Pascual Pichún: “La cárcel no es nada cuando hay un proyecto de pueblo”

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Pascual Pichún y Flora, su mamá

Pascual Pichún y Flora, su mamá

El Estado chileno lo persiguió, como a toda su familia, y lo convirtió en uno de los tantos presos políticos mapuches en democracia. Estuvo 7 años exiliado en La Plata, donde estudió Periodismo y creció como militante comunicador indígena. En la mesa familiar de su comunidad y al costado de un potrero, en un torneo de fútbol campesino, escuchamos a Pascual Pichún, o Manu, como lo conocimos de este lado de la cordillera. La represión, la cárcel, la ley antiterrorista, la recuperación de tierras, la pelea por la autonomía, la alegría nunca perdida de su gente y el compromiso personal de transformarse “en un instrumento para un proyecto como nación”.

Entrevistas y producción: Javier Sahade,

Zulema Enriquez y Martín Luna

Textos: Javier Sahade


“El sol, el agua y la tierra me acompañan… la fuerza de mi nación,
Pueblo Mapuche libre”

Fragmento de una canción escrita por Pascual Pichún

-Hay mucho ruido acá, ¿vamos para allá?

-No, no, grabemos acá. Quiero que se escuche el ambiente… que se sienta la cumbia.

Y así fue. Junto a un pedazo de tierra que hacía de pista de baile, al lado de un arco de fútbol gastado, envueltos en un ritmo de cumbia mexicana con aire de ranchera, pusimos a andar el grabador.

“Que se escuche la música, sí, porque este es el ambiente. Estas son las cosas que extrañaba y que me hicieron volver. Porque a pesar de todo lo que sufrimos, la represión, la militarización de las comunidades, la invasión, nunca perdemos la esencia de ser mapuche, que es vivir alegremente. En noviembre terminé la condena y no he parado de estar en encuentros, festivales… Cuando salí de la cárcel lo que quería era eso, volver a vivir lo que hacía tiempo no podía vivir”.

En el medio del campo patagónico, al final de un torneo de fútbol campesino mapuche, cuando el sol se escondió junto con la pelota y el certamen se transformó en fiesta en Unión Temulemu, una comunidad vecina, compartiendo una cerveza tibia, cerca de un pueblo trasandino llamado Traiguén, La Pulseada habló con Pascual Pichún Collonao… Después lo hizo en varias ocasiones más. Charlas que van y vienen, del pasado al presente, del campo a la ciudad, acá y allá en el tiempo, acá y allá de la cordillera… Sin fronteras, como originalmente fue esta tierra, cuando nadie hablaba español, cuando no existían chilenos y argentinos y Wallmapu y Puelmapu era la forma de nombrar a un lado y al otro de los Andes.

Pascual tiene 28 años. Pertenece a Temulemu, una comunidad mapuche ubicada cerca de Temuco, en el sur chileno. Cuando tenía 18, en un juicio cargado de arbitrariedades e irregularidades, fue condenado junto a su hermano Rafael a 5 años y 1 día de prisión por un “atentado incendiario” contra un camión de una empresa forestal. Fue en el marco de la histórica represión del Estado chileno contra el pueblo mapuche y la persecución a su comunidad, en particular. Por esos años, Temulemu buscaba recuperar tierras ancestrales que estaban en poder de millonarias empresas forestales. Esa misma lucha llevó a la cárcel a Pascual Pichún Paillalao (padre), el lonko o líder de la comunidad, condenado en 2004 a 5 años por “amenaza terrorista” con la aplicación de la ley antiterrorista de la dictadura de Pinochet. Pascual (hijo) no quiso vivir lo mismo que su padre y se exilió en Argentina. Con el nombre de Manuel Manu Lonkopán y la ayuda de otros mapuches y algunas organizaciones, consiguió un Permiso Provisorio de Residencia y en la Facultad de Periodismo de La Plata fue aceptado como estudiante.

