Lecciones de abril

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Ávila TV funciona en el edificio Phelps, que otrora fue sede de un banco. "Aquí en el 94 pasó algo parecido a lo que pasó en Buenos Aires con el corralito. Se llevaron todo y nunca devolvieron la plata a los ahorristas. Esto quedó solo, abandonado, hasta que la alcaldía lo expropió para que funcionara aquí el canal". Foto Josefina Garzillo

Ávila TV funciona en el edificio Phelps, que otrora fue sede de un banco. "Aquí en el 94 pasó algo parecido a lo que pasó en Buenos Aires con el corralito. Se llevaron todo y nunca devolvieron la plata a los ahorristas. Esto quedó solo, abandonado, hasta que la alcaldía lo expropió para que funcionara aquí el canal". Foto Josefina Garzillo

El intento de derrocamiento del presidente Hugo Chávez en abril de 2002, organizado y liderado por los principales multimedios privados, fue una dura lección para la Revolución Bolivariana, que encaró una pelea contra el “latifundio mediático” a través de medios públicos y comunitarios. Una década más tarde, los protagonistas cuentan cómo pasaron de ir contra la corriente a organizar nuevos sistemas de comunicación.

Producción: Pablo Antonini, Daniel Badenes y Josefina Garzillo

Textos: Pablo Antonini y Daniel Badenes

 

“Cuentan que un periodista extranjero que preguntaba a un académico nacional si existía libertad de expresión en Venezuela.
-No, no la hay. La tienen secuestrada los medios de comunicación”

José Ignacio López Vigil en Golpe de Radio.
Los 3 días que transmitimos peligrosamente

“Los adversarios eran muy poderosos y no… no tuvimos tiempo de…”, el ministro suspira, la frase se le interrumpe. Es una de las escenas más necesarias del documental La Revolución no será transmitida, filmado por las cineastas irlandesas Kim Bartley y Donnacha O’Briain durante el fragor del golpe en Venezuela, en abril de 2002. Es de noche en Miraflores y Chávez está reunido con emisarios golpistas que le exigen su renuncia bajo amenaza de bombardear el Palacio. “Los medios de comunicación…”, continúa el ministro, que espera en los pasillos junto a un puñado de funcionarios y militantes, a minutos de que se lleven preso al presidente. Mira para un costado, suspira de vuelta y comprueba: “no lanzamos una política comunicacional”.

La frase es evocada diez años después por “La Negra” Llafrancis Colina, militante de la Asociación Nacional de Medios Comunitarios, Libres y Alternativos (ANMCLA) y actual coordinadora del informativo de Ávila TV, un canal público dirigido a la juventud: “Esa frase marca que, de ese nefasto 11 de abril en adelante, se empieza a tomar un poco de conciencia del papel de los medios de comunicación dentro de la política del país”.

Tres años llevaba Hugo Chávez en el gobierno cuando ocurrió el golpe que logró destituirlo e imponer a un empresario como presidente por un día y medio. Todavía era poco –comparado con la actualidad- lo que había avanzado en educación, salud, vivienda y reorganización de la economía. Pero el manejo soberano del petróleo y el anuncio de un paquete de 49 leyes que, como la de tierras, empezaban a definir en los hechos el carácter socialista de la Revolución Bolivariana, detonó la violenta reacción de los sectores más conservadores con el apoyo de las clases medias urbanas y el liderazgo de un coro de medios de comunicación privados.

El protagonismo de estos últimos fue el sello distintivo del primer golpe de Estado del siglo XXI: “Lo singular de la Venezuela de abril de 2002 es que lo esencial giró alrededor de los medios. Fueron el campo de batalla y las armas de la batalla al mismo tiempo”, escribe José Ignacio López Vigil en su libro Golpe de Radio. “Los militares dieron el golpe a través de los medios desde el 7 de febrero, cuando el coronel Pedro Soto se alzó por televisión y luego vino el sucesivo ´goteo´ mediático de oficiales golpistas, para ir preparando el ambiente. La marcha de la oposición del 11 de abril fue convocada, guiada y resaltada por los medios. Los asesinatos de ese día fueron integrados a la horma mediática condenando a Chávez de un modo sospechosamente automático, sin pruebas ni análisis, para que sirviera de cobertura a los pronunciamientos de los militares durante la noche. Los golpistas no movilizaron tropas, ni tanques, ni aviones”.

