Los colectivos mostaza de la Línea Este llegaron al punto de partida antes de la hora señalada. Impecables. A las 18.15 salió del Taller de Teatro de la UNLP el primero, conducido por Claudio Moreno. A las 18.30 arrancó el segundo, al mando de Rubén Da Silva. Unas 45 personas partieron en las unidades prestadas. Y uno de los choferes tenía una historia bajo el brazo. A Rubén, que trabaja en la 307 (una de las líneas propiedad de la empresa Línea 7), le tocaba franco ese sábado. Podría haberse quedado descansando. Pero cuando vio en el pizarrón de la empresa que había una actividad “en lo de Cajade” no dudó en sumarse. Y no porque fueran unos pesos extra sino por lo que significan en su vida el barrio, el cura y la Obra.
En colectivo rumbo al Hogar, cruzamos la ciudad que oscurece y escuchamos la historia de nuestro guía. “Soy del barrio Aeropuerto, conocí al padre Cajade de chico, tomé la confirmación y la comunión con él, conozco el barrio y quiero a mi barrio”, se presenta Rubén, 30 años, sonriente, disfónico. Vive en 4 y 602, donde vivió siempre, y es un testigo privilegiado de los cambios que experimentó su barrio en tres décadas: “Cambió muchísimo. Antes tenía mucho barro, estaba muy aislado −describe−. Ahora tenés todo lo mismo que en el centro. No, no sabés lo que era esto antes… El padre ayudó mucho en todo esto”.
De la Obra, Rubén recuerda también a Romina y a Isabel, y evalúa que las Casitas de los Niños y de los Bebés ayudaron mucho al barrio. “Siempre paso por la puerta y veo a los padres que dejan a sus hijos y se van a laburar. Es una mano muy grande”, asegura.
Hincha de River y simpatizante del Lobo, Rubén se pasó la infancia jugando a la pelota con los chicos del Hogar. Lo pinta así: “Era un tipazo. Nos llevaba a catecismo de las orejas cuando teníamos como 11 años… y a esa edad lo único que querés es jugar al fútbol… Nos pasaba a buscar para que fuéramos a catecismo. Éramos como cien arriba de una camioneta que tenía él”. Además, hizo la escuela primaria en la Nº 23, de Villa Elvira, adonde van muchos de los chicos que viven en el Hogar. Cuando pasamos por la puerta del establecimiento, el guía lo señala con un juego de luces.
“Vos le pedías un favor y te lo hacía. Macanudo el padre. Nos compraba cosas. Nos regalaba ropa. Para muchos chicos era su papá. Yo jugaba para el equipo del Hogar. Y ahora mirá vos, me toca llevar gente al Hogar”, reflexiona mientras maneja.
Oportunidades
Cuando fue un poco más grande, Rubén montó una pizzería. Se llamaba La Esquina y estaba cerca de la actual pizzería El Maestro, camino al Hogar. El guía señala el lugar desde la ventanilla. “Me la bendijo Cajade a la pizzería”, cuenta, y agrega que Marcelo Blanco, coordinador de la Obra, siempre le compraba pizzas. “Y cuando nos sobraban facturas las llevábamos al Hogar”, agrega. Después Rubén se fue a otro laburo y finalmente entró a trabajar en la empresa de transporte, donde dice que está muy bien.
Hoy sigue jugando para el equipo del cura: por ejemplo, a veces invita chicos del barrio a comer a su casa, donde ahora vive con su compañera. No quiere que nadie sufra lo que sufrieron su mamá, su familia y él, que tienen un hermano detenido en la Unidad Penal 9. “Hay gente a la que nunca le pasó nada, que nunca le faltó nada, nunca sufrió, entonces piensa que cualquiera que es negro es delincuente”, plantea Rubén, con los ojos húmedos. El problema, dice, es la falta de oportunidades: “Vos sabés lo que es que un pibe no sepa lo que es sentarse a la mesa en familia a comer un guiso…”. Por ahora él no tiene hijos. Primero quiere resolver el tema de la vivienda y para eso es fundamental trabajar.
En otra de sus facetas solidarias, Rubén ayuda “a un amigo de Ensenada que está trabajando con pibes con adicciones”. “Estoy re contento”, dice con una sonrisa, y se dispone a colaborar “en cualquier cosa que haga falta”.
Con la ciudad casi anochecida, a las 19 estábamos todos en 643 entre 12 y 13, gracias a la amabilidad de Daniel Bernasconi y Fabián Orellano, de la empresa. Los choferes Claudio y Rubén tomaron mate mientras disfrutaban de “A los muchachos”, una historia en la que, como resumieron ellos, se mezclan un poco la realidad y los sueños.
Josefina López Mac Kenzie y Javier Sahade