Cuando nació La Pulseada, en 2002, decían que estábamos locos. Con el tiempo demostramos que no era así —o que se trataba de una sana locura— y supimos que no estábamos solos: hay centenares de publicaciones autogestionadas que garantizan la pluralidad de voces y perspectivas en distintas comunidades del país. Hace cuatro años nos asociamos para trabajar juntas y nos descubrimos como un actor vital del derecho a la comunicación. Hoy la tenemos difícil en lo económico y estamos resistiendo embates de las corporaciones. Quiénes somos, qué problemas enfrentamos, qué proponemos y qué reclamamos las integrantes de AReCIA, la asociación que desde octubre pasado preside nuestra revista.
Por Daniel Badenes
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“Una revista independiente es una revista que no tiene otros dueños que los que la hacen y que no tiene negocios paralelos más que el periodismo —dice Ingrid Beck, directora de Barcelona—. Se mueve ideológicamente según sus convicciones, no según criterios económicos”.
Convicción. Vocación. Pasión. Es eso lo que reúne a las más de 300 publicaciones que integran la Asociación de Revistas Culturales Independientes de la Argentina (AReCIA). Lo que hacen no es una mercancía. Diversas en sus contenidos y estéticas, todas implican otra forma de producir, que no busca multiplicar el lucro para considerar sostenible a un medio sino obtener una justa remuneración del trabajo realizado en forma autogestionaria. Muchas veces no lo logran, pero siguen adelante: “Sabemos que cada uno daría la vida por lo que hace. Somos acción, intransigencia y rebeldía —define Claudia Acuña, referente del colectivo Lavaca, que edita Mu—: Por todo lo que mueren los demás, que es el prestigio, a nosotros no nos mueve un pelo. Sí nos mueve, y nos podemos llegar a matar, si alguien se mete con nuestro producto, porque es nuestra vida. Entre revista y vida no hay diferencia”.
Lavaca nació al calor de las protestas del 19 y 20 de diciembre de 2001, con crónicas que circularon por internet. Eran periodistas experimentados cansados de la lógica de los medios comerciales. Organizados en una cooperativa, desde 2006 editan el periódico Mu. Además hacen radio, enseñan, editan libros y sostienen un espacio cultural.
La idea original de Barcelona también data de 2001, aunque recién salió a la calle en septiembre de 2003, criticando a través de la parodia al periodismo de la época.
Ambos medios fueron los fundadores de la Asociación de Revistas Culturales Independientes (AReCIA), que hoy reúne a centenares de revistas de distintos lugares y tiempos.
“Las revistas culturales nos hemos constituido como un espacio de legitimación de la palabra, de la investigación, del debate, en donde la ética periodística sigue teniendo valor y la calidad de los productos realizados no tiene nada que envidiarles a los medios hegemónicos”, escribe desde Rafaela, provincia de Santa Fe, el grupo de jóvenes que edita la revista Mural. Son seis. Estudian en la universidad -privada: la única a la que tienen acceso en su ciudad- pero se conocieron en la militancia social y política. “Decidimos hacer Mural porque creemos que en nuestra ciudad, al igual que en todo el mundo, se difunde sólo una mirada de la realidad, la de los dueños de todo, una mirada que invisibiliza muchas otras formas de decir, hacer y pensar”. En Rafaela, ese medio es la tribuna de los que quieren otro mundo: “Buscamos denunciar lo injusto, lo que genera desigualdad, y también queremos mostrar los procesos organizativos desde abajo”. ¿Quién los banca? Ellos. “No hay patrón, no hay editores que dicen qué sale o no dependiendo de los intereses económicos de un grupo empresarial. Las decisiones se toman de manera colectiva y democrática. Con la revista apostamos a otra forma de construir y trabajar en un medio”, resumen. Cada número de Mural tiene el rostro de Silvia Suppo, una sobreviviente de la dictadura asesinada a puñaladas en marzo de 2009. Un supuesto robo. En el pueblo, todos saben otra cosa. Pero nadie dice.
La imagen de Suppo en la contratapa de la revista no es una buena estrategia para salir a vender publicidad. Sí para mostrar que otra comunicación es posible.
En Rafaela hay reglas implícitas para hacer un periodismo “rentable”:
No cuestionar la soja.
No mencionar los agrotóxicos.
No hablar de negocios inmobiliarios.