“El único medio público había sido cerrado y los comunitarios estaban en una fase todavía muy incipiente”, evoca Blanca Eekhout, actual vicepresidenta de la Asamblea Nacional, que por entonces formaba parte de Catia TV, la primera experiencia de televisión comunitaria. En 2002, dice, el mayor mérito lo tuvo “el pueblo venezolano, que logró una comunicación más allá de lo mediático. Hubo un trabajo muy importante de los medios comunitarios y los productores independientes, no sólo en el registro sino en el comprender lo que había sucedido. Pero el papel fundamental fue de un pueblo que decidió ser comunicador”.

Colina coincide: “Quien rompe el cerco mediático es el pueblo: las radios comunitarias, la gente con su camarita, con su teléfono, lo que nosotros llamamos aquí radio bemba, gente que mueve ´que Chávez está secuestrado, no es que el tipo renunció, vamos a Miraflores, vamos a encontrarnos´”.

Nadar contra la corriente

En abril de 2002 el Estado sólo tenía Venezolana de Televisión (VTV) y Radio Nacional, cerradas inmediatamente por los golpistas, y los medios comunitarios con mayor alcance se contaban con los dedos de una mano, como Radio Perola que fue allanada en la noche del 11 de abril. Quedó al aire Fe y Alegría, una red de radios de origen católico que parece haber sido subestimada por los golpistas. Cuando quisieron cerrarla, ya era tarde.

“Lo que hizo Fe y Alegría fue nadar contra la corriente”, cuenta a La Pulseada el periodista Javier Barrios, que al momento del golpe era director del informativo. “Todos los medios privados decían que aquí Chávez había mandado a disparar al pueblo, que Chávez renunció… Los medios privados nunca hablaron de un golpe de Estado. Hablaron de que el presidente fue obligado a renunciar porque disparó al pueblo. Radio Fe y Alegría se monta no por Chávez sino por ser coherente con la verdad, por el derecho a la información. No nos podíamos hacer comparsa de esa matriz y nos planteamos desmontarla”.

“Tuvimos suerte… Recibimos amenazas, pero todo fue muy rápido y cuando quisieron anularnos, ya era tarde. La pueblada estaba en la calle. Estuvimos haciendo eso solos hasta la noche del 13, cuando se recuperó la señal del canal del Estado”.

El rescate de VTV es la otra historia emblemática de abril de 2002. Eekhout la vivió en carne propia: “Con nuestros medios no podíamos hacer la información nacional y entonces con un grupo de compañeros fuimos allá, rescatamos el canal público y lo pudimos poner al aire. Las primeras imágenes se lograron porque estaban allí los medios alternativos y comunitarios”.

El golpe de Estado fue aleccionador. “Después que pasó todo se activaron muchos debates”, sostiene Barrios, “porque fue un golpe en principio mediático. Entonces se empezó a hacer la pregunta: ´si hubiesen existido en el país radios comunitarias, radios nosequé, radios un poco más unidas…”.

Ciertamente, antes del golpe de 2002, era limitado el desarrollo de los medios comunitarios, cuya historia se remonta a los orígenes de la radio de alfabetización, guiada por el ejemplo colombiano de Radio Sutatenza. En 1976 se creó la primera radio Fe y Alegría, impulsada por un movimiento de origen jesuita nacido en Venezuela en 1955 para abrir escuelas “donde el asfalto no llega” y extendido hoy a 16 países de América Latina. En los ’90 decidieron trascender el esquema de “radio educativa” y “pasamos a ser radios que, sin venderse, sin traicionar sus principios, ponen mucho esfuerzo y creatividad en la programación, sobre todo en lo informativo. Y de estar en los últimos lugares de audiencia, pasan a estar segundos o terceros, a tener incidencia”, describe Barrios.

El periodista también destaca otros antecedentes de la comunicación comunitaria en los ´80, emprendidos “desde el teatro, el stencil, el volante y los periódicos populares. Hubo también experiencias de radios parlantes o bocinas en algunas comunidades”, y una importante influencia de “técnicos populares” colombianos que llegaban huyendo de la tormentosa situación política en el país vecino “se instalaban en regiones de frontera y enseñaban a las comunidades organizadas a hacer una radio casera”.

