La vuelta de la esquina

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141-Trans1  De la mano de Vanesa Cuello y Ximena Gómez, La Pulseada caminó por el borde de la ciudad. Vanesa fue prostituta en su juventud y Ximena, la Yoryi, «monta» hoy en la calle. Sus historias, junto a las de la Gabi y la Leo, están atravesadas por la exclusión y las violencias desde que, siendo muy niñas, asumieron su identidad como travestis y transgénero. Estas trayectorias son una de las claves para comprender la Zona Roja de La Plata. El conflicto por la droga, las quejas de los vecinos y la policía al margen de la ley son parte de esta trama.  

Por Paula Bonomi, M. Soledad Vampa y Lucía Medina
Fotografía: Colectivo Sado
Gráfico: Juan Pastrelo 

Vanesa Cuello abre la puerta a su casa y su historia. Suena un disco de Karina y ella intenta unos mates, pero vuelve a su vaso de vino que transpira sobre la mesada de la cocina. “Los dolores del alma los tenés que parar de alguna forma”, dice. Vanesa es una sobreviviente. La población trans promedio no supera los 35 o 40 años de vida. Ella ronda los 60 y lo hace muy bien a pesar de su historia. Tercer hija de un matrimonio entre un “zorro gris” municipal y una ama de casa, se tuvo que ir de su hogar a los 11 años, dejando atrás la insistencia por el corte de pelo al ras, las patadas en la espalda, innumerables palizas y las acusaciones de ser un “pervertido social” y un “amoral”. Todavía se pregunta cómo pudieron decirle eso a una criatura.

La vida urgente de Yoryi apenas pisa los 25 años. Su casa es cálida, llena de colores. Enciende un Parliament, ceba un mate, mira de reojo en la TV el programa de chimentos. “Mi nombre es Ximena Imas. Soy militante trans, trabajadora sexual y soy parte de la coordinadora antirrepresiva”, se presenta y apaga el cigarrillo a la mitad. “Soy de acá de La Plata, nacida en Berisso, local. Tengo 16 hermanos, soy la 17, la desgracia”, sonríe y vuelve a encender el cigarro.

Sus historias serán una llave para iniciar un recorrido más suelto de prejuicios en la zona roja de La Plata: un micromundo lleno de historias al límite, copeteo a la orden y titulares en las secciones policiales al que es difícil acceder sin su desparpajo.

Sobre la avenida 1 se mezcla el movimiento del día que termina y la noche que empieza. En las esquinas hay grupos de gente. En algunas se espera el micro, en otras se trabaja. Es el primer turno. Las chicas coinciden en que entre las 20 y las 23 es el mejor horario porque los clientes están “limpios” y se trabaja mejor con el cuerpo. Sobre todo “hoy en día”. La diferencia siempre estuvo entre los buenos clientes y “el reviente”; ahora la droga abrió toda una nueva dimensión. Las transas hacen estallar los delicados equilibrios de una zona caliente.

Salir a montar
Son las nueve de la noche y quizás sea el mejor horario de la jornada. Después de las once y entrada la madrugada todo se pone mucho más áspero en el ambiente. Hace un poco de frío y ella se da calor a sí misma frotándose los brazos. Sobre la esquina gira un auto y baja la velocidad, cordonea, prende las balizas como si fuera a estacionar. Ella se acerca a la ventanilla, conversa, asiente con la cabeza, sube.

La Gabi llegó a la Argentina hace 10 años desde el Perú. La trajeron medio engañada para vender celulares en La Plata. Al final, acá conoció a su marido, le gustó la ciudad y se quedó. Hace 9 años y medio que trabaja en la Zona Roja, no está organizada en ningún colectivo político y mantiene cerca de sus pies algunos cascotes, por las dudas haya que reaccionar rápido. “Yo soy así. Vengo, trabajo y a las once me voy a mi casa. En esta esquina no se vende nada hasta que yo me voy. Pero igual vienen y te piden y a mí eso me molesta, por eso los saco a los piedrazos”, dice.

