La basura cotiza mejor que la vida en una de las villas más pobladas del país. Allí donde una sacrificada asociación de cartoneros cumple diez años, los velorios de chicos muertos por el paco, el hambre o la Policía se suceden a la vista de todos. Itatí, ciudad pobre, pasillo fácil para el tráfico de drogas, armas, autopartes y punteros, “es un lugar de crucifixión y muerte donde está desapareciendo una generación”, denuncia Cecilia Lee, religiosa cartonera en Villa Itatí, Quilmes. Entre el milagro de la economía solidaria y el viento en contra del abandono.
Por Josefina López Mac Kenzie
“Ustedes no son unas monjitas como las de antes. Son hijas de puta”, oyó la otra vez Cecilia Lee. Es que ella es valiente y la valentía suele incomodar.
Su campo de juego es la villa. Allí vive, vestida con ropa corriente y entreverada en los asuntos más terrenales, como pelear para que la canchita de los chicos, que está frente a su casa, no sea ocupada para otros fines (en las casillas no sobra espacio para patear). O pelear precios para que el cartón recogido tracción a sangre rinda un poco más. O pelear para revertir la postal de chicos olvidados paqueándose en las esquinas.
“A veces te tenés que definir. Y sí, no somos esas monjitas buenas”, dice en su perfecto castellano de provincia esta franciscana nacida en Corea del Sur que se definió por Itatí hace una década. Allí impulsó la Asociación de Cartoneros, un emprendimiento de economía solidaria que se tradujo en proyectos educativos, laborales y sociales, y “fascina a todos porque genera respuestas”, explica.
Cecilia transita su consagración desde ese laberinto de pasillos sin justicia, salud ni educación pegado a la Ciudad de Buenos Aires; recargado de casas sin cloacas, ni gas, ni seguridad; y zamarreado por la violencia. “Es un lugar de dolor y exclusión, y un laboratorio para técnicos y trabajadores sociales”, grafica. Un lugar “donde la ausencia del Estado es una inseguridad total”.
La Pulseada la entrevistó después de un panel sobre cristianismo y militancia en el seminario de Teología de la Liberación de la facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata. “Itatí es mi lugar en el mundo”, cerró en su lengua sin prisa ni rodeos ni marcas extranjeras. Y la única sonrisa de la entrevista selló su larga denuncia sobre las torturas de la pobreza.
“Los pibes desfilan como agonizando”
−¿Qué es lo primero que pensás cuando decís que la villa es un lugar de dolor, sacrificio y exclusión?
−La realidad de los pibes. Los pibes en las esquinas de algunos lugares están desfilando como agonizando. Están a la vista de todo el mundo. Si entrás a la villa, están en todos los lugares. Esquinas, pasillos, veredas. Por ejemplo, en la bajada del galpón de la Asociación, a la derecha, están siempre. Y es un lugar mucho más visible, por el acceso a la Capital. Hay media cuadra hasta la bajada. Muchas veces los pibes están delante tuyo como diciendo ‘socorreme, auxilio’. Me da bronca, me indigna la ausencia de quienes tienen responsabilidades en el control y en hacer algo por la vida de ellos. Si pienso en la villa en este momento pienso al mismo tiempo en la construcción de vida, en el sacrificio y en la resistencia. O sea, evidentemente hay un proyecto de muerte: quieren eliminar la vida de estos pibes, que sobran.
−Como la basura
−Exacto. Y sin embargo, ante ese proyecto estamos mujeres y hombres que no nos vamos a rendir, no vamos a entregar la vida. No estamos dispuestos a eso.
−El año pasado, en este mismo seminario, contaste algo muy duro sobre la cantidad de sepelios de pibes. Sobre ese estar constantemente enterrándolos…
−Sí… Los pibes en general mueren violentados. Mueren porque los mata la Policía o se matan entre ellos. Es todo un sistema de exclusión y muerte. Los pibes antes eran consumidores. Hoy consumen y al mismo tiempo, para poder seguir consumiendo, venden.
−¿Paco?
−Paco, porro… Y entonces a veces entre ellos tienen pequeñas peleas. Hay momentos en que no están en condiciones de razonar… Ahí no hay palabra. La vida está tan amenazada, descuidada… Y se van eliminando. Y también sigue esta realidad del hambre… Para el último jueves santo, pensamos en la comunidad en hacer algo aparte de la celebración religiosa del lavatorio de los pies, y salió hacer un mate cocido con tortas fritas. Lo hicimos en el galpón de la Asociación con las mamás, las mujeres. Afuera había unos muchachos pero tenían vergüenza, no querían entrar. Entonces les llevamos las tortas y un vasito de mate. Comían con tanto gusto… Las sustancias que consumen les impiden comer, pero también están el hambre y la falta de oportunidades… Muchos chicos no van a la escuela.