En el formato audiovisual, Blanca Eekhout identifica al “movimiento de cine-clubes, en primera instancia, como un espacio de organización de las comunidades en materia comunicacional”, sacudido cuando el estallido social conocido como el Caracazo de 1989, durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez, dejó un saldo de más de 3 mil muertos en la capital: “una masacre no reconocida y casi aplaudida por los grandes medios de comunicación. Eso generó que este colectivo de los cine-clubes derivara en una búsqueda más directa hacia la comunicación popular. Varias experiencias surgieron pero eran consideradas ilegales, piratas y eran perseguidas”.

Barrios también señala al Caracazo como un antecedente clave: “El gobierno de Pérez, ordenó toque de queda y mandó a todas las radios a poner música tradicional. El único medio que no acató esa orden fue Fe y Alegría”. Así se entiende, entonces, el compromiso asumido en 2002: “lo que hicimos el 11 y 12 de abril no fue el acto épico de unos muchachos sino un acto que forma parte de la historia de Fe y Alegría: en el ‘89 optamos por el pueblo; en el 2002 optamos por el pueblo. Y cuando decimos ‘optamos por el pueblo’, optamos por seguidores y por no seguidores del gobierno, porque hubo gente que no seguía al gobierno y que se sintió informada por nosotros. Aquí todo el mundo estaba engañado”.

Latifundios

A su llegada al gobierno en 1999, la Revolución Bolivariana se había encontrado con lo que Blanca Eekhout define como “un latifundio mediático mal habido”, no muy diferente a otros países de la región, donde pocos grupos económicos multimediáticos acaparaban casi todo el espectro frente a un Estado que sólo contaba con VTV “que llegaba al 30% del territorio y una Radio Nacional muy debilitada”. El canal público, además, “ya se estaba empaquetando para ser privatizando, dejándolo caer”, y arrastraba las secuelas del proceso de desmantelamiento previo a toda privatización.

Desde los primeros momentos, aquellos incipientes movimientos de comunicación popular lograron significativos avances: de estar casi proscriptos, pasaron a ser incluidos en la nueva Carta Magna sancionada por la Asamblea Constituyente de 1999: “allí por primera vez se considera a la comunicación como un derecho humano inalienable”, destaca Eekhout, “y se establece que el Estado no sólo garantizará la habilitación de medios comunitarios, sino que garantizará a las comunidades la posesión de los instrumentos para ejercer el derecho a la comunicación”.

En la práctica, sin embargo, resultaba tortuoso lograr que esos progresos se trasladen de los papeles a políticas concretas: “aunque legislamos y se logró la reglamentación, los avances no fueron muy rápidos porque nosotros nos montamos sobre las bases del viejo Estado burgués. Por ejemplo, nuestra Comisión Nacional de Telecomunicaciones no tenía ni sociólogos ni trabajadores sociales, nada. Lo que tenía eran ingenieros y economistas, porque se entendía la comunicación como negocio. Cambiar el paradigma y convertir al Estado en un instrumento para potenciar la comunicación popular fue un proceso complejo y un poco lento”, analiza Eekhout. “Se catapultó a partir del golpe de Estado. Entonces sí se entendió realmente el papel importantísimo de los medios, para mal y para bien”.

Apenas recuperado, el gobierno lanzó una batería de políticas comunicacionales no exentas de problemas y contradicciones, pero con objetivos definidos: la creación de un fuerte sistema de medios públicos y el impulso de redes de medios comunitarios pasaron a ser una política de Estado.

“Ahí se forma ANMCLA, la Asociación de Medios Comunitarios Libres y Alternativos donde milito”, cuenta Colina. Apenas meses después del golpe llegó un nuevo y violento intento desestabilizador -un paro petrolero de 65 días- que los volvió a poner a prueba: “Presionaban la salida del presidente Chávez las 24 horas del día; todas las televisoras pararon su programación habitual, entretenimientos, novelas… Todos sus artistas de punta, las estrellas y las figuras, en un programa que arrancaba a las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche vestidos de negro, en fondo negro, llorando, diciendo ‘presidente renuncie que está acabando el país’…”.

