El nuevo edificio del Teatro Argentino de La Plata se inauguró en 1999 con la promesa de acercar a vastos sectores a manifestaciones artísticas de mayor jerarquía; pero esa propuesta nunca pudo dialogar con el espacio urbano público. Ahora, la construcción de un cerco perimetral genera debate y reabre la tensión entre el fantasma del viejo teatro lírico que sucumbió en el incendio y el actual proyecto de “complejo artístico” inconcluso.
Texto Lucía Medina
Producción María Soledad Vampa y Francisco Martínez
“Para los inadaptados que se divierten queriendo arruinar lo que es de todos, vamos a emplazar un cerco perimetral que resguarde al Teatro Argentino de La Plata”, anunció el gobernador y actual candidato a presidente, Daniel Scioli, durante su mensaje a la Asamblea Legislativa en 2014. Y a mediados de julio de este año aparecieron los primeros vallados y los carteles de “obra en construcción”, en las veredas de las calles 9 y 10, entre 51 y 53.
En un comunicado oficial, emitido semanas después de comenzada la obra, la Fundación Teatro Argentino y el Instituto Cultural de la Provincia la anunciaron como “una protección perimetral que tendrá cuatro portones con accesos libres, uno en cada esquina del teatro, que permanecerán abiertos durante el día y se cerrarán por la noche, cuando finalice la jornada de trabajo”. Al parecer, el único recurso para cuidar el patrimonio de todos los vecinos de la Provincia de Buenos Aires es restringirlo. Una solución rápida y poco novedosa para resguardar las instalaciones de un edificio que es símbolo cultural de la ciudad.
La propuesta generó un fuerte rechazo, pero las rejas avanzan ignorando los pedidos formulados por diversas entidades, como el Colegio de Arquitectos de La Plata, el Concejo Deliberante, la organización de vecinos autoconvocados y movimientos culturales y artísticos. Se estima que en menos de cuatro meses, la obra que costará a la Provincia 5 millones y medio de pesos, ejecutada por la firma INSA S.A., estará lista.
Una reja mental
“El plus de este edificio siempre fue el espacio público, y el corazón de la obra, su plaza seca”, explica a La Pulseada Alberto Sbarra, uno de los seis arquitectos que planeó el proyecto de la obra que ahora está en el centro del debate público. El Teatro se pensó así para ser atravesado de lado a lado a través de su plaza interna; y esas instalaciones exteriores estuvieron ideadas para constituirse como una espacio de encuentro, abierto a la sociedad.
El arquitecto de la obra que se inició en 1980 sentencia: “Que se enreje el Teatro Argentino significa retroceder unos cuantos años en la concepción de lo que es el espacio público en la ciudad contemporánea”. Para Sbarra, docente, ex Decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNLP y antiguo Presidente del Colegio de Arquitectos de La Plata, si se cercena ese espacio con un cerco significa que las autoridades no comprenden cuál es la propuesta del edificio como totalidad.
“Es no entender las posibilidades del Teatro y las posibilidades culturales del lugar, en el sentido de la apropiación del espacio público urbano. Gestionar un edificio de esta naturaleza no es solamente encargarse de la programación operística, de la agenda cultural, de lo que hay adentro. Sino también de lo que hay afuera. De la plaza, de todo lo que es el espacio público. Es tan importante el espacio de afuera como el de adentro”, explica.
Mariela Cantú y Gabriela de la Cruz son artistas visuales, investigadoras y docentes de la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Las dos estuvieron atentas desde el inicio de la obra del enrejado. Cuando empezaron a aparecer los primeros comentarios en los medios, decidieron que tenían que hacer algo. A través de las redes sociales y en la calle, se encontraron con otras personas que tenían la misma inquietud. Así surgió el grupo autoconvocado “Un cuerpo por un barrote”, integrado por trabajadores de la cultura, artistas, activistas, vecinos y jóvenes, que realizan asambleas públicas en la esquina de 9 y 51 desde que empezó la obra, para lograr el cese de la medida.
“El puntapié inicial fue cuando empezaron a hormigonar la parte de calle 53 de 10 hacia 9 y cortaron la vereda. Eso fue un detonante para nosotros”, recuerda Gustavo Pérez, arquitecto, trabajador del Museo de Bellas Artes Emilio Pettoruti y miembro del colectivo. Este grupo intenta resolver el problema buscando un diálogo con las autoridades y la concientización del resto de la sociedad. Sus estrategias son tanto de corte cultural como simbólico -siempre pensando en desarrollarlas junto a la comunidad y sobre la manzana del Teatro Argentino-, como formales. Entienden que, en este caso, ambas estrategias son igualmente importantes.
