“La palabra debe ser verdadera y a la vez un artificio poético”

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José Ioskyn dialogó con La Pulseada sobre sus inicios en la literatura y los cruces con su profesión. “El psicoanálisis puede dialogar con muchos otros discursos, salvo con el fascismo o dogmatismos extremos”, considera. Las trauducciones de la poeta brasileña Adelia Pardo.  

Por Adrián Ferrero
Fotos Gabriela Hernández

Estimulado desde la infancia por una familia en la que había una biblioteca desordenada pero completa y más tarde atravesado por su formación universitaria, el escritor y psicoanalista José Ioskyn forjó una subjetividad en la que ambos perfiles conviven y se complementan de modo singular. La escritura evidentemente se ha nutrido de experiencias ligadas a formas que circulan en el marco de la terapia: el relato como forma de organización de lo imaginario, la intensidad de ciertas emociones así como la complejidad de toda subjetividad. Su trabajo literario ha girado en torno de la poesía, la novela y la nouvelle o relato extenso confluyendo simultáneamente con la traducción, por ejemplo, de la poeta brasileña Adélia Prado.

Exponente de una generación que creció en la democracia pre-dictadura, sufrió la larga noche y quedó a la puertas de embarcar para Malvinas, Ioskyn recibió a La Pulseada para hablar de cómo el chico al que un profesor le dijo que no se dedicara a la literatura porque se moriría de hambre fue forjándose a sí mismo hasta constituir un referente literario en nuestra ciudad.

Tu adolescencia fue contemporánea de la última dictadura militar ¿Recordás experiencias sobre cómo viviste esa etapa?
Bueno, hay una conciencia social ya establecida sobre ese tema, y no conviene que abunde en eso. Desde lo personal, empecé el secundario durante la democracia, disfrutaba de la música, de las salidas, y de todo lo que el cuerpo y la mentalidad de un adolescente pide y también sufre. La dictadura empezó para mí con la militarización del colegio, la censura sobre el rock, la falta de libertad para andar por la calle, entre otras cosas. Sucede que no te das cuenta de cómo te afecta algo hasta que esa restricción se termina. Y cuando eso sucedió sentí de una manera intensa la apertura, fue una felicidad infinita. Al mismo tiempo fue muy perceptible la expoliación. Después que terminó la dictadura sentí que me habían robado la adolescencia. El mundo había seguido andando y hubo un detenimiento cultural en todos esos años durante los cuales estuvimos fuera de contexto. No fue solamente una cuestión política, la cultura estuvo frenada y ahogada. Perdimos años valiosos.

Vos sos Licenciado en Psicología por la UNLP pero antes hubo un recorrido por otras carreras ¿Por qué pensás que existió esa vacilación y qué sentís que te aportó cada una de ellas a vos y a tu literatura?
No lo llamaría vacilación. Fue una búsqueda errática. Estaba en Filosofía y cuando reabrió Psicología en el ’86 descubrí la existencia del psicoanálisis y pensé que podía hacer algo parecido a una filosofía aplicada, una especie de filosofía práctica. Por supuesto estaba equivocado en pensar así, pero no importa mucho el argumento por el cual alguien entra en una disciplina, ya que la práctica misma te va a desmentir y con el tiempo y las decepciones vas viendo las cosas como son. La literatura no tuvo mucho que ver en ese momento.

¿Cuál fue tu relación con la literatura desde la infancia hasta que decidiste dedicarte a ella? ¿Hubo estímulos familiares, figuras que te introdujeron en ese mundo o fue un camino con recorridos propios?
En ese sentido no tuve dudas. Mi casa era una biblioteca desordenada y amplia, donde convivían los grandes clásicos con best sellers. A los siete años empecé a leer la colección de clásicos Aguilar, que fue muy famosa y completa, de modo que leía por ejemplo a Shakeaspeare o Maupassant sin entender demasiado. No entender da un placer especial; así como no entendemos el universo tampoco entendemos cosas simples, como el comportamiento de las personas. Pero uno lee esas cosas grandiosas aún sin comprenderlas e intuye que está en presencia del espíritu, de un tipo de sabiduría poética, porque eso se siente. Finalmente nunca entendemos del todo a las grandes obras a pesar de los años que uno pasó leyéndolas. Siguen siendo jeroglíficos que viajan a través del tiempo.

