Es una de las instituciones de rugby con mayor inserción en la comunidad. Cumplió 75 años y lo celebró con la edición de un libro que terminó siendo una reconstrucción coral de su historia y un ejercicio de memoria colectiva con el aporte de los socios.
“El deber de la memoria no solo es un ejercicio aferrado al pasado, es acción, es continuar la tarea de quienes nos precedieron, pero mirando al futuro”.
Prólogo de “Club de Rugby Los Tilos, 75 años”.
Por Josefina Fonseca
Fotos Archivo Club Los Tilos
Hasta diciembre del año pasado, lo que podía saberse del Club de Rugby Los Tilos se resumía en los éxitos que cita la prensa en internet: que es el club de Barrio Obrero que vio crecer y retirarse a Héctor Pochola Silva, el “hombre de la vincha” que integró el plantel que daría origen al apodo Los Pumas; que es el único club platense en haber aportado, con Jorge Cáceres, un presidente a la Unión Argentina de Rugby; que es el club que enseñó a jugar a Joaquín Tuculet, actual fullback de Los Pumas y una de las figuras de Jaguares, la franquicia de la UAR en el Super Rugby.
Indagando un poco más, o visitando su página oficial, podía encontrarse información sobre la historia y el impacto de su Área Social; saber que con casi mil jugadores y más de mil setecientos socios se posiciona como uno de los diez clubes más grandes de la Unión de Rugby de Buenos Aires, o descubrir que fue la cuna de la primera banda platense de cumbia formada por rugbiers. Un ojo interesado podía encontrar también, por supuesto, crónicas deportivas, tablas de posiciones con su actual desenvolvimiento en los torneos de la URBA en Primera A, y entrevistas a sus jugadores más destacados. Pero lo que nadie podía saber era cómo fue que el club logró lo que logró. Y lo que sus nuevos socios no podían conocer ni transmitir era quiénes habían sembrado el legado que ellos continuaban.
Porque Los Tilos no tenía registros gráficos sistematizados, y lo poco que alguna vez había reunido en su sede se había perdido en la inundación de abril de 2013 o se había quemado en un incendio accidental. Setenta y cinco años después de su fundación, los primeros socios iban muriendo y con ellos se iba perdiendo también la historia. Una historia dispersa, que circulaba oralmente en los quinchos del club, que se transmitía entre generaciones, que iba amarilleando en recortes de diarios y fotos guardadas en rincones perdidos entre las casas. Si lo que mantiene unida y fuerte a una institución es el sentido de identidad y pertenencia que comparten sus miembros, era hora de hacer algo. Y lo que hizo Los Tilos tuvo un objetivo doble: construir un primer registro gráfico que requiriera, para concretarse, de la palabra y de los recuerdos de todos. El libro “Club de Rugby Los Tilos, 75 años” es, así, un testimonio de la historia a la vez que una historia de los testimonios. En otras palabras, un ejercicio colectivo de memoria activa.
“La decisión de escribir un libro sobre los primeros 75 años de vida de nuestro club no fue sencilla –escribe en el prólogo Martín Carrique, quien fuera su presidente hasta 2018–. La ausencia de publicaciones anteriores, la necesidad de reconstruir un archivo confiable y el temor de omitir –de manera involuntaria– un relato, una historia, un personaje, transformaron el anhelo inicial en una meta difícil de alcanzar. Durante meses convivimos con la idea, casi obsesiva, de ser fieles intérpretes de la historia que queríamos evocar”.
Desovillar el inicio
El proyecto de Los Tilos consistió en una propuesta que combinó el trabajo de periodistas y el esfuerzo y la disposición de los protagonistas. De la mano de antiguos socios del club se fue abriendo para los investigadores una ruta que permitió ver y ordenar las piezas del mapa. Se supo así, por ejemplo, que el acta fundacional se firmó el 29 de enero de 1944 en el Club Telégrafo de la Provincia de Buenos Aires, que sus protagonistas fueron jugadores escindidos del Club Universitario, deportistas del Club Regatas de La Plata y basquetbolistas de Estudiantes y de Gimnasia, y que ese mismo día, junto con el nombre y los colores identitarios –verde y amarillo– nació también el lema de Los Tilos: “Vigor de fuerza, nobleza de alma”.
Los primeros socios iban muriendo y con ellos se iba perdiendo también la historia. Una historia dispersa, que circulaba oralmente en los quinchos del club, transmitida entre generaciones
Indagando en archivos de diarios, en testimonios y en registros personales, se pudo dejar por escrito que, sin recursos materiales propios, el nuevo club entrenaba y jugaba de local en el campo de deportes del Colegio Nacional. Que en 1945 inscribía su primer equipo en la Federación Católica de Rugby y un año después, apadrinado por San Isidro Club (SIC) y Pacific (actual San Martín), conseguía la afiliación definitiva a la Unión Argentina de Rugby (UAR). Y que fue recién en 1953, y gracias al esfuerzo colectivo –que incluyó la rifa de un Jeep cuyo número ganador quedó en manos del entonces presidente Hugo de Cucco, quien donó a su vez el premio para acrecentar los fondos del club– que se consiguió el sueño de la casa propia: el predio actual de Los Tilos en Barrio Obrero. Y junto a las fechas y los datos, aparecieron las anécdotas, como las de esos primeros jugadores que recuerdan haber entrado al predio a caballo porque el barro anegaba los vehículos, o las de aquellos que se ríen por haber convocado pasajeros desconocidos en la estación de trenes para que completaran el equipo que tenía que jugar en Buenos Aires.
