A Víctor Emanuel González, “el Wachiturro”, lo mataron a los 17 años. Las circunstancias de su muerte aún no son claras pero distintos testimonios señalaron desde un principio que las balas que lo asesinaron son policiales. Era el papá de Lionel, el novio de Solange, el hijo de Raquel. Víctor es un pibe menos.
Por Mariana Sidoti y M. Soledad Vampa
“Andá a saber, ¿no? Cómo es la vida después de… ¿no? Porque debe haber otra vida, ¿o no? Porque lo que se fue es el cuerpo de la tierra. ¿O no? El espíritu está, bah, el alma… andá a saber. Yo igual a veces acá por ahí noto como que está”. Solange recibe a La Pulseada en su casa en Villa Elvira, un barrio de casas bajas y sin veredas donde la lógica cuadrada de la ciudad estalla en rulos de calles. Mientras le da la teta a su hijo, Lionel (2), recupera anécdotas que serán recuerdos pero todavía son piezas de una trama cotidiana que no termina de desatarse con la ausencia.
Ella no deja que se le caiga una sola lágrima. Cuando se le corta la voz mira con dulzura a su hijo, busca que el relato le devuelva la sonrisa y nunca, nunca, pronuncia la muerte. Dice “eso”. “Eso” que le pasó a Víctor y que vinieron a contarle un día que soñaba con él cuando le tocaron la ventana los amigos para darle la peor noticia. “Eso” que salió en los diarios un día, dos, hasta desaparecer de las crónicas policiales.
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Cuatro disparos quebraron el silencio profundo de la madrugada del sábado 24 de septiembre. Algunos vecinos dicen haberlos escuchado por la zona de 115 y 62. Horas más tarde los peritos levantaron de esa esquina cuatro vainas y el plomo deformado que le surcó el pecho a Víctor. A las seis de la mañana, un hombre encontró su cuerpo en la intersección de 60 y 115, frente a Caballería. Algunos dicen que fueron tres cuadras de agonía sobre ruedas hasta tocar el asfalto, otros que ahí lo tiraron de una moto. La persona que disparó se había dado a la fuga.
Las conjeturas empezaron el mismo sábado. Los medios hablaron de un intento de robo, de un policía de civil corriendo a los tiros a una moto en que viajaban dos o tres jóvenes, se mencionaron supuestos antecedentes de Víctor y de su junta: “La banda de los Nenes”.
En la oscuridad de Plaza Matheu las versiones son otras. Casi todas coinciden en que un auto gris persiguió a la moto durante varias cuadras hasta que quedaron par a par. Recién ahí, el conductor habría bajado el vidrio, empuñado el arma y disparado cuatro veces para huir a toda velocidad. La plaza fue el refugio de los que vieron. Uno de los testigos, de 15 años, llegó a darle un beso en la frente a su amigo el Wachiturro antes de correr sin parar. Y desaparecer de su casa por días.
—Te enteraste lo de Wachiturro, ¿no? A mí me dijeron qué le pasó: le quiso robar a un rati y le pegaron un tiro por la espalda. O le quiso robar a un trava, no sé, y vino un rati y le pegó un tiro por la espalda. Hay un montón de versiones. Pobre el Wachiturro, era un re-compañero, tenía un hijo, todo… Bueno, che, te dejo, me voy para la Matheu. Una vueltita nomás, después vuelvo para mi casa.
Ariel dispara por entre los bares de diagonal 74. No es de los que anda por la plaza —de hecho pasó dos años yendo a la iglesia evangelista que lo rescató de la cocaína— pero ahora definitivamente está drogado y debe querer ir a buscar más. Plaza Matheu, proveedora de todos y todas.
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“A veces nos escapábamos para ahí, para esos lados. Pero queríamos dejar de ir. Siempre viste aparecía uno de esos, los amigos por ahí, yo qué sé… Yo tampoco quería que se vaya solo, porque no me gustaba, entonces lo perseguía. Y nos íbamos los tres. Pero estábamos juntos, porque él sabía que por ahí era tal horario y nos teníamos que venir porque estábamos con Lio. Si yo lo dejaba ir solo, sabía que desaparecía dos o tres días. Sabía cómo era, entonces no”, Solange evita decir lo que la lastima. Su novio, Víctor, salió para “esos lados” y terminó siendo un NN en las primeras pesquisas de la investigación que lleva la fiscal Leila Aguilar sobre la muerte en 60 y 115.
