El cancionista uruguayo habló con La Pulseada sobre la música infantil y repasó sus trabajos “El pimiento indomable” y “Somos libres”. Dice que le interesan los artistas que conservan “destellos de la pureza radiante de la infancia”.
Por Facundo Arroyo
Martín Buscaglia nació en el barrio Malvín de Montevideo (Uruguay) en 1972. Cuando ya era músico y compositor fue a una muestra fotográfica de Laura Cánepa. Allí tocaba El Príncipe (Gustavo Pena), un trovador que circuló por la contracultura oriental durante los ochenta pero recién después de su muerte, en mayo de 2004, empezó a ser reconocido como un referente del Río de la Plata. Ese día, El Príncipe estrenó “Mandolín”, una de sus composiciones más conocidas. “Sentí que era una de las mejores canciones del mundo”, dice Buscaglia, que se recuerda junto a Nico Ibarburu (guitarrista que acompañó a Jaime Roos y Fito Páez, entre otros) paralizados hasta el final del recital. Habían atestiguado un momento importante para la música.
Pero el ser testigo privilegiado fue algo casi cotidiano para Buscaglia. Su padre, Horacio “El Corto” Buscaglia, fue poeta y uno de los creadores del candombe beat, género que fundó junto al gran Eduardo Mateo, un faro sin 12 segundos de oscuridad. Hoy la canción rioplatense lo tiene como materia obligatoria pero en aquellos tiempos también pasó algo desapercibido. El Corto y su casa cumplían misiones culturales las 24 horas al día. Junto a su mujer, la mamá de Martín, Nancy Guguich, dieron pie al colectivo “Canciones para no dormir la siesta”, que durante la dictadura formó parte de la resistencia musical infantil. Un papel que en Argentina cumplió María Elena Walsh y en Chile, con algo más de rabia y combate, Violeta Parra.
Por esa casa podía pasar Eduardo Mateo a la tres de la mañana y componer una canción mientras Nancy hacía unos mates. O caer la tarde y Urbano Moraes, Rada o los Fattoruso llegar con algunos timbales y guitarras y armar un cancionero hasta que entre la madrugada. Martín estaba ahí y, dice, “era imposible no absorber todo eso y que mi orientación no sea la del arte y la poesía”.
La charla con La Pulseada empieza así:
—¿Qué importancia tiene la música para niños y qué significó para vos cuando eras chico?
—Es una relación recíproca. También los niños son importantes para la música. Me interesan los artistas en los cuales, a través de la piel curtida, se ven destellos de la pureza radiante de la infancia. El niño es el artista ejemplar, además de un survivor que se adapta a lo que la vida le va poniendo delante. De pequeño en casa sonaba mucha música, aunque mi relación con ella no era monogámica. También estaba el fútbol y las peleas callejeras con cerbatanas y coquitos de las palmeras de la rambla.
—¿Cómo fue tu experiencia en proyectos de música infantil?
—Comencé muy joven, a los 16 años, a trabajar como músico en clases de expresión corporal con diversos docentes y a dar talleres en jardines de infantes. Eso decantó en “Cantacuentos” (grupo de música y teatro para niños), que continúa hasta hoy. Hace ya años que no actúo en vivo pero sigo muy cercano; compongo, produzco. El rigor y la emoción son igual que con un disco para adultos, la energía en vivo es superior aún. Y es un terreno fértil para la experimentación poética y musical, lo contrario de lo que uno podría pensar al ver tantísimos productos chatarra para niños. Bueno, para adultos la proporción es la misma…
—En 2014 editaste Mojos, un libro con algunos trabajos de tu padre. Allí su música con los niños es importante, ¿cuál fue tu criterio de selección?
—De toda la obra de mi viejo, las canciones para niños están entre las más recordadas en Uruguay; “Príncipe azul” (aquí es famosa la versión de León Gieco), “El país de las maravillas” o “Chim pum fuera” son clásicos de la canción uruguaya. Son cantadas aún hoy con mucho cariño y tienen un gran significado para la gente. Están ésas en el libro y también otras como las que compuso con (Rubén) Rada.
—¿Podrías mencionar elementos de la niñez en artistas como Mateo, Jonathan Richman y Mandrake Wolf, que interpretás en tu nuevo disco?
—Sin duda los tres comparten la sabiduría del abuelo niño y son como esos elefantes veteranos que sonríen como bebés o como budas gordos. Tienen una conexión constante, la poesía a flor de piel sin alarde ni alharaca, el no tener miedo, el saber que la música está del lado del bien. Esa cualidad de viejo lobo que mantiene abierto el canal al poderío de la infancia la tenía (Luis Alberto) Spinetta, lo veo clarísimo. Lo mismo pasa con (el músico español) Kiko Veneno.
El evangelio según Martín
Martín Buscaglia editó su primer disco solista en 1997. Se trató de “Llevenlé”, reeditado en 2011 sin ninguna reversión o nuevos arreglos. “Quería conservar el nervio de cada una de las canciones” —dice— y en realidad lo que hay allí convive son una cantidad de semillas que luego fueron creciendo hasta estallar con “Temporada de conejos” (2009). Como si la fruta, una vez madura, buscara ser puré saborizado. Un disco donde experimentó con todas sus influencias: Deforme, “groovero”, multigénerico y poéticamente elevado. Un trabajo incómodo para lo que venía haciendo con su carrera. En el medio sacó “Plácido domingo” (2000), “Ir y volver e ir” (2004, antología con algunas pocas perlas nuevas), y “El evangelio según mi jardinero” (2006).
