En el casco urbano de La Plata hay unos 81.000 ejemplares y más de 100 especies que convierten a Arbórea en una “obra infinita”. Su creadora, Andrea Suárez Córica, se define como espigadora urbana, artista visual y naturalista autodidacta, e invita a descubrir el patrimonio natural a través de caminatas colectivas con la contemplación y la curiosidad como guías.
Por Martina Dominella
Andrea Suárez Córica se presenta como artista visual y naturalista autodidacta. Desde hace 10 años impulsa Arbórea, una iniciativa que surgió de la mano de las preguntas de su hijo, Juan Manuel Chaves. La propuesta es realizar caminatas o expediciones urbanas que suelen durar dos horas y abarcar una manzana. Durante ese rato, la invitación es a detenerse ante la textura de la corteza de un árbol o la forma de las hojas, reconocer especies, captar un perfume o un brote que se asoma, distinguir la flora nativa y la exótica. Así se va trazando un mapa artesanal de forestación que ya “censó” casi mil ejemplares.
Cada recorrida es única y da espacio para intercambiar observaciones, historias personales, datos científicos y relatos que pueden ir desde la fundación de La Plata, a los paisajes que transitamos a diario, los modos de vida que aloja lo urbano o el impacto de los avances inmobiliarios sobre los espacios verdes.
Como otra parte de este proyecto, Andrea visita escuelas de la región para difundir el conocimiento sobre los árboles que habitan el suelo platense y fomentar su cuidado.
A modo de repaso y recopilación de esta década de trabajo, una muestra itinerante e interactiva compuesta de collages, fotos, semillas, herbarios y textos se está exhibiendo en centros culturales y galerías de la ciudad.
–¿Cuál es la riqueza del patrimonio arbóreo de La Plata?
–Pensar la ciudad de La Plata, es pensarla desde el vamos con sus árboles. Así fue su nacimiento, desde las primeras ideas que la gestaron: un damero, con toda la rigidez que eso implica y un ritmo dado por la presencia de los árboles, que acompaña y a la vez quiebra esa cuadrícula. La Comisión que se encarga de su proyección, allí estaba Pedro Benoit, toma como modelos la cuadrícula colonial española y las ciudades industriales, como Londres. ¿Qué toma de allí? Las ideas higienistas y la importancia de la presencia vegetal para contrarrestar la enorme contaminación ambiental y la idea del espacio verde, ahora público, para los obreros y sus familias, como lugar de esparcimiento. Es interesante cómo se puede ver la historia desde el punto de vista de los árboles. Acá en la región existía un bosque de talas, espinillos, coronillos, saucos y ombúes. Es decir, teníamos nuestras especies nativas. Pero luego se introducen especies exóticas como el paraíso, los álamos, ligustros que les fueron quitando protagonismo. Ni hablar de los eucaliptos introducidos por (Juan Domingo) Sarmiento hacia el 1860, a partir de semillas recibidas de Europa y distribuidas por varias zonas de la provincia. La geografía va cambiando por acción del hombre. Luego, con la fundación en 1882 y el diseño de una plaza cada seis cuadras, van a ir implementándose en distintos períodos planes de forestación, como el de las palmeras pindó en las ramblas de 51 y 53, luego el de los jardines de los edificios públicos como el Ministerio de Educación, más tarde en las diagonales y avenidas y hacia el 1900 en las plazas, como Moreno, Rocha, Italia y San Martín. De a poco y de manera premeditada y sistemática la ciudad se convierte en un vergel. El progreso, representado en la construcción incesante de edificios públicos, escuelas, facultades, hipódromo, ministerios, generará una regresión de lo verde y de ese esplendor. Sin embargo, el patrimonio arbóreo continuó y continúa siendo un rasgo distintivo de La Plata, tanto en su cantidad de ejemplares como en cantidad de especies. Creo que nos pasa algo ambivalente a los platenses, por un lado un enojo bastante generalizado hacia las gestiones municipales por el estado fitosanitario lamentable de muchísimos ejemplares, las podas ejecutadas sin idoneidad y el avance inmobiliario, pero también nos sigue despertando orgullo y admiración por este caleidoscopio vivo que constituyen los árboles.