Surgió una trinchera con forma de página web, antiescualidos.com (ya entonces, los opositores al chavismo eran llamados “los escuálidos”), que en los momentos de mayor conflicto reportaba 30 mil visitas diarias. “Todo lo que hacía la gente de la derecha en pos de desestabilizar, se iba publicando en esa página, y se empezó a transmitir la idea de que la Internet no es sólo para bajar música, sino también para compartir información”, recuerda Colina.

Eekhout también destaca que en esa segunda crisis demostraron estar mejor preparados: “los medios de comunicación empresariales sustituyeron sus cuñas comerciales por un llamado permanente a la guerra civil y la violencia, pero el pueblo logró romper ese bloqueo y tejer toda otra nueva red de comunicación que pasaba por las plazas públicas, el volanteo, los murales. Donde estaban las colas gigantescas para acceder a un pote de gasolina, ahí estaba la gente comunicando, grabando lo que pasaba en un sitio y poniéndolo en otro, y así también, esta vez con mayor fuerza, los medios comunitarios cumplieron con ese papel de recordar la historia y romper los bloqueos mediáticos”.

Cuando en 2003, ya derrotada esta segunda intentona golpista, la conflictividad dio un respiro y el nuevo sistema de medios públicos se puso en marcha, muchos comunicadores populares que habían protagonizado la resistencia fueron convocados para armarlos y dirigirlos.

“Trabajamos afuera”

Así fue que Blanca Eekhout pasó de la TV comunitaria a la dirección de “ViVe televisora informativa, cultural y educativa”. Pensado sobre la base de una “nueva Geometría del Poder”, ViVe creó la primera Red de Televisoras Regionales Públicas (ViVe Occidente, ViVe Amazonas, ViVe Andes, etcétera), que combinan la programación nacional con una fuerte producción local, en base a equipos móviles en las comunidades y una importante tarea de capacitación. “Es un canal del poder popular”, define Blanca. “Desarrolló estrategias para producir hasta en las regiones más apartadas y se asumió desde el principio como canal público, pero sobre todo como canal escuela. La mayoría de los técnicos y compañeros que trabajan en el canal se formaron y vienen de experiencias comunitarias”.

La Pulseada tuvo la oportunidad de constatarlo al recorrer su sede caraqueña en el imponente edificio de la Biblioteca Nacional, con la guía del Coordinador de Mercadeo y Asuntos Públicos, Argenis Ramos. Ante el desconcierto de los cronistas, en un momento del recorrido presentó “el área administrativa de producción”: una gran sala con escritorios y computadoras, donde no había ni una sola persona.

“Está totalmente vacía -explicó Ramos-, porque nosotros trabajamos afuera. Aquí se puede terminar de tocar un producto, pero producimos en los barrios y comunidades. Trabajamos mayoritariamente con equipos pequeños, una mochila con una cámara HD bien pequeñita, y grupos de tres personas que llamamos ‘integrales’: los tres saben editar, hacer cámara, producir, investigar. Ellos son los que suben, editan y entrenan gente de la comunidad”.

“Formamos desde la idea de producción integral”, explica Eekhout, que como primera directora impulsó esa forma de trabajo, “donde igual se diseña el guión que se toma la cámara, se produce el programa o se edita… participan de todo el proceso productivo. Pero a donde se vaya, la decisión de qué se filma y se considera, se trabaja con las comunidades. Es una experiencia importante porque se trata de una plataforma pública puesta al servicio de la producción comunitaria”.

“Primero estuvo muy ligado al documental, acompañar el proceso de construcción de la Revolución, con sus misiones educativas, sus misiones de salud… Acompañaba una toma de tierras y luego mostraba cómo los campesinos se organizaban para iniciar la producción”. Luego el canal incursionó “en la ficción y el animado, para también en construir y reconstruir un imaginario colectivo que nos permita desde la recreación hacer un nuevo discurso para y desde el pueblo”.

También “La Negra” Colina pudo volcar su experiencia en ANMCLA a la dirección de un canal público, como titular del informativo de la “Televisora de las Comunidades Metropolitanas”, Ávila TV. “Es una televisora de los jóvenes, hecha enteramente por jóvenes, donde se los forma y son los jóvenes de las barriadas populares en su mayor componente los que alimentan la pantalla”. Desde un principio, en sus instalaciones funciona una Escuela Metropolitana de Producción Audiovisual gratuita, y sus realizaciones suelen estar atravesadas por el estilo hip–hopero que en Caracas identifican como “la mirada del oeste”.