Todas intentan distinguirse de “las que venden” en una trama donde la cocaína envuelve a trabajadoras sexuales, trans y travestis, argentinas y extranjeras, mujeres, hombres, clientes, dealers, consumidores y policías. “Hay muchas diferencias con la calle de mi época, los valores de mercado son irrisorios. La diferencia central son las adicciones. Antes nadie se gastaba el billete en merca o faso, ni siquiera en copete. Hoy me cuentan que los tipos te ponen miles de condicionamientos: tenés que tomar merca y tomar con él, fumártelo toda la noche. Pero, ¿estamos todas locas? ¿Todo eso por 500, 1000 pesos? … 8 horas y saliste reventada, re merqueada… ¿Cuál es el negocio?”, se pregunta Vanesa. Ahora ella se considera una persona “con suerte”. “Siento que elegía a las personas con las que arrancaba, algo me tenía que gustar el tipo porque si no le aumentaba mucho, le tiraba unos precios de espanto”, se ríe.

Yoryi empezó trabajando donde antes estaba la zona gay platense, en 8 y 60. “Un día bajé a 1 y 64, bajé por curiosa, nada más. Conocí a una travesti, a la Yuyú, y ya me metí en el mundo más trava. A los 12 años le aparecí montada en la esquina: ‘¿Te acordas de mi, soy la Yoryi?’ y empecé a montarme, y así seguí, seguí y soy lo que soy ahora. No soy mucho, pero soy esto”.

Las prostitutas y otras trans y travestis son las que transmiten su experiencia a las nuevas generaciones. Y la experiencia que hay es la de la calle.

Para Yoryi el trabajo es claro: “Subís a un auto te preguntan los precios, si les gustas subís. Los precios van desde los $150 a los $500 aproximadamente según lo que pidan, el tiempo que lleve y la cara del cliente. Lo único malo es que ahora están con el tema del estupefaciente, no voy a decir una cosa que no es. Pero la cosa es que si no tenés trabajo ¿qué te vas a poner a hacer? Si vemos que con el cuerpo no estamos trabajando. Yo no voy a decir que estoy ni a favor ni en contra, que hagan lo que quieran”.

Todas saben que con la droga llegan nuevos conflictos. “Antes eran por si trabajabas más, por si eras más linda, o por si no pagabas un copete en una ronda. Ahora son otros los problemas”. Yoryi se pone seria: “Yo no trabajo para nadie. Ni para la Policía”.

A los márgenes de la ley
-¿Cuánto tenés?
-Plata no tengo, vengo a trabajar con mi cuerpo para tener plata todos los días. Así que si querés llevarme presa, llevame.
-Si me dejas llamar por teléfono puedo conseguir que me traigan unos 10 mil.
-No, no, vos no entendiste, no estamos hablando de chiquitaje, ustedes son dos, hablamos de 30 mil para arriba.

“Y como que no llegamos a un acuerdo, porque no me iba a dejar coimear”, recuerda Yoryi de cuando terminó presa por un mes y medio por tener 38 gramos de marihuana para consumo personal.

“El vínculo con la Policía no ha cambiado nada, ellos son coimeros como siempre”, afirma Vanesa. Durante los años de dictadura en la Provincia de Buenos Aires la Policía aplicaba como sanción contra prostitutas, homosexuales o travestis los Códigos de Faltas contra la moralidad pública y las buenas costumbres (1973)”. Las contravenciones preveían días a la sombra o multas en efectivo para quienes se ofrecieran en la vía pública para prostitución o “el que públicamente se exhibiera cambiando su apariencia física mediante el uso de pelucas o barbas postizas, caretas, antifaces o maquillajes”. “Era muy común que los vigilantes te propusieron que si querías “zafar” te tenías que voltear a media comisaría. Si éramos tres las que caíamos era meta y meta hacerle “pete” a toda la guardia. Además, muchos de ellos, los de jerarquía, eran clientes del cabaret de “Pajarito”. Los demás, los rasos, sabían que tenían el poder de liberarte o no y aprovechaban para cagarse de risa, te humillaban. Jamás te alojaban en el calabozo de contraventores, te metían con los presos comunes”, recuerda Vanesa.

