Es un montevideano de 61 años, cerrajero y ex trabajador en institutos de menores, que debutó a los 20 interpretando un concierto de Haendel y cuatro años más tarde se volcó a la música popular, con un constatable bagaje de timideces. Mano a mano con La Pulseada.
Por Fredy González
Grabó unos cuarenta discos y editó otros tantos libros, escribe sinfonías, música orquestal y de cámara, obras de teatro y hasta una ópera, Maldoror, estrenada en el Teatro Colón de Buenos Aires en 2003. De todas formas, no fue la música su primera fuente de ingresos, aunque sí el motivo de haber perdido su primer puesto laboral. En el Uruguay de los ‘70 trabajaba en el Consejo del Niño, y en la Colonia Berro, donde eran alojados “menores infractores”, descubrió un piano que podía servir en algunos aspectos terapéuticos, por lo que solicitó al director utilizarlo y éste le respondió: “Ellos no pueden comprender la música”. Leo renunció de inmediato y tiempo después ingresó al taller mecánico de la fábrica de neumáticos FUNSA, donde a partir de una vacante aprendió cerrajería. Cuando lo despidieron, ése pasó a ser su oficio, trabajando como autónomo en la puerta del supermercado de un barrio rico, tarea que abandonó al comenzar a realizar presentaciones en el exterior de Uruguay. Afirma que para él “no requiere una concentración ni un estado especial salir a tocar”. Para Jorge Lazaroff (1950-1989) tampoco. “Con Lazaroff teníamos mucha afinidad, no solamente en el lenguaje musical”, recuerda, sino también “en la forma de estar en escena, de montar un espectáculo y de encarar la parte social de la música, como una prolongación de todo el resto de la vida”. Se destacan en esa actividad conjunta los espectáculos Irrestricto (1984) y El fantasma irrestricto (1985). Unos años antes también habían coincidido con Fernando Cabrera (ex MonTRESvideo) en clases de composición con el musicólogo Coriún Aharonián, y entre 1979 y 1981 nació la experiencia musical MonTRESviLEO, además de que Cabrera también participó en el primer disco de Leo, “Cansiones barias” (1980), y en un ciclo de éste en Buenos Aires en 1984. Maslíah casi no deja actividad donde no se involucre y recorre el mundo con su arte en giras periódicas por Argentina, España, Brasil, Chile, Perú, Ecuador, México, Guatemala, Venezuela, Colombia, Cuba, Estados Unidos, Francia, Suiza y Suecia. Para poder compatibilizar la multiactividad con los tiempos “sólo hay que coordinar las exigencias y trabajar para poder llegar a todo”. Pero no percibe un rigor artístico similar en las nuevas generaciones de músicos de intención popular: “Hoy se ve más trabajo técnico, la gente toca mejor, pero eso no está acompañado de la creatividad y la originalidad. Con todo el desarrollo de la tecnología y del audio digital se podrían hacer muchas más cosas de las que se hacen”. Por otro lado, en música “clásica” advierte que “ha habido mucho deterioro” tanto en la faz interpretativa como educativa, ya que “por ejemplo en la Escuela Universitaria de Música no hay profesores de ciertos instrumentos, como el violín, desde hace años”. Los últimos trabajos discográficos de Leo son “Luna sola” (2014), un recorrido por sus viejas y nuevas composiciones, ya presentado este año en La Plata en un par de oportunidades, y “Montevideo ambiguo” (2015) junto a Hugo Fattoruso. Además desde hace un tiempo está trabajando en obras experimentales, al margen de la escala cromática, que aún demora presentar públicamente, a la par que escribe para teatro, realiza disertaciones, presentaciones en solitario o con banda, y dirige La Orquestita, una agrupación sinfónica de jóvenes músicos uruguayos. En toda su obra conviven sin dificultad lo académico con lo popular. ¿Será ello consecuencia de que a principios de los ‘60, mientras comenzaba el estudio de piano clásico (“porque otro no había”), también le gustaba alternar ese aprendizaje con la ejecución de canciones de El Club del Clan? De algunas de estas, y de muchas otras cosas, Leo Maslíah dialogó con La Pulseada.
