Con casi 90 años, María Isabel Chorobik de Mariani dejó su casa cuando el agua le llegaba hasta los hombros. Durmió tres noches en lo de una vecina que le salvó la vida. Y convivió meses con voluntarios que se acercaron a rescatar los papeles que registran cuatro décadas de búsqueda de justicia. “Yo pude salvar casi todo mi archivo por la ayuda de cientos de personas que no conozco, que venían, se instalaban en el fondo de la casa y trabajaron sin parar”. La memoria imborrable de esos días, en este relato impactante, en primera persona, de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo.
Yo creo que son imágenes inolvidables. Nunca había pasado por una situación similar. Y no me imaginaba lo que produce en el interior de uno. En el primer momento es sólo luchar para que no se pierdan las cosas, que no se lleve lo que más quiere uno, tratar de salvarlas.
En mi caso, no pensé en ningún momento que yo corría peligro. En ningún momento me dio miedo. Quizás por haber pasado tantos momentos en la vida en los que tendría que haber tenido miedo y no tuve tampoco. Pero es una cosa extraña. Lo único que quería era tratar de salvar los papeles, las cosas importantes, todas las cosas desgraciadamente eran importantes en mi casa. Entonces, con la chica que me cuidaba en ese momento, Lourdes, que me cuidaba digo porque es la compañía que me han puesto con el IOMA por mi soledad, levantamos todos los documentos, carpetas, lo que estuviera bajo un nivel lógico de agua, cuando vimos que empezaba a entrar el agua por debajo de la puerta. Y con toda la prisa del mundo fuimos levantando todo lo que hubiera debajo de los veinte centímetros. Levantamos pero el agua subía y subía. Llegó a los pies, llegó a la mitad del tobillo, llegó a la pierna y a la rodilla, y ahí nos dimos cuenta que a todo lo que habíamos levantado lo invadía también el agua. Entonces volvimos a subir las cosas sobre las mesas y sobre las sillas los libros que queríamos resguardar. Desesperadamente.
En un momento ya estaba con el agua a medio muslo, con las piernas heladas, pero no sentía frío. Estaba helada y seguíamos levantando cosas. Lourdes me dijo: “Señora tenemos que salir porque nos podemos ahogar”. Traté de abrir la puerta de la calle para ver si estaba muy inundado afuera y se vino un torrente por lo que la cerré rápidamente. Poquito tiempo después vi que entraba el agua por la ventana. Entonces ya pensé que había que tomar medidas y dejar las cosas lo más alto posible. Corrimos hacia la parte de adentro de la casa, me senté en los pies de mi cama para ver qué podíamos hacer, porque en ese momento me di cuenta que el agua ya llegaba hasta la cama y entonces se me cayó encima la puerta del dormitorio, la levantó el agua. Ahí le dije a Lourdes que sí, por favor, saliéramos y pero ya no podíamos salir por la calle, de manera que llamó ella por el patio interno (compartido con otros departamentos) hacia los vecinos de arriba. Contestó una señora a quien le debo todo y mandó al hijo para que nos viniera a buscar. En ese momento a mí se me ocurrió dar un vistazo para adentro de la casa. Abrí la puerta del baño y bueno, estaba cerrada, pero estaba tan llena de agua como afuera, porque entraba también desde la rejilla.
Decidimos irnos; no se me ocurrió llevar nada, pero Lourdes que sabe que siempre ando con la cartera al hombro porque ahí llevo todo lo que necesito, volvió, sacó la cartera y la llevó conmigo. Salimos y una de las cosas que más me impresionó fue que por el patio de atrás, por la cochera, vi nadando debajo del agua un libro abierto con la cara de Kelly, el famoso Kelly, un libro único que yo había conseguido excepcionalmente tener una copia, porque no existen en realidad más ejemplares. Y lo vi que se iba en el agua a Kelly, como quien se ríe y yo traté de alcanzarlo pero al entrar el brazo en el agua me di cuenta de que necesitaba hundirme para sacar el libro por lo que no alcancé a tocarlo. Y nos fuimos. El agua venía con diez o quince centímetros de hojas de otoño, amarillas. Yo iba con camisón de verano. Ni se me ocurrió que tenía que ponerme algo, además dónde lo encontraba si ya todo estaba mojado. Y nos fuimos a casa de la vecina. Además seguía lloviendo. Así que cuando yo llegué ahí, subiendo por la escalera del fondo estaban ahí ya tres señoras vecinas refugiadas en ese piso alto. Y al ver que estaba cubierta de esas hojas amarillas, doradas, no pude menos que reírme. Ahí creo que entré en la realidad, cuando me vi como la Venus otoñal, en casa de una vecina, con casi 90 años, cubierta de hojas doradas y en camisón de verano. Una imagen que no me voy a olvidar ya nunca más, sé que la voy a tener hasta el final.
