Seis mujeres y el ombligo del origen

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Las historias reales de madres que, por decisión propia o imposición otros, se separaron de sus hijos, son a la vez las de seis hijas con baches sobre su propio origen. Una película cruda que explora sin prejuicios la maternidad como mandato femenino, la apropiación de niños como cultura, las decisiones sobre el cuerpo y la identidad como vértebra.

Por Josefina López Mac Kenzie

El reencuentro de María Elena con dos de sus tres hijos (Foto: María Celia Battista)

A la intemperie, en Plaza Constitución, María Elena puso un mantel, miró el cielo y se preparó. Era enero y se venían una tormenta y un milagro: se iba a reencontrar con tres de los hijos que el Estado le había arrancado años antes, engañada, por su “hogar desorganizado”: estaba en la lona y una vecina la denunció por abandono. Ahora estaba frente a la estación de trenes con sus compañeros de cartoneo, que con una vaquita para Coca Cola y pan dulce daban el mejor marco al encuentro más soñado. Ésta fue una de las experiencias más azarosas y conmovedoras que recuerdan Alejandro Incháurregui, María Celia Battista y María José Eyheraguibel, por entonces integrantes del grupo de Búsqueda de Identidad de Origen de la Dirección de Registro de Personas Desaparecidas del Ministerio de Seguridad bonaerense.

Para La Pulseada , Celia y María José resumen que en esa situación confluyeron la pregunta de esos tres hijos, que estaban en Mar del Plata, por su madre; y la búsqueda paralela de una hermana de María Elena que vivía en Santa Fe. La estaban rastreando, con una foto y el dato de que estaba por el asentamiento Rodrigo Bueno. Un día, Celia lee una nota sobre un conflicto por el avance de un proyecto inmobiliario en esa villa, y ahí estaban, en la revista, la foto y el nombre. La encontraron viviendo al costado de la autopista y muy poco después se concretó el abrazo.

En el documental Mujeres invisibles María Elena rebobina la previa. Su historia como niña, desde que su madre le pide perdón por dejarla en un hogar, hasta su vida adulta de madre, en la crudeza de la calle, mangueando y cuidando coches para sobrevivir. “Yo ahora quisiera verla. Saber quién es dice a cámara en su vivienda, donde está el carrito del súper con el que cirujea, hay chupetes y bebotes de goma . No sé si tengo hermanos o primos”.

Cinco mujeres más, de distintas edades y lugares geográficos y sociales, cuentan en esta película por qué fueron madres en distintas épocas, por qué no pudieron o no quisieron maternar a sus hijos, qué les pasó y les pasa después, y cuáles son los baches de identidad que ellas también llevan a cuestas.

Una de ellas, violada por un familiar, fue madre cuando todavía iba a la primaria; con éste y los hijos que siguieron, fue tomando distintas decisiones, según deseos, dolores, y condiciones económicas y afectivas. Algunos chicos fueron entregados informalmente a una familia interesada, con la mediación de Cáritas. Nunca quiso abortar, por falta de dinero y porque le parecía horrible.

Otra de las historias muestra a una joven que sigue buscando al bebé que le robaron en la cárcel. “Me volví loca”, dice. Muerta de amor, hoy se desespera porque él sepa que ella no lo regaló y que desea conocerlo (pero no todos quieren ese reencuentro), a la vez que se sigue muriendo por saber quién fue su propia mamá biológica.

Desde otro ángulo, una chica cuenta cómo vivió su embarazo no deseado casi con indiferencia y llegó al parto sola y sin problemas económicos, pero no se veía como madre. No se le cruzaba abortarlo pero tampoco criarlo ni contarlo. En silencio, se animó a dejarlo. “Si yo no lo hubiera vivido no sé si juzgarlo, pero no sé si tendría la posición que tengo”, dice dolida y aliviada. También se aborda el caso de una madre ahogada de problemas que no quería desprenderse de su hijo y lo deja en una institución. Localizada por el equipo de identidad de origen, reencauza el vínculo. “A un hijo lo tenés adentro”, dice hoy.