En apenas una semana, lograron que su pedido en contra del enrejado subido a la plataforma Change.org sumara casi 1.500 firmas. “Era un modo de saber cuántos pensaban en las rejas como nosotros”, dicen. También organizaron los festivales “Teatrosinrejas”, que se realizaron en la esquina más visible del teatro -9 y 51- el 1 y 22 de agosto. Contaron con una radio abierta, intervenciones de varios colectivos como “Arte al Ataque” y “Hagamos lo imposible”, bandas, proyecciones, un recital de poesía y una gran asistencia y apoyo por parte de vecinos y gente joven.
“Lo que proponemos básicamente es que las decisiones para los espacios públicos sean consensuadas por varios puntos, no solamente por el Estado, porque no es el único regulador del espacio público. Están los usuarios, está la gente que participa, los que vivimos en la ciudad. Nosotros creemos que las decisiones sobre los espacios públicos tienen que ser abiertas a la comunidad, mucho más democráticas”, explica Gabriela de la Cruz.
Además, durante agosto presentaron dos notas dirigidas a Jorge Telerman (Presidente del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires) y a Sebastián Oberti (Administrador General del Teatro Argentino), pidiendo una audiencia para discutir una solución más viable y democrática. Hasta el cierre de esta edición de La Pulseada no les había llegado ninguna respuesta. “Ahora en lo que se está avanzando es en hacer una presentación nuevamente pidiendo un cese de la construcción, amparándonos ya en varias legislaciones provinciales y municipales. Leyes que nos avalan más allá del posicionamiento en contra de las rejas”, dice, por su parte, Facundo Suarez, periodista y miembro del grupo autoconvocado.
El Estado versus los jóvenes
Con sólo dar una vuelta por el Teatro se puede ver el estado en que se encuentra: pintadas, luminarias y vidrios rotos, un patrullero sin patente estacionado en la entrada de la plaza seca. Signos de la falta de mantenimiento por parte del Estado, el Teatro Argentino no deja de estar en la media de los edificios públicos de la ciudad.
Hace tres años que la plaza está cerrada por un blindex. Allí funcionan las oficinas de la Junta Electoral, una decisión que seccionó la idea principal del proyecto ganador de la obra del Teatro Argentino, que era crear una gran plaza dentro del corazón de la ciudad de las plazas (una cada 6 cuadras) para actividades culturales.
Otra realidad es que la obra del Teatro Argentino nunca se terminó por completo, sino que se llegó a un 70 por ciento. La terraza-mirador, a la que no hay acceso por no estar terminada, estaba pensada para ser usada como otro espacio público. Allí se podrían desplegar funciones de teatro, exposiciones, esculturas y hasta permitir vendedores ambulantes. Su incompletitud propició que el espacio quede olvidado.
“Es una hectárea que está prácticamente sin terminar. Faltan bares, cafetería, biblioteca, la sala de venta de recuerdos. Entonces todo eso hace que este lugar claramente se vea y se sienta como olvidado, y el que se puede apropiar se apropia como puede. Es lógico. Los chicos vienen, andan en skate, toman unos mates, vienen chicos en bicicleta, parejas, amigos. Es un lugar donde se hace lo que se puede”, resume el arquitecto Pérez.
En el comunicado oficial emitido el 24 de julio por el Teatro Argentino, las autoridades expresan: “A pesar de los esfuerzos permanentes por reforzar la seguridad, realizar tareas de limpieza, reemplazar luminarias y reuniones con skaters, grafiteros y tribus urbanas, no se ha podido revertir una práctica ya instalada en la ciudad de La Plata de mal uso, daño y destrucción del espacio público”.
A fines del siglo XX, el neoliberalismo trajo consigo un imaginario sobre lo que significaba ser joven. Rebeldes, subversivos, delincuentes y violentos, son algunos de los nombres con que la sociedad banalizó a los jóvenes según el momento histórico. Hoy son los jóvenes de la ciudad de La Plata los que se reúnen y encuentran en la explanada del Teatro un espacio de pertenencia, sociabilidad e identificación. Skatebording, patín, duelos de hip hop, graffittis, o mero ocio creativo. Aquellos que están por fuera de la cultura del grafitti, del skate o del rap, no reconocen a estas prácticas como expresiones artísticas, sino que las interpretan como una forma de vandalismo.
