A los numerosos libros sobre el Flaco se sumó otro este año: «El lector kamikaze». Pero no es uno más. En él, Juan Duizeide da cuenta de las lecturas del músico y las marcas que dejaron en sus letras, además de ocuparse, entre otros temas, de su relación con la política, lo sagrado, el sexo y los estilos rockeros de los ’80.
Por Carlos Gassmann
Por una vez, nuestro amigo y colaborador de La Pulseada, Juan Bautista Duizeide, postergó su fijación por el agua para escribir sobre otra de sus obsesiones: Luis Alberto Spinetta. Su libro “El lector kamikaze”, editado en abril pasado por Patria Grande, hace posible reflexionar sobre las múltiples relaciones intertextuales presentes en las letras del creador de “Cantata sobre puentes amarillos” y revela mucho de “ese mundo Spinetta tan complejo como fascinante”. Mientras avanza con nuevas ficciones o ensayos, conversamos con Juan acerca de éste, su último trabajo.
–¿A cuándo se remonta tu relación con la obra de Spinetta? ¿Cómo empezó, cómo continuó y cómo es hoy?
–Mi descubrimiento de la obra de Spinetta -siempre se trata de un descubrimiento en este tipo de relaciones amorosas- fue bastante tardío. La ventana de la música a mí se me abrió a los 14 ó 15 años, en una casa bastante musical donde sonaban cosas muy distintas. Pero al principio lo mío fue la música sinfónica y de cámara y algunas pocas cosas del rock: Beatles, sobre todo, Pink Floyd, Génesis, Dylan, Mahavishnu Orchestra, Weather Report, Return to forever… El rock nacional no tenía espacio. Y entre a él sobre todo por Serú Girán y algunas canciones -más por la letra que por la música- de Sui Generis. En casa sonaba algunas veces Almendra, pero entonces le presté tan poca atención como a Mercedes Sosa o Edith Piaf, que más adelante me encantaron. Spinetta en principio fue una desconfianza. Yo estaba leyendo la Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini, que incluye a Artaud, y mi primo Miguel Sola tenía un cassette llamado, precisamente, “Artaud”. Pero yo lo escuchaba y sentía que Artaud no estaba allí. Precisamente eso, que entonces percibí como una falta, ahora lo escucho como una virtud: no sólo Artaud está ahí, lo que está es lo que le pasó a Spinetta con Artaud. Esa desconfianza, años después, a los 18 ó 19, se convirtió en una curiosidad muy intensa. Creo muy significativo que se haya dado en paralelo con otros descubrimientos: la música latinoamericana –Violeta Parra, Víctor Jara, Amparo Ochoa, Simón Díaz, Cecilia Todd, Chabuca Granda, Lucha Reyes-; la música brasileña –Tom Jobim, Joao Gilberto, Elis Regina, Chico Buarque, Maria Bethania, Egberto Gismonti, Hermeto Pascoal-; el tango -que por entonces era para mí sólo Gardel y la santísima trinidad integrada por Piazzolla, Salgán y Pugliese-. A los 21 fui a mi primer recital de Spinetta, una presentación de “Téster de violencia”. Y a partir de ahí lo seguí. He ido a casi 30 recitales de él, con distintas formaciones, incluso a uno de él solo con su guitarra roja y blanca. A diferencia de otros antiguos amores que el tiempo limó o reubicó de manera más lejana, fui encontrando en Spinetta cosas que en mis primeras escuchas -y hablo de décadas, no de años- no se me habían revelado.
–¿Y cómo surgió la idea de publicar este libro sobre él?
–Fue del editor Sergio Avasolo, de Patria Grande. Sucede que durante poco más de un año trabajamos junto a Ana Cacopardo en la escritura de “Historias Debidas” (La Pulseada Nº 142), un libro basado en su programa televisivo de entrevistas. Algunos capítulos estaban dedicados a músicos: Liliana Herrero, Juan Tata Cedrón, Miguel Ángel Estrella. A Sergio le gustaron especialmente esos capítulos. Y le interesaron por las conexiones entre música y literatura que se daba en ellos. Justo venía pensando en crear una colección que emprendiera sistemáticamente esos cruces y me convocó. Así surgió La Balsa, nombre que puede resultar un tanto engañoso, ya que es un obvio homenaje a los pioneros del rock nacional, pero esconde que la colección no se ocupa sólo de rock sino también de músicas populares de distintas partes del mundo y sus relaciones con la literatura.
–¿Bastó para escribirlo con tu background o necesitaste de mucha investigación?
–De manera ingenua, incluso arrogante, ¡casi adolescente!, pensaba que años de seguir a Spinetta, escucharlo y leer cuanto se publicara acerca de él me bastarían. Pero lo que me esperaba era un laberinto. Quizás fue eso lo más interesante: suponía que la tarea iba a ser volcar “lo que sabía”, pero de lo que se trató fue de explorar un continente casi incógnito. Me parece que en éste, mi segundo descubrimiento, acecha, late, lo más original de Spinetta en el rock nacional. Una faceta que, me parece, comparte apenas con Manal y lo mejor de Charly García: la posibilidad de relectura permanente, la interpelación a distintos tiempos. ¿Eso es un clásico, no?