-Te conocimos integrando el llamado movimiento de canto popular uruguayo. ¿Cuánto creés que tuvo de movimiento y cuánto de popular?
-No sé si estás usando plural mayestático ni, en caso de que no, quiénes conforman el “ustedes” del que estarías formando parte… Pero bueno, yo vengo haciendo distintas cosas artísticas desde hace mucho y entre los que me conocen algunos me conocieron por alguna(s) y otros por otra(s), Lo del llamado canto popular no creo que haya tenido mucho de movimiento en sí mismo, pero funcionó como ámbito social opositor durante la dictadura y eso le confería algún sentido cohesivo. En cuanto a lo de popular, se puede discutir en vano durante siglos ya que la palabra puede significar muchas cosas distintas y lo que puede tener alguna utilidad es esclarecer los conceptos que se quieren designar mediante ella o mediante cualquier otra. No tiene ningún sentido que dos personas se obliguen a tener una conversación sobre bolas de fraile si una se va a referir a testículos de monje católico y la otra a un producto de panadería. Tampoco tiene sentido que una quiera convencer a la otra de que las “verdaderas” bolas de fraile son unas y no las otras.
-¿Hoy la tecnología le está ganando la partida a la creatividad?
-No creo que exista enfrentamiento u oposición entre esas dos cosas. Además pienso que hay bastante creatividad a nivel tecnológico… En otras cosas creo que vivimos una época de chatura. No sé si podrá surgir una nueva sacudida “cultural” como las que se dieron a comienzos del siglo XX y en los años ‘60, pero hace falta.
-Cómo cerrajero de oficio, si pudiera aplicarse ésto al hecho artístico, ¿lograste abrir algunas puertas musicales que en Uruguay permanecían cerradas?
-No. Pero se habían abierto puertas que se volvieron a cerrar. Cierta línea que venía de Viglietti (quizá con algún apoyo en cosas muy poco difundidas de Violeta Parra, y no sé en qué más) y que prendió y se desarrolló con Lazaroff y Los que Iban Cantando, tiene algunos ecos en ciertos músicos de Buenos Aires (integrantes del Ensamble Chancho a Cuerda) y de Montevideo (Tercera Fundación, Asamblea Ordinaria) pero en la mayor parte de los ámbitos es como si no hubiera existido. Me refiero a cierto tipo de atonalismo muy original, hermanado con elementos folclorizantes y que no renuncia al uso de “acordes” convencionales, pero les quita el carácter de función.
-¿Por qué y dónde abandonaste la guitarra?
-No abandoné la guitarra. La uso mucho menos que antes en presentaciones en vivo, pero tuve varias presentaciones tocando guitarra cada tanto, y la uso en grabaciones. Mi reciente disco “Luna sola” tiene dos canciones donde toco guitarra (en una toco dos guitarras), Además toqué y grabé muchas veces con varios guitarristas.
-¿Qué te aportó tu relación musical y personal con Jorge Lazaroff, Fernando Cabrera y Riki Musso?
-¡Puf! De todo.
-Partiendo de que la tierra se mueve y nada permanece estático, ¿qué diferencias notás entre el público de tus comienzos y el de ahora?
-Hay muchos que son los mismos… pero están un poco distintos, los veo como más arrugados. Otros son parecidos, capaz que son los hijos.
-Tomando en cuenta que comenzaste a cantar en dictadura y que hoy gobierna una autodefinida fuerza de izquierda, ¿qué cambios se procesaron en vos como compositor?
-Hay toda una historia de décadas de composición, pero nada de eso se puede poner en función de los regímenes políticos de cada momento. Además una cosa es cantar y otra componer, no tienen nada que ver una con otra.
-Desde tu canción Súperman hasta acá, ¿cuándo nace tu obsesión por los personajes de historieta? ¿Sos obsesivo?
-No tengo ninguna obsesión por los personajes de historieta. Soy lector de historietas desde la niñez, pero no conozco mucho.
-¿Te considerás humorista o te consideran humorista?
