Lidia y la vida desde el Hospital de San Juan de Dios

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A los 95 años, Lidia Marchio recuerda a personalidades como Arturo Illia y Eva Perón y cuenta anécdotas con «la Raulito» y la «Negra» Poli en uno de los hospitales públicos más importantes de la provincia de Buenos Aires.

Texto y fotos: Cristina Pauli

«Me llamo Lidia Edelma Marchio, viuda de Duarte«, dice con firmeza mientras se enciende el grabador. Nació en 71 y 25 y desde que se casó, a los 22 años, vivió en 69 y 25. Vio crecer al hospital y al barrio desde adentro. Entró como empleada administrativa y llegó a  jefa de personal del Hospital Interzonal de Crónicos y Agudos San Juan de Dios.  En una charla con La Pulseada recuerda algunas anécdotas y reconstruye un pedazo de la historia de La Plata. 

Lidia Marchio, en la época de su ingreso al Hospital San Juan de Dios
Lidia Marchio, en la época de su ingreso al Hospital San Juan de Dios

El San Juan de Dios comenzó a construirse en la década de 1880, en la manzana ubicada entre las calles 25 y 70, una zona alejada del centro de la capital recientemente fundada. Fue diseñado con la mirada higienista de la época, y como trataban a personas con tuberculosis, lepra y otras patologías infecciosas, los pabellones estaban aislados y no conectados con los servicios de cocina, lavadero o administración. El criterio sanitario  del momento no era la cura sino el aislamiento.

El papá y la mamá de Lidia trabajaban en el lavadero del hospital, él arreglaba las máquinas y ella planchaba. A los 18 años Lidia entró como empleada en la parte administrativa, debía tomar los datos a los enfermos. Pero al mes se agarró viruela: “Tenia un miedo, el hospital era de infecciosos y yo empecé con fiebre y no sabían que era… en esa época no se usaban barbijos ni nada”, recuerda.

En 1949 se inauguró un edificio de cuatro pisos en la manzana de 70 entre 27 y 28, destinada al tratamiento de patologías torácicas. La parte nueva se construyó en el marco del impulso sanitarista del primer ministro de Salud que tuvo el país, el Dr. Ramón Carrillo, con salas y terrazas para la expansión del las personas internadas. Le llamaban área A a la parte vieja y B a la nueva. “Había un poco de pica entre los que trabajaban en cada área, y cuando se unificaron, Balaguer, que era el jefe de personal de las dos áreas, me dijo: ‘me la llevo conmigo’. Así me fui a trabajar a la oficina de personal, donde después llegue a ser jefa”, recuerda Lidia.

Arturo Illia en su visita al Hospital San Juan de Dios, ya como presidente, en 1963 - Foto: AGN
Arturo Illia en su visita al Hospital San Juan de Dios, ya como presidente, en 1963 – Foto: AGN

Arturo Illia, de médico residente a presidente

―¿Conociste a Illia, que fue presidente?

―Yo era muy chica pero tengo un recuerdo hermoso. Él fue practicante y fue médico de San Juan viejo y toda la gente y mi familia en particular lo quería mucho. Se ponía las botas y se iba a recorrer el barrio, lo llevaban en un carro y visitaba todas las casas, y después iba a comer a lo de mi mamá, porque mi abuela hacía el puchero de gallina y a él le encantaba esa sopa. Muchos años después volvió, sería el 63, cuando era presidente, lo fui a ver y se acordó de mi familia, ¿vos sabes qué alegría tenía yo?

Evita y el Peronismo

―¿También conociste a Evita en el Hospital?

En el 49, cuando se inauguró la parte B, vino Evita al acto oficial y tuve la suerte de estar al lado de ella. La verdad es que yo fui de casualidad, todavía no era jefa, así que me metí en la cola con todos los empleados y sin querer llegué al lugarcito, y de ahí no me moví. ¡Ay, qué mujer hermosa! Yo hablo y todavía la veo: tenía un traje blanco, muy blanco, con un saquito largo, ese rodete y esa piel blanca, hermosa, suave, amorosa, a todos les daba la mano. A mí me dio la mano y yo la saludé.

―¿Vos cómo veías el gobierno peronista?

Fue una etapa en que no se vivía contento, no por Evita, sino por los otros, los contra que teníamos encima, ahí estaban el que era conservador, el que era radical, el que era comunista.

Esas contradicciones que recuerda Lidia la llevan al episodio trágico para nuestro país, cuando en junio de 1955 se produjo el bombardeo a Plaza de Mayo que tenía como objetivo asesinar al presidente Perón. La mayoría de los aviones salieron de la base naval de Punta Indio, cercana a La Plata. Hubo más de 300 muertos y miles de heridos.

Lidia recuerda como se vivió ese momento en el barrio: «(El almirante Isaac) Rojas, ese  hijo de perra, amenazaba con bombardear la petrolera YPF, dónde trabajaba mucha gente del barrio, entre ellos mi hermano mayor, vos no sabes lo que sufrí… Cuando pasaban los aviones tuvimos que dejar las casas, y casi todos en el barrio nos fuimos al Puente de Fierro  y mi abuela nos hacia poner una cacerola en la cabeza para protegernos de las bombas».

