Desde el 2013 el Padre Pepe se instaló en la barriada popular de José León Suárez para trabajar junto a los pibes que están en riesgo. En una entrevista con La Pulseada, habló de la relación con la Policía, de su cercanía con el Papa Francisco y de cómo el ajuste económico afecta al barrio.
Por Matías Ortega
Es fácil identificarlo. Entre las calles de José León Suárez, el Padre Pepe -de barba, pelo largo y camisa celeste- conduce un Duna grisáceo con dibujos ploteados de Cristo y el Gauchito Gil. A la vuelta de la estación del Mitre, dos chicas con la remera de Racing lo reconocen y lo saludan con un grito de “¡Chau Pepe!”. “Hoy gana la Academia”, les responde el Padre con la ventana del Duna abierta y se ríe. En lo futbolístico él es fanático de Huracán y al entrar en el cuarto de la capilla que hace de oficina, entre las Biblias y las cruces, guarda todo tipo de objetos del Globo: una camiseta enmarcada, un banderín, un cuadro con el escudo fileteado y la leyenda “Grande se nace”.
Sobre la pared, también hay un mapa que muestra Villa La Carcova desde una toma aérea: allí está marcada la Escuela 51, el Centro de Salud y las capillas Nuestra Señora del Milagro y Virgen de Luján. Estas últimas son parte de los primeros logros de la misión del Padre Pepe, que se instaló en 2013 en la enorme villa que bordea las vías del Mitre y la orilla del Río Reconquista. Llegó tras un breve paso por Santiago del Estero, adonde debió refugiarse luego de haber sido amenazado de muerte por sus denuncias contra los narcos y la venta de paco en la Villa 21 de Capital Federal.
-Siempre pensaba en volver a la Pastoral de las villas, para mí Santiago fue hacer un paso al costado por todo lo que pasaba en la 21 –cuenta el Padre Pepe–. Yo tenía miedo que le pasara algo a la gente que me rodeaba…entonces hablé con Jorge Bergoglio (en ese momento Arzobispo de Buenos Aires) y le dije: “Me parece que es bueno que dé un paso al costado, porque acá hay gente que corre peligro”. Y me fui a Santiago siempre pensando en volver. Y en volver a trabajar en las villas.
–¿Y cómo fue que, al regresar, te instalaste en Carcova?
-Vi varios lugares del Gran Buenos Aires, realmente hacía falta en un montón de lugares un trabajo parecido al que hacíamos en las villas de Capital. Yo conocía al obispo Guillermo Rodríguez Melgarejo de San Martín, entonces vine a ver y realmente no había nada…Me caminé todo Carcova, en esa época no había pavimento, en Villa Curita lo mismo. Me acuerdo que el cura que estaba en la Inmaculada, que es la parroquia más céntrica de Suárez, también necesitaba una apertura porque no daban abasto. Me pareció que en este lugar no había una propuesta de iglesia, de prevención, entonces dije ´empecemos por acá´. Primero fue misión diocesana, pensé en llamarla ´San Juan Bosco´ porque el eje del trabajo pastoral tenía que estar puesto en los chicos, que estaban realmente en riesgo y no tenían posibilidades.
Así, la misión pasó a llamarse como decenas de escuelas y universidades bautizadas en honor a Don Bosco, quien trascendió como sacerdote y educador por su labor con los jóvenes en riesgo. La misión del Padre Pepe también formó parte de una tradición de trabajo de los curas villeros, que en el país empezó a fines de los años ´60. Con el tiempo, el trabajo en Carcova fue reconocido por las autoridades eclesiásticas y pasó a tener el status de Parroquia.
-Fue un paso muy importante para nosotros: esta parroquia es para atender pura y exclusivamente a la gente de la villa. Ser Parroquia es fundamental para el tema de la organización. Porque, bárbaro, sos el Padre Pepe, pero a ¿qué institución representas? La Parroquia tiene su personería, entonces sirve porque la gente se siente identificada con un lugar, con un proyecto, con una propuesta de iglesia. Después también para vincularte con las demás instituciones.
–¿Y cómo fue el recibimiento del proyecto, más que nada en los pibes del barrio?
-Es difícil, en el sentido de que nunca había estado un cura viviendo acá. En las villas de Capital la gente está acostumbrada a que uno o varios curas vivan ahí. Es una población que desde hace 50 años creció viendo que los curas habitaban allí. Muchas de las organizaciones que se dieron en el barrio, partieron justamente de las capillas. Otras organizaciones usaron la capilla como base y después tomaron vuelo propio. Acá nada de eso existía. Entonces les llamaba la atención que un cura viviera acá. Muchos pibes se acercaron, como algo nuevo. Poco a poco se va construyendo una alternativa que no conocían. Acá en Carcova todo quedaba lejos. Entonces de pronto empiezan a tener ofertas a mano, pueden decir ´si quiero aprender un oficio no me tengo que ir al centro de San Martín, acá puedo empezar´.
