En el borde de Berisso, los Larrosa se inundan siempre. Pero con la lluvia del 7 de febrero pasado todo empeoró y debieron evacuarse. La Pulseada visitó el lodazal que les dejó el agua. Ellos no piden tierra, vivienda ni alimentos. Quieren escombros para rellenar el suelo. Para poder salir.
Por María Laura D’Amico
Fotos Gabriela Hernández
El 7 de febrero pasado, intensas lluvias volvieron a inundar varias zonas de nuestra región y Berisso fue una de las localidades más afectadas. Cientos de personas, principalmente de los barrios Mocoví y Obrero, tuvieron que dejar sus casas y evacuarse, y revivir escenas del trágico 2 de abril de 2013. La familia Larrosa vive en las afueras de Berisso y se inunda cada vez que llueve, pero hasta ahora nunca había tenido que abandonar su casa. Con dos nietos recién nacidos, debieron refugiarse en el gimnasio municipal. La Pulseada los visitó una semana después. El agua, que no había terminado de bajar, dejó un lodazal por el que es casi imposible transitar. Los Larrosa piden ayuda.
La esquina de 27 y 153 es uno de los límites urbanos del municipio. A un lado de la 27 se encuentra el barrio Mocoví y al otro hay un asentamiento de la comunidad paraguaya. Después de la 153, si se continúa bajando por la línea imaginaria de la 27, comienza el campo. Pero el campo, lejos de ser un terreno deshabitado, desde hace tres años alberga a los Larrosa.
La familia se compone así: Juan Carlos Larrosa (42) está casado con Alejandra (41). Tienen siete hijos. Los tres más chicos, Alexis (12), Pablo (14) y Juan (16), viven con ellos en la casilla del fondo. A unos pocos metros está su otra hija, María (19), con su marido Rodrigo y Nehemías, su primer hijo de un mes medio. Pegada a su casa vive otra hermana, Mariana (18), con su marido Daniel y Camila, una beba de ocho días. Más adelante, en la otra casita, el hijo mayor, Adrián (24), con su mujer, Yanina y sus dos hijos, Alexis (6) y Estefanía (4). En tanto, Elida (21) es la única que vive en otro barrio de Berisso, en una casa que alquila junto a su marido.
Las cuatro casas que armaron los Larrosa se parecen entre sí. Todas son de chapa y madera con piso de tierra. En el interior, una división separa lo que sería una cocina comedor, de una habitación donde hay una cama. Ninguna de las casas tiene agua corriente ni gas. Todas tienen pozo para los desechos cloacales. Todas se inundan cada vez que llueve.
Hace casi tres años, un amigo de Juan Carlos le dijo que otro amigo, dueño del campo, les prestaba el terreno para instalarse. Los Larrosa no piden tierra, no piden vivienda, ni alimentos, ni reclaman por otros derechos básicos. Tampoco le agrada recibir ayuda de los vecinos. Afirman que con changas y trabajando —como albañil, cartoneando con el carro y juntando botellas— se las arreglan para vivir. Lo único que piden es que el municipio les dé escombros para levantar el terreno y dejar de inundarse.
“Lo único que pedimos es escombros y tierra. Que nos traigan acá adentro para que lo podamos ir desparramando nosotros. Tenemos chicos y cada vez que llueve no podemos salir. El jueves cuando nació mi nietita, decí que mi mujer la llevó un rato antes de que empiece la lluvia porque ya estaba pasándose de fecha. Imaginate si la teníamos que sacar el viernes. El viernes ya estábamos todos inundados”, relata Juan Carlos con zozobra.
Dice que en la municipalidad de Berisso los mandaron a pedir escombros al corralón municipal —ubicado en 18 y 153, a 9 cuadras de su casa—, donde siempre ponen excusas: que el encargado está de vacaciones, que las calles están rotas y el camión no puede pasar.
“Vas al Municipio a pedir y cuando les decís la dirección, no te dan, y vos ves cómo a gente que vive más allá del asfalto, siempre le traen calcáreo, tierra. Y para este lado no quieren entrar. Es bastante terrible esto. Hay como preferencia. Eso te da mucha indignación. ¿Por qué? ¿A algunas personas las ayudan y a otras porque están en un nivel mucho más bajo que el de ellos no les hacen nada? No entiendo y me da mucha bronca. Nosotros también somos personas”, afirma como si fuese necesaria la aclaración.
Según Defensa Civil, las lluvias del 7 de febrero pasado dejaron cerca de 200 evacuados que fueron alojados en el gimnasio municipal. Ese viernes fue la primera vez en tres años de sucesivas inundaciones que Alejandra y los chicos dejaron sus casas. “Fue la primera vez que mi mujer con mis hijos se tuvieron que evacuar, por el bebé. Porque es chiquitito y no puede estar acá entre tanta infección, entre tanta agua podrida”, relata Juan Carlos.
Continúa: “El sábado 8 les metieron un colchón abajo del brazo y les dijeron ‘A su casa’. Siendo que acá estuvimos con agua hasta antes de ayer, 13 de febrero. Está bien, no hay problema. No queremos tirarnos en contra de nadie. Lo único que queremos es que si alguien nos quiere dar una mano, es con tierra y escombros para que podamos vivir mejor”.
Las marcas
Adentro de la casa, a la derecha hay un sillón de varios cuerpos forrado en cuerina roja. A la izquierda la heladera, un sillón individual y la entrada a la habitación donde está Mariana amamantando a Camila, su beba de 8 días. Más atrás una mesa con cuatro sillas. Debajo de la mesa una gallina camina con movimientos lentos. El piso es de barro y ha tomado la forma irregular que el agua deja cuando baja.