Según Colina, Ávil “ha sido una cantera de productores audiovisuales, cantantes, músicos, animadores, que están ahorita en otros medios públicos o ya hicieron tienda aparte, algunos están fuera del país colaborando con otros procesos a nivel de continente”. Además cuenta que “la lógica es totalmente diferente a la de los otros canales y televisoras hermanas del proceso revolucionario. Tú puedes cruzarte por los pasillos con un chamo en patineta, haciendo malabares, cosas que nada más se permiten aquí”. Eso no impide que “a esa hora que todos los canales están en noticias, nosotros también estamos dando nuestras noticias. Pero con otro punto de vista porque aquí cambia todo: edición, estilo, tiros de cámara, la utilización de efectos, saturación de color…”.

Además de Venezolana de Televisión (VTV), Radio Nacional, y los ya mencionados ViVe y Ávila TV, el actual sistema de medios públicos está conformado entre otros por Telesur –la señal informativa de América Latina-, Televisora Venezolana Social (TVES), ANTV (Televisora de la Asamblea Nacional), 123 TV (para chicos), Radio YVKE Mundial, Agencia Venezolana de Noticias y periódicos como el Correo del Orinoco y otras de distribución gratuita.

Cada uno tiene su formato y temática definida: información, entretenimientos, cultura y educación, juventud… De la escasez a la exuberancia en tan pocos años, pero distan de conformar un todo armónico. Algunos de sus impulsores reconocen que el esfuerzo cotidiano en la construcción de cada uno todavía deja poco margen para mejorar la articulación entre sí.

Hay una excepción: las coberturas y transmisiones de los discursos presidenciales, a cargo de un equipo combinado de varios canales con cerca de 200 técnicos, camarógrafos, periodistas y asistentes. “Puede parecer mucho pero en realidad son insuficientes -asegura Ramos-, porque Chávez habla todo el tiempo, a veces en diferentes lugares el mismo día, y entonces siempre hay trabajo. Hay que ponerse bien de acuerdo: ‘tú cubres en Barinas, tú cubres acá’ porque él agarra un helicóptero y está en 10 minutos de un lado a otro, pero nosotros necesitamos una pre-producción mucho mayor”.

Con aciertos y tropiezos, la Revolución Bolivariana parece haber tomado debida nota de aquella amarga autocrítica de su ministro la noche del golpe. En momentos donde diferentes procesos liberadores ganan fuerza en toda la región, la importancia estratégica de fortalecer los movimientos de comunicación popular parece ser el primer saldo obligatorio que le dejan, a toda Latinoamérica, aquellas duras lecciones de abril.


Revistas, periódicos y libros al alcance de todos

El sistema público de revistas está integrado por Arte de Leer, SeMueve, Poder Vivir, Así Somos, Memorias, La Roca de Crear, La Revuelta y A Plena Voz. Cada una abarca temas como fotografía y teatro, género, culturas e identidades, trabajo y diversidad e historia y artesanía. Se reparten gratuitamente en toda Venezuela.

En la populosa Terminal de Río Tuy, en Caracas, un local llama la atención: “Kiosco de la Comunicación Popular”. “Aquí tenemos un puesto de varias prensas de la comunicación alternativa y comunitaria”, explica Daisy Sandoval, circunstancialmente a cargo del lugar cuya atención se turnan entre varios. “Nosotros no tenemos dónde colocar los periódicos: si los llevamos a los kioscos los meten debajo de la prensa privada y se quedan ahí. Entonces con todas las editoriales alternativas que se hacen en Cuaricao, Petare, Miranda, decidimos que aquí íbamos a tomar esa vitrina. Y sí funciona: viene mucha gente. Entregamos entre 200 y 300 periódicos semanalmente”.

La iniciativa surgió de una “mesa de articulación”, explica Daisy, conformada por “entre 60 y 80 medios comunitarios que llevamos cuatro años reuniéndonos en la mesa de CanTV (la empresa estatal de Telecomunicaciones)”.

A nivel nacional, uno de los mayores impulsos a la prensa gráfica comunitaria fue la creación del Sistema Masivo de Revistas (SMR), proyecto formado por ocho publicaciones que trabajan temas socioculturales. Todas son bimestrales y gratuitas. Su edición está pautada para que semana a semana una de ellas esté en la calle con una tirada de 60 mil ejemplares y se distribuyen en las Librerías del Sur, escuelas, bibliotecas, ferias, casas de cultura y otros espacios públicos y comunitarios.

