A poco de presentar en La Plata su último libro, Rubén Dri habló con La Pulseada de su vida dedicada al cristianismo liberador, su pasado sacerdotal y su presente militante en una asamblea, la complicidad de la cúpula eclesiástica con la dictadura y la continuidad de una iglesia alejada del pueblo, la construcción de poder popular y la necesidad de transformarnos en partícipes del actual proceso de cambio. «Vivimos un momento que entraña un gran desafío», dice Dri.
Por María Soledad Iparraguirre
La trayectoria de vida de Rubén Dri es tan vasta como su obra. Nacido en los años ‘30 en Federación (Entre Ríos), se ordenó muy joven como sacerdote siguiendo un mandato familiar. “Mi madre me impulsó a ser cura desde chiquito”, recuerda Dri. “Soy hijo de una familia campesina pobre, sin medios económicos. Mi madre era profundamente religiosa, creo que estaba frustrada y que la religión fue su refugio”. Formado en la teología tradicional que hace hincapié en la salvación de las almas individuales, tempranamente comprendió que la práctica teológica no puede desentenderse de lo social. Por eso integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM). Perseguido por la dictadura militar, se exilió en México, donde ejerció la docencia y la investigación. Actualmente es profesor consulto en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como titular en la cátedra de Sociología de la Religión. Publicó, entre otros libros, Autoritarismo y Democracia en la Biblia y en la Iglesia (1996), Proceso a la Iglesia argentina (1997), La utopía de Jesús (2000) y El movimiento antiimperial de Jesús (2004). Como dice el adagio latino (“Habent sua fata libelli”), “los libros tienen su historia”. Teología y dominación no le escapa a esa regla. Publicado en 1987, cuando Dri regresó al país tras su forzado exilio mexicano, este texto referido a las responsabilidades de la jerarquía católica en las atrocidades cometidas durante la última dictadura llevó una vida de semiclandestinidad y sólo unos pocos llegaron a conocerlo. Veinticuatro años más tarde reaparece como La hegemonía de los cruzados y su historia renace.
-¿Qué lo llevó a reeditar su investigación publicada a fines de los ‘80?
-Hay aspectos que no han sido considerados por ninguno de los que han trabajado el tema de las relaciones entre iglesia y dictadura. Sobre todo la cuestión de la teología que legitimó a la dictadura militar. Yo no he encontrado ningún texto que se ocupe del asunto, a pesar de que es fundamental. Los obispos que legitimaron la dictadura militar tenían una determinada teología. Y esa teología se mantiene. Entonces, ¿por qué motivo eso no se va a repetir? ¿Por qué motivo la jerarquía eclesiástica argentina no reincidiría en el mismo comportamiento? Que se conserve el mismo tipo de teología puede llevar a que nuevamente eso se vuelva a producir. Por otra parte, creo que es una investigación bastante exhaustiva sobre los obispos que participaron y al mismo tiempo de cómo se fueron adecuando. Es decir, no fue la misma la participación que tuvieron los obispos en el ‘76 que la que les correspondió en el ’83. Hubo cambios y en mi investigación traté de ver precisamente cuáles fueron.
-Su análisis de la teología de dominación que legitimó el accionar militar plantea un desarrollo en diferentes etapas de las relaciones entre la cúpula eclesiástica y los jerarcas militares…
-Sí, se desarrollan distintas etapas que quedan evidenciadas a partir del análisis de los documentos que existen. Muchos de ellos son secretos, de uso interno de las Fuerzas Armadas. En esos documentos se puede leer cómo la cúpula clerical acompañó el camino de la transición, que comenzó en 1979, cuando obispos y militares consideraron que la “guerra sucia” había terminado y había que dar los pasos necesarios para un diálogo que debía conducir a la reconciliación y llegar al olvido y al perdón. Todo eso culmina en 1983, cuando proponen hacer borrón y cuenta nueva y plantean que “aquí no pasó nada”. Por otra parte, busco distinguir las dos iglesias: la iglesia de dominación y la iglesia popular. Intento realizar un análisis sociológico y también teológico de la existencia de esas dos iglesias. Una es una iglesia popular que no se institucionaliza ni busca la institucionalización: es una manera de vivir la iglesia. Y después está la iglesia institucional. La distinción entre esas dos iglesias es fundamental, porque cuando hablamos de una iglesia que tanto apoyó a la dictadura también tenemos que tener en cuenta que hubo otra iglesia que fue perseguida. Tan perseguida como lo fueron los demás militantes populares. Entre los treinta mil desaparecidos hay muchos curas, hay muchos militantes cristianos, hay dos obispos asesinados. Y me parece que eso también es muy importante no olvidarlo.
