Nancy Huston
Ediciones Salamandra
2008
314 páginas
Cuatro partes. Cuatros historias. Cuatro infancias contadas en canon por voces de niños de seis años cada vez. Cada niño es descendiente del anterior: bisnieto, nieto, abuela, bisabuela. De hoy hacia ayer. De EE.UU. 2004 a la Europa de la Segunda Guerra. Del Mundo-Google a las hambrunas post guerra. Todos: la Historia con mayúscula y las historias con minúsculas tienen más relación de lo que a priori se supondría. ¿Qué las une? Las marcas de nacimiento. Esas que no se heredan como carga en el ADN pero bien podrían, porque nos condicionan por generaciones. En Marcas…, Nancy Huston –mucho más que “la mujer de” Tsvetan Todorov y “alumna de” Roland Barthes- no sólo logra escribir “más sintiendo que pensando porque los niños te meten en el corazón de las cosas; y la novela nace del corazón, no de la cabeza” sino que exorciza algunas marcas propias de un abandono originario que reaparece en estas historias. Marcas que condicionan o habilitan, vueltas metáfora en una mancha peluda en cada integrante del árbol genealógico, en un lugar distinto de cada cuerpo. Para unos talismán; para otros, estigma. La historia encadenada empieza con un primer –o último- eslabón, Solomon, Sol: el niño –Dios-Google que adora a Bush y quiere pero no puede –nunca se puede- borrar su marca con una cirugía preventiva. Sigue con su padre, Randall, que fabrica a distancia “el nazi perfecto” del S. XXI, robots para la guerra que envían a Irak. El anteúltimo eslabón es Sadie, el personaje quizás más denso y oscuro: una eminencia en “Campos de concentración” que “sólo está contenta cuando es eficiente o encuentra el ‘mal’”, según el relato de su hijo Randall, y que se inventa una identidad judía para contrapesar tanto horror nazi padecido por su madre… Erra, el último eslabón, o el primero: la famosa cantante que canta en un no-idioma, en un sonido de otras esferas, que padeció la Segunda Guerra de una manera muy peculiar. Erra, apropiada. Erra la Historia en las historias de allá y de aquí, porque Erra bien podría ser un hijo apropiado de nuestra dolorosa Argentina.
Verona Demaestri