“En La Plata nos enoja el estado fitosanitario de muchísimos ejemplares, pero nos sigue despertando orgullo y admiración este caleidoscopio vivo que constituyen los árboles”
–¿Por qué la mayoría de los lugares elegidos para hacer los recorridos de Arbórea son manzanas o cuadras de la ciudad y no grandes espacios verdes como el Bosque, el Parque Pereyra, Parque ecológico?
–En principio tiene que ver con el modo en que se dio este trabajo. Un día, saliendo de casa con mi hijo Juan Manuel, él me iba contando sobre los planetas, los satélites, las distancias, la cercanía con el Sol, con esa precisión científica de los chicos a los 7 años. Todo esto mientras atravesábamos el pasillo. Al llegar a la vereda, nos topamos con el árbol que está en la puerta y le comento, “Juanma cómo puede ser que sepamos tanto de los planetas que no vemos, ni tocamos, ni olemos….¿Cómo se llamará este árbol?” Ahí nos dimos cuenta de lo poco que sabemos de lo inmediato, lo cotidiano, lo común. Así fue que empezamos a hablar con los vecinos, a volver a la vereda y a la conversación. En algunas caminatas surge la curiosidad por parte de algún expedicionario que me pregunta por qué no vamos al Bosque o a una plaza, o a ver el árbol de cristal de Parque Pereyra. Y la respuesta es justamente porque no me interesa destacar lo espectacular, lo excepcional ni lo notable sino lo más común posible, es decir, los árboles de la vereda, donde por ejemplo, no hay ni palmeras ni coníferas, mientras que estos tipos de árboles sí abundan en espacios más amplios. Yo me enamoré de los árboles frondosos –fresnos, tilos, plátanos, acacias, arces y crespones-típicos– de las cuadras que caminamos a diario para ir al kiosko, al trabajo o la escuela. Los árboles de sombra son mi pasión. Y también la propuesta juega un poco con la idea de las grandes expediciones como las de Charles Darwin o Carlos Spegazzini, que estaban meses cruzando mares o tierras remotas. Pues bien, acá vamos a lo que tenemos a mano y ahí encontramos un mundo nuevo. ¿Cómo? Perforando esa cotidianeidad con una mirada que singulariza, entra en el detalle y nombra. A la fecha llevo mapeados unos 900 árboles y pude reconocer unas 70 especies. En las caminatas pasamos de lo universal, “los árboles” a lo singular: acacia de Constantinopla, parasol de la China, nogal criollo, catalpa, liquidámbar, almez, jacarandá, corona de Cristo, ginkgo. De este patrimonio vivo y deslumbrante nace una curiosidad infinita. Arbórea es justamente una obra permanente sobre el potencial poético de los árboles y nos sumerge en ese estado de asombro sin fin tan típico de los chicos.
“No me interesa destacar lo espectacular, lo excepcional ni lo notable sino lo más común posible, es decir, los árboles de la vereda”
–Durante las caminatas vos referís a que “hay un cordón umbilical que nos conecta con algún árbol en particular”. ¿Qué significa eso?
–Esa idea apareció en 2007, en las primeras conversaciones con los vecinos de mi barrio para averiguar los nombres de las especies. En su gran mayoría, los vecinos me decían que no sabían cómo se llamaba el árbol pero sí sabían sus prestaciones: si daban flores, qué aves atraían, si despedía alguna fragancia, qué tipo de sombra daba. Y esto iba acompañado siempre de un relato, de alguna experiencia particular vivida con el árbol, el recuerdo de quién lo había plantado, por ejemplo. Aparecía lo afectivo. Ahí me di cuenta de este cordón invisible que todos tenemos en relación a algún árbol, en cualquier época de nuestras vidas.
“En mi caso, el cordón umbilical me une a las magnolias de Plaza San Martín, porque allí recolectábamos flores blancas que luego perfumaban nuestro departamento de la calle 47”
–¿Qué especie identificarías vos dentro de esta categoría para tu historia personal?