Finalmente, conocemos a una mujer que fue madre soltera a los 14 y llegó al parto con ilusión pero le robaron a su bebé; la dejaron amenazada y con los pechos llenos de leche e impotencia. Después de 44 años, su pesadilla fue uno de los testimonios del juicio contra Nilda Civale, partera condenada en 2012 por delitos relacionados con la apropiación y venta de chicos.

Abandonos, pérdidas y búsquedas circulares, que sólo a veces terminan en reencuentros. Tirando de esas historias, el antropólogo Incháurregui y la cineasta Clara Becerra complejizan las relaciones mujer-maternidad y el enigma de saber quién se es. De la película surge que en los casos de duda identidad de origen el 86% son chicos buscando a sus madres, y sólo el 14% madres buscando a sus hijos.

Problemáticas económicas, de salud y violencia machista se anudan en Mujeres invisibles junto a mandatos y estigmas sociales, hábitos, miedos, engaños y silencios. Pero también oportunidades, valentías y milagrosas libertades, que nos espejan ante la maternidad como una responsabilidad exclusiva de las madres, entre otras cosas.

En esta película sólo hablan mujeres. Y varias de ellas dicen la frase: “Yo salí sola”.

 

El documental

Mujeres invisibles (2015; 68 minutos. Dirección: Clara Becerra), surge de la investigación desarrollada por Alejandro Incháurregui, ex titular de la Dirección Provincial de Personas Desaparecidas del Ministerio de Seguridad bonaerense, en el marco del trabajo del equipo de Búsqueda de Identidad de Origen que coordinó en esa dependencia hasta el cambio de gobierno, en 2016. Se proyectó en junio en el Pasaje Dardo Rocha, en el espacio M: Cine por nosotras. Y se proyectará en Almagro (CABA) este 7 de julio a las 20, en calle Yatay 890, La Gloria Espacio Teatral.

 

 

 La identidad ayer, hoy y siempre

Única imagen de Silvia con el hijo que le robaron en la cárcel. Foto: Adriana Lestido, serie Seis Mujeres Presas (1991-93)

Alejandro Incháurregui, antropólogo, fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense y ex director del Registro de Personas Desaparecidas, le dice a La Pulseada: “Como sociedad, en nuestra historia, con demasiada frecuencia nos hemos apropiado de niños ajenos, y no siempre es mal visto; esto excluye al Instituto de la Adopción, cuyo objeto central es proveer una familia al niño que no la tiene. Pero se trata de tematizar una problemática que suele estar en un segundo plano respecto de las apropiaciones o adopciones de padres y madres desaparecidos a manos del Terrorismo de Estado, sin pretender minimizar la gravedad de esta problemática”.

“Ha trascendido recientemente agrega que el Banco Nacional de Datos Genéticos ha analizado 9.000 ciudadanos/as que buscan su identidad de origen. De ellos, 122 fueron identificados como apropiados o adoptados entre 1976 y 1983: son los hijos y las hijas de desaparecidos identificados. Ello implica que más de 8.800 ciudadanos/as cuyos padres no son víctimas del Terrorismo de Estado también buscan su identidad. Pero las búsquedas por fuera del periodo dictatorial no son apoyadas por el Estado”.

El conmovedor trabajo que el equipo de civiles y policías de Identidad de Origen emprendió desde una agencia estatal bonaerense está contado en el libro Tras la búsqueda. Historias en torno a la identidad de origen y los reencuentros (La Plata, 2009), que prologó Héctor Schmucler con un epígrafe de A. M. Holmes: “El collar químico del ADN que envuelve el cuello a veces como un hermoso adorno nuestro derecho de nacimiento, nuestra historia y otras veces como un nudo corredizo”.

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