-No veo exclusión entre esas dos cosas. Yo no me considero, pero en cuanto a los demás, supongo que algunos sí y otros no.
-Como escritor, compositor, cantor, autor de teatro, musicalizador, instrumentista, director de orquesta y otros, ¿qué es lo que más disfrutás y qué lo que más detestás de tu multiactividad?
-Hay facetas disfrutables en todas esas actividades y otras muy engorrosas. Las más alejadas de lo creativo, como por ejemplo tener que trabajar varias horas en la edición digital de partituras por cada minuto de música compuesta para algún grupo de instrumentos, o tener que trabajar semanas o meses para editar las grabaciones de cosas ya creadas, como para poder ir a mezclarlas y después sacar un disco que después prácticamente nadie va a escuchar.
-Con tanta vida interior y en soledad, ¿cómo es tu vida social?
-No tengo.
-¿Te sentís o te hacen sentir un bicho raro?
-Pienso que hay mucha gente, principalmente en el Uruguay, que a través de los años trabajó con ahínco en impedir o dificultar que mis trabajos pudieran alcanzar una difusión que de otro modo podrían haber tenido. Creo que mi caso es diferente, por ejemplo, del de muchos artistas que hacen cosas de gran calidad pero por las que la gente del entorno se interesa poco. Seguro que hice muchas cosas que, malas o no, están marginadas del gusto o del interés general, pero otras creo que fueron deliberadamente ocultadas por quienes tuvieron la “manija” en medios de comunicación, etc., difundiendo todo tipo de prejuicios (otro día te cuento eso, ya me extiendo demasiado en esta respuesta) o ejerciendo la censura directa (o indirecta, como el caso del diario La Diaria, que ahora cumple 10 años y al que estoy suscripto, pero que, teniendo bastante espacio habitualmente para entrevistas a músicos, me entrevistó sólo una vez, en conjunto con otro músico con el que compartía un concierto, pero nunca solo). Tengo una larga historia de cosas así. Cuando todavía estábamos en dictadura, aparte de ser censurado yo, como casi todos, por la propia dictadura, Washington Benavides (poeta de Tacuarembó) en cierto momento había dado la orden de que no se transmitieran mis canciones en radio CX 30, que era de las pocas que emitían música de tinte “contestatario”. Pocos años después sus feligreses del Partido Comunista se desconcertaban al escuchar a Zitarrosa decir que mi trabajo estaba entre las cosas nuevas que le gustaban. En los ‘90 fui invitado al programa de televisión de Gasalla y en Argentina se me vio, pero cuando canal 12 transmitió en Uruguay ese programa recortaron la parte donde yo aparecía. En el semanario Brecha, donde yo publiqué cuentos en la página humorística durante cerca de 15 años, salió una crítica de mi primera novela (con la que había rebotado en las editoriales uruguayas) pero después pasaron más de 10 años sin que hubiera mención de ninguno de los siguientes libros que publiqué. La lista es muy larga. Mi ópera “Maldoror” se representó en Buenos Aires en el 2003, pero en Montevideo la partitura estuvo como 15 años sobre el escritorio del que administra la Filarmónica y el año pasado me dijo que durante ese tiempo no se había hecho porque el director estable no la entendía, y que ahora la tenía que archivar definitivamente por no sé qué otro motivo. No pretendo con todo esto decir que se me hayan cerrado todas las puertas ni muchos menos; tuve la suerte de tener público para varias cosas, pero es porque hice muchas y no pudieron silenciármelas todas y porque también hubo gente que me apoyó y me ayudó a asomar.
-¿A qué preguntas no responderías jamás?
-Depende de cómo se defina “responder”. Por ejemplo, si me preguntan por algo que no sé, puedo responder que no sé, pero no sé si eso se considera o no una respuesta en el sentido en que vos lo preguntás.
-¿Te considerás sobrevalorado?
-Nadie puede sobrevalorarme ni subvalorarme porque para eso se necesita conocer un porcentaje de mi obra (pésima, mala, mediocre o lo que resulte ser) mayor que el que conoce el que se larga a hacer una valoración.