Conversamos con Pablo Morosi, autor –junto a Andrés Lavaselli– de El último cruzado: Monseñor Aguer. Intimidades e intrigas de la Iglesia argentina.
En agosto se presentó la investigación periodística que Pablo Morosi y Andrés Lavaselli realizaron sobre Héctor Aguer, quien desde la diócesis de La Plata, primero como Obispo Coadjutor y luego como Arzobispo, fue durante dos décadas el vocero de las posiciones más retrógradas del clero nacional.
A una semana de su lanzamiento, charlamos sobre el libro con Morosi.
–¿El abrupto fin de la gestión de Aguer como Arzobispo significó que tuvieron que ponerle término a una investigación en la que hubieran querido ahondar o ya estaba concluida?
–La idea era publicar el libro con Aguer aún en funciones. Ya llevábamos más de un año de trabajo y el propósito era presentarlo para la Feria del Libro. Pero pedimos un tiempo para profundizar algunas cosas y salió ahora. Entre tanto, Aguer presentó su renuncia al cumplir 75 años, como marca el derecho canónico, y a la semana le fue aceptada. El Papa no tiene un plazo para hacerlo. A veces pasan años y al involucrado se lo mantiene en el cargo. Acá hay dos mensajes de Francisco: el primero es la celeridad con la que desplazó a Aguer y el segundo es a quién eligió para reemplazarlo. Víctor Fernández es claramente alguien del palo de (Jorge) Bergoglio. Para la arquidiócesis de La Plata es una enorme novedad porque históricamente se alineó con los sectores más conservadores de la Iglesia. Vamos a ver cómo le va al nuevo Arzobispo. Porque tiene que desarmar algo que no sólo viene de la gestión de Aguer sino de muchas décadas atrás.
–Una de las fuentes principales del libro fueron 13 largas entrevistas que Aguer les concedió, después de pensarlo durante dos meses. Para tu compañero Andrés fue “un error de cálculo” de su parte ¿Por qué creés que aceptó?
–En esos dos meses previos a acceder hizo sus averiguaciones y se dio cuenta que el libro no era un proyecto solamente nuestro, sino que había una editorial importante atrás, como Planeta. Creo que uno de los motivos fue poder tener cierto control, conocer por dónde íbamos, hasta dónde sabíamos y, obviamente, lograr introducir su visión sobre cuestiones que le resultasen incómodas. Quizás haya influido ese narcisismo del que algunos hablan que lo lleva a interesarse en que se ocupen de él, aunque sea críticamente. Pero también la necesidad de conocer con antelación qué podíamos llegar a plantear. No sé si tuvo en claro desde el principio que iba a ser un libro muy crítico. Antes de prestarse a nuestras preguntas nos dijo que ya tenía un acuerdo con un grupo editorial vinculado a la Iglesia para escribir sus memorias. Le aclaramos que esto no eran sus memorias sino un libro sobre su figura para el que también iban a ser consultadas otras personas. Que no era únicamente lo que él recordara o quisiera recordar de su vida. Hicimos alrededor de un centenar de entrevistas con gente de su entorno o más alejada, a favor o en contra, con la que tiene relación actual o la tuvo en el pasado. Me parece que llamarlo antes fue una estrategia efectiva. De cualquier movimiento que hiciéramos, por lo menos en la diócesis de La Plata, se iba a enterar enseguida. Entonces optamos por pedirle primero una entrevista y creemos que eso fue visto por él como una señal de transparencia. Quiero destacar que tuvo una gran predisposición para responder incluso sobre temas que le resultaban urticantes. En fin, pienso que así como uno puede considerarlo un gran polemista, un espadachín siempre listo para batirse, también puede verlo como alguien a quien le gustan estos desafíos.
–Salvo cuando la pregunta tocaba puntos ríspidos. Ahí lo afectaba eso que Facundo Manes le diagnosticó como “amnesia episódica” y que más bien parecen olvidos por conveniencia.
–Empezamos a notar que esos olvidos tenían algo en común: se manifestaban cuando le preguntábamos algo incómodo. Era capaz de mostrar una memoria muy puntillosa. De recordar a todos sus compañeros de escuela, las notas que se había sacado en el secundario, la nómina de personas con las que compartió el seminario. Pero de pronto se olvidaba de datos no tan difíciles de retener. Concluimos que siempre pasaba cuando se abordaban cuestiones sobre las que no le convenía avanzar.
