La ruta de la canción

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Músico, productor y periodista independiente, Nicolás Falcoff recorre cada día el mapa musical de Latinoamérica. Al frente de su programa Sonidos Clandestinos, del sello Suramusic o con el ensamble Tumbatú Cumbá. En busca del potencial transformador de la canción, durante 2009 se lanzó como solista. Inspirado en la experiencia del EZLN en Chiapas, su disco se llama La insurgencia del Caracol.

Por Martín E. Graziano

 

Como un verdadero renacentista, Nicolás Falcoff es músico, productor, activista político y artístico, editor y conductor de radio. Sin embargo, apenas empieza a hablar no hay forma de encontrar las costuras. No hay disociación posible: todos sus oficios están construidos en la misma fragua. No es extraño. Apenas se investiga un poco la matriz genética aparece su padre Fernando Falcoff, músico, productor y melómano de tiempo completo. Un tipo que en los ’70 estuvo involucrado en algunas grabaciones históricas como la del primer disco de Arco Iris. Desde entonces, Nicolás no sólo tuvo contacto con la experiencia del estudio de grabación, sino también con una mirada latinoamericanista que obviaba las fronteras políticas. A partir de allí, empezó a despuntar su musicalidad. Primero desde el canon del rock argentino: es decir, Spinetta, García y Paéz. Luego aparecieron los referentes de la canción latinoamericana que, desde los ’60, se comprometieron con su tiempo y las causas justas. Mojones fundamentales del mapa continental como Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa, Violeta Parra, Silvio Rodríguez, Chabuca Granda y Chico Buarque.

“Me fui inclinando naturalmente hacia el folklore y el tango –recuerda Nicolás, desde los pasillos de radio La Tribu-. Me acuerdo que estaba componiendo para mi banda de rock y había un tema que no podíamos hacer sonar. Se lo mostré a mi viejo, y me dijo: ‘pero este tema es una milonga’. Ahí empecé a investigar bien qué era eso de la milonga, y me daba cuenta de que había algo que me brotaba. Entonces, cuando dejé la guitarra eléctrica y agarré la de nylon, descubrí no sólo la riqueza folklórica de Argentina, sino del continente. Escuché la milonga campera, después la milonga candombeada, el candombe… y me vibró algo que no me había vibrado nunca. Ahí también encontré África: la raíz africana que suena debajo del asfalto y lo agrieta. A pesar de que uno es hijo de inmigrantes europeos, hay algo de esa negritud que está en el Río de la Plata y a pesar de haber sido tan sosegada durante tantos años, evidentemente sale. La identidad y los géneros musicales son porosos. No se puede hablar de que la zamba se toca de una manera y nada más, porque son procesos de transformación. Digo, cuando descubrí el folklore argentino, lo descubrí con el peruano. Entonces empecé a ver los nexos… ¡esto era el Virreynato del Perú! Eran regiones. Y yo empecé a pensar en regiones”.

Por entonces, mientras fundaba el ensamble Tumbatú Cumbá para explorar los ritmos del continente junto a su hermana, Falcoff comenzó a trabajar para un sello discográfico del Brasil. Cada viaje hacia alguna feria internacional significaba una nueva montaña de discos y, sobre todo, acceder a algunos artistas esenciales y activos de la música latinoamericana como la colombiana Totó la Momposina y Eva Ayllón, una de las voces más importantes del Perú. Asociado con su padre, durante 2002 creó el sello Suramusic para difundir buena parte de esa música que no tenía ningún lugar en el mercado argentino. “Nos surgió la pulsión de generar un sello fundado por músicos, pero que no sea exclusivamente para músicos. Que no sea un sello de elite, sino tratar de que sea un sello que abarque la música popular de todo el continente para abrir el juego en el mercado. Las bateas tenían pop, rock, tango, melódico y eso mal llamado ‘música del mundo’. Un tapiz enorme donde se desdibuja cualquier cosa”. A través de Suramusic, Falcoff se propuso extender esa grieta y llenarla de sentido. Con la música de cada región, recuperar su cultura: su memoria, sus sueños, sus fiestas y sus duelos. Desde entonces logró editar decenas de discos que antes serían poco menos que inconseguibles para el público local, como Kuntur Malku de la boliviana Luzmila Carpio, Las penas alegres de Petrona Martínez o Afro de los Novalima.