“Víctor estaba en la plaza con ellos. Y cruzó para el quiosco a comprar cigarros, y ahí aparece el de la moto, que no saben quién es. Y los chicos le gritaban “buscarueda”, “zorra”, qué sé yo, y él se puso la capucha y se fue. Pero no sé qué habrá pasado”, repasa Sol tratando de reconstruir los últimos pasos de Víctor a través de los relatos de sus amigos.
Diecisiete (17)
Estaban por cumplir cuatro años de convivencia. Habían pasado juntos la Navidad de 2012 y al otro día se pusieron de novios. No pasó mucho tiempo hasta que Víctor cruzó el arroyo Maldonado con su ropa para quedarse a vivir en lo de Solange. Tenían 15 años.
Él se ganó a todos con la comida: el papá de Solange nunca había probado un tuco tan bueno como el suyo. “Todo le salía, porque cocinaba bien de en serio”, asegura ella. Víctor soñaba con terminar la escuela, volver a visitar Misiones –donde nació y vivió hasta los 6 años– y aprender a ser chef. Por el momento, trabajaba haciendo changuitas de jardinero en la casa de una señora.
Sol todavía no sabe a qué se quiere dedicar, acaba de descartar la única opción que tenía: ser policía. Le interesaba por la plata, dice, no por vocación. “Pero igual, ahora ni en pedo”, repite que no, una y otra vez. Por ahora está estudiando en un colegio donde se cursan dos años en uno, y le quedan tres. Pudo haberse anotado en el Plan FINES pero está segura de que “no sirve” a la hora de buscar trabajo. Cuando Lio le deja tiempo, ayuda en el trabajo a su hermana, que está embarazada y no puede hacer esfuerzos, limpiando una casa.
Porque Solange tiene 17 años, es mamá, trabaja y va a la escuela. Con 17 años. Como tenía Víctor. “17 sí, igual que yo. Y ahora va a cumplir 18, y yo también, el 23 de noviembre. Lio el 14 cumple 2 y Víctor el 30 de octubre”, repasa, en presente.
Antes de tener a Lionel, Víctor y Sol se caminaron toda la ciudad juntos. Les gustaba echarse en alguna plaza y sacarse muchas fotos: Víctor hacía caras y actuaba, era un showman adolescente. Trabajar no lo entusiasmaba pero sí estudiar, aunque cuando su novia empezó el colegio sintió celos. “Después lo tuvo que aceptar”, dice ella con cara seria. Víctor lloraba y se reía mucho. Y cuando le gustaba una película, se la miraba treinta veces. También se ponía romántico con “esas canciones de hombre grande”, según Solange, especialmente con las de Mario Luis.
“Un día nos habíamos peleado, hicimos todas las bolsas de ropa con él, supuestamente se iba a volver a la casa, pero no. Fuimos hasta ahí y después nos volvimos, de vuelta con toda la ropa (se ríe) Era loco, pero yo qué sé era amoroso. Era pesado, molesto … Se te trepaba encima, te besaba, todo así era. Era cargoso”, dice Solange en pasado y su voz queda hecha un hilo.
En esa voz los trascendidos periodísticos y policiales se desarman y aparece Víctor, su compañero, un pibe, cualquier pibe, 17 años, hijo, hermano, novio. Y no cualquier pibe, uno sensible, curioso, histriónico, de esos que comen y duermen mucho, divertido, con ganas de experimentar, triste, celoso, confiado, en búsqueda.
“Hace poco, antes que pase eso, se había pasado un tema de Los Ángeles Azules y escuchaba todos esos temas, por ahí se hacía el cantante, a veces se ponía trajes, todas esas cosas. Esas corbatas las dejó él”, dice Sol señalando las tiras de tela brillante prolijamente colgadas sobre la puerta abierta. “Un día estábamos en plaza España y se encontró una bolsa de corbatas y ¡se las trajo!, millones de corbatas. Y yo le digo ‘Víctor ¿para qué querés eso?’, ‘porque las quiero llevar, las quiero llevar’, ‘bueno llevalas’. Y las trajo y agarró y se eligió esas, y las dejó ahí, y ahí quedaron y las otras las quería vender, no sé qué quería hacer, tenía esas locuras”, cuenta mientras mira las telas de colores. Otra de sus locuras eran las motos: se subía a cualquiera, conocía a alguien y el mismo día se la pedía para salir a “probarla” con una vueltita.