Otra cosa que me impresionó en ese momento fue que tuvimos que apagar la luz para evitar problemas y quedamos a oscuras porque salimos ya anochecido y ya nos llegaba hasta el hombro el agua cuando salimos. Por suerte a esta gente le debo tanto, tanto, Mónica se llama la señora del piso más alto y nos albergó todas las noches. Puso todo a disposición nuestra, sin conocernos. La amabilidad de darnos todo, de cuidarnos.
En aquella primera noche, durmiendo en la cama de Mónica, que nos cedió el dormitorio, vi asomarse a un perrito que nos había ladrado enormemente al entrar. Se llama Afro. Y entró al dormitorio, vino por el lado mío, aunque podría haber ido por el otro lado, y vino moviendo la cola vertiginosamente, muy contento, se sentó, me sonrió, me miró un ratito y se fue. Yo no dormí esa primera noche, todo el tiempo estaba tan nerviosa y preocupada. Y eso lo hizo no sé cuántas veces. Fue como un protector. Yo me sentí acompañadísima con Afro. Al otro día lo mismo y cuando vino el enfermero a ponerme la insulina, casi se lo comió defendiéndome ante el desconocido.
Dormí tres noches en la casa de Mónica. De día me venía a mi casa con todo el barro y la gente trabajando. Y de noche subía a dormir con ellos. Las tres noches estuvo Afro cuidándome y la última noche me di cuenta porque abrimos la puerta y él estaba dormía cruzado atravesando la puerta donde yo dormía. Así que hasta eso viví que no me hubiera imaginado jamás, que quedó muy grabado en mí.
Después me enteré de lo que había pasado realmente en La Plata, que me parece terrible. Terrible porque yo soy mendocina y los pueblos indígenas anteriores a San Martín, habían logrado hacer un canal que se llamaba “el zanjón”, alrededor de la ciudad, con lo cual nunca se inundaba Mendoza que estaba ubicada más baja del nivel común. Si eso pudo ser hecho en aquella época, por qué no se hizo nada para defender todas estas poblaciones en 2013. La Plata, por ejemplo, que tiene unos monumentos y unos edificios hermosísimos, que tiene esa arboleda que yo admiraba cada vez que la miraba, porque ya casi no la veo, pero la siento cuando salgo alguna vez. ¿Por qué no hacer obras para defender a la gente de acá?
El horror fue cuando nos enteramos de que había gente que había muerto. A una vecina de acá en la cuadra no la pudieron sacar porque el agua empujaba tanto de afuera que falleció antes de que la pudieran ayudar. Después me enteré de un viejito, seguramente sería más joven que yo, pero siempre se dice así, que estaba solo en su casa y no tenía nada ya, a nadie, quizás por eso me sentí tan cerca de él en ese momento que me lo contaron. No tenía ya familia. Y sólo tenía los recuerdos de su casa. Cuando pasó la inundación en su casa no quedó nada, no existían más los recuerdos y el señor se pegó un tiro y se mató. Eso me impactó muchísimo.
Tengo aún una especie de, yo diría nervios o no sé qué, una inquietud que nos quedó a todos hasta ahora. Yo creo que todos los que nos hemos inundado tenemos una inquietud adentro que, personalmente, no la sé precisar. Pero no es miedo, no es preocupación, es no sé qué. Ojalá alguien me pueda decir qué es eso. Porque me doy cuenta de que son muchas personas las que están pasando eso aunque pocos lo cuenten. Yo pude salvar casi todo mi archivo, que es muy nutrido, por la ayuda de cientos de personas que no conozco, que venían, se instalaban en el fondo de la casa y trabajaron durante un mes, dos meses, tres meses, cuatro meses, hasta hoy siguen viniendo algunos para salvar papeles que eran únicos, documentos que jamás se podrían recuperar en otro lado y los han salvado. Algunos libros se perdieron, generalmente los de arte, pero fueron muy sabios quienes me ayudaron. Es mucho más importante lo que se salvó que lo que se perdió. El arte era mi vida en mi época anterior, pero ahora solo me interesa un tema y todos saben cuál es. De manera que se salvó lo imprescindible y lo importante y se lo debo a esa multitud de personas que yo sabía que estaban trabajando mientras yo estaba aquí en mi casa, sentada en un rinconcito. Todos me ayudaban, todos limpiaban, gente que conocía y gente que no conocí. Y gente que no se dio a conocer. Yo me enteré después, por ejemplo, de que hubo algunos funcionarios, algunas personas muy conocidas que anónimamente vinieron a dar su mano.
