, para ello, no escatima el estado en invertir esfuerzos y recursos.
Mas esto no quiere decir que sea posible acostumbrarse a tragedias causadas, por ejemplo, por un fenómeno como el huracán Sandy, el más mortífero de la temporada ciclónica 2012. Ese temporal que entró a la Isla entre el 24 y el 25 de octubre, con olas de hasta diez metros de altura, penetraciones del mar de más de 35 metros tierra adentro; registró vientos máximos sostenidos de 175 kilómetros por hora que arrasaron con viviendas, derribaron árboles, postes eléctricos y telefónicos. Sandy causó, solo en Cuba, una decena de muertes y pérdidas económicas por cientos de millones de dólares.
¿Qué hacer entonces ante este infierno que ahora mismo viven tantas argentinas y argentinos?
La respuesta la encontré entre los habitantes de Las Quintas (Calle 140 e/ 525 y 526 ), uno de los barrios más afectados de La Plata, donde vive una comunidad de la etnia Qom que, ninguneados al fin, no salieron ni por asomo en los canales de TV. Son familias humildes, ensimismadas en la pobreza, que perdieron la mayoría de sus pocas pertenencias y, en casos extremos, hasta sus casuchas de madera fueron derribadas por el desborde de un insalubre arroyo adyacente.
El martes en la noche, en medio del temporal, estas familias se organizaron para autoevacuarse. Gracias a ello no hubo que lamentar ninguna víctima fatal, pese a quedar atrapados durante horas con un metro y medio de agua en las viviendas más próximas al arroyo.
Ante la llegada de las únicas donaciones, provenientes de la comunidad universitaria que todas las semanas desarrolla talleres artísticos y educativos en esa zona, los vecinos, sin ningún puntero ni agrupación política mediante, se reunieron cerca del salón comunitario. Espontáneamente y casi de forma asamblearia, repartieron las asistencia material. Las mujeres, y sobre todo las madres más experimentadas, señalaban las necesidades más urgentes y condujeron la repartición.
Lo reconfortante ante esta catástrofe es constatar que, desde el primer instante, el pueblo argentino salió a demostrar que la solidaridad no tiene banderas, clases sociales o partidos políticos.
[print_gllr id=4771]