–Dada su originalidad, ¿te parece que la figura de Spinetta tiene algún equivalente en algunas otras ramas de la producción artística?
–Salvando las distancias, que me parecen inmensas, vinculo a Spinetta con la figura de Borges. Y con Borges como escritor, que es ante todo un lector. Tanto a Borges como a Spinetta durante años se los citó más de lo que se los leía o escuchaba. Se los consultaba acerca de cualquier cosa. Se los respetaba más quizás de lo que se los disfrutaba. Compartían la etiqueta de complejos, herméticos, no aptos para no iniciados. Como creadores, ambos son para mí los grandes antropófagos de la cultura nacional. No me consta que ninguno de los dos haya leído el “Manifiesto Antropófago” del brasileño Oswald de Andrade, pero ambos pusieron en práctica esa apertura a las tradiciones más diversas con ánimo de fagocitarlas y convertirlas en otra cosa: nueva, original, vibrante. Borges incluso teorizó esa forma de obrar en su famoso ensayo “El escritor argentino y la tradición”, donde termina planteando: “no debemos temer (…), debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo; ensayar todos los temas”. Borges nos ubica en el mapa mundial de la literatura con una perspectiva propia. También Spinetta ha hecho con el rock algo que no existe en el rock dominante, el anglosajón. Que se lo pueda seguir ignorando no depende de cuestiones estéticas, sino de cómo funcionan a nivel global los circuitos de publicidad, distribución y consagración.
–¿Cuál ha sido hasta ahora la repercusión en la crítica y en el público?
–La aparición de El lector kamikaze es reciente pero ya me ha dado algunas alegrías. Lecturas tanto de gente que yo no conocía y me contó que el libro les hizo redescubrir algo que creía conocer de memoria, como lecturas de gente que admiro, como la narradora Patricia Ratto, el periodista Leandro Albani o el periodista y locutor Alfredo Tangorra, que me señalaron virtudes que yo no sospechaba en mi ensayo y también zonas a seguir trabajando.
–Sabemos que habrá una segunda edición con tapa dura y solapa.
–Así parece. Pero más que esa reedición, que en las actuales condiciones de nuestro país suena a quimera, lo que me interesa es que el libro funcione como mascarón de proa de la colección La Balsa (ver recuadro), que abra espacio para otras miradas y otras escrituras. Que genere trabajo para otros autores.
–Estás preparando nuevos libros, ¿podés adelantar algo?
–Son varios, juro que no sé bien cuántos. Hay un libro que saldría antes de fin de año, por editorial Caterva, que incluirá un ensayo de María Pía López y uno mío acerca de las relaciones entre la literatura argentina y nuestros espacios oceánicos. Algo así como la pregunta de por qué y cómo se construyó el mar como no lugar en nuestra cultura. A su vez, Malisia va a sacar un volumen de cuentos, “Aires de río en invierno”, y es posible también que antes de culminar 2017, por otra editorial, aparezca otra compilación de cuentos: “Noche cerrada, mar abierto”.
Más títulos de la colección “La balsa”
El repertorio de esta colección hasta ahora cuenta con “Spinetta, el lector kamikaze” y “Patti Smith, poesía y distorsión”, escrito por Rosi Bernas (también colaboradora de La Pulseada). Están en proceso de escritura otros volúmenes sobre Ricardo Soulé y el disco “La Biblia de Vox Dei”, Javier Martínez y Manal, Juan Tata Cedrón, Miguel Abuelo, Ramón Ayala, Ian Curtis.
Ajuste de cuentas con lo ya dicho
Duizeide pone su lucidez al servicio del análisis de Spinetta. “El lector kamikaze” es una excusa que encuentra para decir todo, o casi todo, lo que ha venido lucubrando acerca del Flaco, haciendo hincapié -pero yendo más allá también- en las variadas lecturas del líder de Almendra y en las marcas, evidentes o sutiles, que esos libros dejaron en sus canciones.
Hay también un ajuste de cuentas con lo que sobre Spinetta se ha dicho. Y quizás sea el rockero local que más ríos de tinta ha hecho correr: Berti, Grinberg, Ramos, Flachsland, Pujol, Marchi, Diez, Dente y Delgado son apenas algunos de los que le han dedicado, total o parcialmente, trabajos. El de Duizeide no es simplemente otro más sino que tiene unos cuantos valores agregados.