Como al tercer día alguien me dijo que se había acercado un vecino a preguntar quién nos traía la comida y dijeron “nadie”, a mí no se me había ocurrido en medio de todo que la gente necesitaba comer, y fue y trajo alimentación para todo el grupo. Y entonces Máxima, la eterna Máxima, mi ayudante desde hace 40 años, compró una cacerola enorme que todavía está acá, que la tengo que donar algún día porque espero no necesitarla para otra inundación, y preparaba comida y así le pudimos dar un plato caliente como decía ella a la gente que ayudaba.
De todas maneras, me queda una deuda enorme y siento que no la voy a poder saldar nunca y ni siquiera he hecho lo que pensé al principio, que era publicar un agradecimiento, hacerles llegar algo. No lo he podido hacer porque parece que no puedo arrancar. Estoy ahí en algunos puntos como quieta, trabada. De todas maneras ésta es una oportunidad como para hacerlo llegar a Mónica y su Afro, por ejemplo, y al hijo de Mónica, que fue quien me llevó del brazo desde acá. Y a todos los demás chicos y jóvenes y viejos que vinieron a ayudar. En realidad no me alcanzan las palabras para expresar todo lo que me ha significado en mi soledad, en mi final de la vida, esta ayuda que me permitió salvar lo que he preparado para el futuro, para que quede, si es posible, como parte de la historia de los últimos cuarenta años.
Pero no todos somos iguales ante la adversidad y yo no pude evitar pensar que así como hay gente que sabe lo de Clara Anahí y no habla y sabe que me están torturando con eso hace 37 años, que me iré a lo mejor sin saber y no dicen ni hacen nada, también ha habido gente que cerró las puertas cuando llamaba algún vecino para pedir auxilio. No todo fue bueno. Quizás alguien murió por falta de ayuda.
Por mi parte la generosidad que recibí me conmueve, hoy abro cajas en las que cada papelito, por más pequeño que fuera fue secado y guardado con tanto afecto. La inundación de abril es un antes y un después.
Producción Lucía Abbattista
6 commentsOn “No me alcanzan las palabras para agradecer”
comparto la inquietud, ese no se qué al que refiere tan sabiamente.
hermosa nota, gracias
Hermosa nota. Chicha una mujer luchadora, que como si fuera poco lo que la vida le deparó ya, le tocó esta otra incertidumbre y atropello, la de la inundación. Como buen espíritu solidario y generoso, agradece más de lo que se queja. Ojalá la vida la premie, reencontrándose con su querida y buscada Clara Anahí.
Gran nota me conmovio muchisimo. Que mujer tan fuerte!!!
Chicha querida a lo mejor esta inundación fue la oportunidad que la vida les deparó a las buenas gentes que te ayudaron y te cobijaron de demostrarse tal como han sido. Hasta Afro fue elegido para protegerte y seguramente no es casual. Que, como vos decis, se preservara la vida de una viejita de 90 años (yo prefiero llamarte una mujer que con su inclaudicable lucha y su coraje le da ejemplo y guía a este nuevo país nuestro) tiene que tener un sentido…Clara Anahí va a acariciar tus manos y besar tus ojos como tantas veces lo habrás soñado. Mientras se prepara ese momento sabé que tenés cuarenta millones de nietos que te amamos y también esperamos por ella. Un beso
No puedo menos que expresarle a Chicha mi admiración por su ejemplo de perseverancia y valentía. Quiera Dios que su trabajo de frutos de justicia ante tanto horror de la dictadura y en el presente por todo lo que pudiendo, no se hace, como la falta de obras que terminó en la inundación del 2 de abril de hace poco más de un año..
Sea. Mariani, sólo un alma buena y noble como la suya puede reírse al verse empapada y cubierta de hojas amarillas, en medio de tan terrible catástrofe. No hay ningún papel más valioso que su propia vida y testimonio, gracias a quienes la socorrieron !!!!
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