¿Cómo se podría gestionar la convivencia? ¿De qué maneras podemos encontrar nuevas formas de vivir juntos compartiendo el espacio?, son algunas de las preguntas que se plantean aquellos que ven como efecto negativo las actividades de los chicos.
La otra cara de la moneda es la realidad que viven quienes trabajan o estudian en el Teatro Argentino. Fuentes de la Escuela y Espacio de Arte y Oficios del Teatro Argentino (TAE) aseguran que es imposible que profesores y alumnos usen el patio de lo que fue planeado como centro cultural. Cualquier instalación u obra que pinten y dejen en ese espacio, aparece rota o arruinada al día siguiente. Tampoco se pueden realizar eventos porque más de una vez se han arrojado cosas desde arriba hacia el patio, poniendo en riesgo a alumnos y profesores. Lo mismo pasó con las mesas de hierro que se instalaron en el patio, hechas por alumnos del curso de herrería. Aunque algunas todavía estén, muchas fueron robadas.
Para Gabriela, el debate entre menores de edad versus autoridades estatales es algo complicado. ”En algún punto, desde el Estado, habría que enseñarles que esto es de todos, y que hay una manera de cuidarlo. Darles el ejemplo, desde una posición más paternal, si querés. Están echándole la culpa a 50 pibes que se juntan acá, de tener que invertir 5 millones de pesos en un enrejado. Es una locura”, considera.
Pensar soluciones más creativas
Al día de hoy no existe una agenda que incorpore lo arquitectónico a lo urbano. Para Sbarra, “todas estas cosas que a veces son espontáneas, hay que ayudarlas a que ocurran. En vez de correrlas del lugar. Porque esa también es la forma de apropiarse del lugar. Puede existir algún tipo de acto vandálico, pero es mínimo en comparación a las actividades que en la medida en que se puedan expresar libremente en la plaza del teatro no serían consideradas “vandálicas”. Lo que pasa es que también hay que gestionar el espacio público”.
Más que un edificio o un enrejado, el debate en torno al Teatro Argentino podría representar dos realidades: la de la antigua tradición académica de los espectáculos que se generan en su interior, versus esa otra cultura emergente caracterizada por prácticas artísticas como el graffiti, los deportes extremos y las manifestaciones que se dan alrededor de su manzana.
La obra del cerco perimetral que avanza sobre la manzana del Teatro Argentino es un eslabón más en la cadena de cercenamientos del espacio público que ya tomó a la Catedral, algunos ministerios, la propia Gobernación, predios de la UNLP y sectores del bosque como el Anfiteatro Martín Fierro. A esto se suma la falta de una política cultural activa por parte de la Municipalidad y la Provincia, que no deja que los vecinos se apropien y cuiden de estos espacios.
“Si uno no pone el “basta” en algún momento, van a seguir avanzando. Cuando nos demos cuenta, va a estar toda la ciudad enrejada como pasa en Capital”, opina Facundo Suárez.
Sbarra, por su parte, propone: “Me parece que hay que tener la paciencia suficiente para ir construyendo ciudadanía, y eso se construye con tiempo, cultura y educación. Cuanta más gente se incorpore en esta idea de ‘ciudad inclusiva o ciudad para todos’ menos posibilidad habrá de enrejar edificios públicos”.
Mientras tanto un grupo de tres pibes improvisan un rap sobre las escaleras que bajan al patio interno. Y un chico, sobre una tabla de skate atraviesa la explanada del teatro, antes de saltar al asfalto. El teatro está vivo.
Resurgir de entre las cenizas
El Teatro Argentino de La Plata es un símbolo dentro de lo que es la cultura y el sentimiento de los platenses, tanto por el lugar que ocupa en el centro de la línea histórica como por la oscuridad de su pasado. Su primer edificio fue erigido en 1890 como “Sociedad Anónima Teatro Argentino”, supo ser orgullo y un lugar de encuentro de los amantes del teatro, la ópera y el ballet. Su decadencia empezó con un largo y penoso juicio por cuestiones fiscales que lo dejó en manos del Estado provincial. En 1977 un incendio, que se sospecha intencional, hizo que el gobierno militar decidiera demolerlo. Todavía hay vecinos que viven sobre la misma calle 51 que recuerdan las llamas de más de veinte metros de alto que redujeron a cenizas parte del viejo teatro.
Haciendo oídos sordos al pedido de la comunidad de reconstruirlo, la dictadura demolió la joya arquitectónica y llamó a concurso para un nuevo y moderno complejo cultural. El espacio estuvo en construcción durante casi 20 años hasta que en 1999 se terminó la obra de estilo brutalista, por el que ganó el apodo de “la mole de cemento”. Aunque sea más o menos querida, significó recuperar el Teatro.
