Crónica desde uno de los barrios del casco más afectado por el temporal, donde se formó una asamblea que demanda respuestas. Duelos, trámites y preguntas. El día después de los inundados y la necesidad de que no vuelva todo a la “normalidad”.
Por Juan Manuel Mannarino
A Luana Simioni, que vive en 38 y 28 y el agua le entró poco, la despertaron las llamadas de su hijo, quien había ido a visitar a un amigo en 37 y 29.
-¡Mami, llamá a alguien para que nos venga a rescatar! ¡El agua sube!
Luana llamó a los teléfonos de emergencia. Daban ocupado. Desesperada, acudió a familiares. Se preguntaba cómo, en una diferencia de unas cuadras, el agua pudo haber afectado tanto a una zona y tan poco a otra. Llegó a la esquina de su casa y no pudo seguir. La correntada era feroz. Se tranquilizó: su hijo le decía que habían podido trepar a los techos.
En La Loma, como en cualquier otro barrio inundado, se padeció la tormenta según la altura. Una de las zonas más afectadas fueron las cuadras cercanas a la avenida 25. Por allí pasa el cauce del arroyo Pérez, que fue entubado y pasa por abajo de la calle. Como los desagües no fueron limpiados a tiempo, el entubamiento se colapsó y esa zona se convirtió en un estanque. El agua no drenó y se fue para la calle. Cuando dejó de llover, no bajó por horas. Todo lo contrario: por el oleaje, subió unos centímetros más. Llegó a los dos metros diez.
Esa es la explicación que la asamblea del barrio La Loma, nacida tras el temporal, recibió de un informe realizado hace unos años por el Departamento de Hidráulica, de la Facultad de Ingeniería. Un grupo de especialistas de dicha unidad académica realizó diversos estudios sobre las inundaciones en La Plata. Elevaron propuestas y advertencias que podían haber evitado la catástrofe. Pero no fueron escuchados, ni por la anterior gestión de Alak, ni por el actual intendente Bruera.
En 2002 se desbordó el Arroyo del Gato. Encabezado por el ingeniero Pablo Romanazzi, el grupo demostró que había que liberar el curso del arroyo de cualquier tipo de obstrucción. Recomendaron construir puentes, aumentar el ancho y sacar alcantarillas para que el agua no se retuviera. Lo que sugirieron para ese cauce lo extendieron a todos los arroyos de la ciudad. El estudio se presentó en 2007. “No aseguramos que se pueden evitar próximas inundaciones, pero lo que podemos hacer es que el arroyo fluya más rápido para que los sistemas de alerta y de emergencias se organicen rápidamente y lleguen a los puntos críticos”, había dicho Romanazzi.
¿En qué se afectó La Loma? Como el cauce del Arroyo del Gato no se liberó, en la inundación del 2 y 3 de abril quedó estancado en la zona de 13 y 32. En palabras de Romanazzi, funcionó como una trampa: sin vías de escape, se expandió a su alrededor. La furia de las correntadas que dañó a La Loma tanto como a Tolosa y La Cumbre, entre otros barrios, tuvo su origen en ese problema.
La asamblea también se ocupa de investigar las muertes y de organizar a los afectados con los reclamos más urgentes. “A las familias les cuesta denunciar y movilizarse. No se termina de salir del shock y hay mucha desconfianza en la justicia”, dice Luana.
Cuadra a cuadra, manzana a manzana, La Loma es un escenario del desastre. Una gran parte de los vecinos reconoció que los primeros días después de la inundación fueron difíciles. Recibieron donaciones y ayuda de familiares y conocidos pero no se había acercado ningún empleado del Estado. Sólo unas chicas que repartían unas planillas para todo aquel que tuviera algún tipo de seguro en la casa. Y nada más.
La basura se acumuló en las esquinas. Alberto Segura, vecino de 37 y 26, vio cómo las bolsas de residuos flotaban en el agua. Dice que, en esa zona, los camiones pasan más tarde de lo habitual. A la hora pico del temporal, asegura, los contenedores estaban llenos y la basura no había sido recogida.
Celia Estada vive en 38 y 25, cerca del Parque Alberti, y sabe que en un sector del parque hay una especie de basural clandestino. “Le pusieron luz y árboles, y está más lindo, pero a la noche hay gente que tira bolsas en una lomita que hay alrededor de la cancha de bochas. Ya lo denunciamos ante las autoridades y nadie hizo nada”, reclamó.
Otros vecinos muestran las copias de documentos entregados en años anteriores ante el municipio. Se trata de pedidos de desagües. “Acá todos saben que La Loma se inunda. Nosotros solicitamos que se nos destapen las cloacas en las calles y no lo hicieron. Cuando vienen plomeros a nuestros departamentos nos dicen que es un problema de la zona. Sacan la basura de las rejillas y el agua sigue subiendo”, dice Mónica Ferro, vecina de 35 y 23.