Como sólo era posible editar por Suramusic una pequeña parte de la música que llegaba a sus manos, Falcoff decidió abrir un nuevo canal de difusión. Así nació el programa de radio Sonidos Clandestinos, que ya lleva seis temporadas al aire en FM La Tribu (los jueves de 22 a 23 hs). “El plan era poner la lupa dentro del mapa de las fronteras políticas y ver qué pasaba –explica-. Por ejemplo, cuando entramos en Senegal y ponemos la lupa y el oído, vemos que Senegal es un montón de mundos que habitan atrás del mundo. Y esos mundos son recorridos musicalmente en el programa como excusa para recorrer los pueblos. Como excusa para hablar de su cultura, de su gastronomía, de su mitología, su lutheria, etc. En Sonidos Clandestinos siempre decimos que las fronteras políticas se desdibujan con la música de los pueblos y se construye otra cartografía. Bueno, y a partir de ahí se hizo mi quiebre compositivo, empecé a indagar en esos temas y mis canciones empezaron a tener que ver con eso”.

En el 2002, Tumbatú Cumbá editó su primer disco: Buenos Aires hoy. Un viaje rítmico y tribal al corazón de Latinoamérica. En el hervor político de esos años, Falcoff también comenzó a componer algunas canciones con otro peso sobre la palabra y una impronta netamente rioplatense. Aires de zamba, candombe, milonga, murga y tango que quedaban por fuera del concepto de Tumbatú Cumbá. En silencio, La insurgencia del caracol empezaba a tomar forma.

Los caracoles

Allá por el ’94, cuando Nicolás Falcoff era un adolescente despierto en medio de la pesadilla menemista, comenzaron a llegarle en forma fragmentaria las primeras noticias de Chiapas. Era un llamador de sueños en el supuesto fin de la historia: una comunidad campesina e indigenista detrás de la autonomía, con un líder ilustrado debajo del pasamontañas. “Yo era chico, pero me llegaba la primera mística de la situación y leía lo que podía –dice Falcoff-. En el ’99 salí de mochilero por Centroamérica y pasé por Chiapas, pero sólo pude conocer un poco la zona. Sin embargo, durante todo el tiempo fui siguiendo el proceso”. Finalmente, en el 2006 pudo viajar nuevamente y aquella vez volvió cambiado. Se incorporó a la Red de Solidaridad con Chiapas y, desde la base de ese colectivo no partidario, auto-convocado y auto-gestionado, comenzó a militar de un modo más activo. “Se trata de difundir la palabra zapatista de distintas maneras: desde documentales a charlas, libros, proyectos pedagógicos o talleres de formación política para aquellos viajeros que están interesados en el zapatismo. Tratamos de dar un marco porque no estás yendo a un lugar turístico: es un lugar en guerra”.

Así, en 2008  se editó el libro-disco Los Otros Cuentos (Ver La Pulseada 68, abril de 2009). Un volumen de relatos del Sub-Comandante Marcos, leídos por tipos como Eduardo Galeano, León Gieco, Gastón Pauls o Daniel Viglietti y musicalizados por el propio Falcoff. Unos meses más tarde, Falcoff presentó su primer disco como solista: La insurgencia del caracol. Una colección de canciones rioplatenses alentadas por la temática zapatista, pero vibrando con la problemática social de todo el continente. “No quería hacer un disco dedicado únicamente a Chiapas, sino tomar una idea –aclara Falcoff-. Un modo de ser y estar en el mundo que a mí me había flasheado: esta construcción de autonomía, de ser con el otro y respetar las diferencias. Un mundo en el que quepan muchos mundos”.

-¿Qué pasó en ese viaje de 2006 para motivar tu compromiso?

-Tuve la posibilidad de conocer dos caracoles zapatistas (Roberto Barrios y Oventic) y algunas comunidades autónomas. Ver de primera mano todo ese proceso que yo venía siguiendo en cuentagotas, con los prejuicios, los miedos y las idealizaciones. Pude ver que era un proceso que realmente se construía desde abajo, de base campesina e indígena, que estaba en funcionamiento y había logrado contraponerse a toda la negación sistemática que había tenido durante siglos.  Era retomar los ideales de la lucha de Zapata, la reforma agraria, la soberanía alimentaria, el ser con la tierra… ¡y encima con sentido del humor! Ver la poesía en carne viva me shockeó mucho. En ese momento empezaba lo que se llamó La Otra Campaña, donde la Comandancia salía de la selva para recorrer México paralelamente con las campañas presidenciales. El 1 de enero del 2006, se hizo un acto en la plaza de San Cristóbal, donde bajaron las comunidades a recibir a la Comandancia que empezaba la travesía. Al otro día se hizo un festival artístico, que abrieron para que los artistas le dieran forma. Yo estaba con la guitarra, así que nos anotamos con una amiga poeta (Verónica Gelman) y mi compañera Marcela para leer y cantar unas canciones.