–Cuentan que invitó a cenar a un periodista y que a la salida un colaborador de Aguer le aclaró que el propósito era que apoyara su candidatura como Arzobispo de Buenos Aires. El cronista dijo: “Tuve la sensación de estar frente a un ser maquiavélico que, mientras el país se hundía, sólo pensaba en su ascenso personal” ¿Coinciden con su apreciación?
–Ocurrió entre 2002 y 2003, en un país lleno de piquetes y de reclamos, que atravesaba una situación muy crítica. A nuestro informante lo sorprende que en ese contexto el Arzobispo sólo se interesara en sumar voluntades para acceder al cardelanato. Aguer negó haber tenido ese tipo de intención. Pero a nosotros nos pareció relevante el testimonio de un periodista muy reconocido, de un medio nacional muy importante, oriundo de La Plata, del que preservamos la identidad. Aunque Aguer lo desmintiera, encontramos muchos elementos que muestran cómo fue tejiendo alianzas y generando intrigas con el objetivo, como mínimo, de conducir la Iglesia nacional. Eso significaba correr a Bergoglio del lugar de Cardenal Primado de la Argentina para poder ocuparlo. Mucho se ha hablado al respecto del papel de políticos como Sergio Massa o de obispos de la línea conservadora como Oscar Sarlinga. Pero Aguer ha tenido siempre mucha habilidad para operar sin dejar los dedos marcados.
–Muchas fuentes pidieron permanecer en el anonimato. ¿Por temor al poder de Aguer, por miedo a autoincriminarse o por qué?
–Realizamos todo el trabajo mientras Aguer era todavía Arzobispo de La Plata y en el clero local había un temor muy fuerte. Hablamos con alrededor de 20 o 25 curas de un total de 110 que hay en la curia platense. Muchos nos decían “yo no quiero tener problemas” y se negaban a responder o pedían reserva de la fuente. Incluso aquellos sacerdotes que estaban enemistados con él. La relación de fuerzas era muy desventajosa y exponerse los podría haber perjudicado mucho. Pero también ocurrió algo semejante con el mundo de la política, que podía presumirse que se sentiría más libre para declarar. La mayoría se cuidaba mucho de lo que decía y trataba de no exponerse. Es que Aguer está vinculado con sectores poderosos, tenía llegada al Vaticano y posee relaciones con miembros de la clase social dominante, como ciertos empresarios. Es muy amigo, por ejemplo, de los hermanos Bagó, de la industria farmacéutica.
–De muchos personajes que hay en el libro, uno merecería un libro aparte: Esteban “Cacho” Caselli –que entre otros cargos fue embajador de Menem ante el Vaticano y secretario de Gobierno de Ruckauf–, quien de no ser nadie pasó a ser muy influyente.
–Sí, es un personaje con todas las características para dedicarle un libro entero a él. Ha estado en lugares donde se decidieron cuestiones claves para la Iglesia argentina. Aguer llega a La Plata en 1998, inmediatamente después de que estallara el escándalo del Banco Crédito Provincial (BCP), que era de la familia Trusso. Eduardo Trusso era embajador argentino ante el Vaticano y su hijo Francisco Javier fue considerado máximo responsable de los fraudes que afectaron a miles de ahorristas, sobre todo de La Plata, pequeños comercios y empresas que tenían ahí sus cuentas y quedaron desamparados. Se comprobó que la entidad fraguaba créditos y había sido pionera en inversiones offshore. Siempre se sospechó que había en juego plata negra de jerarcas del Vaticano y que por eso existía tanto interés de la Iglesia para que Trusso quedara en libertad. Entonces aparece en escena Aguer y va con su maletín a poner la firma para que el estafador fuera excarcelado. Eso le costó un desprestigio muy difícil de remontar frente a la feligresía de La Plata.
–Él ofrece dos justificaciones: primero, que lo hizo por amistad con la familia Trusso; y después que siguió órdenes de arriba e implícitamente sugiere que fueron directivas del Vaticano ¿Qué concluyeron?