Lidia Marchio de Duarte, a los 95 años

La Dictadura

―¿Y cómo viviste el folpe militar de 1976 ?

En el 76 si que la pasamos mal, nenay su cara se ensombrece. Para ese entonces Lidia ya había hecho carrera y era Jefa de personal. La pasé fea, porque de noche me llamaban y tenía que ir al hospital a cualquier hora, me acompañaba mi marido y muchas veces dejábamos los chicos solos, durmiendo. Los médicos de terapia se iban, me decían ‘Señora, salimos por un rato’. Y me tenía que callar, no le podía decir que no vayan, porque tenía las contras en mi lugar y te batían».

―Hubo desapariciones en el Hospital…

La gente que trabajaba… Había una chica, Ermelinda Junco se llamaba, pobrecita, era enfermera en el hospital y  en la clínica psiquiátrica del Dr. Jorge Scornik, en 2 y 51. Un día se salvó de que un auto la atropelle, después casi se cae del micro. Yo le  decía: querida, no vayas y ella me respondía que no hacemos nada, tomamos mate, pegamos carteles. Pero una mañana, yo me levantaba muy temprano, pongo la radio para ver la hora y siento que la habían encontrado muerta en el Camino Negro, con marcas de cigarrillo, y me agarré la cabeza. Y no podías ni ir a velorio porque te marcaban… Eran épocas muy difíciles y yo tenía miedo por mis hijos. Por eso me jubilé un año antes del trabajo, me perdí los seis meses de premio porque no llegué a cumplir 25 años.

Otro momento complicado para el matrimonio de Lidia fue a fines de la dictadura, en mayo de 1983, cuando asesinaron a los militantes montoneros Osvaldo Agustín Cambiasso y Eduardo Daniel Pereyra Rossi. En ese tiempo se dijo que fue un enfrentamiento, pero en realidad fueron asesinados por el aparato represivo de militares y policías: el conocido subcomisario Luis Abelardo Patti, fue uno de los condenados por es caso.

Mi marido, Vejo, era amigo del padre de Pereyra Rossi, trabajaban juntos en el correo. El hombre estaba muy mal por lo que había pasado y entonces Vejo llevó el féretro durante el entierro, y no va que la revista Gente saca una foto y la pone en tapa con el título «Caso Cambiasso y Pereyra Rossi: los no quieren la democracia». Ahí nomás  lo llamaron de los servicios, por teléfono me decían de todo. Pero así era él, amigo en las buenas y las malas. Lo llevaron a la SIDE, lo interrogaron y después por suerte  lo largaron, pero  yo estuve con el corazón en la boca.

La “Negra” Poli

Ana María Castro trabajaba en el laboratorio del Hospital San Juan de Dios, tenía un hijo y dos hijas . Una de ellas es Carmen Castro y es conocida como la «Negra» Poli, histórica manager de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

El Indio Solari, la «Negra» Poli y Skay

―¿Cómo era tu relación con la familia?

Éramos muy amigas, íbamos a su casa a todos los cumpleaños, le llevábamos regalitos . La mamá era una muy buena empleada, pero la Negra Poli era terrible, se trepaba por la ventana y se nos metía a la oficina personal,  enloquecía a la madre, era muy hippie. Decía cosas y a nosotras nos hacia morir de risa, pero a las monjas que en ese tiempo estaban en el Hospital, no les gustaba nada y la echaban. Nos daba un trabajo. Hasta que un día estábamos en la casa de la mamá y ella llegó con el hombre que tocaba con el Indio Solari ―dice Lidia por el guitarrista Skay Bellison y compartió en la mesa con nosotros. Dos o tres cumpleaños estuvo hasta que fue famosa, después viajaba mucho y no la vimos más.

La Raulito, en la cancha de Boca

La Raulito

Se llamaba María Esther Duffau, pero  se vestía como hombre y se hacía llamar «La Raulito». Fanática hincha de Boca, desde niña vivió situación de calle, pasó por reformatorios, por la cárcel y por hospitales neuropsiquiátricos.

En una de esas internaciones llegó al San Juan de Dios. «La Raulito era muy accesible, a veces se escapaba para ir a jugar al fútbol en la esquina y yo la encontraba y la mandaba de vuelta, recuerda Lidia. También  jugaba en el jardín del hospital con los médicos. Estuvo bastante tiempo hasta que la trasladaron. Con los años la vi en la cancha de Boca, una vez que la jugaron con Gimnasia. Ya estaba grande pero me saludó, me dio la mano y me palmeó. Se dio cuenta de quien era yo».

―¿Cuál es el secreto para acordarse de tantas cosas a los 95 años?

Yo me acuerdo de las cosas lindas, tengo una vida muy tranquila. No sé cómo pasan las cosas. ¿Pero sabes qué? doy gracias a Dios que todavía me puedo levantar y contar.

Actualmente, por los consultorios del San Juan de Dios pasan 12 mil personas por mes y en sus nueve salas de internación se alojan 130 personas que reciben atención gratuita. La charla para rescatar los recuerdos de Lidia es una forma de ponerle  nombre, cara y memoria a quienes sostienen la salud pública cada día.

 

 

 

 

 

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