Además hay empresas que contaminan. El dueño de la pileta ESTOA (35 entre 23 y 24), horas después del temporal, sacó con una bomba el agua podrida de las piletas y tapó los desagües. Los vecinos saben que no es una práctica reciente: todas las noches, cuando en la cuadra se duerme, las veredas parecen zanjas.
Luana dice que, para la asamblea, el tema de las cloacas es lo más urgente. Hay hojas de los árboles y mugre en las bocas de tormenta. Ningún funcionario del Estado había dado respuesta. A ellos exigirán subsidios para atender las necesidades básicas de los perjudicados por la inundación.
Los vecinos armaron un petitorio que pide la derogación del Código de Planeamiento Urbano. Denuncian que los edificios construidos en el barrio afectaron el sistema de drenaje. Y reclaman obras de limpieza y desagües: dicen que el ensanche de los drenajes y de los entubamientos será clave para frenar futuras inundaciones.
Hasta último momento, la asamblea manejaba la información que, en todo el barrio La Loma (que va de 32 a 44, y de 31 a 19), había alrededor de once muertos. De los que han sido confirmados en el listado oficial, se encuentran Jorge Luis Barenetche, un hombre que falleció en su taller mecánico de 37 esquina 30; Lucila Ahumada de Inama, a quien se encontró en su casa de 29 entre 36 y 37 bajo un metro setenta de agua. Lucila era una Abuela de Plaza de Mayo y antes de fallecer todavía buscaba a su nieto, a su hijo Daniel Inama y a su nuera Noemí Macedo, quienes fueron secuestrados el 2 de noviembre de 1977 y llevados al centro clandestino de detención Club Atlético; y Orlando Logiurato, que murió electrocutado en su casa de 35 entre 24 y 25.
Hay casos que desnudaron serias irregularidades. Como el de Rocío Aguirre, que tiene a sus padres registrados con una historia falseada. Rocío vive en 27 y diagonal 73 y dice que a los cuerpos de sus padres, fallecidos en la calle 15 entre 520 y 521, en el barrio de Tolosa, víctimas reconocidas por el temporal, no les hicieron la autopsia.
Lo que Rocío dice es que las partidas de defunción se manipularon. En principio, la hora y el día. Ella habló por última vez con su padre a las cinco de la mañana. En la partida dice que fallecieron a las diez de la noche del martes 2 abril. Luego, que hay dudas con las causas de muerte. En el del padre, dice “asfixia mecánica por sumersión”. En el de la madre, “paro cardiorrespiratorio traumático por sumersión”. La asamblea la acompañó a realizar la denuncia ante la Comisión Provincial por la Memoria.
En el juzgado de Luis Arias están los casos de Juan Carlos García, Hebe Oleastro Ballve de Casasco y Edgardo Roberto Reguera. Para el juez son muertes que ocurrieron como consecuencias directas del temporal. García era mozo de la legislatura bonaerense. Según denunciaron sus familiares, murió el 3 de abril arrastrado por la corriente, cuando quiso cruzar con su señora hacia la vivienda de dos plantas de un vecino. La mujer se agarró a una reja. El cuerpo de su marido, con quien vivía en 22 y 34, apareció en 21 y 33. Lo encontró su hija cerca de las siete de la mañana del miércoles 3 de abril. En el certificado de defunción dice que murió cinco horas después y que fue por “un paro cardiorrespiratorio no traumático”. A García lo velaron en una casa fúnebre de la zona y después lo trasladaron al cementerio Parque de La Plata.
Javier es hijo de Hebe Oleastro Ballve de Casasco. La madre, ex docente y jubilada, se desplomó de un infarto en sus brazos. Hebe, devota de los animales, tenía un refugio para perros en Tolosa y se imaginó lo peor cuando el agua empezó a entrar en su casa. La Pulseada lo entrevistó cuando salió de firmar su denuncia en el juzgado de Arias.
La quisieron resucitar. Claudia, hija de la mujer, llegaba por la avenida 19 pero no pudo seguir. Se cruzó un patrullero. Le dijeron que no la podían ayudar porque el barrio pertenecía a otra jurisdicción. Los hijos de Hebe quieren denunciar a la fuerza pública por abandono de persona. El certificado de defunción dice “paro cardíaco no traumático”. Ellos creen que murió de angustia.
Edgardo Roberto Reguera, de 79 años, quien vivía en la calle 28 entre 43 y 44, falleció en la calle cuando iba a buscar a su familia Se sabe que su cuerpo fue cremado, como los de García y de Oleastro. Eso significa que si se pidiera una autopsia será imposible.
Las casualidades, en La Plata están a la orden del día. Pero hay quienes no creen en ellas. En la asamblea prefieren hablar de causalidades y responsabilidades.
* * *
Carlos Samaniego pegó un grito en la noche cerrada.
-Que alguien apague esas alarmas. ¡¡¡Quiero dormir!!!! —dijo, con la voz cansada. El ruido era ensordecedor. La madrugada del miércoles 3 de abril parecía una película de terror.