Poco a poco se convirtió en un referente comunicador y militante indígena; creó La Flecha, el programa sobre pueblos originarios que sigue saliendo en Radio Estación Sur (91.7) los jueves a las 18. En febrero de 2010, Manu decidió volver a ser Pascual. Regresó a Chile para “aportar a la lucha desde el lugar que corresponde y no desde la distancia”, y porque también extrañaba las ceremonias, el sonido del kultrún, el sabor del merkén y la sopaipilla, los abrazos, las sonrisas y la causa de su gente. Un día antes del feroz terremoto que sufrió el país hermano, en la puerta del Mercado Central de Temuco, un carabinero le pidió identificación y lo llevó al encierro para cumplir su condena pendiente. Tras una larga pelea por su libertad en ambos países, que incluyó la formación de la Comisión Pascual Libre, la realización de radios abiertas, marchas, peñas, presentaciones, documentos, cartas de instituciones como la Universidad Nacional de La Plata y de referentes de Derechos Humanos como Adolfo Pérez Esquivel, en noviembre de 2011 la Justicia le otorgó la prescripción de la causa y recuperó su libertad. Esta nota quiere reflejar los golpes de la lucha, la alegría de los triunfos y la necesidad de seguir peleando, como dice Manu, por “un mundo mucho mejor, en que quepamos todos… Esa es la lucha final”.

La recuperación productiva de las tierras

“Alrededor de nosotros teníamos a la forestal. Primero, secaron el agua y después fumigaron, se murieron animales. Estábamos sin caminos, sin colegios, sin accesos de ninguna forma. Entonces dijimos, ‘si nos van a matar, que sea a balas, pero no por hambre’. Los mapuches en Chile hemos hecho un reconocimiento a palos y a piel”, explicaba el Lonko Pichún hace un año cuando visitó Buenos Aires y La Plata, en plena campaña por la libertad de su hijo. A mediados de los ’90, su comunidad ocupó tierras que estaban en manos de la poderosa forestal Mininco, vinculada al poder político y económico, e inició un proceso de recuperación territorial que se extendió por cerca de 15 años hasta conseguir, en enero de este año, la legalización de más de 2.500 hectáreas. Por la represión, persecución, cárcel y exilio de algunos de sus integrantes, Temulemu –con sus decenas de familias- se transformó en una comunidad referente y paradigmática de la lucha del pueblo mapuche en Chile. El lonko es una figura simbólica y su injusta condena en 2004, tras un juicio sin derecho a defensa ni pruebas y con testigos de identidad reservada, fue reflejada en el documental El Juicio de Pascual Pichún.

“Mi comunidad fue una de las primeras que planteó la recuperación territorial productiva. Antes de eso, las comunidades entraban a los predios de los latifundistas o de las empresas forestales para hacer una ocupación simbólica. La nuestro era una ocupación primero por necesidad y después por planteamientos políticos a nivel nación indígena y por eso también el Estado empezó a ser más represivo, en contra del movimiento mapuche. Pasamos a ser una molestia concreta, no solamente en el discurso”, cuenta Pacual (hijo) durante una charla en la Peña Peñi 3 (del reencuentro), donde también tomó una guitarra y cantó canciones propias. Fue en marzo último en el Centro Cultural Estación Provincial de La Plata.

“Soy miembro de una familia que el Estado usó como ejemplo de represión. Mi familia entera presa y perseguida, mi comunidad allanada dos o tres veces por semana. Ahora el Estado se vio en la obligación de legalizar la recuperación territorial, pero no fue un regalo. El Estado tuvo que reconocer que nosotros teníamos razón”.

“Una piedra en el zapato”

En la casa de los Pichún en Temulemu, bien temprano se escucha un gallo. Después, las mujeres amasando harina, agua, levadura y sal y un luego, el aceite hirviendo donde caen los bollos y salen sopaipillas. Flora, la mamá de Pascual, despierta preocupada. Tuvo un sueño feo con uno de sus hijos y hasta que no logra hablar con él por teléfono, no se queda tranquila… Los pewmas (sueños) no se olvidan fácilmente en la cultura mapuche. Alguien prende la tele y se sirve un mate dulce. La Nayi y Likán tratan de sacar una melodía en la guitarra, mientras Memé, Mankiàn y otros chiquitos con restos de mermelada de frambuesa en los cachetes, salen a cabalgar perros resignados. Más allá de la casa, a unos 20 metros, el baño de pozo. Un poco más lejos, la huerta, los animales, un sendero, otro sendero, los árboles, la canchita, la tierra, más tierra y más tierra. La comunidad termina cuando aparecen los montes de pinos y eucaliptos de la forestal, prolijamente plantados, listos para ser arrancados de raíz y vendidos como meros troncos. Chile es el principal exportador de pasta de celulosa a China.

“Ahora nuestra preocupación está hacia adentro –dice Pascual-: nos preocupa mucho que la nueva generación no hable completamente el mapuzungún (lengua originaria), que no respete ciertos lugares sagrados y el pensamiento mapuche”.