−¿Qué es lo que más “vergüenza” creés que les da?
−Vergüenza de ellos mismos. De acercarse. Como que no son dignos de estar en un lugar, al estar tan despojados de todo, tan mal vestidos, con días sin bañarse y a veces lastimados. Eso que dice la Biblia del “siervo sufriente”, maltratado, que nadie lo miraba, que todo el mundo le volvía la cara… Bueno, esa situación. Esa vergüenza. En cualquier lugar de contención los chicos sienten que no es su lugar. Por eso están en la esquina, en cualquier otro lugar. Es un lugar de muerte. De muerte en vida. Ya cuando el amigo está en el cajón y están velándolo es el final del camino. Se están muriendo. Y no es uno o dos pibes.
−¿Los velorios son algo permanente?
−Sí, es algo permanente… Escuchamos que matan a pibes conocidos o vecinos, o que los están velando… Tiene mucho que ver el narcotráfico. Están tan desprotegidos que por un paco se matan. No tienen control, no pueden dominarse, no tienen ningún parámetro que tenga que ver con el respeto por la vida. Porque su vida es así. Así son tratados.
−Cuando llega la noticia de esas muertes, ¿se vive como algo natural en la villa?
−Siempre es con el mayor dolor. Pero también hay algo de resignación. Porque ves a los niños alrededor del cajón… Los hermanitos, los primitos están ahí. La otra vez pasó con Oscarcito, que tenía 17 o 18 años y, defendiendo a unas chicas que estaban peleando o algo… Lo velaron en el comedor de La Cava, atrás de la Asociación. Y eso que él siempre estuvo muy acompañado, desde los 8 o 9 años: iba, cirujeaba con su papá, estaba con nosotros, lo llevábamos al centro de formación que tenemos, a veces venía a la tardecita y tomaba algo… Hace como tres años ya estaba muy perdido con el paco… consumía mucho. Después lo vi un poquito mejor, más gordito, porque para vender no podés estar tan, tan perdido… Una tardecita vino media hora a tomar un mate cocido y al día siguiente nos dimos cuenta de que nos faltaba la tapa de una olla de aluminio que era medio viejita pero pesada. Seguramente fue para venderla… Oscar tenía un hermano a quien mataron cuando tenía 13 años y otro hermanito que está totalmente perdido. O sea, están desfilando así. Desaparecen. Es una agonía. La villa es un lugar de crucifixión y muerte… Está desapareciendo una generación.
“Es impenetrable porque no quieren entrar”
La frontera es el Acceso Sudeste. De un lado, la Ciudad de Buenos Aires. Del otro, Itatí, en Don Bosco, en Quilmes, un partido densamente poblado: casi 600.000 personas.
Hace 50 años empezaron a formar la villa correntinos, formoseños, santafesinos, chaqueños, santiagueños y paraguayos que la bautizaron en honor a una virgen popular en el Litoral. Hoy tiene unos 60.000 habitantes y Coco Romanín, un sacerdote salesiano que vive allí hace ocho años, la describe con ironía: “Es un barrio privado… ¡Privado de agua, de cloacas, de gas!”.
No en vano, fue incluida en el “Censo Social 2010” de la secretaría de Desarrollo Social de Quilmes, un relevamiento parcial sobre “las zonas más vulnerables” del municipio. Aunque en Itatí sólo fueron censadas 10.000 personas, basta con citar que entre el 80 y el 90% de ellas vive en condiciones de pobreza estructural y que más del 95% de las casas relevadas no tiene cloacas ni gas.
Muchos chicos dejan la escuela o nunca ingresen a ella, y transitan la adolescencia en la calle, regalados “a la droga, a los ilícitos, al embarazo adolescente, a abusos… A un tiempo libre que resulta destructivo y los violenta”, sintetiza el sitio web de Don Bosco-Itatí. Para subsistir, chicos y grandes cirujean Quilmes y los contornos porteños, o combinan cartoneo y changas. En 2001, un grupo de carreros formó una asociación para trabajar cooperativamente; paradójicamente, ocurrió en La Cava, la zona más baja y oscura, adonde desembocan los residuos líquidos de toda la villa.
−Cuando se dice que Itatí es un lugar impenetrable, ¿es así o es una excusa?
