Julián Polito
Independiente
A cualquiera que le interese el folclore, una vez que empieza a investigar y viaja hacia el pasado tropieza con lo que parece ser una última frontera: las primeras grabaciones. Más allá, se abre el abismo de lo anónimo. La guitarra rústica que demora una milonga en el cuento de Borges. Julián Polito llegó a ese terreno brumoso haciendo el camino inverso. Comenzó tocando violín y flauta traversa hasta que, en la adolescencia, sintió el llamado generacional del rock progresivo. Luego derivó al jazz y, más tarde, se inclinó por la viola da gamba y su repertorio. “Finalmente, un poco, no demasiado cansado de la melancolía del instrumento y seducido por la frescura y emocionalidad del folclore, decidí investigar las raíces y su genealogía hasta el Barroco y el Renacimiento –explica Julián-. Así nace Viejo Nuevo Mundo«. Con su viejo amigo Acho Estol (La Chicana) de copiloto, Polito partió en busca de ese pasado posible. Para encontrar el hilo, la clave fue –como diría Páez- unir las puntas del mismo lazo. Uno de los mojones fue el Códice de Martínez Compañón, el obispo del Virreynato del Perú que se fascinó con Latinoamérica y tomó nota detallada de la cultura de los indígenas. Incluyendo las partituras de veinte piezas que, de otra manera, se hubieran perdido en la noche de los tiempos. Otras guías fueron, claro, las coplas recopiladas por Leda Valladares y Rubén Pérez Bugallo. Así, el Dúo Coplanacu canta “Rodrigo Martínez” -una pieza renacentista del Cancionero de Palacio- y encuentran una tatarabuela de la chacarera. Así, por ejemplo, arriban al momento clave: cuando Dolores Solá entona un tristecito anónimo y resuelve el problema del eslabón perdido. Cuando la viola da gamba parece dar su salto evolutivo y convertirse en guitarra criolla. Por eso este disco, una humilde edición de autor casi sin prensa, es importante. Por fortuna, también se goza liviano como el principio de la primavera.
Martín E. Graziano