Radio FM Tralkán (trueno), nació para ayudar en esa pelea “hacia adentro”. Algunos amigos le dieron una mano a Pascual para armar un pequeño transmisor y montar el estudio en una piecita de su casa, con apenas un micrófono y cartón en las paredes como tratamiento acústico. La primera radio comunitaria de Temulemu busca informar y mantener unidas a las familias dispersas en el territorio recuperado.

“La lucha pasa por convencernos de que somos capaces de construir proyectos, sueños –dice Pascual-. Va a llegar el momento en que vamos a tener la capacidad y el conocimiento para manejar nuestros recursos y administrarlos. El planteo mayoritario en el pueblo mapuche en Chile es el de la autonomía, dejar de pertenecer a un Estado que jamás en su historia ha sido benefactor para nosotros. Se avanza desde abajo, desde las comunidades, practicando la autonomía económica, la soberanía alimentaria, reforzando los tejidos sociales”.

“En Argentina –opina- hay mucha más apertura en términos de reconocer a los pueblos originarios. En Chile no se puede hablar de interculturalidad, no hay espacios. Por eso nos preocupa más fortalecernos como mapuches, como ches (gente), que convencer a un chileno que entienda la cuestión mapuche. Todavía no estamos en eso, quizás más adelante lleguemos, pero lamentablemente ahora hay otras preocupaciones, como pensar la autodefensa ante la represión”.

Lemún, Collío y Catrileo

Desde su oficina en el centro de Temuco, José Aylwin, co-director del Observatorio Ciudadano, un organismo de derechos humanos que cumplió un rol clave en el asesoramiento legal y la recuperación de la libertad de Pascual, explica que “lo que busca el Estado es la inserción de las tierras mapuches y sus habitantes en la economía global. En aquellas comunidades que resisten, se aplica la política de criminalización, persecución judicial, con ley antiterrorista”.

Por estos días, en las principales ciudades chilenas hay pintadas que piden por educación gratuita. Es que el movimiento estudiantil, en 2011, con sus movilizaciones, huelgas y tomas, logró agrupar el descontento de un sector de la sociedad que parecía dormida después de la dictadura. Sin embargo, el sector más organizado y movilizado, siempre ha sido el mapuche.

“Muchos hermanos entregaron su vida para que vuelva la democracia, pero nos decepcionaron –dice Pascual-. La dictadura continuó y a pesar de que en el gobierno estaban los socialistas de la Concertación, el sistema económico que impuso la dictadura, jamás ha cambiado. Y esto se ve reflejado en la sociedad”.

En el centro de Temulemu, los líderes históricos de la resistencia indígena, como Caupolicán y Lautaro, son recordados con nombres de calles y avenidas. Las víctimas de la resistencia más actual, en cambio, figuran en grafitis de aerosol negro. “Hay más de 250 casos de mapuches que han sido perseguidos judicialmente en la última década y en 75 de ellos han usado la ley antiterrorista. Y hay 15 condenados y una demonización que es consecuencia directa de los medios de comunicación”, agrega Alywin.

“La sociedad chilena desconoce su propia realidad –se suma Pichún- y si dan una opinión te dicen ‘es que lo escuché en televisión’. Entonces, cuando surgen movimientos mapuches, un poquito más radicales, que plantean la autonomía y el autogobierno, obviamente que los medios moldean la opinión pública. La sociedad chilena, en su mayoría es muy antimapuche”.

Sin embargo, asegura Pascual, ante un centenar de personas en la peña del reencuentro, que “el maltrato que cotidiana y sistemáticamente tiene el Estado chileno con nosotros, nos genera el newén, la fuerza, para luchar contra ese sistema capitalista, invasor que tiene, por encima de cualquier derecho humano, el interés de resguardar la inversión capitalista en nuestro territorio. Como pueblo originario sabemos que si hoy no damos esa lucha, el día de mañana quizás no existamos más. Por eso es tan importante la lucha de todos los pueblos originarios. Porque tenemos derechos, derechos ancestrales, porque estamos dentro de Estados que nos impusieron su identidad, su legislación, su constitución”.

“Mi generación ha tomado conciencia: el 70 u 80 por ciento de los mapuches jóvenes en Chile está luchando, está comprometido con su pueblo. Eso significa que la lucha mapuche que tiene 500 años, sigue viva. Pero tener ese pensamiento y el compromiso real, concreto, en la práctica, es un obstáculo y una molestia para el Estado. Los mapuches en Chile somos una piedra en el zapato, solemos decir… Y orgullosos de serlo. Eso obviamente que trae consecuencias, como las que viví yo y como la que viven un montón de peñis (hermanos), como la que padecen un montón de familias y comunidades: allanamientos constantes, persecución, asesinatos como los caso de Alex Lemún, (Jaime) Collío y Matías Catrileo, jóvenes que entregaron su vida al servicio de su pueblo. Uno tenía 17 años, el otro 22, el otro 24… Todo un futuro por delante”.