Hoy la Leo es una de las chicas más antiguas que aún anda por la zona. Conoce los movimientos policiales de razzias encubiertas, drogas y extorsión: “Yo no vendo drogas, conmigo no se meten, pero la Policía está bravísima. Les meten las bolsitas en la campera, en el bolso y las ponen a trabajar para ellos. Vi hasta pibitas que se tragaron la merca para no terminar presas. Te paran, te desnudan en la calle, ahora hasta traen personal femenino para que te revisen el ano. Si no pagas, te revisan y te encuentran 1000 pesos en la campera y te dicen: “¿Esto no lo hiciste trabajando, no?”.

La Gabi también lidia con el hostigamiento policial. “Hay una mujer policía, una gorda, que suele estar de guardia de noche. Ella aparece con la camioneta y pretende cobrar coima, viene a manguear. Entonces cuando se va el cliente lo aprieta, después vienen y me reclaman a mí y ¿por qué? ¿Ella no cobra un sueldo de funcionaria pública?”, se pregunta.
La Yoryi dice que en las calles “muchas terminan transando con los milicos, tan sólo por la libertad. Y a mí me molesta. Transando quiere decir que te traen tanta cantidad de estupefacientes y te hacen vender para ellos y sino lo que te entregaron ellos mismos te lo ponen como que te lo encontraron a vos. Si no lo haces te pueden llevar a comisaría y ellos te hacen todos los papeles, te inventan causas y lo único que podes hacer es “firmame acá”. Si decís que no, te empiezan a pegar. ¿Y cómo te crees que salen de la cana la mayoría de las chicas? Porque terminan pagando fortunas: 40 mil, 30 mil, 25 mil. Con qué necesidad si ellos tienen un sueldo”. Si caes, adentro “es golpe, paliza, insulto, denigración. Porque ellos se creen superiores porque tienen una chapa. Lo único que los hace distintos es que se ponen un disfraz. Ese disfraz por lo visto les hace olvidar que son humanos”, piensa la Yoryi. “Pasan los patrulleros y te ven y se te ríen en la cara ¿qué ejemplo le estás dando a la sociedad? Porque ellos están para el apoyo de la ley, para ejercer lo que es la ley. No para burlarse de la gente ni hacerse superiores. Pero para el mundo es así: es como que está la gente de primer nivel, gente de segundo nivel, gente de tercer nivel y gente de mierda”.
La infancia trava a la calle
En el libro “Cumbia, copeteo y lágrimas”, compilado por Lohana Berkins se publicó un informe nacional sobre la situación de las travestis, transexuales y transgéneros en 2008. De la encuesta surge que más de la mitad de las participantes asumieron su identidad travesti, transexual o transgénero entre los 14 y los 18 años, el 35% respondió que esto sucedió antes de los 13 años y el resto afirmó haber asumido su identidad de género a partir de los 18 años.

“Yo soy Ximena, Yoryi, desde hace años, no me costó mucho el proceso. Un día me levanté y me dije ¿qué hago así?, esto no es lo que quiero. Me calcé un pantalón de mujer una remera de mujer y salí así a la vida. Cuando se enteraron de que yo era así, no me aceptaron, me echaron de mi casa, me pegaron, bueno muchísimas cosas pasaron… Me cansé de fingir algo que no era”, asegura.
“Mi vida es fea, fea, es para escribir un libro”, dice Yoryi cuando habla de su niñez. “A mi papá no lo conozco, capaz que hasta me acuesto con él, o me acosté, no sé ni quién es. Mi mamá murió hace 5 años, la vi muy poco después de que me fui”. Su mamá es en realidad su abuela, y una de sus hermanas, discapacitada, resultó ser su madre. Estaba en quinto grado cuando se enamoró y se fue a vivir con un primo. “Yo tenía 10 años y él 15. Y si no iba con él en ese momento yo estaba en situación de calle. Mi familia me dijo ‘arreglate vos con tu vida’”.