Paralelamente, el Ministerio del Poder Popular para la Cultura lleva adelante cinco plataformas de trabajo orientadas a estimular la producción editorial, la promoción y la apertura de distintos canales de circulación.

El plan Fomento al Libro y la Lectura cuenta con sellos editoriales, una imprenta estatal y una red de librerías que ofrece series a muy bajo costo. En sólo 7 años, la Fundación Librerías del Sur, con más de 50 locales y presencia en todos los estados de Venezuela, creció 300%. Allí pueden encontrarse colecciones de narrativa latinoamericana y venezolana, literatura histórica, fantástica e infantil, series de pensamiento crítico, ensayos políticos, nuevos escritores y ciencia ficción, entre otros; en su mayoría publicadas por sellos pertenecientes a proyectos como El Perro y La Rana y la histórica Monte Ávila.

El objetivo es transformar al libro en un material de acceso masivo: cientos de títulos publicados por la imprenta nacional cuestan menos de 3 pesos argentinos. La oferta temática es nutrida y se renueva periódicamente con nuevos escritores y la reedición de obras reconocidas de América Latina y el Caribe. La Red también funciona como espacio de distribución de los diarios y revistas editadas de manera gratuita por la Imprenta Nacional de la Cultura.

Estos canales de acceso a la lectura y a la producción cultural se ven potenciados por el Programa Robinson y el método cubano «Yo, sí puedo», que lleva un millón y medio de personas alfabetizadas y que permitió que hace más de seis años el país fuera declarado territorio libre de analfabetismo por la ONU.

 

Estatales y comunitarios, una mezcla fuerte

Después de unos años en ViVe, Blanca Eekhout fue convocada para dirigir el histórico canal público, Venezolana de Televisión. “Estuve ahí un año y es complejo, porque VTV está muy metido en la guerra mediática, en la diatriba política, más que en la visibilización del país que se está construyendo. Es la confrontación directa con el modelo de comunicación tradicional, la guerra mediática digamos”. Al cabo de esa experiencia ocupó el cargo de ministra de Comunicación hasta las elecciones de septiembre de 2010, cuando encabezó la lista del PSUV Estado Portuguesa y accedió a su actual banca en la Asamblea Nacional, de la que hoy es vicepresidenta.

El desembarco de militantes sociales en importantes áreas de gobierno, así como la articulación entre el Estado y las organizaciones para desarrollar medios comunitarios, es un proceso complejo en el que no faltan tensiones: “es difícil, las estructuras… aunque exista la convicción de que el Estado debe estar al servicio de las luchas populares, las estructuras viejas se reacomodan, impiden los saltos… No es nada fácil. Por eso todo el esfuerzo del gobierno es impulsar poder popular”.

Javier Barrios destaca que desde 2002 han surgido cerca de 600 nuevos medios comunitarios, entre radio y televisión, y subraya que la habilitación de frecuencias y la asignación de recursos económicos “es una base importante en el proceso de democratización de la comunicación”. No obstante, es consciente de que hay fortalezas y debilidades. “Tenemos una gama de sectores populares que tienen en sus manos medios, pueden desarrollar, expresar, exponer y visibilizar lo que pasa en sus comunidades. Además es una propiedad colectiva, no privada de una persona. Esas son las fortalezas: hay 600 medios en manos de la gente. Lo negativo es que cuesta mucho, de abajo hacia arriba, poder tener un medio. Hay mucho trabajo de reflexión, de discusión, de saber el sentido, de preparar… Y no es lo mismo que yo te regale una radio, que no te costó nada. Después no sabes qué hacer con ella. Muchos de esos medios, diría para no exagerar que entre un 35 o 40%, reproducen después los modelos de comunicación que hemos criticado. Son radios de pura música, que no oye la gente, propagandísticas del gobierno. Es decir, hacen promoción del gobierno, que yo no criticaría, pero en todo caso tienen que hacer también otra cosa”.

“Hay que activar, reflexionar, ver lo que la gente quiere hacer -afirma Barrios-. Y yo creo que al gobierno le haría bien, le beneficiaría, que las radios fueran un poco más autónomas e independientes”.

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