Porque evocar la historia implica desandar el pasado, comprenderlo, alumbrarlo con los fulgores que siguen encendiendo el presente y encontrar así un sentido de continuidad. Permitir que las voces de los socios fundadores dialoguen con las de las camadas juveniles e infantiles que corretean por el predio de 21 y 522. Hacer que los jóvenes sepan que una vez en esos terrenos solo hubo barro y yuyos, y que jugadores como ellos removieron primero la tierra y después proyectaron los cimientos. Que no siempre hubo cinco canchas, ni dos quinchos, ni un buffet, ni un gimnasio, ni una pileta para la colonia de vacaciones. Que en 1966 Los Tilos celebró su primer ascenso a Primera División y que en 1974 logró lo que ningún club de rugby platense había conseguido todavía: su primera gira por Europa, que se repetiría luego en 1980 antes de volverse casi habitual para las camadas del presente. Que pibes de su edad, que jugaban al rugby e iban al colegio como ellos, fueron desaparecidos por la dictadura militar. Que una vez Los Tilos jugó con el Stade Toulousain y otra, con los All Blacks. Y que pudieran escucharse mientras todas esas historias empezaban a circular.
La voz colectiva
Otra premisa que siguió el proyecto fue no limitarse a la cronología de hechos. Porque a un club lo forman las personas, y cada persona tiene su rol: a veces más protagónico, a veces más lateral, pero siempre necesario. Una de las preguntas de cabecera del equipo periodístico fue “¿a qué persona te gustaría destacar en el libro y por qué?”. Con esas respuestas se escribieron perfiles. Algunos muy breves, con una foto y una descripción; algunos extensos, con páginas enteras llenas de testimonios de otros compañeros. Otra vez, un efecto doble: la aparición de los homenajeados con la firma de los que homenajean.
Sucedió, por ejemplo, que un grupo de jugadores de la Sexta de 1952 y 1953 se reunió para narrar cómo fueron los años iniciales de la mano de su primer entrenador. “Con Quique Vergara entendimos el sentido de compromiso entre nosotros y el club; que este era un juego solidario y en el que todos éramos por algo necesarios; que entrenarse podía ser divertido y tacklear algo indispensable y maravilloso, una vez que le tomáramos la mano. Quique fue, en aquella época, ‘preinstitucional’ y por muchos años, para todos aquellos niños, en Club Los Tilos. Quique era el club”, escribieron.
Otro grupo de amigos –conocido como “La Ricota”– escribió también un extenso relato contando sus años en el club. “El fuerte de La Ricota era el equipo de fútbol –dice un fragmento–. Jugábamos con la camiseta del Lobo, y junto a otro gran equipo, Sedería Cirignoli, representábamos a Los Tilos en los torneos de verano nocturnos que organizaba La Plata Rugby como fin de temporada. (…) La Ricota fue un grupo de amigos que el club, a través de los entrenadores, cobijó y formó con valores de personas de bien. No se necesitaban triunfos, ni grandes campañas”.
La propuesta combinó el trabajo de periodistas y la disposición de los protagonistas. De la mano de antiguos socios del club se fue abriendo para los investigadores una ruta
Homero Picone, actual presidente de Los Tilos, reconoce al libro como un elemento integrador. “Depende de dónde nos paremos –analiza– setenta y cinco años puede ser mucho o poco. Para las nuevas generaciones es muchísimo, y el aporte que el libro ha hecho, fundamentalmente, es mostrar desde distintos puntos de vista el camino que se había recorrido; desde adentro de la cancha y desde afuera. Mostrar la construcción y, a partir de ahí, la integración con las nuevas generaciones, entre las cuales hasta yo me podría incluir: tengo 52 años, hay cosas que no viví y hoy las encuentro en el libro, y tengo la oportunidad incluso de poder hablar con aquellos que sí las vivieron”. Picone cuenta además la función institucional del proyecto: “Es una carta de presentación para nosotros –dice–. Cuando voy a visitar a otras instituciones, voy con el libro”. También los jugadores lo llevan a cuestas. A tres meses de la publicación, en el marco de la gira de Los Tilos por Oceanía, el libro llegó a manos del embajador argentino en Australia.
El compromiso social
Es casi un lugar común que los jugadores de rugby asocien discursivamente su práctica a la transmisión de valores y la formación de “personas de bien”. Identificado históricamente en el imaginario social –y afincado en el prejuicio– como un deporte de élite, esa afirmación puede incluso generar cierta desconfianza. Pero sucede que en Los Tilos es, más que una afirmación, una demostración. Desde el año 2013 funciona en el club una iniciativa conocida como el “Área Social”, que no es otra cosa que el espacio acreditado institucionalmente para concretar intervenciones y prácticas comunitarias que venían desarrollándose de manera aislada.