Vanesa también padeció la discriminación y exclusión familiar. “No hubo un instante de mi vida, no recuerdo un solo instante donde me haya sentido masculina, hombre, jamás. En un momento lo mío era evidente. Yo buscaba sentirme cómoda con la ropa, buscaba que no me masculinicen. A partir de los 11, 12 años empecé a vivir situaciones de mucha violencia en mi casa”, recuerda. Se cansó de los golpes. Fue la villa y su gente quienes le ofrecieron sin cuestionar un matecocido caliente y un lugar donde dormir en aquellos años. “La calle te va llevando por los lugares que no te imaginas. Puede hacerte mucho bien o mucho mal, eso va en la suerte o inteligencia que vos tengas para andar”, afirma Vanesa.

La Yoryi recuerda y le tiemblan las manos. “Cortar el vinculo con mi mamá me costó un montón. Hasta el día de hoy me sigue costando, aunque no tanto como cuando estaba viva. He ido un montón de veces a tocarle la puerta a preguntarle porqué. Me ha sacado carpiendo. Nunca me lo dijo. Me pidió perdón por todo el dolor y se fue en paz”.

La discriminación y el desarraigo las expulsan también de la escuela y esto a su vez dificulta la búsqueda de horizontes laborales. El informe de 2008 indica que entre quienes tienen primaria incompleta, casi el 90% se dedica a la prostitución y de las que tienen la secundaria incompleta, más del 80%. “La escuela fue mi peor experiencia –recuerda Yoryi- la dejé en séptimo grado. Me echaron de dos escuelas porque ya se me notaba que era así, y ya tenía el bulling. Y yo no me dejaba pisotear, los cagaba a palos”.

A partir de allí las cifras descienden pero muy de a poco. Finalmente sólo el 33% de las que completaron una carrera tiene como principal fuente de ingresos la prostitución. Este último grupo constituye apenas un 2,3 % del total de travestis, transgéneros y transexuales encuestadas. “Cuando dejé la escuela era como que el cuerpo no me daba más. Yo ya estaba trabajando a la noche de gay en la esquina”, explica Ximena.

 No hay prostitución sin clientes
Atardecía y pateaban diagonal 80 impulsadas por el hambre.

–Miguela, no doy más. Vamos al hospital y decimos que tengo algo que me internen, por ahí nos dan algo comer.

Llegando a la esquina de 3 un auto bajó la velocidad y la ventana. Las chicas, preadolescentes, se miraron y entendieron.

–Dejá Miguela, voy yo –. Vanesa subió al auto que arrancó como las preguntas en su cabeza: qué hago, qué digo, qué hago acá.
–¿Vos no sos de este ambiente, no? –rompió el hielo el hombre–. ¿Querés que vayamos a un hotel? –.Vanesa le dijo la verdad. El trato cerró arriba del auto con sexo oral.
–Quedate tranquila que estoy re limpito –dijo. Y el auto volvió a la esquina de donde la había levantado.
–¿Cuánto cobras?
–No sé –. Fue todo lo que Vanesa pudo contestar. El hombre sacó un billete marrón con la cara del Libertador San Martín. Eufórica, Vanesa bajó de ese auto gritando:
–¡Miguela!, ¡Mirá!, ¡me pagó!, ¡se puede!
“Y de ahí ¡agarrate Catalina!, ¡mamá! Le dimos fruta y fruta”, se ríe hoy Vanesa.

Para Yoryi la iniciación no fue muy distinta. “Empecé a trabajar de pura casualidad. Me frenó un chabón, me llamó me dijo: “¿Qué estás haciendo, damos una vuelta?”. Me propuso tener relaciones y me dice: “Yo te doy algo de plata”. ¡Cuando me dio un billete violeta!, me dije a mí misma: “Soy yo”. Me dio $50 que en aquel entonces para mí era fortuna. Y ahí dije ¡no lo puedo creer! ¿Así que tengo levante con el cuerpo?. Agarré y me fui a trabajar en el yiro gay”.

“Realmente una no tuvo una niñez, no tuvo adolescencia, no había tiempo… la vida es tan vorágine. He vivido en una semana lo que cualquier persona, entre comillas “común” vive no sé, en tres años. Se queman etapas, se quema vida”, sintetiza Vanesa. Ella puede enumerar más de una decena de compañeras que ya no están “de esa época quedamos la Negra Adriana, la vieja Susana que tiene 78 años y la Miguela, después murieron todas”.

