Diego Duarte tenía quince cuando un camión de basura le vació su contenido encima. Fue en la Ceamse, donde miles de personas acuden a buscar comida u objetos de valor entre los desechos. Se cumplen diez años de su desaparición y del comienzo de una lucha que su familia no abandona.
Por Matías Ortega
La madrugada del 15 de marzo de 2004 a Diego lo sepultaron vivo bajo una montaña de basura. Había ido de noche a la Ceamse, el enorme relleno de José León Suárez, con la intención de encontrar algo para vender porque no quería que su hermano Federico fuera a la escuela sin zapatillas.
Cuando la policía lo vio, Diego se escondió debajo de un cartón. Señalado por los uniformados, una de las topadoras descargó todo su contenido sobre él. Hoy se cumplen diez años de esa noche; Diego continúa desaparecido. Y, amparados en la teoría de que sin cuerpo no hay delito, el maquinista y los policías que custodiaban el predio siguen impunes.
Su hermana Alicia logró convertir el dolor en acción. Mientras buscaba justicia se fue nutriendo de la militancia social con el único manual que le daba el conocimiento de la calle. Así fundó la Asociación Civil Diego Duarte que además de comedor y merendero brinda clases de apoyo escolar y talleres de fotografía, manualidades y guitarra en el barrio Costa Esperanza.
En su entrada, hay un mural con el rostro de Diego realizado por un artista plástico venezolano. Las imágenes en las paredes son recurrentes; se podría escribir una historia de la violencia policial recorriendo cada uno de los murales que pintan este lado de San Martín. Sobre la pared, también hay flores de colores hechas con botellas plásticas.
-Después de lo que pasó con Diego podría haberme quedado encerrada, llorando, sabiendo que la justicia no estaba de nuestro lado. Pero opté por cambiar esta realidad, sé que hay muchas dificultades en el barrio, pero a través de esto con los vecinos tratamos de resolver algunas cuestiones. Este barrio tiene 15 años de vida y todavía estamos sin presencia del Estado –cuenta Alicia en el centro cultural que lleva el nombre de su hermano.
Un pequeño salón está decorado con los dibujos hechos por los chicos. Contra un rincón un montón de libros se apilan en una estantería de chapa y cuelga una mención de honor que les otorgó el Concejo Deliberante de San Martín.
-Veo a mi hermano en cada uno de los pibes que vienen. Me encanta estar en el centro cultural porque juego un poco con mi imaginación y por cada abrazo que los pibes me dan, siento a mi hermano. Entonces me encanta estar con él un ratito. A los pibes también les gusta estar conmigo, será porque me siento a tomar con ellos la merienda, a charlar… para ellos es muy significativo compartir.
Desde la Asociación Civil imaginan todo el tiempo nuevas formas de dar a conocer la historia de Diego. El año pasado, luego de una venta de rifas y otros eventos para recaudar dinero, organizaron un retorno a sus orígenes en Formosa; un viaje al Pirané que lo vio nacer y crecer. Allí también iniciaron un intercambio cultural con la comunidad qom.
En cuanto al estado judicial del caso, el último avance se dio en 2009 cuando un vecino de Costa Esperanza encontró un cráneo al costado del Río Reconquista. Ese descubrimiento inesperado hizo que la causa que estaba archivada volviera a abrirse. El cotejo del ADN del cráneo -con una muestra de sangre del padre biológico de Diego- está en manos del Equipo Argentino de Antropología Forense, un grupo de científicos formado para investigar los casos de desaparecidos durante la última dictadura.
Ahora que se cumplen diez años de su desaparición, resuena más fuerte la frase de Paco Urondo pintada en la entrada del centro cultural Diego Duarte:
“Que brille el entendimiento, la justicia y la pasión.
Que lo pague quien lo hizo, también quien lo permitió”.