En el ambiente hay mosquitos. También hay olor a agua estancada, a bosta de caballo, a podrido. Cuesta entender cómo los Larrosa no se enferman con más frecuencia. Ellos, que son creyentes, agradecen a Dios: “Si no viviríamos en el hospital”, señalan.
Alejandra muestra las marcas que dejó el agua en la heladera y en la chapa que divide el salón de la entrada de la habitación. En sus brazos acuna a Nehemías, el nietito de un mes y medio, que duerme con la placidez de los bebés recién alimentados.
Juan Carlos pasa en la computadora fotos que sacó con el celular cuando todavía era todo un espejo de agua. Las fotos están en su cuenta de Facebook, donde empezó a publicar desesperados pedidos de ayuda. Muestran a los chicos mirando televisión arriba del sillón rojo con las patas enterradas en el agua. En otra foto, la casa que asoma como si flotara del medio de una laguna. En otra, el carro que usan para cartonear, encallado en una elevación del terreno. A un costado, dos caballos quietos. Más adelante, una pelopincho llena de un líquido viscoso.
Las fotos que Juan Carlos pasa en la computadora recuerdan las peores escenas del 2 de abril de 2013 en La Plata. Pero lejos de ser una excepción, son las imágenes cotidianas para los Larrosa ante cualquier día de lluvia intensa.
De pronto, las imágenes chocan con el sentido común, con lo que se puede esperar del momento del regreso al hogar tras un alumbramiento.
En las fotos está Alejandra con el agua arriba de las rodillas y en los brazos sostiene a su nieta, la hija de Mariana, que acaba de nacer. Se nota en la rigidez de su cuerpo el intento de dar pasos firmes sin poder ver dónde está pisando, descalza en un terreno fangoso. Otra imagen la sacó Mariana en un parate durante el cruce del pantano hasta su casa. La imagen fue tomada en picada por ella misma. La muestra con una sonrisa, con los puntos de la cesárea aún tirantes, con las piernas sumergidas en el barro. Veinte metros más atrás, la casa que se asoma como una boya en el río.
Ahora la que habla es María: “Esta situación te pone mal, porque vos tenés un bebé y nadie te ayuda y decís ‘¿Cómo podés tener a tu hijo así?’ La intención de nosotros es…”. María se quiebra, hace una pausa, llora. Cuando recupera el aliento vomita palabras como puede: “Yo necesito que me ayuden porque no puedo tener a mi hijo acá. ¿Sabés cómo me duele cuando se inunda todo? ¿Sabés los virus que le pueden agarrar porque esta agua está toda podrida? El único lugar que tenés seco es la cama. Casi todos tenemos los pies todos paspados, lastimados. A mí me duele un montón estar así sabiendo que tenemos gente que nos puede ayudar pero no nos ayudan porque siempre tienen una excusa. Yo necesito que me ayuden porque yo también soy persona, mi hijo también, todos los que estamos acá. Ellos también, ellos son chiquitos todavía —con referencia a su hermano Alexis, que está sentado a un costado—. No estamos pidiendo que nos hagan una re mansión, porque no queremos eso. Nosotros gracias a Dios tenemos manos, piernas, podemos trabajar. Pero lo que necesitamos es algo que nosotros no podemos lograr. Yo no puedo comprar una camionada de escombros sabiendo que tengo a mi hijo al que le tengo que comprar leche y pañales. No puedo hacer eso”.
María se lamenta por los bebés: “No los podemos tener acá. Mirá si le agarra cualquier peste y se nos enferman o algo, ¿qué hacemos nosotros? No tenemos para dónde disparar, para dónde correr. El día que nos evacuaron a Nehemías lo tuvieron que subir a un carro y sacarlo acá. ¿Te parece a vos? Arriba de un carro —subraya—. Porque el agua nos llegaba hasta acá —se señala la cintura—. Y todo lleno de pozos. ¿Te imaginás que se nos caiga un chico al agua? ¿Qué pasa? Se nos ahoga y se nos muere. Necesitamos que alguien venga a ayudarnos. A mí me dijeron cuando tu hijo cumpla un mes traélo a control. Cumplió un mes y al otro día se llovió. Mi hijo ya va a cumplir dos meses y todavía no lo pude llevar a control porque no podemos salir de acá. ¿Qué pasaría si mañana alguno de nosotros se enferma? Cómo hacemos para salir de acá? No podemos vivir así”.
Los Larrosa agradecen la ayuda que en estos días les han ofrecido vecinos que se enteraron de su situación, desde alimentos, ropa para los bebés, chapas y materiales de construcción. Pero insisten en que lo único que verdaderamente podría ayudarlos es material para rellenar el suelo, de modo de poder hacer un camino por el cual entrar y salir cada vez que llueve. Para que los chicos puedan ir a la escuela, para poder llevar a control a los bebés, para poder salir a trabajar.
Alexis, el hijo menor de los Larrosa, que estuvo callado durante la charla, abre la boca para contar que empieza primer año del secundario. Muestra el celular que le regalaron por haber pasado de grado y dice que ir a la escuela no le gusta mucho. Está con un dolor en el pie: “Se hincó algo de andar descalzo”, cuenta su mamá. Él no se queja del dolor. En cambio, desliza que le gustaría ser abogado.
1 commentsOn Nacer desde el barro
REALMENTE UNA REVISTA SOCIAL CON TODAS LAS LETRAS. ME ENCANTA TODOS LOS ARTÍCULOS QUE PUBLICAN. FELICITACIONES.