Cuando nació Lionel se aferraron a la costumbre de salir a caminar. Ahora eran tres y cuando Víctor salía “por esos lados” con algún amigo, Solange lo seguía con su hijo en el coche. “Lionel es bruto igual que el Víctor. Todo, es igual que el Víctor, de forma parece igual. De mí creo que sacó los ojos nomás”, dice ella divertida. El nene aparece en casi todas las fotos de su Facebook, posando como un modelito y haciendo caras divertidas. A él también le gusta que le saquen fotos.
El bebé agarra el álbum que su mamá dejó sobre la cama, señala un perro en la tapa, lo abre, se detiene, “nene”, le señala a Sol y mira su propia imagen en una pequeña bañadera, lleno de espuma. “Pampam”, responde Solange con suavidad. «Pampam le pusimos entre los dos. No sé por qué, no me acuerdo bien, pero surgió así y le empezamos a decir Pampam”, sonríe y los ojos negros se nublan. “Nunca me imaginé que fuera a pasar, y ahora el 30 es el cumpleaños, el 30 de octubre va a cumplir 18”, repite en presente y con futuro.
Busca otro recuerdo para recuperar la sonrisa. “Por ahí a veces estaba medio borracho y yo tenía sueño y él me decía: ‘Ay, vamos a hablar, vamos a hablar’ y yo le decía ‘no, tengo sueño’…’Vamos a aprovechar ahora que el Lio está durmiendo para hablar’…le digo ‘dejame de joder, ¡dejame dormir!’. Y así. Me contaba lo que hacía en Misiones cuando era chiquitito, y todas esas cosas. Que se quería tatuar mi nombre y yo le decía ‘no, Victor, dejá de joder’ que esto, que lo otro, y yo tampoco decía que me iba a tatuar el nombre de él, porque no sabés… y primero me iba a tatuar el nombre de Lionel. Y al final sucedió al revés. Él también tenía un tatuaje que decía ‘Lionel’, acá (en la muñeca)”.
El tatuaje de Sol dibuja alas en su espalda alrededor del nombre de Víctor. Abajo se lee en manuscrita “un amor inolvidable”.
–¿Dolió?
–Sí, un poquito … pero hay dolores peores, ¿no?
“Eso”
La primera en enterarse fue la mamá de un joven de 15 años, ahora posible testigo, que no volvía a su casa. Desesperada, fue hasta la morgue esperando una pesadilla y se encontró con el cuerpo de Víctor: más tarde en Villa Elvira se enteraron todos. Aún así, la causa permaneció caratulada como “Homicidio a NN”.
Raquel, la mamá de Víctor, jamás recibió un llamado de la fiscalía. Los medios hablaban de una travesti que vio todo y declaró que los disparos los había hecho un policía. En medio del misterio, la única certeza que aportó la Policía a la prensa fue que Víctor, hasta entonces NN, “tendría antecedentes” y “formaría parte de la llamada Banda de los Nenes”. En esos días detuvieron a dos “supuestos cómplices” en 1 y 70, ambos mayores de edad. La Pulseada pudo saber que fueron puestos en libertad el mismo día por falta de pruebas, pero la confusión no salió en ningún diario.
“Yo siempre trataba de que esté bien, que se junte, pero no quería tanto que se vaya para el centro porque sabía que estaba lleno de policías y esas cosas, y aparte era siempre lo mismo y había que alejarse de eso porque él antes sí, no te voy a mentir, que andaba haciendo cagadas. Pero después dejó de hacer, cambió totalmente a lo que éramos, nada que ver. Antes hacíamos cosas que nos podría haber pasado de todo, pero después cambiamos un montón, un montón y se notaba. Cosas que por ahí antes no le daba importancia y las hacía, pero ahora no. Por ahí venía otro y le decía «vamos a laburar algo» y él les decía que no”, asegura Solange.
Un mes después de su asesinato, los familiares y amigos de Víctor se plantaron en las puertas de la Fiscalía (ver «Sospechas y desinformación»). Las canciones contra el gatillo fácil de la Correpi se mezclaron con la indignación más cruda de quienes lo conocieron en vida: “El Wachiturro tenía familia, hijos de puta”, gritó una de sus amigas con la voz ronca.
“Era compañero, todo. Por ahí a veces de noche no me gusta salir con los chicos, me siento extraña. Estábamos siempre juntos. Siempre”, dice Sol y se puede entender: la habitación está llena de fotos de Víctor: ambos sonríen tímidamente a los 16 desde un portaretratos; los tres -en un gigantesco álbum colgante- con Lionel creciendo año a año; las corbatas; el pilón de DVDs de películas y dibujitos que tanto le gustaban ver. También hay un cúmulo de memorias externas con cientos, quizá miles de imágenes, donde Solange atesora su adolescencia.