El primer paso fue volver a darle vida a la capilla del Milagro. Construyeron una escuela que empezó a funcionar en abril. A partir de convenios con algunos sindicatos van a funcionar cursos en tres rubros: metalúrgico, gastronomía y construcción. La idea del oficio es darle una herramienta más a los pibes, en un barrio que supo sobrevivir gracias a las experiencias de las cooperativas de reciclado.
El Padre Pepe está sentado en un escritorio repleto de cuadernos, hay un termo y un mate frío y algunas llaves. El silbido del ventilador se mezcla con las charlas del pasillo de la capilla, donde organizan una feria de ropa usada. A pesar de la lluvia, hay personas de todas las edades. Al fondo a la derecha, tras cruzar una cortina, unas señoras preparan fideos con tuco para los voluntarios de la obra de Pepe. Hoy sábado un grupo de estudiantes de Comunicación de la UBA se encarga de proyectar películas en la capilla. Lejos de algún bodrio religioso, proyectan “Rápido y furioso”.
Tocan la puerta. Pepe se levanta y abre. Del otro lado hay un pibe gordito con una remera de River.
– ¿Qué haces, gallina? -le dice.
-¿Qué están por hacer? –pregunta, asomando la cabeza por la puerta entornada.
-Estoy hablando con el muchacho…-dice Pepe en referencia a La Pulseada.
-¿Van a hacer la inauguración de la escuela?
-Ya fue la inauguración, ahora están haciendo una feria de ropa –dice Pepe y señala con la cabeza hacia la feria. El pibe gordito sale corriendo hacia esa dirección. Pepe cierra la puerta.
-Este pibe es un fenómeno total –se ríe–. Ayer viene y pregunta “¿Está el padre Pepe?”. Yo justo había salido. “Ah, le iba pedir si me llevaba hasta el centro porque está lloviendo”. ¡Este se piensa que soy el remisero! –risas–. La otra vez quemó el microondas, lo dejó prendido con un plato adentro ¡Hace cualquiera!
Las estrategias para acercarse a los jóvenes son muy diversas. Carcova, además de su trasfondo de pobreza estructural, es un barrio golpeado por la violencia institucional. Allí está muy vigente el recuerdo de los pibes fusilados en febrero de 2011: Franco Almirón y Mauricio Ramos, de 16 y 18 años, asesinados por la Policía Bonaerense en una feroz represión que, seis años después, la justicia todavía investiga.
El Padre Pepe llegó al barrio cuando se cumplía el segundo aniversario de esas muertes. Y con los días empezó a acercarse a la historia de los pibes. La familia Ramos es vecina de la capilla que está en la calle Central y Costanera, cerca de donde se juntaban a “ranchear” el Pela y el Gordo, como los conocían en Carcova a los chicos asesinados.
-¿Qué significó el asesinato de los pibes para el barrio?
-Es un tema muy presente, cada 3 de febrero se hacen marchas o misas, es un día de recordación y memoria. Hablamos de la vida de los jóvenes y de todo lo que tienen por delante; en los barrios impacta mucho cuando se quitan vidas así impunemente. Por eso la mejor forma de honrar a estos pibes es haciendo que sus compañeros, sus amigos, los pibes con los que se criaron, tengan posibilidades de vivir bien.
-¿Cómo es la relación de ustedes con la Policía?
-Ahí tenemos un tema importante… creo que dentro de la Policía tenés gente que trabaja de vocación y que es muy pobre, de los barrios nuestros, a veces no lo pueden decir por una cuestión de seguridad, son muchachos que entraron en la Policía. Después tenés la parte de la corrupción en la Policía, que ya está clara. En este sentido tiene que haber claridad de parte de la política. La política y la policía tienen que hacer un trabajo juntos de depuración y de marcar las cosas que se hacen bien para trabajar al servicio de la comunidad en serio. Si vos a un barrio llegás cuando hay solamente un tiroteo, no sirve. Si la Policía está en el lugar, empieza a hablar con los pibes, genera un vínculo como institución, la cosa va a ir cambiando.
-En algún momento se pensó que la solución estaba con la presencia de Gendarmería en los barrios.
-Nos dimos cuenta que se habían ido porque un día los fueron a buscar los vecinos por un problema y la casilla de Gendarmería ya no estaba. Y me preguntaban a mí, ¿Padre, usted no sabía? (se ríe) Estaban acá a la vuelta.
-Eso habla de la nula relación que tenían con el barrio…
-Claro. En ese sentido las villas bonaerenses están más desprotegidas que en Capital, el territorio es muy grande y la dejadez en muchos sentidos también es muy grande. Realmente no hay una visión de conjunto. La Policía es un capítulo. Pero las instituciones son la clave. ¿Cómo podía ser que acá no hubiera una parroquia o un centro de la iglesia? Donde no hay instituciones entonces las bandas son dueñas de los lugares. Entonces pueden ser bandas organizadas de narcos o de “fuerzas de seguridad”. Cuando existe verdaderamente la institucionalidad, existe la parroquia, el comedor, la biblioteca, el centro de recuperación, una comisaría que esté al servicio de la gente, ya es diferente. Eso también es una decisión política. Ahora en Carcova tenés una escuela, un centro de salud y una parroquia. El fortalecimiento de las instituciones es el camino que puede transformar cualquier barrio. Eso es lo que necesita el Gran Buenos Aires. En una comunidad organizada, como decía Perón –dice Pepe entre risas.