–En mi caso, ese cordón me une a las magnolias de Plaza San Martín, porque allí recolectábamos con mi madre y mis hermanos las enormes flores blancas que luego perfumaban nuestro departamento de la calle 47. También recuerdo el ceibo que estaba en la puerta de la casa de mi nonina en Ringuelet y los patitos que armábamos con los chicos del barrio con sus flores rojas. Y los añejos paraísos del callejón Bayona de Tolosa, donde viví con mis abuelos paternos. Esos árboles rústicos y de gran porte son una postal del barrio con sus calles de tierra, las zanjas y la alfombra de coquitos apelmazados sobre las veredas angostas. Guillermo Hudson, el enorme naturalista argentino, nos cuenta en sus relatos que en invierno amaba contemplar el cielo azul a través del enrejado de las entrelazadas ramas de los álamos. Él manifestaba de manera extraordinaria esa conexión.
“En la región teníamos nuestras especies nativas. Pero luego se introducen especies exóticas como el paraíso, los álamos, ligustros que les fueron quitando protagonismo”
Una enciclopedia al aire libre
–¿Cómo es la experiencia que ha desarrollado Arbórea en escuelas de la ciudad? ¿Con qué charlas o intercambios te encontraste?
–Empecé a llevar el “Bosque ambulante” a la Escuela 10 en 2008, gracias a una hermosa confusión de la señorita Silvia, la maestra de primer grado de mi hijo. Juan Manuel había nombrado unas especies de nombres extravagantes en una clase sobre árboles y la señorita, sorprendida, le preguntó cómo sabía tanto. Juan Manuel le contestó, “mi mamá sabe”. Ahí, creyéndome botánica, me invita a dar un taller y luego se replicaron las experiencias en otras escuelas de La Plata, Gonnet, City Bell y Los Hornos. ¿Qué era el “Bosque ambulante”? Una incipiente colección de frutos, semillas, hojas y registros fotográficos. El taller apelaba al propio saber de los chicos sobre los árboles, que en general conocen más los frutales, y a los sentidos: tocar, palpar las distintas texturas y tamaños, oler o escuchar el sonido de las semillas al agitar algunos frutos. Sobre esta experiencia rescato dos cosas puntuales: que la señorita Silvia no haya dejado pasar ese saber tan entusiasta de un alumno y que muchas veces, luego de los talleres, algunos nenes me dijeran “cuando sea grande voy a estudiar los árboles”. Eso me resultaba esperanzador. Creo que la escuela debería abordar el tema de los árboles a lo largo de todo el ciclo primario para ir concientizando a los chicos de la importancia vital que tienen para los humanos, las aves, muchos bichitos y otros vegetales, como así también de la belleza que aportan a la ciudad y el goce estético que pueden producirnos cuando caminamos a diario las veredas, plazas y parques. Pero no sólo de manera teórica sino como experiencia directa, fuera del aula. Difundir el conocimiento de los árboles en un cruce entre arte y ciencia tiene una eficacia enorme y hacerlo en medio de la misma naturaleza urbana, recorriendo los ejemplares, haciendo corresponder todo un lenguaje científico con lo que captan los sentidos y además, en una experiencia comunitaria, es uno de los aspectos más preciados de Arbórea.
“Arbórea es justamente una obra permanente sobre el potencial poético de los árboles y nos sumerge en ese estado de asombro sin fin tan típico de los chicos”
–¿Cuáles son los cruces que se dan entre estas expediciones urbanas y tu producción como artista visual?
