En cinco minutos levántate María
Pablo Ramos
Alfaguara
192 páginas
¿Es posible recomenzar una vida a los 60 años? Más aún: ¿no sólo recomenzar sino arrancar de cero, haciendo borrón y cuenta nueva? La novela “En cinco minutos levántate María”, de Pablo Ramos, pareciera sugerir que es posible, y María, el personaje central, se lo impone desde la cama, donde está acostada con la mente hecha pensamientos y mientras su marido, “este hombre”, duerme tranquilamente al lado suyo. “Hoy es el día, hoy me levanto a cambiar las cosas”, dice María, y el monólogo interior se expande como un torbellino hacia el pasado, ese tiempo que nunca está estancado sino que vuelve, inquietante, sobre el presente. La vida de María, a un paso de la vejez, es un álbum incompleto, nostálgico, culposo y doloroso, aunque hay una parte que recuerda buenos momentos y otro que está a la búsqueda de un nuevo horizonte, porque nunca es tarde para la metamorfosis. La novela por momentos es un tratado sobre la desesperación adulta (“qué injusta es la vida, qué triste que no estén nunca esos que la humanidad necesita tanto”), por otros es un tejido de incertezas (“es agobiante esto que me pasa”), ciertas veces galopa sobre la tenacidad (“siempre trato de estar bien, de empujarlos a todos para adelante”) y hay momentos en los que deja respirar un alivio (“Yo no quiero morir, nunca quise morir, mucho menos quise estar muerta en vida”). María, en una especie de duermevela entre la vigilia y el sueño, quiere ser una mujer verdadera, una madre verdadera, pide cinco minutos más, quiere tomarse un recreo. No quiere seguir siendo la mujer que fue, aquella a la que la vida le pasó por arriba, y ella, reprimida, responsable, paralizada por el miedo, fingía estar bien, disponible para todos pero en el “nada me pasa”. Allí está su historia, con hijos inestables y drogadictos, con un marido ausente y violento, con tíos memorables, con un intento de suicidio, con escapadas secretas a la psicóloga, con depresiones ocultas. Pablo Ramos completa la trilogía que inició con “El origen de la tristeza” y siguió con “La ley de la ferocidad”. No hay desperdicio. Leerla es una experiencia emocional y reflexiva que cala hasta los huesos.
Juan Manuel Mannarino