–Hay una apropiación del sentido del discurso teológico por parte de la jerarquía eclesiástica que permite la legitimación del accionar de la iglesia y la identificación del ser nacional con ese comportamiento…
-Eso yo lo continúo en el libro que escribí sobre el proceso de la iglesia argentina donde muestro cómo esta teología de dominación se transformó en una teología de identidad nacional. Una teología que dice que la nación tiene una identidad católica. Y si tiene una identidad católica, entonces el ser nacional es un ser católico. Por lo tanto, si ese ser nacional católico se considera perseguido, están justificados los intentos de sometimiento y de represión de los demás. Ocurre que la Biblia no es una construcción homogénea, no es un libro que escribió una determinada persona o simplemente un grupo, sino que se fue escribiendo en un lapso de más o menos once siglos. Hay distintos grupos que continuamente pugnan por la reinterpretación de los símbolos en función de sus proyectos. Porque hay proyectos proféticos, proyectos de liberación, como hay también proyectos de dominación, monárquicos y sacerdotales. Eso es lo que continúa reproduciéndose hoy en la iglesia.
-La iglesia católica históricamente se consideró como una comunidad perfecta que es depositaria de la verdad absoluta. ¿Considera que este mito de una jerarquía eclesiástica omnipotente está sufriendo un quiebre?
-Absolutamente. La sanción de la ley de matrimonio igualitario es la derrota más importante que ha tenido la jerarquía de la iglesia argentina como poder. Es una derrota que comienza a destruir en gran parte ese mito, porque naturalmente esto va a seguir. Pero lo ocurrido marca un quiebre muy importante. Es mucho lo que queda por recorrer porque nosotros tenemos que llegar a tener un Estado que sea realmente laico. Es decir, un Estado que sea para todos. Y eso no va a ser posible mientras haya una iglesia que piense que el país es católico y que por lo tanto debe someterse a los dictámenes de la jerarquía católica.
Subtítulo: El cristianismo liberador
Desde mediados de los años ‘60 y principios de los ‘70 el capitalismo mundial entró en crisis y comenzó a manifestarse la necesidad de implementación de lo que dos décadas más tarde se conocería como el “plan neoliberal”. En medio de una gran ebullición política y social, la teología hegemónica tradicional se vio cada vez más cuestionada por los sacerdotes que concebían al cristianismo como una doctrina que debía acompañar al pueblo y reivindicar las luchas populares emergentes. “En el encuentro entre sacerdotes, y entre sacerdotes y laicos –dice Dri-, empezamos a redescubrir las raíces liberadoras del cristianismo. En los ‘60 se produce una amplia movilización de la iglesia católica a nivel político y social y comprendemos que el socialismo comparte muchos valores con el evangelio, en clara oposición a un capitalismo feroz que dejaba fuera a vastos sectores populares”.
El compromiso político de muchos curas con los sectores más postergados de América Latina llevó a la conformación del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que realizó entre 1968 y 1976 un intenso trabajo pastoral entre los oprimidos.
-¿La Teología de la Liberación surge a partir de ese redescubrimiento de las raíces cristianas?
-La Teología de la Liberación nace de una práctica de liberación. De la práctica de liberación de los curas para el tercer mundo, de los laicos, de los obispos surgidos en Latinoamérica. Lo que hay que decir es que no es una creación desde cero. Porque se podría afirmar que desde el éxodo, 1200 años antes de Cristo, ya existía una determinada concepción de un Dios liberador. Fue entonces que surgió la Teología de la Liberación. Lo que nosotros hicimos fue recuperar las raíces liberadoras de esa concepción, lo cual incluyó un redescubrimiento del movimiento cristiano primitivo, que estaba enterrado. Nuestro compromiso central era con el pueblo oprimido. Los curas del tercer mundo nos debíamos al pueblo y debíamos trabajar para transformar a este tercer mundo en un mundo sin injusticias.
-¿Cómo se practica hoy la Teología de la Liberación?