No discutir la historia oficial.
No investigar al transporte.
Es decir: no hacer periodismo.
La historia se repite pueblo a pueblo. Las publicaciones independientes libran batallas cotidianas contra la monopolización de las voces, los contenidos y las estéticas. Y lo más importante: hablan sin restricciones de política, género, música, filosofía, artes visuales y prácticas corporales, entre otros temas. Viven de lo que dicen y no de lo que callan, como hacen los grandes medios comerciales.
Independientes, no neutrales
En Bariloche, los que dicen se llaman Al Margen y llevan diez años dando batalla. Es una revista hermana de La Pulseada: creció junto a un intenso trabajo social con niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad. “Al Margen es una organización social que, entre otras actividades, edita una revista de la calle —define Sebastián Carapezza, el coordinador editorial—: La revista es quizás la parte más visible, pero entre los compañeros se han ido desarrollando otros brazos”. Tienen una cooperativa de construcción donde trabaja una decena de jóvenes; el espacio “El semillero”, donde brindan talleres artísticos y de oficios; y además hacen actividades culturales en barrios. Participan de mesas y redes por la niñez y adolescencia, y siempre buscan articular con otros medios de comunicación populares. “Todo eso es Al Margen —resume Carapezza—. En nuestro caso el proceso se dio a la inversa de lo que marca cierta lógica de las organizaciones. Primero nació la revista y después creció la organización social, la dimensión política. Hoy lo que hace interesante al proyecto es la variedad de actividades que desarrollamos en diferentes planos”.
Los editores lo saben bien: la comunicación es política y todos los medios tienen intereses. La pregunta es cuáles.
Detrás de quienes concentran el panorama mediático hay soja, petróleo, timba financiera, concesiones de aeropuertos y autopistas y mucho más.
Detrás de las revistas independientes hay organizaciones sociales, centros culturales, grupos de jóvenes, cooperativas de trabajo, editores con vocación por lo que hacen.
No son “grandes” y “chicos”. Los revistas autogestivas –independientes del poder económico y del poder político- estamos lejos de ser marginales: se calcula que el sector de las revistas independientes del poder económico y del poder político aglutina un promedio de dos millones de lectores mensuales y realiza un aporte significativo a la industria gráfica, que el año pasado ascendía a los $3,5 millones por mes destinados a pymes de todo el país.
En la cuerda floja
Cada año, los censos de AReCIA traen una buena noticia: somos más. El nacimiento de nuevas revistas —pese a que el precio del papel y otras adversidades nos obligan a hacer malabares para subsistir— revela la vigencia de los medios impresos para expresar la diversidad cultural de las comunidades. En la asociación, las publicaciones recién nacidas se encuentran con otras, “hijas del 2001” como La Pulseada o Mu, e incluso más experimentadas. “Hay revistas que tienen 20 años: vos imaginate que sobrevivieron a corralitos… Cuando vos te sentás con una persona como Julia, que algunos la miran como si no supiera hacer nada, y sabe hacer cosas que Fontevecchia todavía no aprendió…”, sentencia Acuña.
Julia es Julia Pomiés, de Kiné, una revista dedicada a cuestiones corporales que desde 1992 persiste, por la fidelidad de sus lectores: docentes, agentes de salud, estudiantes y especialistas en distintas disciplinas vinculadas al cuerpo. “Arrancamos en una crisis”, dice Pomiés, que ya no le teme a ninguna tormenta. El capital inicial surgió de la indemnización que ella y Carlos Alberto Matos, los impulsores del proyecto, cobraron tras ser despedidos de la Editorial García Ferré, en los primeros años del menemismo.
La conversación con La Pulseada se da en los primeros días de 2014, cuando los editores comenzábamos a enterarnos de aumentos de costos que oscilaban entre el 30 y el 70%. “La amenaza de la inflación es grave porque es un negocio donde la plata se recupera 75 días después de haberla puesto —explica Julia, y tiene confianza—: Hay que tener mucho cuidado, pero ya pasamos otras crisis; suponemos que ésta no va a ser la peor”.
“Los principales problemas actuales son los costos industriales, que son altísimos, la falta de pauta publicitaria y el ahogamiento que nos produce el sistema de distribución. O sea: todo”, resume Beck (ver subnotas). Acuña define el momento actual en dos palabras: “Estamos sobreviviendo”. Y aclara que en Argentina, con la experiencia de la dictadura a cuestas, “hay que tenerle mucho respeto a la palabra sobreviviente”.