En cuanto a estímulos, sí, el amor a la literatura, ya sea por pasatiempo o por mera posesión burguesa, los libros estaban a mano y eran valorados en mi familia. En cuanto a estímulos no, nadie de mi entorno creía que la literatura podía ser algo práctico como por ejemplo sí lo era una profesión tradicional. A los doce años tuve una enfermedad muy grave que me tuvo alejado por meses del colegio. Mandaba los deberes a través de una compañera muy buena. Una de esas tareas fue una redacción literaria. Escribí unas hojas describiendo a un viejo con un sombrero de paja en una playa mirando el mar. No era una historia, o más bien la historia estaba contenida en la descripción. La redacción volvió con un diez. Entonces le volví a enviar a ese profesor, que era un suplente o un pasante, una carta diciéndole que quería ser escritor, y él me la devolvió con una anotación muy breve: no te conviene dedicarte a la escritura, es muy difícil y te morís de hambre. Ese fue mi anti estímulo.

“Después de que terminó la dictadura sentí que me habían robado la adolescencia”

¿Y cómo llegás a la escritura a pesar de ese anti estímulo, como lo llamás? Porque es un salto grande el de ser lector a ser escritor y el de la estimulación a la disuasión.
Me parece que, salvo excepciones, casi todos empezamos por imitación. Queremos hacer sentir a otros lo que nuestros autores amados nos hicieron sentir a nosotros. Yo empecé a los 12, imitando a (Ray) Bradbury y a sus cuentos de ciencia ficción. Un poco más tarde descubrí la palabra poética, que es algo muy grande y diminuto a la vez. Es un gran poder de la palabra, cada poema que nos conmueve es una revelación de ese poder. Con recursos mínimos en cuanto a extensión consigue un efecto casi incalculable en el lector. Entonces quedé fijado a la literatura, en cuanto sentí sus efectos en mí mismo. Si bien siempre quise escribir, lo hacía de manera salteada, con impulsos esporádicos y detenciones, rompiendo manuscritos y cuadernos, dando a leer y arrepintiéndome de haber hecho eso, hasta que un golpe muy fuerte en mi vida, una pérdida muy grande, hizo que sintiera que no debía posponer ni un minuto más mi vocación. A partir de ese momento ya no dudé ni vacilé ni me detuve.

El psicoanálisis posee una fuerte impronta de escucha de relatos, de escucha de distintas clases de habla y de estar en contacto con emociones en ocasiones de mucha intensidad. ¿Sentís que estos tres factores pudieron haberse transpuesto a tu literatura desde lo formal hasta el orden de los contenidos? ¿De qué modo?
Sí, es tal cual lo decís. El análisis es la lectura de un relato oral, ya que el hecho que cuenta un paciente ya se ha perdido, ya pasó, no es posible traerlo a la sesión. Ese relato ya incluye a la interpretación de lo que se cuenta, porque todos interpretamos los hechos, en el momento de vivirlos y mucho más aún al narrarlos a otra persona. El sufrimiento mismo ya es una interpretación de los hechos. Es por eso que las personas pueden cambiar su percepción de los hechos a través del tiempo y modificar sus sentimientos frente a las cosas o personas de siempre. Los padres cambian durante un análisis, ya que las heridas y las visiones ideales se van modificando. Como analista voy viendo esas tres cosas que mencionás, desde el dramatismo más hondo hasta la transposición de ese mismo relato como si fuera ajeno al mismo tiempo, lo que permite a la persona despegarse del sufrimiento, aunque sea en parte. Pero también como paciente he tenido la experiencia de tener que reducir mis propios relatos de mi vida, o soportar que sean cortados por el límite de la sesión, lo que da un cierto efecto poético, porque algo de la esencia queda señalado, sin terminar de ser dicho, apenas aludido. Entonces es desde los dos lugares, como analista y como paciente que se aprende, ya que como paciente puedo experimentar en tanto me convierto en la sesión en un narrador muy comprometido. Y comprobar que la palabra debe ser verdadera, y también al mismo tiempo un artificio poético. Y de esa verdad es de donde surgen los temas en definitiva.