¿Dónde queda el futuro?
“Capaz que hubiese terminado la escuela, no sé. Me lo pongo a pensar ahora y rechacé muchas oportunidades pensando que lo único que tenía era la calle. Capaz que en ese momento como estaba viviendo era la calle. Después, hoy en día intento volver todo para atrás y me va a costar un montón”. Yoryi lo sabe.

De la mano de la prostitución se anuda una realidad de la que es difícil salir. La discriminación y el desarraigo familiar, territorial, las expulsa de otros espacios comenzando por la escuela y esto a su vez dificulta la búsqueda de otros horizontes. “Yo arranqué en la calle por la edad, por mi sexualidad, era lo único que en ese momento yo tenía para poder sobrevivir. Después intenté buscar la plata de otra manera, pero nunca dejé la calle. Creo que tenga el trabajo que tenga la calle no la voy a dejar. En el futuro me veo en la calle, tratando de estar en la esquina con el bastón. Montadísima pero con el bastón, porque no creo que esté tan buena como ahora. Pero me veo así, en la esquina”.

“Hay algo que tenemos las maricas y es que no tenemos tiempo para lamentarnos. No hay tiempo. Por eso entiendo a las chicas que buscan su paliativo. Yo lo he buscado de grande, en un trago, la otra lo busca en su merca, en lo que sea. Son paliativos para soportar el sufrimiento”, asegura Yoryi. Tanto ella como Ximena pueden nombrar una larga lista de nombres, cuerpos, vidas que ya no están. “Me duelen mucho las muertas, las recuerdo una a una todos los días”, lamenta Vanesa.

Vanesa está más curtida y es una precursora en la defensa de sus sueños. Sin la existencia de la Ley de Identidad de Género y o la de Matrimonio Igualitario, en 2005 y luego de una lucha de 13 años, logró junto a su ex compañero la adopción legal de su hijo Joni, que hoy tiene 23 años y la hizo abuela de Thiago. También logró, a través de un fallo judicial, meses antes de la aprobación de la ley, la reasignación de sexo en territorio nacional. “Siempre tuve un objetivo. Porque esa situación de estar en la calle no me gustaba y sabía que tenía que ser transitoria. Siempre fui muy consciente del paso de los años, tenía aspiraciones, tenía sueños. De pibita soñaba con operarme, con tener un hijo… ¡qué locura la mía!, pero fueron sueños que de a poco se fueron haciendo realidad”.

Aún queda mucho camino por recorrer en materia de reconocimientos de derechos en territorio nacional y que “requieren de la acción concreta del Estado, que garantice condiciones de igualdad, reconociendo las desigualdades subyacentes y las vulnerabilidades de los sectores más desprotegidos», explica Laurana Malacalza, directora del Observatorio de Violencia de Género (OVG) de la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires. Hoy, muchas de las integrantes del colectivo travesti, transgénero y transexual platense se organizaron en distintos espacios, como Otrans o la coordinadora antirrepresiva lgbtttiqp de La Plata, entre otras, que contienen su situación y defienden sus derechos reconocidos fundamentalmente en la ley 26.743 de identidad de género.

Hay avances que Vanesa pone en perspectiva. “Quien diga que cambió mucho nuestra sociedad no lo sé. Siempre le digo a las chicas que me parece que el contexto mayoritario de la sociedad nos está fumando, pero no nos estaría aceptando. Eso me consta”. Tal vez le conste ante cada reclamo por la mudanza del espacio destinado a la prostitución, en cada debate calificado de “ciudadano” acerca de quiénes y cómo pueden habitar el espacio público en la ciudad. Porque hay preguntas que pareciera que nadie se hace, historias que nadie busca conocer, infancias que nadie protege cuando se pierden en la noche y en la calle.