−Impenetrable jamás. Ahí viven 60.000 personas. El Estado actúa a través de punteros políticos. Ahora, por ejemplo, asfaltaron varias calles. Es una solución momentánea para que se pueda transitar algunos lugares y pasen ambulancias, pero fue mal hecha: el asfalto está más alto que las casas y que las zanjas, entonces si llueve ¿a dónde va a ir a parar el agua?
−¿Cuántas escuelas hay adentro?
−Ni una, ni primaria ni secundaria. Hay jardines y guarderías. La escuela más cercana está tres cuadras del otro lado de la villa. Pero para atravesar la villa son 10, 11 cuadras. Es un barrio, como dice Coco, “privado” del sistema educativo y de salud, con una sola salita sanitaria y viviendas precarias. Cada tanto se corta la luz, porque en invierno no tenemos otra manera de calefaccionarnos, entonces se concentra más el consumo y se corta. En esas casas frías, los ancianos, los bebés… Cada dos por tres tenemos que cortar el acceso para que vengan a arreglar. Es impenetrable para gente que vive en otras condiciones sociales y no va a poder entrar porque no va a poder vivir en esas condiciones. Es impenetrable porque no quieren entrar. Quieren urbanizar la villa pero desde el escritorio, sin tener en cuenta el sacrificio de los vecinos.
−Es interesante lo que decías de que el Estado comienza a prestar atención cuando ve que hay persistencia en la organización.
−Sí, sobre todo en casos como nuestra Asociación, donde la organización comienza a trascender la jurisdicción del barrio a través de los medios, como con un documental que se hizo. Cuando el Estado tiene mayor conocimiento, cuando ve que hay organización y sacrificio, le interesa y muchos se acercan. Pero esto es un derecho, nos corresponde. Estamos tratando de participar en algún programa como el Argentina Trabaja; nos hemos entrevistado con gente de Desarrollo Social y de Cultura. Se reciben algunos planes y donaciones, pero los punteros políticos los manejan a gusto… Los bienes deben ser compartidos por todos.
−¿Cómo es la relación con el obispado de Quilmes?
−Antes, cuando estaba Jorge Novak, teníamos vínculos más estrechos, sobre todo en los momentos de más crisis, cuando nos atacaba mucho la Policía. El obispo actual (Luis Stöckler) también nos ha venido a visitar, pero Quilmes es muy grande.
−Con la radio del padre Luis Farinello, ¿comparten algún espacio?
−No nos alcanza mucho el tiempo…
−¿Cómo es la relación con el municipio de Quilmes?
−Hay cierta cordialidad por algunas situaciones concretas, pero no relación directa. No hay eco. Por ejemplo, los cartoneros queríamos que nos dieran una zona, unas veinte cuadras, para administrar la basura, en lugar de pagarle a una empresa, que es un negocio…
−Mauricio Macri llegó a decir una vez que en Buenos Aires los cartoneros robaban trabajo al recoger basura.
−Los cartoneros estamos recuperando 30.000 o 40.000 kilos de papel por mes en Itatí. ¡Imaginate! ¡Es mucho volumen! Todo el gremio de los cartoneros juntándolo, calculá… Deberían pagarle a cada cartonero por el trabajo que realiza de regenerar materia prima. El cartonero es el primer ecologista.
−Superada la crisis de 2008-2009, a la gente que está trabajando en el galpón ¿le alcanza con lo que se reparten?
−No alcanza. Algunos salen con el carro los fines de semana o suman changas. Y a aquellos trabajadores que se dedican al cirujeo con el carro todos los días y venden al galpón les alcanza para lo mínimo. Muchos van a comedores del barrio y algunos comen en la escuela. La mayoría de las familias tiene 6, 7, 10 hijos. Y con 60 pesos que se saca más o menos por día, cubrís una comida. No es suficiente con $1.800 por mes aunque dentro de todo es un poco mejor que lo que estaban manejando.
“Zonas liberadas de todo”
−De 2000, en que llegaste a Itatí, ¿qué cambios ves, entre logros y dificultades?
−El mayor logro es que a partir de la Asociación, nacida en La Cava, un lugar antes inaccesible, ha sido cambiado el rostro de esa parte del barrio. ¡Qué bueno es ver gente trabajando, que tiene iniciativas! Es un cambio no sólo simbólico, ya que genera posibilidades para ayudar a los pibes. Unas 30 organizaciones trabajamos juntas. Hay muchas instituciones comunitarias que son un lugar de sol y de vida. Con los vecinos estamos construyendo un barrio más solidario y defendiendo en espacios de contención, cariño y respeto la vida de nuestros niños y jóvenes, que tienen tantas dificultades… Es la fuerza de nuestro pueblo pobre pero luchador.