Reivindicarse indígena es una cuestión política

Cuando Pascual estuvo en La Plata, entre febrero y marzo, las autoridades de la Facultad de Periodismo le ofrecieron, en caso que decidiese volver a instalarse en la ciudad, gestionar una beca para que finalice sus estudios y además, le hicieron propuestas para trabajar la cuestión indígena a través de la Secretaría de Derechos Humanos. Por esos días también visitó Punta Querandí, en Tigre, donde el Movimiento en Defensa de la Pacha que reúne a militantes indígenas de distinto origen, resiste desde hace dos años el avance de barrios privados sobre territorio ancestral. En ese lugar, junto al río, todavía hoy, cuando se excava en la tierra, se puede encontrar cerámicas o huesos de los querandíes, un pueblo que habitó la provincia de Buenos Aires antes de la llegada de los europeos.

“La negación indígena en la ciudad es fuerte -opina Pascual-. Sin embargo, la cuestión indígena está presente en lo cotidiano, como las fiestas. Reivindicarse indígena tiene que ser una cuestión política: ‘soy indígena, me reivindico indígena para disputar espacios dentro del Estado. Pero Sabés qué, Estado argentino, Estado chileno, ustedes nos invadieron, ocuparon militarmente nuestro territorio, violentaron a nuestra gente, por lo tanto no quiero depender de ti, no quiero ser parte de tu Estado. Quiero ser yo y construir mi yo’. Por eso es importante el trabajo que se pueda realizar desde aquí. La lucha que nosotros podamos hacer en nuestro territorio necesita del aporte de la gente de las ciudades. Estamos ligados. Hay que encontrarle el punto exacto, porque los mapuches no estamos solos en el mundo y esa relación la vamos a lograr adquiriendo otros conocimientos para plantear esa relación de igual a igual:‘¿Sabes qué? me relaciono contigo porque quiero encontrar un mundo en el que quepamos todos’”.

El encierro

“Esposado de pies y manos sólo puedo caminar dando saltitos (…) Esta celda es parte de nuestra historia, de nuestra lucha. (…) Hace frío y parece que comienza caer el sol”, escribió Pascual en la cárcel (Ver La Pulseada 79 de mayo de 2010). Manu estuvo en la cárcel de Traiguén, donde hasta los penitenciarios eran peñis, desde febrero de 2010 hasta noviembre de 2011. Estaba encerrado cuando más de 30 presos políticos mapuches iniciaron una huelga de hambre que se extendió por 3 meses en distintas cárceles para pedir la derogación de la ley antiterrorista impuesta por Pinochet.

“En democracia, el Estado chileno ha decidido aplicar la ley selectivamente: sólo se la aplica a los mapuches porque nos hemos transformado en el enemigo principal del Estado. Hoy día cualquiera que se piense mapuche es terrorista”-explica Pascual-. La ley permite todo para culpar al supuesto sospechoso, aunque el concepto de ‘sospechoso’ no existe con la ley porque no hay presunción de inocencia. La inocencia hay que probarla, es al revés. Y se permite todo: testigos sin rostro, los defensores jamás tienen acceso a la causa hasta el juicio… Por otro lado, la ley al menos duplica la condena: mi papá fue condenado a 5 años por la ley antiterrorista cuando por la legislación común hubiera tenido 60 días de prisión como máximo”.

“Hay muchos hermanos cumpliendo condenas de 10 ó 15 años, sin ninguna prueba – agrega-. Pero más allá del dolor, uno sabe que está preso por tener conciencia política y una práctica que lleva día a día a generar autonomía”.

“Obviamente que la cárcel es un lugar extremo. En mi caso particular, la cárcel me permitió pensar, pensar y pensar qué es lo que queremos como pueblo mapuche. Me di cuenta de que lo que uno tiene que pasar como experiencia personal, no es nada dentro de la lucha de nuestro pueblo y de lo que ha pasado en la historia de nuestro pueblo. Entonces, ¿por qué tiene que ser para mí un sufrimiento? La cárcel no es nada cuando hay un proyecto de pueblo…Uno no se compromete como persona, se compromete como familia y como parte de un pueblo”.