Hubo dos hechos que produjeron ese año un quiebre en el club: en marzo fue asesinado, en un confuso hecho delictivo, el jugador adolescente Juan Pedro Tuculet, y el 2 de abril la ciudad fue asolada por la inundación. En medio de ese clima, un jugador hizo una convocatoria por email: “El mensaje ante tanta violencia tiene que ser más amor –escribió Enzo Vigliano–. Si estamos seguros de que en este deporte se forman buenas personas, valiosas para la sociedad, es el momento de abrir las puertas. Tenemos que esforzarnos porque contenga cada vez a más chicos ante tanta marginalidad”. Tres meses después, se aprobaba en Comisión Directiva la creación del Área Social.
Dentro del Área se enmarca el proyecto iniciado en 2014 por Gastón Tuculet que, tras la pérdida de su hijo, abandonó su oficio de carpintero y retomó su trabajo como profesor de Educación Física en Institutos de Menores en conflicto con la ley penal (ver La Pulseada 138, abril de 2016). La particularidad, esta vez, fue que decidió tender un puente con el club para “que los compañeros de Juan se pudieran acercar y ver si todos podían aprender algo de eso que había pasado”. Desde entonces, los jugadores juveniles participan de un intercambio formativo con los jugadores de los centros cerrados, compartiendo encuentros, entrenamientos y terceros tiempos en las instalaciones de los institutos. Uno de los fundamentos del proyecto es que la práctica del rugby requiere de valores en la resolución de situaciones –autocontrol, compañerismo, respeto, voluntad– que pueden aplicarse a otras situaciones de la vida. Y otro de los fundamentos es que compartir, desde los diferentes roles que le tocan a cada uno, deja enseñanzas a todos.
El 2017, el Área extendió su inclusión a Institutos Asistenciales en los que viven niños a la espera de una familia adoptante. A diferencia de lo que ocurre en los centros cerrados, los chicos de los hogares juegan y entrenan en las canchas de Los Tilos, en un esfuerzo conjunto entre los hogares, el club, y los padres y las madres que se organizan para gestionar los traslados. Este año, una familia santafesina adoptó a Iván y Nicolás, dos hermanos que jugaban en las divisiones infantiles. En su nuevo documento de identidad, Nicolás decidió agregarse el nombre de su entrenador, y le envió en febrero un audio de Whatsapp que decía: “Hola, Gonza, me pongo tu nombre así me acuerdo de vos todo el día”. Porque ocurrió luego de la publicación, el testimonio de Nicolás Gonzalo no llegó a estar el libro. Afortunadamente, la historia obliga a seguir escribiendo.
Un reconocimiento a nivel provincial y municipal
El 22 de mayo, el libro de Los Tilos fue declarado de Interés Municipal por el Concejo Deliberante de La Plata. Anteriormente, el 25 de abril, había sido declarado de Interés Legislativo por el Senado de la Provincia de Buenos Aires (foto). Entre los fundamentos de ambos proyectos se destaca “el enorme trabajo de recopilación histórica, gráfica y cultural que este libro representa para todos los amantes del deporte, la actividad comunitaria y el bien común, valores que se hallan perfectamente representados en esta pieza narrativa”.
Ambos reconocimientos realizan un recorrido por la historia de la institución, mencionan los éxitos deportivos y los jugadores que han alimentado, año a año, las selecciones nacionales y provinciales, y destacan el impacto del Área Social en la comunidad. Sobre las últimas líneas, los documentos tratados sostienen: “De modo constante, los autores ponen el foco en la reconstrucción de la historia, y la inclusión de personas y símbolos valiosos de la ciudad de La Plata y toda la provincia. Participan de la redacción jugadores, ex jugadores, dirigentes, familias, trabajadores del club, sponsors y rivales. Apelan así a la memoria como un hecho refundacional de los ideales y utopías iniciáticas de la institución, lo cual lo convierte en un manual de acción y una fuerte inspiración para las jóvenes generaciones”. El próximo paso, mediante una solicitud realizada por el Senado al Ejecutivo provincial, es que el libro sea declarado de Interés Cultural.
Trabajo coral
Si bien los seis capítulos en los que se divide el libro están escritos por ocho redactores, la suma de colaboraciones firmadas supera las dos decenas de autorías. No se trata de personalismos, sino de lo contrario: encontrar el nombre propio, el del compañero de línea, el del abuelo o el del entrenador para entender que es ahí, en la mezcla de todas esas voluntades, donde se teje una identidad colectiva.
Tanto la escritura como la publicación del libro requirió del esfuerzo de todos. A través de una plataforma de preventas, los socios hicieron su aporte para que los fondos necesarios estuvieran disponibles al momento de la impresión. En la primera edición, de diciembre de 2018, se imprimieron 1.500 ejemplares en formato superior al A4, con tapa dura, sobrecubierta y casi doscientas páginas a color con fotografías inéditas y un anexo con fotos de las diferentes camadas y los nombres de los jugadores que las integraron. El libro está actualmente a la venta en la Boutique del club, en Rayuela y City Bell Libros, y a través de Mercado Libre.