Lo onírico, por un lado, vinculado a ciertas obsesiones que retornan y la presencia recurrente del universo femenino son dos constantes en tu última novela, Un lugar inalcanzable (2018) ¿Qué te interesa de ambos temas y qué te interesó concretamente al escribir esa novela?
Te voy a contar un secreto. Para escribir esa novela seguí un método: lo que aparece como la realidad del narrador son algunos sueños que iba teniendo mientras escribía, o que tenía anotados ya desde antes; y lo que constituye la secuencia de sueños que cruza la novela desde el principio hasta el final es un texto que fui escribiendo y que responde a una lógica más literaria, ya que tienen una hilación y una progresión muy definida. Esperaba con esta técnica generar un efecto de extrañamiento y de conmover la percepción del lector. No sé si está logrado, pero creí que valía la pena el experimento. En cuanto al universo femenino, creo que es más un di-verso o multiverso, ya que cada mujer es un mundo en sí mismo, aunque tengan algunos puntos en común. Creo, y es un punto de vista del psicoanálisis también, que las mujeres tienen una mayor facilidad para la generosidad casi sin límites, una valentía que a veces no mide riesgos, un sentido de la justicia y del amor que desafía las reglas de la practicidad y del mezquino sentido común. También la capacidad de empatía con el sufrimiento y la emoción es propia del mundo femenino, y muy valiosa para este momento de la historia. Tampoco es que sean seres ideales, pero en estas cuestiones y otras más tienen mucho para enseñarles a los hombres, el mundo necesita grandes dosis de esos ejemplos. Por otro lado, mi educación sentimental, y no me refiero al aspecto sensual, me fue dado por mujeres: mis abuelas, mi madre, mis grandes amigas que escuchan mis asuntos cuando las necesito. También es cierto que elegí una profesión donde hay una gran mayoría de mujeres, por lo tanto son mi compañía constante y me enseñan a tomar las circunstancias de una manera más amable, sensible y tierna.

“A ese profesor le envié una carta, y él me la devolvió con una anotación muy breve: no te conviene dedicarte a la escritura, es muy difícil y te morís de hambre”.

Solés trabajar con fuentes remotas, de la Antigüedad Clásica o de Oriente. También del pasado reciente ¿De qué modo articulás fuentes con operaciones creativas? En Acerca de un imperio (2016), por ejemplo, se percibe un trabajo. Hay una intuición de que no todo es materia imaginada.
Para hacer ese libro, que es un libro de poesía que remeda las formas de la literatura latina clásica de la Roma imperial entre otros géneros, usé una modalidad muy definida. Me establecí en un lugar aislado durante más de un mes, acompañado de una biblioteca clásica bastante completa. Libros de poesía, libros de historia hechos por historiadores de aquel momento, libros de correspondencia de la época, de filosofía, etcétera. Terminé por entrar bastante en ese mundo lejano que me fascinaba desde antes, y llegó un momento en que me despertaba en mitad de la noche con algún poema ya dictado y en su versión definitiva. Empecé a percibir que si bien los seres humanos tenemos cosas en común desde siempre, la cultura de aquella época tenía una normalidad diferente. Cuestiones que para nuestro modo de ver resultan bestiales, inhumanas. Ese deslizamiento se me hacía como entrar al mismo tiempo en una dimensión muy extraña y al mismo tiempo familiar por haberlas leído o sabido. Por ejemplo, que un hombre sea dueño de las vidas de su esposa o de sus esclavos, pero que al mismo tiempo los amara profundamente. Que un gran señor cuando cuenta su vida cotidiana en las cartas a sus amigos refiera cómo era llevado en una especie de camilla por sus esclavos por la ciudad, mientras uno de ellos le iba leyendo un libro de filosofía, o matemáticas, para instruirse al mismo tiempo que paseaba y conversaba con gente que se encontraba en la calle. Que Séneca comente también en sus cartas cuál es la mejor manera de sobrellevar la pérdida de un ser querido, o que argumente a favor del suicidio ante alguna situación sin salida, y cómo es la mejor manera de llevarlo a cabo. Eso va dibujando un mundo que no está en los libros de historia. Me resultó fascinante, instructivo, no solo para conocer ese imperio sino para relativizar nuestra propia vida. Es decir ¿cómo nos verán dentro de dos mil o tres mil años? Como seres evolucionados seguro que no. No produciremos admiración, sino estupor y algo de vergüenza también.

¿Qué autores sentís que han sido de naturaleza insoslayable para configurar tu poética? Algunas pistas apuntás en tus ensayos. ¿Hay o ha habido recurrencias, relecturas, reflexiones, estudios sistemáticos en torno de ellos?
No soy sistemático en mis lecturas. Sí hay autores a los que vuelvo siempre, como (Franz) Kafka. Su escritura tiene secretos que están preservados a pesar de la enorme bibliografía sobre su obra y sobre su persona. Es un texto que mantiene un nivel de enigma en cuanto a su sentido, como un jeroglífico que viaja por el tiempo. La literatura en lengua alemana del siglo XX es tal vez lo que más he leído, y tiendo a releer algunas otras cosas, sí.