 

Real Temulemu

“El equipo forma con Henri Pichún, Juan Collonao, Juan Pichún, Picotín, Luis Collonao, Carlos Pichún, Pascual Pichún, Diego Guentelao, Rumildo Collonao… Faltó Rafael Pichún… Hermanos, primos, tíos… Es una familia”, cuenta “el Pelado” Carlos Pichún, hermano de Pascual y capitán de Real Temulemu, el equipo fundado por el lonko en los ’90 cuando el chileno Iván Zamorano se destacaba en Real Madrid.

La cancha, con el pasto quemado y algunos pozos, no ayudó ese domingo y el equipo perdió el torneo en el que también participaron Los Tigres, la Flor de Traiguén, Unión Temulemu (los locales) y Los Gorriones. El honor de la familia lo salvaron las mujeres, Las Realitas, que con una actuación sobresaliente se consagran campeonas.

“Nos gusta el fútbol –dice el Pelado-; es una de las pasiones que tenemos aparte de nuestra cultura. Además, estos encuentros van más allá del fútbol. Vinimos todos, papá, mamá, abuela… Tomamos unas chelas (cervezas), escuchamos música”.

“Estas son las cosas que extrañaba y me hicieron decidir que quería volver –reitera Pascual envuelto en polvo y cumbia-. Capaz no haciendo cosas socialmente mapuches, en este caso, pero al fútbol lo hemos adoptado como una forma de encontrarnos, para mantener la hermandad, esta cuestión colectiva que nos caracteriza a los mapuches”.

“De repente a nosotros nos conocen afuera de otra forma -coincide el Pelado-, pero esta forma bonita que tenemos no se conoce. Nos dicen que somos terroristas”.

Si cambiáramos párrafos por imágenes, elegiríamos la escena final de este recuadro: Hombres y mujeres, peñis y lamgenes, cantando la última cumbia que acaban de bailar, se suben transpirados al micro que los espera al costado de la cancha. Los más chiquitos ya duermen en los asientos. Es la madrugada del lunes, cuando llegan a Temulemu. Tienen dentro del cuerpo cansado, el alcohol y el ritmo… Pero en un rato, en cada casa de la comunidad, cantarán los gallos.

 

Diez veces venceremos

En los últimos meses del exilio, antes del retorno a Chile y la cárcel, el documentalista cordobés residente en La Plata, Cristian Jure (uno de los realizadores de La guerra por otros medios y Bolivia para todos), comenzó a filmar la vida de su amigo Pascual y su familia. Financiado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, el documental se estrenaría en mayo, luego de tres años de filmación, cinco viajes a Chile, escenarios en La Plata, Buenos Aires, Temuco, Traiguén y Temulemu, la comunidad. El nombre del documental, Diez veces venceremos, es la traducción del grito de lucha mapuche: Marichiweu.

“Un poco jodíamos con Pascual… Le decía que no quería hacer más películas sobre indios porque son todas iguales: siempre son los pobres indios contra los poderosos y los indios pierden y ya está. En este sentido, este es un documental distinto porque se narra una conquista y se cuenta el triunfo desde la cotidianeidad. No se ven grandes marchas, ni grandes epopeyas, pero se ve cómo una familia importante de la historia mapuche va elaborando toda su lucha desde la cotidianeidad más pura, más sincera. El documental arranca cuando a Pascual lo meten en cana, pero lo que se cuenta es cómo una familia pelea por un territorio, lo consigue y al final están todos juntos en territorio recuperado… Es un final feliz, cosa rarísima para un documental”.

-Estuviste varias veces en la comunidad, ¿cómo es la familia mapuche?

-En principio, la familia de Pascual lo que tiene es un lazo muy fuerte, es una familia que está atravesada por una historia de lucha donde es muy cotidiana la represión, la cárcel, la militancia, una militancia distinta a lo que nosotros conocemos en la ciudad porque a través de la acción hacen una reivindicación histórica por el territorio y la supervivencia. Desde una escena muy simple, donde la mamá de Pascual está tejiendo un calcetín para llevar a la cárcel, tratamos de mostrar algo más que eso. Y otra cosa muy poderosa es el buen humor que tienen, hasta riéndose en la cárcel.

-La alegría de la lucha.

-Totalmente, pero además porque estuvo en cana, clandestino, exiliado y la recompensa es la plenitud. Vos lo que ves ahí es plenitud. Parece que hay carencias y vos podés decir ‘¿pero por qué son felices si supuestamente no tienen nada?’, pero cuando le das vuelta la pregunta, ellos tienen todo.

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