–Hay dos palabras que sobresalen cuando pienso en mi trabajo. Las colecciones y lo urbano. De hecho así nace mi primera muestra en 2013 en La Fabriquera bajo la mirada del artista y curador Roger Colom con el nombre de INVa, Instituto Nacional de las variaciones, una institución imaginaria que se ocupa de las variaciones de lo cotidiano y común. ¿Y cómo abordo este cotidiano? Por un lado, desde las materialidades que recolecto, pequeños objetos que encuentro en la calle desde una hebillita, una bujía, un botón, hasta los elementos que van desprendiendo los árboles, hojas, flores, frutos, semillas, corteza. Por esta práctica de recolección y admirando en ese entonces a artistas como Mark Dion, es que empecé a llamarme espigadora urbana. Pero también desde la posibilidad de generar nuevos sentidos a partir de cómo mostrar esos objetos. Que esas 500 “porquerías” que recolecté se transformen, expuestos en una vitrina, en una sala expositiva y con un cartelito “No tocar”, en piezas de valor simbólico que permiten pensar tanto en la transformación de los objetos bajo las distintas miradas –para mí no son basura sino “tesoros de ciruja”– como en el azar, lo que hace el tiempo sobre los objetos, la vida de las ciudades a través de esos yacimientos de tesoros diminutos. En el caso específico de Arbórea es mirar la ciudad desde la perspectiva de los árboles, una mirada nueva sobre lo que está ahí pero que no miramos. Es visibilizar los árboles, tan cotidianos como inadvertidos. Es transformar la vivencia de lo urbano a partir del cambio de velocidad del caminar. Me detengo para recolectar. Me detengo para contemplar. Me detengo para hacer comunidad con otros, que no conozco, pero donde la palabra enlaza, contagia y enseña.
–En estos 10 años de Arbórea tuvieron lugar distintos encuentros, proyectos y producciones. Muchos de ellos están plasmados en la muestra itinerante que hoy se está exhibiendo en la ciudad. ¿Hay algún elemento de esta muestra que te interesaría destacar?
–Lo que me gusta de Arbórea es la versatilidad al momento de mostrar. Por eso cada muestra es diferente. Cambian las obras y también la disposición. Es una obra infinita justamente porque la investigación poética de los árboles es infinita. Se estima que hay unos 81.000 árboles en el casco urbano y más de 100 especies. Agreguemos a eso los cambios que ocurren en las diferentes estaciones del año y a la vez las transformaciones en el tiempo de cada ejemplar. De ahí la epifanía permanente durante más de diez años. Si bien tengo una colección de unas 700 hojas, hay un trabajo que se destaca, o mejor dicho, el público lo hace, que es Arbórea, 10 años, un libro de medicina que encontré en la calle y que luego fui interviniendo. Tanto el libro como otros objetos se pueden agarrar, tocar, es una muestra interactiva. Adentro de ese libro está todo lo que puede Arbórea: mapas, collages, fotos, semillas, herbario, textos. Está dedicado a Juan Manuel Chaves. ¿A quién más, sino? Y condensa en un objeto único mi actividad como espigadora urbana, artista visual y naturalista autodidacta. Con respecto a esto último, me acuerdo cuando compré mis primeros libros de árboles urbanos, la poca información que podía tomar de allí por lo compleja que me parecía. Tenía que empezar de cero con un lenguaje absolutamente nuevo. Hoy tengo una colección de libros bastante importante y además he conocido a profesionales muy generosos como Néstor Bayón, Marta Colares y Alfredo Benassi, y al docente José “Pepe” Ferraiuolo, que me han despejado dudas o me han recomendado alguna lectura.
“Difundir el conocimiento de los árboles en un cruce entre arte y ciencia tiene una eficacia enorme y hacerlo en medio de la misma naturaleza urbana, es uno de los aspectos más preciados de Arbórea”
–¿Creés que cambió tu forma de mirar o tus puntos de atención cuando transitás la ciudad desde que empezaste con Arbórea?
–Quizá sea justamente al revés. Mirar la ciudad desde una mirada que poetiza lo cotidiano hizo posible a Arbórea. Caminar la ciudad y recolectar es parte de mi trabajo. Es mi forma más usual de habitar las calles, siempre con una especie de atención visual flotante. Me dejo asaltar por la belleza de lo cotidiano. En ese sentido, la ciudad es generosa conmigo. Siento que tenemos un diálogo.//LP
Cómo contactarse
Las caminatas no tienen un día ni lugar fijo, son gratuitas y se organizan a partir de que una institución cultural o educativa convoca a Arbórea para recorrer su manzana junto con vecinos, vecinas y quien quiera sumarse. Esto hace que las zonas que se recorren siempre sean diferentes y abarquen distintos puntos de la ciudad. Se la puede contactar y seguir la agenda del proyecto se puede seguir en Instagram y Facebook (@andreasuarezcorica).