Días después, reconocería que se trató de un chiste. Que si no se reía de lo que estaba viviendo, se estresaba. Los vecinos lo callaban: le decían que, cuando bajara la corriente, se cruzarían a verlo. Carlos vive con su abuela en 35 entre 23 y 24. El agua tapó su casa: llegó a los dos metros. La noche del martes cenaron, miraron televisión y escucharon las primeras gotas sin titubearse. Hasta que el perro, un pitbull llamado Polenta, gimió en la puerta. Carlos salió y vio una laguna.
-Parecía un gran tanque australiano. Ahí les dije a mis vecinos que dejaran de pagar por la pileta que está a media cuadra. Eran los nervios. Si no jodía, me moría de frío.
Carlos se dormía y lo despertaron cuando llegó una lancha de unos vecinos. Su abuela, que sufre de artrosis y tenía los huesos entumecidos, fue la única que se rescató en la cuadra. Cuando escuchó el ruido del motor, acostada sobre un colchón que flotaba arriba de un mueble, se estaba congelando. Carlos permanecía a su lado, sentado en la medianera con el agua por las rodillas. Había vecinos que durmieron arriba de los techos: eran familias enteras que se acurrucaban contra la tempestad, tapados con las camperas que agarraron en la huida a la par que los muebles, los electrodomésticos y los autos flotaban ante sus ojos.
Una semana antes del temporal, Carlos se había doblado el tobillo jugando al fútbol. Ahora respira y dice que tuvo suerte. Que si el agua lo hubiera encontrado postrado en la cama, con el yeso en la pierna, no la estaría contando.
En el barrio La Loma hubo quienes perdieron todo. Mónica Fuentes, una odontóloga que vive sola en 34 y 23, dice que está viviendo en lo de una amiga. Las paredes de su casa siguen húmedas y en la calle hay autos que permanecen abandonados desde la inundación. Mónica se refugió en la casa de una vecina a la que apenas conocía. Ahora son amigas.
En el refugio pernoctaron diez personas. Se abrazaban para darse calor. Sin luz, sin gas, sin agua, vivieron la noche más desesperante de sus vidas. Algunos se comunicaron con sus familiares. Y los que fueron rescatados no paraban de llorar. Los gritos, el ruido de la correntada, los autos flotando. Once horas aislados del mundo en la peor de las pesadillas.
Mónica agradece no tener familia. Agradece que el agua haya subido cerca de las nueve de la noche y no en la madrugada. Agradece que el temporal no haya sido en invierno.
Los que sobrevivieron agradecen. Es una forma de aliviarse. Porque en secreto, cuando miran el cielo y ven un nubarrón, cuando perciben un viento fuerte que vuela las cosas, se muerden los labios.
* * *
La vida después de la inundación es una suma de días que se escurren entra las manos. La sensación del tiempo es confusa. Parece que el temporal sucedió ayer. Y con todo lo hay que resolver, las horas son agotadoras. Nunca se termina de volver al hogar. Se abre la puerta y el vacío es triste. Hay algo extraño, desconocido. La casa parece de otro.
En la asamblea, los vecinos dicen que hay una especie de pequeño manual del inundado.
Un inundado debe: ventilar, limpiar, tirar lo que no se pudo arreglar de la casa; vivir en otro hogar; hacer el duelo de los seres queridos y los objetos perdidos; visitar mecánicos, compañías de seguros; esperar la visita de electricistas, gasistas, plomeros; vacunarse; comerse colas de cuatro horas para pagar impuestos y tramitar certificados y préstamos; recibir indicaciones de expertos sobre cómo recuperar las cosas post temporal; explicar a la inmobiliaria que uno no se puede hacer cargo de los gastos de mantenimiento; probarse ropa donada, y resignarse a comer lo que le dan, que no pasa de los fideos, arroz, polenta y huevos; ver cómo crece su panza ante los hidratos de carbono digeridos; seguir tranquilizando a amigos y conocidos sobre que todo irá bien, que lo peor ya pasó; luchar contra todos para no tirar los papeles queridos a pesar de que la humedad es la enemiga pública; contentarse de que, como inundado, hay vecinos que le sonríen y que personas que no conoce demasiado están dispuestas a dar la vida por él; rezar ante una nueva lluvia; agarrar el calendario y calcular cuándo se irá su situación de inundado.
En La Loma quieren pasar del rumor al testimonio, del trauma personal a la superación colectiva, del murmullo a la historia real, del secreto a la verdad.
No quieren que el barrio vuelva a la rutina como si nada hubiera ocurrido.
1 commentsOn La Loma: un barrio que no duerme
Habran tomado conciencia las autoridades del drama que se vivio en La Plata? Su silencio y su inoperancia son inadmisibles!! no nos olvidemos del 2 de abril de 2013. La inundacion tiene responsables