«No podemos seguir tolerando la pobreza»

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En La Pulseada Radio dialogamos con Patricia Merkin la fundadora y directora de Hecho en Bs. As., una revista hermana que desde hace 17 años les brinda ingresos y asistencia a los adultos porteños más vulnerables. Contó que según un censo realizado por varias ONG’S, las personas en situación de calle en CABA sextuplican las cifras oficiales.

Junto con La luciérnaga de Córdoba, que venden los pibes de la calle y nació en 1995, Hecho en Bs. As., repartida por adultos sin techo y surgida en la Capital Federal en 2000, es pionera de esa nueva forma de comunicación alternativa que constituyen las revistas solidarias (ver La Pulseada Nº 13), entre las que desde 2002 también se cuenta La Pulseada.

Patricia Merkin se inspiró para crearla en la publicación londinense The Big Issue y ofreció a los marginados que se postulaban como vendedores una capacitación y una credencial, apostando a que este trabajo fuera un primer paso en su reinserción social.

La tirada inicial fue de 5.000 ejemplares pero alcanzó en algún momento a los 50.000 y las 24 páginas que en principio tenía cada número se convirtieron luego en 32. Es un producto hecho por periodistas profesionales que incluye artículos de interés general, actualidad, medio ambiente, temas sociales, cultura, arte, espectáculos y testimonios de los propios vendedores.

Pero la revista pretende ser apenas una parte de un proyecto más ambicioso que contempló o contempla cuestiones tales como asistencia médica, odontológica, servicios sociales, talleres artísticos, consultorio jurídico, tramitación de documentación, acceso a becas y estudios formativos y producción y comercialización de verduras y frutas naturales. Integra la Red Mundial de Publicaciones de la Calle, que aglutina a más de cincuenta revistas de todo el mundo que luchan contra la exclusión mediante la venta de treinta millones de ejemplares por año.

Nuestro ciclo radial dialogó con Patricia sobre el presente y el futuro de esta iniciativa que, junto a un reducido equipo, viene llevando adelante desde comienzos del siglo.

– Hecho en Bs. As. apareció inspirándose en proyectos similares existentes en Europa. ¿Qué la distingue de esas otras experiencias?

– Lo que diferencia a HBA es que la hacemos acá (risas). Por eso se llama Hecho en Bs. As. Surge en un momento muy parecido al de ahora, a fines de los ’90, en el que no había medios independientes. Existía mucho importado, mucho “Made in China”, y por eso decidimos ponerle Hecho en Bs. As. Era algo propio, que iba a hablar de temáticas locales desde una perspectiva nuestra, tratando de convertirse en una trinchera que levantara la solidaridad como concepto. Que activara una noción de solidaridad social vista desde un lugar donde uno es el otro, donde uno se refleja en la mirada del otro. La experiencia de HBAse distingue de otras por el país en el que vivimos, el contexto en el que laburamos, la pobreza que lamentablemente supimos conseguir. Estas iniciativas se llevaron adelante primero en ciudades del primer mundo en las que hay otra cultura, otros modos de abordar el financiamiento de este tipo de organizaciones y, sobre todo, un acompañamiento mucho mayor por parte del Estado.

– Decimos, por afán de síntesis, que los vendedores son personas adultas en situación de calle, pero en realidad abarcan mucho más, ¿no?

– Comprendemos más casos porque la situación de calle no implica sólo dormir a la intemperie sino que tiene que ver con un estado de vulnerabilidad mucho más general. La situación de calle es inestable. Hoy podés estar en un hotel o en una pensión y mañana podés volver a estar sin techo. No pagaste tres días el hotel, te pusieron un candado y te quedaste afuera. Así de desprotegido está el grupo de gente con el que trabajamos. Así de inermes ante sí mismos y ante la sociedad. Demasiados hablan de “vulnerabilidad social” sin saber de qué se trata exactamente. Es -por ejemplo- estar tres días en un hotel, pagar dos y que al cuarto te saquen, sin tener cómo defenderte. El desalojo es siempre inminente. Hoy estás en una villa, mañana no podés pagar la pieza y pasado no estás más. O al lado de tu casilla te pusieron una cocina de paco y entonces te tenés que ir. El estado de vulnerabilidad abarca un abanico enorme de situaciones.

– ¿Cuál ha sido el promedio histórico de vendedores y cuántos son actualmente?