−Desde una mirada más general de la villa, ¿cómo describirías estos dos momentos, 2000 y el presente, respecto del rol del Estado, la actitud de la Policía, las causas de muerte de los pibes?
−Una de las cosas es la ausencia absoluta del Estado en la connivencia de la impunidad. Hace diez años, todavía no existían algunas sustancias, como el paco. La venta de droga es una cosa liberada y cada vez se va complejizando más la forma. Ahora es mucho más fácil para los chicos conseguir droga, está mucho peor. Entonces los chicos salen del apoyo que damos y tienen lugares que están vendiendo… Y ves entrar autos nuevos para comprar. Un día veo que entra un taxi a comprar y en una esquina se agrupan como cuatro pibes, así como cuando ves en un semáforo a los pibes vendiendo algo. Van a ofrecer. ¿Me entendés la imagen? ¿Viste cuando muestran en algunos lugares de Latinoamérica a los traficantes en bandas? Es la falta de presencia de autoridades del Estado. La droga está ampliando sus jurisdicciones: compran edificios, mejoran las casas. Y también hay antros de perdición absoluta donde se hacen bailes del tipo de los de Tinelli… Hay muchas chiquitas a las que estamos acompañando y después terminan ahí. Las instituciones estamos muy, muy preocupadas. Hemos hecho gestiones ante el municipio y otros lugares pero hasta ahora, nada. Entonces, si bien hay mucho esfuerzo solidario puesto en el cuidado, es muy difícil…
−O sea, se profundizaron las zonas liberadas.
−Zonas liberadas de venta, zonas liberadas de todo. Aunque dicen que los chicos van más a la escuela por la Asignación Universal por Hijo, es un barniz. No se trata de que por un decreto van a terminar la escuela. No están dadas las condiciones de vida, los padres no tienen trabajo como corresponde, o son cartoneros. Y con la inflación… El año pasado, en el barrio el kilo de azúcar salía $1,20. Ahora sale $4 o $5.
−Y el kilo de cartón pasó de 0,60 a 0,75 centavos.
−Claro, es una desproporción. En el fondo la causa de todo es el sistema político económico que no tiene en cuenta las necesidades básicas que están descubiertas. Los chicos están perdidos y sus hermanitos no pueden tener ni un par de zapatillas como la gente, porque ellos van y lo venden para conseguir. En las casas no se puede tener ni un saché de champú porque van y lo venden. Una vez yo venía de la Capital, estaba entrado a la villa, manejando, y unos pibes corren hacia mí y sacan un arma. La ventana estaba baja y les digo ‘¿Qué pasa?’. Tenía una angustia… Bajan el arma y me dicen: ‘Ay, hermanita’. Yo no me acordaba de ellos, pero me reconocieron. Les digo: ‘¿Qué andan haciendo ustedes?’. Antes no pasaba esto. Cuando vivíamos en La Cava, los pibes, drogados, se violentaban, pero hay momentos en que la violencia recrudece más. Los pibes nos reconocen a las hermanas pero ya no pueden… Hasta dónde ha llegado la situación… Es un cambio muy, muy profundo de inseguridad que padecemos.
−Y a la vez representan “la inseguridad” para el afuera de la villa.
−Claro. Estos pibes no son delincuentes. Son víctimas de semejante flagelo con el que los cargaron. ¡Ellos no pueden sostenerse si no tienen esa sustancia!
−¿Armas?
−Yo no las vi, pero dicen que se almacenan armas. Entonces, la ausencia del Estado es eso, una inseguridad total… Yo digo que las peores condiciones de inseguridad las padecemos en la villa. Y si el Estado no estuviera tan ausente no estaríamos haciendo semejante sacrificio. Es una lucha muy grande sobrevivir de la economía solidaria en este sistema.
−A pesar de todo esto, no te vas más…
−¡No! ¡Es mi lugar en el mundo! O sea, me puedo ir, pero porque hay muchas Itatí.
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3 commentsOn Los chicos que sobran
Me parece que adem´s de la tenacidad y solidaridad de la monjita,tiene muy claro la problemática,que es vigente en país » mUY BUEN LA NOTA QUE CRECE»
muy buena la nota, pero Itatí limita con la villa azul, cruzando el acceso sudeste, que pertenece a quilmes-avellaneda, el acceso sudeste va hacia caba pero atraviesa avellaneda primero
Cruda radiografía de la realidad que existe en estas villas.
Labor encomiable la de la monja Cecilia.
Mi sincera enhorabuena a la periodista que realizó la nota.