–No está para nada claro. Por eso terminamos transcribiendo textualmente esa parte de la entrevista. Pero él dice que no le importa nada: que cumplió una orden y que eso no es ningún pecado. Ocurre que no se trataba de un proceso en marcha sino de que Trusso ya había sido condenado, aprovechan que la condena todavía no había quedado firme para sacarlo. A partir de entonces el banquero se fuga dos veces. Cuando lo detienen en Brasil, dice sentirse mal y pide ser trasladado a un hospital. Se evade de allí y permanece prófugo dos años. Luego lo encuentran en la casa de descanso en Miramar del cardenal conservador argentino Leonardo Sandri, quien en ese momento era secretario de la segunda autoridad en importancia del Vaticano después del Papa Juan Pablo II. Y Caselli, volviendo a su figura, nos dice que fue él quien se encargó de hacer desaparecer la causa por encubrimiento abierta a Sandri. Una barbaridad que obviamente pudo lograr porque entonces era secretario de Gobierno de Ruckauf.
–Otro de los temas que recorre el libro es la disputa permanente con Bergoglio. Cuando uno llega a la página 149 se acuerda de la película El Padrino III. Ustedes escriben que un ex funcionario les contó que en 1998, después de la muerte de Quarracino, oficialmente fallecido por causas naturales, escuchó decir de boca de Aguer: “Alguna vez se sabrá el modo criminal en que Bergoglio llegó a ser Arzobispo de Buenos Aires”. ¿Le preguntaron por eso?
–Aguer no nos lo confirmó. Pero tenemos el testimonio en contrario de un alto funcionario del gobierno nacional kirchnerista que es platense. Para su libro Nuestra Santa Madre, Olga Wornat logró entrevistar a Trusso (padre) y él le dejó picando la misma idea: que Quarracino no murió de manera natural sino que se lo cargaron para que no se les fuese a escapar la tortuga respecto de lo ocurrido con los créditos truchos. Quarracino muere pocos meses después de la explosión del escándalo del BCP. Antes de fallecer logra ir personalmente al Vaticano, ayudado con un bastón, casi arrastrándose, para pedir que su reemplazante sea Bergoglio. Por eso, cuando éste es nombrado Papa, se dice que su primer elector fue Quarracino. A Bergoglio también le pidió que se encargara de limpiar su imagen con respecto a la causa del BCP. Por eso vino varias veces a La Plata con el abogado Jorge Dromi (ex ministro de Obras y Servicios Públicos de Menem) para lograr trasladar a la justicia federal la parte de la causa ligada al Arzobispado de Buenos Aires. Y allí quedó cajoneado el expediente.
–Alguien les cuenta que en la intimidad Aguer decía de Bergoglio: “Ahora que es Papa, ojalá se haga católico”.
–Se lo expresa en una charla a un legislador platense. Y así pone en evidencia el desdén y el desprecio que siente por Bergoglio. No es solamente, como señala, una diferencia de líneas doctrinarias. Hubo siempre entre ellos cuestiones personales y conflictos de poder. Cuando Bergoglio fue elegido Papa se habló de Aguer como su contracara. Quisimos indagar por qué. Encontramos que sus primeros chisporroteos se produjeron en San Miguel, donde coincidieron a fines de los ’70 y no se llevaron nada bien. Y que la pelea de fondo se dio a partir de 1992, cuando Quarracino rescata a ambos de otros destinos –a Bergoglio de Córdoba y a Aguer de San Miguel– y los lleva a Buenos Aires como Obispos Auxiliares. Allí se destacan y empiezan a confrontar por la sucesión.
–Siempre se encara una investigación a partir de ciertas expectativas, ¿encontraron algo que no esperaban y los sorprendió?
–Nos sorprendimos de muchas cosas. Una fue la predisposición para someterse a nuestros interrogatorios. Fuimos a la primera entrevista con una lista de 85 preguntas porque pensábamos que sería la única y última. Pasaron dos horas y media y él estaba cansado. Nos propuso seguir el lunes siguiente y así sucesivamente. Como veíamos que estaba dispuesto a continuar nos atrevimos a preguntarle sobre los asuntos más complicados y a acercarnos cada vez más a la actualidad. En cuanto a lo que tiene que ver con su mundo interior, vimos una persona muy solitaria. Cuando en abril del año pasado cumplió 25 años como Obispo, ofició una misa de celebración y a una de las primeras personas a las que agradeció fue a su chofer. Omitió, por ejemplo, mencionar a su hermana, que estaba en primera fila. Suena muy extraño eso de relegar a la familia y hablar de un colaborador. Los mismos que pertenecen a su entorno se refieren a él como a alguien que establece mucha distancia.