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Cuando el Padre Pepe llegó a Carcova vivía en una casilla y todas las calles eran de tierra, de modo que cuando llovía era muy difícil llegar a la estación de trenes de Suárez. Tampoco había agua: la traían en el camión municipal y los vecinos tenían tachos para almacenarla. Posteriormente, la gestión del intendente de San Martín, Gabriel Katopodis, conectó al barrio al servicio de agua y asfaltó las calles centrales, con respaldo del gobierno nacional. La actualidad encuentra al barrio en una delicada situación por los aumentos de tarifas y de precios.
-Veo que la gente está perpleja. Yo mismo me incluyo. Ahora vas a comprar algo y te sale el doble y con los proyectos que tenemos, que tienen que ver con los alimentos, con los campamentos, este año vamos a tener serias dificultades. Creo que todavía no tomamos conciencia -explica Pepe.
-¿Cómo creés que afectará el cambio en lo económico en el barrio?
-No hay nada gradual, me parece una exageración. De un día para el otro es algo exagerado. Y realmente esperemos que hagan alguna corrección, porque realmente la gente no va a tener para lo fundamental. A mí me tocó estar antes de la crisis del 2001 en la Villa 21 y era un tema…no digo que pase lo mismo, ojalá no pase nunca más una crisis como esa, pero es difícil, cuando la gente no tiene un medicamento, va la iglesia, no tiene para un alimento, va a la iglesia, porque todo lo demás no está. Entonces es muy importante que corrijan algunas cosas porque la gente realmente no va a tener para lo mínimo, estamos hablando de un remedio o de un alimento, no estamos hablando de gastos superfluos.
-Vos tenías vínculos con la anterior gestión, ¿has tenido vínculos con la gestión de Cambiemos?
-Hasta ahora hay una buena relación. La edificación es algo que se apuró mucho en estos últimos dos meses. Nos conocemos porque son todos de Ciudad, entonces conocen el trabajo nuestro en las villas. Saben que hay un trabajo desinteresado, un trabajo que pone a los pibes en el centro, que pone el eje no en una urbanización compulsiva sino en hacer crecer desde el pie la vida del barrio. El barrio va a cambiar en la medida que tenga organizaciones serias dentro del barrio.
En una mesa que parece altar, hay imágenes de Cristo y resalta una foto del Padre Pepe con Jorge Bergoglio antes de ser el Papa Francisco. Su relación no es nueva. Cuando Pepe fue amenazado de muerte en la Villa 21, el entonces cardenal hizo público su apoyo.
-¿Qué cambió en tu trabajo como cura villero que Bergoglio haya sido elegido Papa?
-Fue una cosa muy impensada. Yo pensé que iba a ser Papa en la elección anterior. Yo estaba en la Villa 21 y caían periodistas de Inglaterra, de Estados Unidos, de todos lados porque decían Bergoglio era uno de los ´papables´ -se ríe-; muchos de los curas de las villas pensábamos que podía ser. Esta vuelta pensábamos que ya estaba jubilándose, así que fue una sorpresa. Es una persona muy comprometida con nosotros. El equipo nunca tuvo un obispo que fuera a las villas cotidianamente, que apoyara en todo sentido, nosotros éramos 10 curas en las villas y de pronto éramos 22. Y es una época donde hay menos vocaciones, pero él privilegió las villas. Antes del 2003 en las villas era muy difícil conseguir algo, lo único que conseguíamos era a través de él. Hacíamos un comedor y los fondos eran a través del Arzobispado. Era un tipo que además entablaba vínculos con la gente de las villas, no solamente con los curas. Él también se involucraba. Apoyaba las posturas que tuvimos frente a la urbanización, cuando hablábamos de integración urbana, el tema de la droga en las villas.
En 2013, el Padre Pepe viajó a Roma para encontrarse al Sumo Pontífice en el Vaticano. Llevó una valija desbordada de cartas de gente del barrio y rosarios, anillos de boda y de compromiso para bendecir.
-Francisco es el mismo de antes, las convicciones que nosotros conocíamos -y que en general no se conocían porque era un tipo más bien cerrado-. Realmente creía en el inmigrante, porque lo veíamos trabajando con los bolivianos, con los paraguayos en las villas, creía en la lucha contra el narcotráfico, creía que había que escuchar al pobre y no venir con soluciones mágicas desde afuera, todas estas cosas que vemos ahora, son cosas que veíamos cuando era obispo. Nos puso más en la agenda, hay mucha gente que conoció el trabajo de las villas por lo involucrado que estaba Bergoglio.
En aquel encuentro, el Padre Pepe también le hizo una pequeña provocación. Le entregó una camiseta del Club Atlético Huracán, histórico rival de San Lorenzo de Almagro.
En la capilla, la feria de ropa sigue su ritmo de sábado. Cuando los fideos estén listos, el Padre Pepe se sentará en la mesa y compartirá un vino que alguien le regaló.