 

 

«Es una práctica sistemática de la Policía»

La141-Trans2s organizaciones trans denuncian en la Justicia golpizas, hostigamiento y armado de causas

Por Lucía Medina

En el área conocida como Zona Roja de La Plata, que incluye al bosque y las calles 1 y 66, trabajan cada noche, según datos de la Asociación Civil Otrans, entre 250 y 300 chicas. Las detenciones, los actos de violencia por parte de la Policía y los constantes reclamos y denuncias de los vecinos que exigen su re-localización son problemas de larga data. En los primero meses de 2016 las trabajadoras sexuales y las organizaciones notaron un recrudecimiento en la violencia institucional. Manifestaron sufrir actos de violencia policial, y el “armado” de causas.

En marzo, 14 integrantes de Otrans La Plata presentaron un habeas corpus preventivo en el Juzgado de Garantías Nº 1, a cargo de Federico Atencio. Denunciaron persecución policial, violencia física y hostigamiento. Uno de los casos es el de Angélica Zambrano Pesante, que fue detenida, desnudada y golpeada en la zona de 1 y 67 por ocho policías. Otras compañeras dijeron haber sido obligadas a vender droga.

“Denunciamos que no son uno o dos oficiales los que hacen esto, sino que es una práctica sistemática de la policía. En general su modus operandi es el siguiente: llegan a la Zona Roja con uniforme en autos privados, las encañonan, las llevan a Punta Lara, les roban su dinero y las dejan tiradas allí”, reveló Claudia Vazquez Haro de Otrans en diálogo con La Pulseada.

Una integrante de la Coordinadora Antirepresiva Lgbtttiqp de La Plata comentó: “Sabemos que si se llevan a alguna chica de la Zona Roja por averiguación de antecedentes no la ingresan en un acta en la comisaría. Lo cual hace que sea una detención completamente ilegal. Tampoco respetan su identidad de género”. Y agregó: “A una compañera de la Coordinadora se la llevaron detenida por supuestos disturbios en la vía pública, la tuvieron un montón de tiempo presa y eso es una contravención, ni siquiera tendrían que detenerte”. En abril esta Coordinadora organizó un festival en Plaza Matheu (1 y 66) contra la militarización de la zona y la criminalización del colectivo trans y travesti. Buscaban visibilizar la situación y hacer una demostración de fuerza y organización frente a los vecinos, a quienes señalan como responsables de denunciar y actuar en connivencia con la Policía. “Es importante estar organizados porque te da una red de contención. No es lo mismo enfrentar ciertas situaciones sola que si estás organizada políticamente”, remarca “La Tole”, integrante de la Coordinadora y una de las organizadoras del festival.

Las organizaciones fueron construyendo un mecanismo aceitado ante las detenciones. Cuando cae alguna chica presentan un habeas corpus y se acercan a la fiscalía de turno que tomó el caso. De esta forma pudieron ver la arbitrariedad en el armado de causas desde la Policía. En tres meses, desde Otrans pudieron cambiar las carátulas de tres causas por supuesta venta de drogas. “Muchas veces no tienen una orden de un juez o un fiscal o su acompañamiento, todo queda en manos de la Policía”, comenta Vázquez Haro que ya cuenta alrededor de 25 causas a chicas que trabajan en la Zona Roja iniciadas desde la gestión municipal del ex intendente Pablo Bruera hasta la actualidad.

 

Vivir en la Zona Roja

Para los vecinos que viven en 1 y 66 la prostitución en la zona encubre la venta de droga y trae aparejadas situaciones de violencia e inseguridad como robos y peleas en las puertas de sus casas por parte de los clientes que consumen. “Las travestis en general se dedican a la venta de drogas, no a prostituirse. A veces también se ven chicos en situación de calle que están buscando drogas que quedaron escondidas o tiradas en la vereda”, comenta Eugenia Ullmann, vecina de la zona e integrante del grupo auto convocado “Vecinos de Plaza Matheu”. Ella y su marido fueron víctimas de un robo cuando uno de estos jóvenes ingresó en su garage.

Durante la gestión del ex intendente Pablo Bruera, los vecinos se reunían una vez por semana con autoridades del municipio, la Policía, la Justicia y trabajadores sociales. Allí daban un parte de las situaciones de inseguridad que habían presenciado o vivido en la zona. A partir de eso el municipio tomó medidas como colocar luminarias, cinco botones anti pánico y algunas cámaras.