–Al título subyace una hipótesis optimista: que será “el último cruzado”. Ante las declaraciones de Santiago Olivera, el obispo castrense ratificado por Macri que reivindicó al terrorismo de Estado y pidió liberar a los genocidas, o frente a lo que sostuvieron en el debate por la legalización del aborto algunos senadores, influidos por sus respectivos obispos, no es tan seguro que sea el último.
–Pero no son figuras que estén tan en la vidriera. Para nosotros, en los últimos 15 años Aguer se convirtió en la voz de la Iglesia. Se ocupa de la columna casi oficial del programa de televisión del Arzobispado de Buenos Aires, tiene desde hace 20 años un programa en Radio Provincia, escribe cuando quiere en el diario El Día y con gran asiduidad publica sus opiniones en medios gráficos nacionales. Para encontrar algo comparable, uno tiene que remontarse a las intervenciones mediáticas del Obispo Justo Laguna, ya fallecido, o del Obispo Jorge Casaretto, quien ya está muy grande y ha dejado casi de participar. ¿Entonces quién es el que habla? ¿Quién entra antes en la polémica sobre el aborto? El primero que sale con las piedras en la mano es Aguer. Y eso en el contexto de un episcopado que, bajo el mando de Bergoglio, se fue moderando y optando más bien por el silencio. Pero Aguer siguió siempre con su tónica.
–Cuando Aguer les plantea que el aborto forma parte de los planes de los países centrales para controlar la natalidad en la periferia y menciona al Informe Kissinger, recurre a un argumento remanido del ultranacionalismo católico. El mismo que esgrimió el padre Pepe Di Paola cuando en el Congreso dijo que eran incoherentes los que repudiaban al FMI pero estaban a favor de la norma, porque es el FMI el que promueve el aborto. ¿No creés que eso deja en claro que no hay relación entre lo que fue el pensamiento de Cajade y el de los curas villeros bergoglianos?
–Efectivamente noto una discrepancia notable entre la corriente de los llamados curas villeros y las propuestas y acciones de Cajade. Esa diferencia es de matriz ideológico-política aunque, dentro de lo complejo de la cuestión, también veo puntos de contacto.
–¿Carlitos no estaría hoy mucho más cerca de los Curas en Opción por los Pobres?
–A riesgo de caer en un exceso contrafáctico, diría que sí.
–El libro es como una novela con un ambicioso protagonista que va fracasando en todo: no logra ser Arzobispo de Buenos Aires y virtual jefe de la Iglesia argentina, no alcanza el grado de Cardenal y uno de sus mayores adversarios acaba como Papa. ¿Se quedaron con la imagen final de un hombre derrotado?
–Rechazó terminantemente eso en una de nuestras últimas entrevistas. Su negativa a aceptar ese lugar me hizo acordar a (Miguel) Etchecolatz hablando antes de recibir su primera condena y reafirmando todo lo hecho. Nos quedamos con la imagen de un convencido intransigente, por no decir un fanático extremista, que piensa que su labor tendrá frutos que trascenderán esta época y que terminará, aunque él no pueda verlo, reivindicado, si no por toda la sociedad, al menos por su propia institución.
Héctor y María Eugenia*
El 17 de febrero de 2017, la gobernadora María Eugenia Vidal se manifestó a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo en el programa Debo Decir, conducido por Luis Novaresio. Cuando el periodista le señaló que debía ser una postura difícil de sostener para una dirigente que tiene su despacho tan cerca del de Aguer, ella respondió: “Tan cerca no estamos”. Unos días después sonó su teléfono.
–Monseñor, hay cosas que un político tiene que decir –se atajó la gobernadora.
–Mirá, María Eugenia, yo entiendo, pero como católica, hay cosas que no podés decir– le dijo Aguer a Vidal, a quien estima, al igual que a sus ministros Federico Salvai, Joaquín de la Torre y al procurador Julio Conte Grand, miembros del Opus Dei.
Días después, en una columna televisiva, habló de los católicos que dicen una cosa y hacen otra. Sólo una persona (la aludida) supo a quién se estaba refiriendo. Pero unos meses después respaldó a Vidal en público cuando desautorizó a su ministra de Salud, Zulma Ortiz, por adherir al protocolo nacional de aborto no punible
*Fragmento del capítulo final del libro de Morosi y Lavaselli