–Ahí, ¿ves? –señala una de las fotos, medio escondida detrás de perfumes y chucherías–. Ahí estaba en Misiones. Por ahí a veces Lio agarra la foto y dice “papá, papá, papá”… anda con la foto. Espero que cuando crezca lo sepa entender, ¿no?.
Sospechas y desinformación
A un mes del hallazgo del cuerpo de Víctor Emanuel González en la Zona Roja de La Plata, familiares y amigos se concentraron en las puertas de la fiscalía para reclamar información y justicia. Para ese entonces ya se habían acercado a Miriam Raquel Barreiro, su mamá, integrantes de la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI) que le ofrecieron representarla como particular damnificado. Pasadas dos semanas del homicidio, hicieron las presentaciones judiciales para incorporar a la abogada María del Carmen Verdú como representante de Raquel en la causa. Veinte días después, la Jueza de Garantías María Inés Garmendia aún no había firmado este trámite.
“Mientras tanto la IPP (Instrucción Penal Preparatoria) sigue avanzando, está delegada la investigación al cuerpo de instructores de la Procuración, o sea que ni siquiera está físicamente la causa en la fiscalía o en el juzgado de garantías”, declaró Verdú a La Pulseada. Recién las últimas semanas de octubre, al cierre de esta edición, la querella fue aceptada.
Como desde un principio distintos trascendidos señalaron a un supuesto integrante de alguna fuerza de seguridad como autor de los disparos, la Comisión Provincial por la Memoria solicitó que se aparte a la Policía de la investigación. Más allá de la necesidad de mantener lejos a los uniformados de las actuaciones en la causa, esta situación terminó sirviendo como excusa a los funcionarios judiciales para no dar a conocer los avances ni a la querella ni al mismo organismo que solicitó la medida.
“Me avisaron a los 3 días de la muerte de mi hijo, siendo menor incluso. Me enteré por parte de amigos y familiares. La fiscal nunca me recibió y yo siempre vine acá. Va a ser un mes que lo mataron a mi hijo, supuestamente un policía. Buscamos que dé la cara el asesino, ¿cómo puede estar tranquilo siendo que mató a una criatura, un chico lleno de vida? Lo mataron como a un perro, ¿cómo puede dormir tranquila la persona que lo mató por la espalda, que lo dejó tirado?”, se preguntaba desesperada Miriam el día de la marcha.
Tras el reclamo, la CORREPI difundió un comunicado asegurando que algunos de los amigos de Víctor presentes en la marcha habían identificado al auto gris desde el cual le dispararon al “Wachiturro” pasando por la concentración. Allí la coordinadora señala que al volante iba “Guillermo Salas”, un capitán de la Policía Bonaerense con antecedentes de violencia contra jóvenes, actualmente con funciones en la Comisaría 9na. La coordinadora también sospecha que este agente está involucrado en el crimen.
Por esa plaza con infancia
“La Policía los apodó “la banda de los nenes”, porque ninguno llega a los 17 años y todos viven en situación de calle y vulnerabilidad extrema”, se excusaba sobre el rótulo desde el que titulaba un artículo sobre un robo el diario El Día a principios de este año. En el breve policial agregaban que no tienen “familiares que los contengan, ni los cuiden” y que suelen ser trasladados a instituciones donde no permanecen por mucho tiempo.
“Son chicos de distintos barrios de la periferia. Tienen entre 10 y 17 años y algunos viven en la calle. Pocos son amigos entre sí, pero se encuentran a la noche en la zona de Plaza Matheu. Socializan drogas y delitos”, decíamos en La Pulseada Nº 135 hace un año atrás en noviembre de 2015. En la tapa de ése mismo número celebrábamos algo de justicia, de esa que llega tarde, para cuatro chicos que murieron en una comisaría en los episodios conocidos como la “Masacre de Quilmes”.
Hoy uno de los chicos que circulaba por esa zona vuelve a estar en tapa, como lo estuvieron otros hace dos meses en La Pulseada Nº 142 cuando protagonizaron varios episodios de violencia y las facultades se quedaron sin herramientas para vincularse con ellos.
Decimos “Ni un pibe menos” y seguimos restando. Pedimos un país con infancia y nos quedamos sin más dispositivos que las balas que se disparan de civil y con uniforme desde el estado para los chicos. Deseamos que el próximo noviembre podamos encontrar un título de tapa que celebre justicia para los que ya no están y la infancia de los que ocupen la plaza jugando.