 

 

¿Qué nos escan141-Trans3daliza?

Por Paula Bonomi

La avenida 1 de la ciudad de La Plata está plagada de luces y sombras y concentra toda la actividad de la Zona Roja. En doble vía, desde calle 54, pasando por Plaza Matheu hasta la 70, se propone el climax y la intimidad sexual al final del día. En la ciudad de las diagonales, que le da la espalda al río, lo que mata es la humedad, también la exclusión, la pobreza y la indiferencia.

La gente que habita este cuadrado suele escandalizarse porque no puede circular por las veredas si “hay alguien desnudo en la puerta de mi casa”. Sin embargo a nadie le importa preguntarse por qué alguien con tres grados bajo cero tiene que estar desnudo allí. La actividad de las chicas parece provocar un daño moral al resto de los vecinos. Se multiplican las denuncias por situaciones de violencias, porque las “mulas” entregan las bolsitas blancas, pero no se cuestiona el entramado, ni de dónde sale el narcótico y, mucho menos la connivencia entre el poder policial y los narcos que se sostiene, entre otras cosas, reclutando travestis, transexuales o transgéneros para trabajar para la Policía a cambio de “libertad”, posiblemente con el amparo de bloques políticos y el aparato judicial.

Esas identidades nacen de la mano de la prostitución y su segregación se anuda en un lugar complejo del cual es difícil salir. En esos recorridos vitales se ven todas las marcas de las experiencias de desarraigo: abandono de los barrios, pueblos, ciudades y provincias —a veces hasta de los países— durante la adolescencia o la juventud para buscar entornos menos hostiles o el anonimato de una gran ciudad, fortalecerse y construir otros vínculos sociales en los que se reconozcan.

Es insistente el reclamo por la mudanza de la Zona Roja sin que nos preguntemos, ¿qué lugares son posibles de ser vividos y por qué sectores sociales y por cuáles no? Nada las escandaliza ni avergüenza cuando las chicas o las “maricas” -como les gusta llamarse a sí mismas- hablan de esta realidad naturalizada por años. Tampoco parece avergonzar la cara moral de los habitantes de la ciudad la presencia de tantas chiquitas travestis (o de aquellas que incluso andan todavía preguntándose qué son, qué desean ser) que tienen que proveerse los ingresos para vivir en situaciones riesgosas para su salud e integridad. No. A la gente no le molesta la prostitución, hay una demanda enorme, lo que molesta es cómo se ejerce la prostitución.

Habrá que seguir narrando historias, reconstruir memorias e insistir en la elaboración de políticas públicas que no sean letra muerta y para que la gente no caiga en la miseria, que no llegue a estar en situación de prostitución. Eso es algo que nunca se hizo en Argentina. Hay que encontrar la vuelta de esa esquina para procurar una infancia sin hambre, sin discriminación y sin violencias.

Ley de cupo trans

En septiembre de 2015, la Legislatura provincial aprobó una ley que crea en el sector público un cupo mínimo de al menos un 1% de los empleos para el colectivo travestis, transexuales y transgénero. La ley ha sido sancionada pero el Ejecutivo bonaerense aún no la reglamentó. Cabe recordar que Diana Sacayán, que fue asesinada en octubre de 2015 en su departamento, pertenecía como activista al Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación y ella, junto con el Dr. Emiliano Litardo -escritor de la ley de identidad de género-, fue quien redactó el proyecto de cupo laboral trans. El OVG de la Defensoría del Pueblo continúa reclamando al Poder Ejecutivo que se reglamente la ley 14.783 o ley Diana Sacayan, que incorporaría al colectivo trans al personal estatal.
En La Plata cuando asumió el nuevo gobierno a Valentina Pereyra, activista y referente de ATTTA La Plata (Asociación Travestis Transexuales y Transgénero Argentinas), le rescindieron su contrato. Luego de marchas y reclamos, muchos trabajadores/as fueron reincorporados, pero ella no, lo que la llevo a judicializar su reclamo. Varios meses después un fallo judicial ordenó de forma inmediata su reincorporación.

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