Por Tony Fenoy *
Cuando a Carlitos Cajade le preguntaban qué era educar, usaba una definición de José Kentenich: “Educar es servir desinteresadamente la vida ajena”. Habla de algo no estructurado ni en serie, sino de un respeto profundo por el otro, por su originalidad y autonomía.
La educación es un servicio que parte de la necesidad y lo distinto que cada pibe y cada piba nos proponen, en donde los adultos no podemos poner de antemano un molde en donde deben encajar para ser buenos ciudadanos, que estén dentro de los cánones disciplinarios y de buenas costumbres que muchas veces nosotros definimos como única manera de ser “socialmente correcto”. Es fundamental tener en cuenta sus voces, sus deseos, sus sueños y anhelos, su “estrella”, como decía Cajade.
Ser educador es acompañar un proceso único y personal, que debe ser respetado sin querer hacer al otro “a nuestra imagen y semejanza”.
Para esto, debemos escucharlos y construir, no para ellos, sino desde y con ellos. Desde sus voces y nuestra escucha, para ponernos a su servicio y poder aportar desde nuestras experiencias.
A veces me da la sensación de que muchas instituciones y organizaciones que trabajan con los pibes, más allá de las ganas y la buena voluntad, están edificadas desde una “adultocracia”, en donde la palabra del adulto es la que marca los tiempos, y los destinos de las pibas y los pibes. Tenemos miedo a democratizar la palabra, a perder poder, porque su palabra nos interpela, nos cuestiona y muchas veces desnuda nuestros autoritarismos encubiertos en una imagen de ternura.
Entonces salen a relucir ciertos argumentos: los pibes son violentos, no tienen respeto, no nos hacen caso, no sirven para nada… No nos damos cuenta de que son fruto de una sociedad construida por nosotros, los adultos, que es violenta y no los respeta muchas veces desde el momento de nacer y que no les ofrece un horizonte de futuro ni de sentido.
Carlitos Cajade tuvo esa visión cuando organizó el Hogar a partir de las asambleas, en donde la voz de los pibes eran el termómetro y el rumbo de cómo funcionaba la Obra. Para el cura, la palabra de los pibes tenía peso, mucho peso, y era capaz de cambiar las decisiones tomadas por los adultos.
Nuestros pibes y pibas tienen mucho para decirnos, y son capaces de construir esperanza en medio de situaciones difíciles. Pienso en l@s pib@s de Baruyo que hacen escuchar sus voces; en los de Cine en Movimiento que con sus cámaras y cortos, nos cuentan sus historias en los barrios, en los adolescentes de la Obra de Cajade que se reunieron a compartir sus vidas y construir juntos.
Ellos nos marcan el camino. Con ellos y desde ellos tenemos que construir. Nuestra tarea es el abrazo, la ternura, el acompañamiento y el crear espacios para que ell@s puedan descubrir su estrella y construir su futuro.
* Esta opinión la compartió Tony Fenoy con los oyentes de La Pulseada Radio
la semana que se reunieron los pibes en el Hogar