-Naturalmente no puede ser hoy lo mismo que era en las décadas del ‘60 o del ’70. Porque la Teología de la Liberación no es un conjunto de principios o dogmas, sino una manera liberadora de interpretar la fe cristiana que debe repensarla continuamente en base a los nuevos problemas que van surgiendo. Por ejemplo, actualmente hay que repensar el papel de la mujer, la cuestión de los pueblos originarios, el asunto de la ecología, todos temas que no estaban presentes cuando nació la Teología de la Liberación. El diálogo con todas estas nuevas realidades constituye el actual desafío que enfrenta la Teología de la Liberación. Yo ejerzo lo que sería un cristianismo liberador, lo que sería una teología de la liberación, en una asamblea (Dri es miembro activo de la asamblea de Juan B. Justo y Corrientes, surgida en la Capital Federal tras el estallido social de 2001). Para mí la iglesia es la asamblea, porque la iglesia es, precisamente, la asamblea de los creyentes que practican esa fe liberadora. Estamos hablando de una iglesia popular que está en los barrios y está en la calle. Y que también puede estar, pero que no necesariamente está, en los templos.
-Mientras la iglesia como institución se mantiene al margen de cualquier proceso revolucionario, ¿por qué sostiene usted que “en América Latina no se podrá hacer ninguna revolución sin el cristianismo”?
-Decir que ninguna revolución se podrá hacer en Latinoamérica sin el cristianismo equivale a afirmar que como en nuestro continente el pueblo, las masas populares, tienen un gran condimento cristiano, el cristianismo va a estar presente en la revolución. ¡Dios nos libre de que no lo esté! En la medida en que los sectores populares lo sientan como símbolo fundamental, ahí va a estar el cristianismo. El problema es cómo va a estar presente el cristianismo en la revolución. Porque puede estar como fetiche, como dominador. Pero también puede participar como parte de la identidad de los sectores populares. Yo creo que en ese sentido sí va a estar presente. Esto ya lo han dicho el Che o Fidel Castro: “Si los cristianos de Latinoamérica realmente se dieran cuenta de lo que significa ser cristianos, seríamos una fuerza imparable”. Actualmente la institución iglesia se mantiene en un período de dominación, en un estadio sacerdotal que retrocedió hacia una estructura jerárquica de dominación, tras los avances que habían significado el papado de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II. La actual jerarquía sacerdotal está enmarcada en un proyecto de dominación, de control del poder, que entiende a los fieles como súbditos y no como sujetos de derecho. Por lo tanto nunca va a estar del lado del pueblo, de la masa revolucionaria.
El poder como servicio
-Nuestro país vive procesos de cambio que llevan a la discusión política, al debate, a la participación de muchos jóvenes. ¿Se puede hablar hoy de un sujeto más comprometido con la realidad social?
-Sí, absolutamente. Si hay algo que ha generado el primer gobierno de Néstor y que luego continuó el de Cristina, es esto. A partir de la fuerte lucha encarada por Néstor, a partir de tantas medidas que beneficiaron a los sectores populares (asignación universal por hijo, jubilaciones, recuperación del trabajo), se fortaleció la idea de que esto hay que defenderlo y se revitalizó la discusión y la participación política. Estamos viviendo una especie de primavera después de haber pasado por etapas que realmente han sido de terror. Ahora veo entusiasmo, veo esperanza y siento que se plantea un gran desafío. Es fundamental la construcción del poder popular. Ese poder desde abajo, que se construye en las asambleas, en múltiples grupos, en diferentes comisiones. Y que debe gestarse sin perder la visión política, sabiendo qué es lo que se está disputando en este momento y qué es lo que está en juego.
-¿Cómo se trabaja en la construcción de poder popular en un ámbito como el de una asamblea?
-Las asambleas son espacios intersubjetivos, espacios de construcción de poder. Ahora, ese poder debe ser entendido como servicio, no como dominación. Si no terminaremos reproduciendo las mismas relaciones de poder que queremos destruir. Esta discusión ya la tuvo Jesús de Nazareth cuando se enfrentó a las máximas autoridades del poder, tanto sacerdotal como imperial. Ante la expectativa del triunfo del reino de Dios, los discípulos le plantearon cómo se iba a repartir el poder; simbólicamente, quien se sentaría a la derecha y quién a la izquierda. Y entonces Jesús les dijo: ustedes se equivocan porque están trabajando con un concepto de poder que no pertenece al reino de Dios y tienen que entender al poder como servicio. En la asamblea construimos un movimiento colectivo desde abajo y peleamos contra la concepción diabólica del poder. Es una lucha heredera del “que se vayan todos” que implicó que nadie nos represente, que no queremos más a la clase política. Entonces el poder vuelve a nosotros, que reasumimos nuestra propia representación. Pero en esa representación necesitamos organizarnos. No se puede pretender construir un sujeto colectivo, revolucionario, liberador sin una organización. Hay una necesidad de organización, en el marco de una horizontalidad en la que todos somos sujetos y hacemos esto porque queremos hacerlo. Entonces, debe haber cierta organización y debe haber liderazgo, siempre controlado por todos, en la medida en que todos participamos. La organización supone siempre una materialidad. Las asambleas organizadas van logrando funcionar más eficazmente. Una asamblea puede transformarse en un partido político, claro. Pero no necesariamente tiene que hacerlo. Al contrario, tiene que haber muchas que no lo hagan porque así van a estar siempre en contacto con las necesidades reales. Esas son las que a partir de ahí van a aportar a la construcción política también críticamente. Pero lo van a hacer desde una construcción, no simplemente desde la crítica. Tener ideas brillantes sobre qué se debe hacer en el país es muy fácil. Pero nada de eso se puede llevar a cabo sin la construcción de un poder social, político, sin la fuerza para hacerlo.
