Por Federico Cejas (*)
Foto de Portada: Eva Cabrera – Telam
Escribo lo que no quiero, siento lo que no deseo, experimento la imperturbable vanidad del tiempo y la muerte, esa que a todos nos alcanzará, esa que no hay dios terrenal que pueda evitar.
Escribo sin querer, a modo de catarsis por la tristeza acumulada, las lágrimas contenidas, la incertidumbre de no saber el después, cómo atravesar este previsto e imprevisto momento, esta hecatombe de emociones que yace al conocer la peor noticia: murió Maradona.
Diego no hizo nada por mí. No cambió mi vida de periodista mediocre ni me participó de su aura inconfundible, de su estrellato eterno. Pero me llenó de orgullo en cada incursión al matadero por defender causas justas, así tuviera en frente al poder más poderoso; construyó patriotismo siendo embajador en cualquier rincón de la galaxia; demostró que su arte era del mundo pero él, argentino; defendió mi bandera, a mi vieja jubilada, nunca olvidó su origen y se sentó en el piso con Pedro Monzón, que sólo tenía una silla y pensaba quitarse la vida… me mostró lo que es la lealtad, la empatía.
[Escribo lo que no quiero, siento lo que no deseo porque Maradona era tan grande, tan inenarrable que ni sé qué hago frente a este monitor, con este teclado, a la madrugada sin poder entender que ya no está, y muchísimo menos cómo expresar esa ausencia]
Tenía el mundo a sus pies y al pueblo en su corazón, por eso se lo llora masivamente, por eso en cada rincón del planeta alguien extrañará a Diego y su verdad; por eso las minorías clasistas que deciden cómo vivimos jamás lo soportaron… con él no pudieron, jamás domaron su rebeldía y muchos sufrieron sin eufemismos la pasión del dios más terrenal.
“Soy del equipo de Jesús, desde la cuna al ataúd; cargo con esta hermosa cruz, bajo este cielo que es azul… fanatizado, enfermo, resucité en el pueblo más loco y luchador… sentí que Dios me abandonó”, reza la primera estrofa de “El equipo de Jesú”, canción que Luciano el Chino Angeleri, de Don Lunfardo y el señor Otario, hizo para la película La Pasión, de Alejandro Encinas. Y más parece un presagio del último gran amor de Diego.
No hubiera podido conseguir un club, un microclima más maradoneano: lucha de egos constantes; desorden incontrolable, falta de planificación disfrazada de espontaneidad, hinchada carismática, sentir ilógico, pasión desbordante. Esa contradicción latente que la vida de Diego significó, la titánica terea de ser Diego para los suyos y Maradona para el mundo fue su alimento.
“Amo a Gimnasia” dijo en sus últimos días de lucidez, y jamás se olvidarán el uno al otro. El amor sin condiciones, sin juicios ni prejuicios es algo que poco se ve, son las excepciones y el Bosque fue el lugar que Diego y Maradona parecen haber encontrado para su última función.
La pasión, ese ‘sentimiento vehemente capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón’, fue eje en la vida de Maradona y encontró en la gente del Lobo, en sus hinchas, a quien mejor la representó colectivamente. En sus 60 años sufrió traiciones, negaciones, burlas, prejuicios y juicios, lapidaciones y cómo no, crucifixiones… pero siempre decidió seguir, cargar su cruz y terminar su misión que fue hacer felices a millones dejando andar sin ataduras su amor irrefrenable por el fútbol.
Buen viaje, Barrilete, donde quiera que vayas. Te vamos a extrañar.
(*) Periodista. Conductor del programa «La Liga de los clubes», por la AM de Radio Provincia (sábados de 16 a 18).