– Consideramos vendedor activo al que se registró y ofreció la revista por lo menos una vez al mes. Eso da cuenta del compromiso con la organización y del deseo de superación. Desde que empezamos inscribimos a más de 4.400 personas, pero de forma permanente trabajan entre 160 y 200, que pueden no ser las mismas. Entre 2002 y 2003 llegamos a contar con 300 vendedores activos. Hoy no superan los 200, lo cual no es una cifra desdeñable.

– ¿Se les siguen ofreciendo al vendedor otros servicios sociales como atención médica?

– Tuvimos durante cuatro años una unidad sanitaria compartida con Médicos del Mundo, organización que después se quedó exclusivamente con ella. Contamos con un médico voluntario que atiende todos los martes y con un contacto muy solidario con la  mutual Senderos de la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular). Podemos hacer las derivaciones con ellos y recibimos respuestas muy satisfactorias. Esto es muy importante en momentos en que sabemos que se avecinan recortes muy importantes para el sector de la salud pública.

– ¿Y qué viene ocurriendo con el programa “A cultivar que se acaba el mundo”?

– Empezó como una sección presente en las páginas de los inicios de la revista en la que se hablaba de la situación de los pequeños productores familiares, agroecológicos, cooperativas de producción y consumo de la zona metropolitana de Buenos Aires y del resto del país. En un momento decidimos pasar a la acción y, desde hace dos años, abrimos miércoles y sábados un espacio en San Telmo que ofrece verduras y frutas libres de agroquímicos, ecológicas, naturales. Las hortalizas vienen de la zona sur y las frutas de distintas provincias. Articulamos con otras cooperativas de distribución de la cosecha de pequeños productores y con otras cooperativas de consumo. Llevamos a la praxis lo que escribíamos en la revista. Y el resultado es muy bueno porque los vendedores y colaboradores pueden comprar con un descuento importante. Se ha logrado conformar un aceitado circuito entre producción y consumo.

– Hay una sección de la revista, “La prensa del asfalto”, que seguramente es para ustedes muy especial…

– Parece mentira pero es la sección que más tiempo nos lleva. A veces es más fácil lograr una entrevista con un artista consagrado que conseguir que se expresen los vendedores. Hay muchos motivos para que sea así. No quieren que se publiquen sus nombres, no quieren que aparezca su foto, no quieren hablar porque les cuesta hacerlo. Y para nosotros es muy importante porque en la entrevista al vendedor se refleja el trabajo cotidiano que hacemos y el mensaje que queremos transmitir. Franco Rotelli, uno de los popes de las empresas sociales en Italia, dice que “nada es aquel al que nada se le pide”. Es una premisa muy relevante para entender la diferencia entre asistencialismo y autogestión. La charla con el vendedor debe formar parte de ese proceso. Visibilizarlo es darle un lugar diferente. Superadas las resistencias, los propios vendedores lo reconocen.

– ¿Cómo ha ido mutando la calle? ¿La que transitaban al comienzo de la revista, tanto los vendedores como ustedes, es la misma que recorren hoy?

– No es la misma calle ni la misma conformación social. Cuando arrancamos, en 2000, la mayoría de los vendedores eran jóvenes del interior que habían venido a probar suerte a la Capital y les había ido mal, de manera que pernoctaban en uno de esos que nosotros llamamos “hoteles sin estrellas” o directamente en la calle. También había obreros u operarios de baja calificación del sector fabril que se habían quedado desocupados, pero sabían lo que era trabajar. Hoy hay ya más generaciones que nunca laburaron. La situación es compleja y tres veces peor. Hay desalojos constantes, pocas chances de formación laboral, falta de acceso a la educación y muy escasas oportunidades de empleo. Ese compendio de circunstancias hace que a esa terapia intensiva de la sociedad que es la calle llegue lo que llega. Además hay un recrudecimiento de la violencia institucional que ha transformado a la calle en un lugar de alta peligrosidad. Nosotros hablamos de “la otra seguridad”, que no es la “seguridad” a la que se refieren los medios tradicionales. Es la inseguridad de la marginación agravada por la violencia institucional que ejerce, de frente y sin tapujos, la fuerza pública. Todo en el marco de un panorama que, desde hace años, el paco agravó mucho.

– ¿Cómo trabajan en esos casos, tan frecuentes, en los que la situación de calle está atravesada por la adicción?