-¿Cómo vislumbra el escenario político de las próximas elecciones nacionales?
-Esta no va a ser cualquier elección. Fundamentalmente se van a definir dos proyectos de país. Son dos proyectos de país que han atravesado toda nuestra historia. Un proyecto con epicentro en Capital, con su base en la pampa húmeda que mira hacia afuera, mira hacia Europa o hacia Estados Unidos, siempre dependiente del imperio. Es un proyecto de país de dominadores y dominados, que en este momento están expresando las grandes corporaciones. El otro es un proyecto inclusivo, que retoma el movimiento nacional-popular latinoamericano, expresado en este momento por el kirchnerismo. Aunque no solamente parte del kirchnerismo sino también muchos otros grupos confluyen en este proyecto. Esto significa de todas maneras que estemos en presencia de una construcción tal cual nosotros la hemos caracterizado. Porque esta es una construcción con muchísimas contradicciones, algunas repelentes. Pero que define el ámbito desde donde hoy es posible ir pensando y realizando otro país. Nosotros tenemos que comenzar a participar de este tipo de construcción colectiva. En mi caso, yo tengo la opción de participar desde una asamblea. Que si bien es apartidaria, no pertenece al partido kirchnerista, no pertenece al partido peronista ni a ningún tipo de partido, sí se define políticamente. Y lo hace desde su autonomía como asamblea. Pero esta no es la única manera de participar. Cada cual tiene que ver cómo y desde dónde lo hace. Las opciones son múltiples. Lo cierto es que este es un momento que implica un gran desafío, una opción fundamental que tenemos que hacer para no quedarnos en la mera reflexión y ser sujetos partícipes de una construcción colectiva de poder desde abajo.
El gran desafío
-Usted define a los procesos de cambio que hoy vive nuestro país como una verdadera “resurrección”.
-Sí, para mí es una verdadera resurrección después de la muerte. Una muerte que tuvo su punto de culminación en 2001. Claro que antes habíamos tenido la dictadura militar, una muerte terrorífica. Pero después vino la continuidad de la implementación del proyecto neoliberal en una década del ’90 que realmente nos destruyó. Eso fue una verdadera muerte. La década del ’90 significó la más fuerte derrota del movimiento popular que hemos tenido. Una derrota que ya habían venido preparando la dictadura militar, las leyes de impunidad y la hiperinflación. Tras la derrota del movimiento popular, aplastado por el neoliberalismo, sobrevino la necesidad de la reconstrucción. Y esto es lo que estamos viviendo. Es realmente una resurrección: el pueblo vuelve a ganar la calle, los sectores populares vuelven a discutir, quieren organizarse, vuelven a tener esperanza. Que otra vez se discuta políticamente y se participe constituye una verdadera revolución, una resurrección para mí. El festejo colectivo, masivo, del Bicentenario, con el pueblo celebrando en las calles, contento, es la demostración de una auténtica resurrección. Por supuesto que todavía hay muchísimo que corregir, muchísimo que criticar. Hay prácticas heredadas y figuras que resultan repelentes. Pero ése es el gran desafío que tenemos por delante. Y es muy lindo enfrentarse con estos desafíos. Yo me vuelvo a sentir joven.
1 commentsOn Rubén Dri: “Argentina está viviendo una verdadera resurrección”
Excelente señor Dri, magistral su interpretación del cristianismo y lo que debería ser. Lo que Jesús realmente vino a plantearnos y traernos con su Reino de Dios. Cosa que la inmensa mayoría engañada o por malas interpretaciones mal intencionadas han distorsionado para que NO veamos la cara real de Dios y lo que quiso y quiere para la Humanidad. Un humilde consejo: Nunca deje de escribir, de cuestionar, de profetizar, de replantear y de investigar. Si en algo puedo serle útil no dude, estoy para servirle. Desde Córdoba mi mejor abrazo. José Luis A. Battellino