Siempre fue un cancionista, un orfebre de una obra personal. Pero también estuvo constantemente rodeado —quizás aquí haya un lazo arterial con su padre— de buenos músicos amigos. Así, por ejemplo, parte del repertorio de sus últimos discos los ha sabido llevar al vivo con su banda Los Bochamakers. Mateo Moreno (fundador de la banda No te va a gustar), los hermanos Ibarburu (Spinetta, Rada, Roos, Cabrera, entre otros) y Matías Rada (hijo del Negro y primera guitarra del grupo Illya Kuryaki & the Valderramas) fueron algunos de los músicos que pasaron por esa banda de fuego alto, tanto para ejecutar candombe contemporáneo como funk oriental.
Y sí, en sus canciones hay funk, reggae, samba, milonga, candombe y bossa nova y en su cuerpo se le infla, en momentos de mística celebración, un groove descontrolado (esa sensación rítmicamente expansiva). Escuchó música de Uruguay, Argentina y Brasil. Entre sus referencias están Spinetta, Mateo, El Príncipe, Joao Gilberto, Jobim, Caetano Veloso. Pero también entendió el blues y la música británica. Ahí están Prince, The Police y Tom Waits, por ejemplo.
—“Somos libres” es tu primer disco en vivo y la primera vez que grabás solo con guitarra, ¿cómo te fue con esa experiencia?
—Todo lo que ensaye, estudie, construya como músico, es en realidad una trampa para intentar atraparme distraído. Tener bases firmes y flexibles, un trampolín para saltar a un lugar nuevo. Me regalaron una guitarra, tuve un revival con ese instrumento tan noble y le dije a la gente de Los años luz (sello musical): “Hagamos un concierto en Buenos Aires (Café Vinilo) solo con guitarra, nada más”. Ese concierto se grabó, pero no fue pensado para ser grabado, ni en la elección del repertorio ni en la interpretación. Me atrapé distraído. Voy hacia lo menonita: hice el disco con Kiko compartiendo todas las autorías, luego éste de guitarra reduciendo al mínimo los sonidos y tocando temas viejos y de otros, y el próximo, con mi mágico compatriota Antolín, son composiciones a cappella de él musicalizadas por mí. Recién luego de eso sacaré un disco con mis nuevas canciones que están en el horno.
—Entre otros discos inspiradores mencionaste en varias entrevistas el vivo de Roberto Carlos; ¿qué tiene que tener un disco así para conmoverte?
—No lo sé, ni quiero, ni debo… Es hermoso, irresistible y benéfico. Son canciones perfectas cantadas divinamente. El otro disco en vivo que amo es el de Sam Cooke en el Harlem Square Club. Imposible ponerlo y no escucharlo completo con una sonrisa inmensa y religiosa. Propende a lo epifánico. El encanto es lo único importante, lo que no se entiende pero que trasciende. Todo lo demás es prescindible.
—¿Por qué elegís el Río de la Plata antes que el Mediterráneo? Viviste en Madrid.
—El Río de la Plata es efervescente. Pero no tengo ningún problema en vivir en otros lugares también un tiempo, siempre viene bien moverse, ser desde otros lugares.
—¿Qué opinión te merece la actualidad de la canción rioplatense?
—Me entusiasma, me indigna, me emociona, me resbala, me inspira, me aburre y casi cualquier otra cosa más. La canción es reflejo del mundo.
Indomables
Durante 2012, Buscaglia invitó a Kiko Veneno (un reconocido geronés que puede pasar de tocar rumba y flamenco a un pop picante y excitante) a compartir una temporada en su casa, con la idea de componer y ver qué salía. El aire que se respiró no era académico sino todo lo contrario, sacaron canciones de su cotidianidad y la experiencia terminó en un disco. ¿Por qué en Uruguay y no en España? Martín lo explica: “Somos un grupo, ‘El pimiento indomable’ no es sólo el nombre del disco. Nos juntamos en Uruguay por la fascinación de Kiko con América, por temperatura ambiente, por logística (lo grabamos casi todo en mi estudio), porque sí. Nació de la amistad, ese tipo de cosas no se pueden forzar. Lo mismo con los diversos amigos que tocaron en el disco”. Una de las últimas noticias es el video del tema “América es más grande”, donde tiene el protagónico un músico de culto, otro español, Albert Pla. “Es un artista enorme y el video que realizó completa el sentido de nuestra canción. Como si ‘América…’ ahora por si sola fuera la mitad de la obra, la otra mitad es el video, con su historia de amor, buen humor y sangre”.
La canción que cierra su disco “Somos libres” se llama “Presiento que esta noche soy un lirio” (incluida originalmente en “El evangelio según mi jardinero”) y ésa es su primera frase. Martín se puede llenar de groove pero ese amor que trajo cosechado de sus vidas anteriores es también algo místico para el presente. Allí, termina cantando con la gente que llenó Café Vinilo hace ya más de un año. Se levanta, deja apoyada su guitarra (una de las causas de ese disco) y antes de retirarse grita dos veces: “Somos libres… ¡somos libres!”.