– Es una de las problemáticas más complejas. El sistema genera drogas sumamente adictivas y baratas y el camino de vuelta tiene un costo altísimo. Como dicen las Madres del Paco, el problema no es la droga sino la falta de proyecto. Lo dicen ellas que han sufrido esto dentro de sus propias familias: el principal problema es la falta de futuro. Nosotros tratamos de acompañar desde un lugar muy concreto: “vení al taller”, “vení a participar”, “protagonizá tu futuro”, “protagonizá tu vida”… A partir de ahí podemos empezar a conversar. Claro que hay casos que no tenemos más remedio que derivar a la mutual Senderos o a las instituciones públicas, que casi nunca dan resultado pero por las que a veces hay que pasar. Hay organizaciones específicas que están ocupándose del tema. Nosotros creemos que lo mejor que podemos hacer en este sentido es ofrecerle a la persona una posibilidad de futuro. Pero el asunto es muy bravo.

– Solés decir que con poco se podría hacer muchísimo, pero que faltan políticas públicas para el sector…

– ¿Sabés lo poquito que hace falta para que desde las organizaciones hagamos un montón? Pero no hay diseño, previsión, planificación de políticas públicas a más largo plazo. A lo sumo tenés que tratar de articular, más que con el Estado, con el gobierno de turno. Nuestra sociedad tiene unos muy bajos niveles de políticas públicas estatales. Si no cambiara todo de un gobierno a otro, sería más fácil ir construyendo. De cualquier manera nosotros, con muy poco, hacemos mucho.

– Sos traductora, hablás cinco idiomas y has trabajado en el pasado incluso para los medios comerciales. Embarcarte en este proyecto debe haber marcado un antes y un después en tu vida, ¿no?

– Creo que aunque sea una utopía, aunque nos arriesguemos al fracaso, todos somos responsables de la inclusión social y hay que asumir la parte que nos toca. Hay que ser capaces también de reconocer cuando se ha fracasado. Pero cuando te mueve la convicción y te sentís responsable por la inclusión del otro, entonces claro que tu vida cambia. Nosotros nos sentimos parte del armado de una suerte de laboratorio social positivo en el que se pueden aplicar visiones que van contra la corriente. Porque sólo así se pueden alcanzar resultados diferentes. Si seguís haciendo lo mismo no vas a conseguir nada distinto. El fracaso del sistema respecto de la inclusión social es notorio. Fracasó toda la sociología, la psicología, la antropología… ¡Explicame para qué están! El mundo, no sólo la Argentina, está llena de pobres, de gente que no tiene horizonte. Únicamente asumiendo el compromiso de devolver algo de lo que hemos recibido y laburando a contra corriente se puede alentar alguna expectativa.

– Vos decís lo mismo que afirmaba Carlitos Cajade: “el mayor éxito de mi obra sería desaparecer porque ya no es necesaria”.

– Por supuesto. Uno camina hacia ahí. ¿Y si no para qué? ¿Para qué abrir un comedor si sabés que simultáneamente se está multiplicando la gente con hambre? Tenemos que avanzar en pos de la utopía de convertir a la nuestra en una sociedad que no tolere más la pobreza. Porque el problema es ése: se-gui-mosto-le-ran-do la po-bre-za (remarca cada sílaba de cada palabra). Y no hay que tolerarla más: hay que abatirla por todos los medios posibles. Sería fantástico no tener ya que existir. Pero, mientras tanto, aquí estamos….


 

6.000 a la intemperie y 20.000 en riesgo

“Nosotros participamos -cuenta Merkin- con otras organizaciones de la Capital, como Ciudad sin techo, Proyecto 7, Ni una persona más en la calle, Amigos en el camino y la Asamblea Popular de Plaza Dorrego, de un censo popular de personas en situación de calle. Cierta área de la Defensoría General de la Ciudad nos brindó su apoyo. Las cifras del recuento fueron apabullantes: hay 6.000 personas que duermen a la intemperie en la ciudad de Buenos Aires y otras 20.000 en riesgo de correr la misma suerte. El Gobierno de la Ciudad no reconoce más que mil. Es muy cruel porque la comunidad en situación de calle no es prácticamente considerada por ningún plan. Al momento de diseñar políticas públicas son los últimos de los últimos, pese a que necesitan las respuestas más urgentes. Te echaron del laburo, no pudiste pagar más el alquiler, te quedaste en la calle… Como sos padre de familia y te da vergüenza no poder llevarles el sustento, te vas… Son procesos encadenados que te arrastran hacia el fondo, porque la exclusión siempre tira para abajo. Las que tiramos para arriba somos las organizaciones que trabajamos para que esto se revierta. Pero nada se va a revertir por sí solo.

 

 

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