Mi lectura de entrada debía sortear algunos prejuicios. Como lo hablamos hace poco al aire radial con Sergio Pujol (La Pulseada 150) hay grandes diferencias respecto de los valores estéticos de las letras del folclore, el tango y el rock nacional. Por el lado del folclore, bastaría con mencionar al enorme Atahualpa (“un degüello de soles muestra la tarde”); desde el ángulo del tango, tenemos a un Discépolo (“¿dónde estaba Dios cuando te fuiste?”), no encontramos, con toda la relatividad que les cabe a los juicios estéticos, algo equivalente en el rock. Este género trajo preponderantemente consigo, aunque ya existiera, la figura del cantautor. El compositor puro, el autor puro, el intérprete puro son excepcionales. Abundaron los que estaban más interesados en los últimos sonidos o los flamantes instrumentos procedentes del exterior que en los volúmenes ubicados en los anaqueles de las librerías. Dueños de una cultura, digámoslo así, mucho más musical que literaria, que se refleja en los productos finales.
Sergio, con rigor y síntesis, nos dijo que compartía parcialmente la apreciación y que tenía una suerte de tesis al respecto: por mecanismos que se explican, entre otras cosas, por cambios en las condiciones de producción de la industria cultural, existía en el pasado una división del trabajo entre compositores y letristas que había ido desapareciendo. Esa especialización favorecía que cada uno fuera mejor en lo suyo. Añadía que en el rock hay también versos valiosos (y el primer nombre que le surgía era, precisamente, el de Spinetta y el otro era el de Charly García); y, en segundo término, decía que hubo un cambio de paradigma poético.
Duizeide lo señala en su libro con mayor precisión: “el tango tuvo como faros al Siglo de Oro español, el romanticismo y el post-romanticismo, el simbolismo, el modernismo, la poesía lunfarda. El folclore el romancero, las coplas, el Siglo de Oro español, la generación del ’27 y sobre todo García Lorca. La nueva canción latinoamericana se nutrió de la mejor canción folclórica, de Neruda y de Brecht”. El autor considera que, en este y otros aspectos, el Flaco constituyó una auténtica excepción respecto de sus pares: “una de las grandes renovaciones debidas a Spinetta es la de la biblioteca de los hacedores de canciones (…) Aportó al mundo del rock sus lecturas de Artaud, Rimbaud, Van Gogh, Blake, Nietzsche, los surrealistas, Castaneda, Foucault, Deleuze (…) Y esos textos, filtrados por él, rotos y reconstruidos por él, alcanzaron a las nuevas generaciones de autores”.
Yo también diría ahora: sí, pero… A un amigo le sorprendía que no compartiera su gusto por la lírica de Spinetta. Y yo le respondía provocativamente que “no puedo considerar un gran poeta a alguien que no logra pasar las cinco líneas sin meter algún nena”. El libro de Duizeide me está ayudando a remover en parte esos preconceptos. Estoy revisando las canciones del Flaco a la luz de estas nuevas claves hermenéuticas propuestas por Duizeide para comprobar si logran seducirme un poco más.
Duizeide constata o hipotetiza a partir de las letras de las canciones de Luis Alberto influencias literarias o librescas en general, directas o indirectas, de lo más diversas: de T. S. Eliot a Carl Gustav Jung, de Antonin Artaud a las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Theo, de Julio Cortázar a los autores japoneses de haikus. En diferentes reportajes el Flaco incluyó también entre sus lecturas a Leonardo Da Vinci, Georges Bataille, el Marqués de Sade, Jean Arthur Rimbaud, William Blake, Franz Kafka, Horacio Quiroga, Santa Teresa, Octavio Paz e Idea Vilariño. Spinetta parece haber sido un lector con la voracidad de un autodidacta, que interpreta lo que consume sin atenerse a los cánones de decodificación que instala la crítica y se apropia de lo que hojea pasándolo por su personal y asistemático tamiz. “Lector antropófago, como Borges” -dice Duizeide-, aunque -claro- capaz de menores y distintos cruces y reelaboraciones.
¿Tendría o no razón el censor que vio en el durazno que sangra una metáfora inaceptable de la menstruación? Incógnita de toda obra, deliberada o involuntariamente, abierta, ateniéndonos al modo en que Umberto Eco calificó a cierta producción de las vanguardias. Para Juan se trata de algo conscientemente buscado: “nada está dado de antemano en las letras de Spinetta: sus significados son múltiples”.
Duizeide afirma que mientras “muchos letristas de música popular hacen como si no hubiese pasado nada desde el siglo XIX o principios del XX (…), Spinetta escribió siempre como alguien informado acerca del impacto de las vanguardias”. Aunque no lo define, como tantos han hecho, como un “surrealista”, sino como un “antropófago” que “canibalizó” todo lo que intuyó que podía servirle. Pero todo pasado por su filtro, sin jactancias, ortodoxias ni ambiciones de servir de divulgador: “Spinetta hace poesía, no alardes”.
Como conclusión antes que nada hay que decir que la prosa de Duizeide es, una vez más, impecable. Juan posee el don de hallar en cada oportunidad -según la feliz expresión de Paco Urondo– “la palabra justa”. En cuanto a la materia en discusión: ¿es o no Spinetta un artista, y sobre todo un poeta, genial? El libro cumple su cometido. Proporciona nuevas grillas de inteligibilidad que invitan a revisitar la obra de Spinetta evitando cualquier tentación a priori de subestimación.