«Negar la práctica cultural”
El antropólogo Ramiro Segura propone pensar el espacio público como “polisémico” en el que no todos los actores tienen una misma visión sobre su uso.
En diálogo con La Pulseada, Segura se preguntó, en este sentido, «para qué voy a usar el espacio público, cuál es el uso y qué pienso yo que debe hacerse con él» y advirtió que “en todas las ciudades impera un orden urbano”.
«Algunos arquitectos piensan el espacio público como algo positivo pero en los hechos resulta ser algo paisajístico, meramente visual», dice el antropólogo, autor de «Vivir afuera, antropología de la experiencia urbana» (UNSAM, Buenos Aires, 2015), investigador del CONICET y docente de la Universidades de La Plata y San Martín.
Segura consideró que “caracterizar como vandálica una práctica cultural como el skate o el graffiti, que es lo que se está haciendo con los chicos del Teatro Argentino, es negarla como práctica cultural”.
3 commentsOn Rejas en el Teatro Argentino: una frontera entre dos culturas
Soy lector y suscriptor de la revista desde hace muchos años. Pocas veces estuve en desacuerdo con algunas notas como la ultima sobre los chicos en patinetas en predio publico correspondiente a la zona teatro ARGENTINO. Bien sabemos que existen lugares apropiados para dicha actividad de esparcimiento, donde se invirtió una cantidad de dinero importante: como también existe el derecho civil de transitar en lugares publico sin sufrir accidente por negligencia. Recuerden la muerte de un adolescente de 17 años encontrado con su patineta en 9y53. Al decir verdad tendríamos que mejorar como sociedad tantas cosa que serian innumerable . La tarea que hacen por la obra de DEL PADRE CAJADE es muy respetada y admirada por tal motivo los sigo y si en algún momento les interesa hablar sobre proyecto de trabajo como para aportar una idea constructiva y prospera estoy a su disposición. Soy una persona agradecida de ser ARGENTINO y vivir en democracia
Gracias por su atención dispensada por leer estas lineas.
Saludo cordialmente SIROLLI RICARDO
Agradecemos la opinión y la crítica. Como casi todos los temas que abordamos, nuestra intención es «aportar al debate». Ese fue el pedido que nos hizo Carlos Cajade, cuando fundó esta revista.
En ese sentido, sabemos que no todos opinamos igual. Quizás eso es lo rico del periodismo que hacemos.
Con el tema de las rejas en el teatro, nos pareció importante darle lugar a todas las voces: incluso la del propio Instituto Cultural, dependencia gubernamental que administra el Teatro. De todas maneras, consideramos imprescindible escuchar también a quienes se oponen al enrejado de los espacios públicos, como principio político. No estamos de acuerdo en responsabilizar a «los chicos en patineta» por el estado del Teatro Argentino, una institución con deficiencias en su infraestructura que va más allá de los daños que puedan haber cometido los jóvenes que se apropian de sus veredas para realizar prácticas culturales y deportivas.
Gracias por los elogios a la revista y la Obra de Cajade. Gracias también por las críticas.
El caso del adolescente no se debió a cuestiones de negligencia o seguridad del perímetro, sino a un suicidio (confirmado por una nota que había dejado a la familia). Con el criterio de la seguridad y evitar los suicidios, deberíamos entonces, vallar las vías del tren, los balcones y cualquier otro espacio que pudiera servir a dicho fin.
La criminalización de la juventud es parte de un discurso que trata de vandálica la apropiación que esos pibes hacen del espacio y deja caer sobre ellos la responsabilidad de cuidado y mantenimiento del edificio. Más allá de los skates o las bicis, el edificio está sin finalizar y prácticamente en estado de abandono (por fuera y por dentro). El mantenimiento es responsabilidad del Instituto Cultural.
Entre lxs vecinxs, están aquellos que, incluso, encuentran seguridad en que los pibes esten ahí, habitando ese espacio.
Por otra parte, el enrejado contradice el proyecto arquitectónico original, al que se dice proteger. Pero ese enrejado no empezó ahora, sino que el tránsito por la plaza seca y el subsuelo del TA se encuentra cercenado hace tiempo, primero por la anulación del pasaje subterráneo y luego a través de vallados móviles (que ya no lo son), paneles y pallets obstaculizando el paso y el uso de la vereda como estacionamiento y hasta depósito de un patrullero.