—Estamos sobreviviendo quiere decir estamos peleando. Y si tenemos claro el principio por el cual peleamos, yo creo que es una cuestión de tiempo, pero es un hecho: el futuro es nuestro. Lo que me parece interesante de la supervivencia es ponerse de pie. Ningún sobreviviente está de rodillas: está de pie acusando y da testimonio.
—¿De qué damos testimonio?
—De lo que significa la concentración. Y de por qué el lector es el perjudicado, no sólo nosotros. Estamos dando testimonio de lo que significa una corporación que es monopólica en el papel y nadie la tocó. Papel que además está manchado de sangre y de mierda. Cosa que nadie cuestiona ni se ha logrado mover en todos estos años. ¿Cómo va a haber democracia informativa si hay sólo tres diarios que tienen el monopolio del papel? Es incompatible. Y nadie se escandaliza por eso. Cada tanto aparece en la agenda, aparece como si fuera el caso Graiver: ¡no! ¡Es el caso Argentina! Tres diarios fijan el precio del papel: ése es el mayor agravio a la libertad de expresión. Eso es dictadura. Eso es Videla. No es metafórico. El modelo corporativo tiene la simplicidad de lo brutal. Su negocio es controlar o destruir. Por eso somos enemigos naturales de Clarín. No es personal: es ideológico.
La nueva batalla
Ocho años atrás, Clarín y La Nación —los diarios que, asociados con la dictadura, se quedaron con la producción de Papel Prensa— sólo dominaban el mercado de diarios. De un tiempo a esta parte, amenazados por la caída de sus ventas, irrumpieron también en el mercado de revistas. Hoy editan más de 30 títulos cada uno, según informó la Sociedad de Distribuidores en el Foro Social de Revistas Culturales realizado en octubre de 2013. Ninguno de sus productos llega a kioscos desde el Centro de Distribución, requisito obligatorio según las regulaciones vigentes: en cambio, las empresas hacen que los camiones deban retirarlos directamente en imprenta, evitando pagar el porcentaje que sostiene el sistema al que sí deben recurrir los más chicos.
“Su estrategia es comerse al resto. No hago un juicio de valor sobre esto, simplemente describo la dinámica actual que todos los que estamos sentados acá conocemos”, definió Fernando Ausas, titular de la Dirección de Regulación del Sistema Nacional Integrado de Venta y Distribución de diarios, revistas y afines, que depende del Ministerio de Trabajo, en una de las reuniones que se realizaron el mes pasado con representantes de AReCIA, el gremio de canillitas, la Sociedad de Distribuidores de Diarios y Revistas de la Capital, la Asociación Argentina de Editores y otros 40 referentes del sistema que hoy está en completamente en crisis (ver “La distribución”).
En el circuito porteño ya cerraron 1.000 kioscos y otros tantos están endeudados con Clarín, que hoy hace con puntos de venta y distribuidores lo que en los ‘90 hizo con los operadores de cable del interior: fundirlos para quedarse con todo. “Hoy está dominando la mitad de los recorridos de Capital, con compras que son fraudulentas y se están investigando”, denuncia Acuña.
Clarín y La Nación, los grandes ausentes en aquella reunión, están pagando a los canillitas un porcentaje menor al 33% del precio de tapa que establecen las reglas vigentes. En otras palabras: las revistas independientes que van a kioscos pagan costos más altos que los grandes medios.
“Yo no espero nada de la corporación, más que se muera. Y yo estoy totalmente convencida de que Clarín se está muriendo, como se murió La Prensa y era una híper empresa… —dice Acuña—: El tema es si en esa muerte no nos arrastra a nosotros. Yo creo que en eso está teniendo éxito: porque todavía manda como modelo. Algunos todavía creen que el periodismo es eso. Lo ves en Tiempo Argentino, que lo imita en todo y quiere ser el Clarín bueno. Estamos obligados a crear. Eso es matar a Clarín. Cada vez que se produce una novedad en el periodismo Clarín muere un poco más. Para mí este momento es una fiesta: antes, hacer periodismo era repetir una fórmula; ahora, hacer periodismo es crear algo nuevo”.
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