En tu libro de ensayos Literatura y vacío (2013) trabajás, entre otros temas, la relación entre psicoanálisis, escritura y escritores. Ponés allí en diálogo tu disciplina con tradiciones literarias canónicas y otras que no lo son o no lo son tanto. ¿Cómo dialoga lo canónico y lo no canónico en la literatura, según el caso, con el psicoanálisis?
El psicoanálisis puede dialogar con muchos otros discursos, salvo con el fascismo o dogmatismos extremos. Para ello no es necesario creer en el psicoanálisis. En cuanto a esos ensayos, he tratado de seguir la idea de (Jackes) Lacan de no utilizar al psicoanálisis para interpretar a una obra o al autor, sino a la inversa, tratar de leer la obra para aprender de, y no para aplastar a la literatura. El problema con lo canónico o lo marginal en este caso es que los psicoanalistas tienden a leer a aquellos autores que tanto Lacan como (Sigmund) Freud han analizado y salvo excepciones se mantienen en un nivel estándar de lectura. Pero creo que los textos que no están entre los más promovidos por el mercado, esos tesoros a los que un lector llega trajinando y curioseando bastante, no han sido objeto de ningún intercambio entre las dos disciplinas hasta ahora, por eso es que intenté hacerlo yo.

“Como paciente he tenido la experiencia de tener que reducir mis propios relatos de mi vida, o soportar que sean cortados por el límite de la sesión, lo que da un cierto efecto poético”.

Tradujiste una selección de la poesía de la brasileña Adélia Prado. ¿Podrías en pocas palabras sintetizar tu lectura de su poesía? Y por otro lado ¿en qué términos definirías la operación de la traducción desde la mirada singular de un escritor?
Adélia es una poeta bastante popular en Brasil, tal vez la más leída en la actualidad. Es un fenómeno singular, ya que su poesía no concuerda con el ideario de la época. Ella es una católica practicante, con una impronta decididamente mística. Por otro lado piensa que el goce carnal y el espiritual son la misma cosa, por que lo que su punto de vista es bastante sui generis. Fue formada por los padres religiosos de la congregación jesuita de su pequeña ciudad del interior, ya que su familia era muy humilde, y su descubrimiento de la poesía ha sido a través de los textos bíblicos. La biblia es una fuente de poesía de muy alto nivel. Pero ella al mismo tiempo es una poeta de lo cotidiano, de las cosas de todos los días, del amor dentro del matrimonio, de los acontecimientos concretos que le pueden suceder a cualquier persona, por lo tanto la transposición lírica que ella hace a partir de lo más simple es algo que ha llegado de una manera profunda y directa a los lectores de su lengua nativa.

En cuanto a la traducción, yo no soy un profesional, pero me enamoré de la poesía de Adélia y trasladarla al castellano fue un acto de amor. Durante los meses en que estuve trabajando en su obra se me ha terminado pegando su fraseo, su estilo, su manera de puntuar las frases y de cortar los versos. Traducir es un amor a través de la gramática, y como el estilo de un autor proviene de su cuerpo, del ritmo que tienen sus pensamientos y su habla, terminás incorporando ese estilo sin querer. No es lo mismo leer de corrido como lector, que realizar la operación de desarmar las frases, volverlas a armar, tratar de mantener el sentido aunque las palabras en las dos lenguas no recubran exactamente su misma significación. Creo a partir de esa experiencia que cuando amamos a un escritor y a su obra deberíamos intentar leerlos en su idioma original, para sentir la música original que nos han dado.  

 El autor

José Ioskyn nació en La Plata en 1962, ciudad donde reside. Es escritor y Licenciado en Psicología por la UNLP. Ha publicado los libros El mundo después (2013), Literatura y vacío. Psicoanálisis, escritura, escritores (ensayo, 2013), Nunca vi el mar (2014), Acerca de un imperio (poesía, 2016) y Un lugar inalcanzable (novela, 2018). Este año publicará Mi revolución rusa (poesía) y el libro de cuentos Cómo hacerse hombre. En 2019 editó la traducción de la Poesía reunida de Adélia Prado, una selección de la poeta brasileña. Asimismo, poemas, cuentos y ensayos en antologías, publicaciones periódicas en distintos soportes. Ha dado a conocer trabajos científicos de su especialidad en su país y el extranjero.

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