-¿Cómo era el contexto?

-La plaza de San Cristóbal, con miles de personas y prensa internacional esperando el discurso de Marcos. Mientras tanto, se planteaban una serie de propuestas artísticas para esperar a la Comandancia. Y cuando estábamos por subir al escenario, nos dicen ‘compañeros argentinos, ¿pueden esperar un rato para hacer su intervención? Porque está llegando la comandancia y van a hablar ya’. Subió la Comandancia y empezó a hablar Marcos. Yo estaba en el escenario, a un costado. Y cuando termina de hablar, Marcos nos presenta y se queda ahí parado. Lo saludamos y yo toqué un tema dedicado al Movimiento Piquetero. Por entonces también falleció la Comandanta Ramona (una figura muy importante en la lucha, sobre todo por el tema de género) y pudimos compartir el momento de velarla.

-¿Cómo es la reacción que percibís acá con respecto a Chiapas?

-Hay una empatía que trasciende las fronteras. Cuando se habla de la autonomía y de la lucha de allá, siempre se trata de hablar para ver cómo nos resuena acá y en este contexto. Es decir, la idea no es importar el zapatismo o hacer como si fuéramos zapatistas, sino tomar ese faro y pensar desde ese lugar cómo podemos resolver las adversidades que tenemos acá. Las luchas y las problemáticas son las mismas, entonces no estamos hablando solamente de una región del sureste mexicano: estamos hablando de una cuestión que nos unifica como región. Nos preocupamos por una cuestión que trasciende el nombre de Chiapas o de Argentina. El nombre de zapatistas o el nombre de tobas o de mapuches. Son ideas y modos de organización autónomos, que se pueden trasladar. Y de hecho los cuentos que están en el libro no son cuentos panfletarios con una bajada política concreta. Son ideas, modos y simbologías que pueden vibrar en cualquier contexto.

-Las canciones, ¿surgieron allá mismo?

-Sí, en ese viaje. Por ejemplo, además de algunos municipios autónomos, también conocí el campamento de desplazados de guerra Takiukum. Esos campamentos surgen cada vez que los paramilitares entran, queman todo y desplazan a una comunidad entera que se reacomoda donde puede. El tema “Takuikum” nació ahí mismo y ahora, en mi último viaje, pude cantarlo con varios niños de Takiukum. Fue un gran regalo. Me encontré que ya conocían muy bien los temas, porque los venían cantando con los maestros. Eso es superlativo a nivel emoción. En ese sentido, que hayan tomado como propias esas canciones y las canten sin ningún tipo de compromiso, me generó una emoción muy grande. Ese ida y vuelta es piel de gallina, no se puede describir.

-¿Cómo se inscribe este disco -que remite a la canción de los ’70- en este momento y en este lugar?

-Los problemas que había en la década del ’70, cuando estaba el movimiento de la canción de protesta, siguen estando y profundizados. Y la música, como modo de expresión y transformación de la realidad nunca caducó. Yo quise retomar esa potencialidad transformadora de la canción, aunque no necesariamente unida a la crítica social explícita. No quería algo panfletario. Una canción puede hablar de amor, de cómo crecer una flor en el campo, y tener un elemento revolucionario. Justamente, el papel del cantor popular es estar con la mirada atenta y vibrar lo que está viviendo la gente, sea bueno o sea malo. Por ejemplo, las canciones del próximo disco están muy comprometidas con determinadas luchas, pero a través de la positiva. Es fruto de la cantidad de gente que me he encontrado en el camino trabajando por construir un mundo distinto, por conseguir otra manera de estar, de ser, de construir autonomía colectivamente. Eso brinda una esperanza a la que está bueno cantarle. Sea en Chiapas como en Santiago del Estero, cuando uno ve faros está bueno cantarle a esas luces.

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