Lumpen Bola uno de los grafiteros más zarpados de la región. Su territorio es el oeste platense. Los Rolling, Los Ramones, Sumo, The Doors, Bob Marley, Pappo, Pink Floyd, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Led Zeppelin, Charly García, Divididos, Andrés Calamaro, Federico Moura, Nirvana y Spinetta son algunas de las estrellas que anda pintando en las paredes de una ciudad que duele.
Por María Laura Fernández Berro
Para el artista platense Eduardo Alcántara, Lumpen Bola, cada rincón de la ciudad tiene una temática, y La Loma, en la capital de la provincia de Buenos Aires, es el que eligió para que sea “El barrio del rock”. Paredes en las que encontramos desde Pink Floyd, Charly García, Led Zeppelin, Luis Alberto Spinetta, Janis Joplin o Federico Moura, hasta Bob Marley, Los Beatles o Kurt Cobain. Un estilo que lo llevó a que el propio Rocambole, responsable de los diseños en las tapas y las entradas de Los Redonditos de Ricota, tomara sus obras de la calle y las proyectara en un recital de Skay Bellinson en 2011, y a que la tele las usara en un homenaje al ex Virus Federico Moura. Arte urbano y música se unen en las historias de Lumpen Bola, que nos las cuenta en primera persona.
Lumpen Bola -así se lo conoce popularmente- afirma que La Loma es un barrio rockero. Provocador hasta la médula, ninguna pared se pinta porque sí: todas tienen sus causas y esas causas, sus efectos; efectos que fueron pensados hasta en el más mínimo detalle y otros tantos que quedan a cargo de los vecinos, porque “el artista es para todos. No puede ser para cierto sector”. Por eso pinta en las calles. Busca paredes, frentes que muestren imágenes que provoquen, que atraigan la mirada de los que quieren saber quiénes están representados en las paredes.
—¿Cómo empezaste?
—Nunca me anoté en la Facultad de Bellas Artes. Quise, pero no lo hice. En cambio, me acerqué y tomé clases con Pablo Morgante y Agustín Sirai. Pablo me insistió con la pintura. Me dijo que era lo mío. Yo decía que no. Hasta que conocí la obra de Dalí. Entonces pinté. Del dibujo pasé a la pintura. Y fui por más: quise desde ese día vivir de esto, trascender. Me anoté en Arte Joven, en el Museo Municipal de Arte (Mumart), concursé y salí siempre seleccionado. Llegué hasta Carlos Casares. Y fui viendo que entre 500 participantes quedábamos treinta y pico. Entonces más pilas tenía.
—¿Sos de La Loma?
—No, vengo de Olmos. Allí presencié e intervine en un conflicto que había en la textil MAFISSA, única en la Argentina de fibra sintética. Hicimos murales frente a la fábrica, en un club de barrio. Me contacté con “Sienvolando”, más adelante, con Luxor, hace siete años, en 44 esquina 2. Duró poco la asociación y empecé con intervenciones callejeras. Se sumó Acra, entre otros. Intervinimos dos veces en Bellas Artes. Después me corté solo. Todo empezó con el aniversario de la muerte de Luca Prodan, en 17 y 42. Yo miraba la esquina. Ahí ensayaban bandas. Decido intervenirla. Le pongo “Esquina fúnebre”. De ahí, no paré hasta intervenir el barrio como punto de encuentro del rock. Funcionó.
La Plata, ciudad de mierda
—En esta ciudad de mierda, lo único que nos va a quedar cuando nos hundamos definitivamente van a ser los murales —dice una vecina mirando el grafiti de Federico Moura.
—Fijate, yo paso por el de Spinetta y lo toco. Le cierro la puertita del gas cuando se abre. Está intacto. Nadie le hizo ni una rayita —comenta Graciela.
Lumpen cuenta que ese domingo de lluvia en el que decidió pintar al Flaco eligió un fragmento de la canción Bajan, del disco Artaud (Pescado Rabioso): “Tengo tiempo para saber si lo que sueño concluye en algo. No te apures ya más, loco”. Lumpen eligió la tapa del disco Almendra, creación del propio Spinetta, en el que quiso plasmar la mística del Flaco. Lo hizo llorando. Cuando Lola y Víctor, sus compañeros, terminaron el grafiti, una piba embarazada que pasaba por diagonal 73 se quedó mirando, los abrazó y se puso a llorar… ¿Qué haremos sin tu amor, Flaco? “¿Entonces el viento no borro tus manos?”, y es “todo el hielo en la ciudad” si vos no estás. En el mural se ve el “viejo roble” que se ensambla con la enredadera que trepa la pared “cuando las horas bajan”.
—Muy loco, Spinetta llegó hasta México —se asombra—. Fijate, me pasó con Manu Chao. Por ahí, en La Loma, la comisaría, la Policía y los chicos, escondidos, que se juntan a fumar un porro. Entonces, la intervención dice: “¿Qué pasó? La Policía llegó”. Son códigos. O el proyecto para la Unidad Nº 8 de Los Hornos. Yo dibujo, intervengo, entreno y transmito mi técnica a las internas. Y pido a cambio materiales, pintura, pinceles, aerosoles. Es un canje de laburo. Se acepta gente que pinte, que venga e intervenga con nosotros. Es un trabajo colectivo.
Y el que me dio el empujón definitivo fue Andrés Zerneri. El rosarino que trajo el Partido de los Trabajadores Socialistas para que diera una charla en Bellas Artes. Fui. Lo escuché. Me pareció un gran autodidacta, un intuitivo y gran autogestivo. El flaco es escultor, pintor, escenógrafo. De todo. Me acerqué y le conté lo que hacía. Entonces fuimos a mi taller, le mostré mis cosas y me dijo: “Agarrá tus cuadros, andá a las plazas y viví de eso. Vos podés, vos podés, vos podés”. Le hice caso. Y no paré más. En San Miguel del Monte me pidieron el retrato de Eva Duarte. Lo hice y escribí: “Renuncio a los honores pero no a la lucha”. Algo así es mi vida.
Arte urbano y música es Lumpen Bola y La Loma es el barrio del rock. Coraje que más de una vez lo impulsa al riesgo, porque se sabe cambiante, entonces cambia la temática. Necesita cambiar.
—Mi vida va a ser así. Aunque reniegue de la docencia, doy clases en casa a egresados de Bellas Artes. ¿Sabés? Lo académico condiciona. Yo me estructuro y rompo. Soy así.
—¿Y el futuro? ¿Qué proyecto tenés?
—Hacer un Guernica. Primero pensé o imaginé a Picasso bombardeando Guernica. Picasso, un hijo de mil putas, un copado. Después, lo imaginé pintando el Guernica. Todo eso, en el Estadio. Al Estadio también habría que bombardearlo, ¿no? Bueno, esto es lo próximo. Y el Indio. Todavía me falta un toco.
Guía del oeste del rock
—16 entre 37 y 38: Rolling Stones y Ramones
—42 y 17: Sumo, The Doors, Bob Marley, Pappo, Pink Floyd, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Led Zeppelin.
—43 y 17: Divididos, Andrés Calamaro y Charly García.
—18 y 42: Federico Moura, Nirvana y Slash.
—23 e/ diagonal 73 y 41: Red Hot Chili Peppers, ACDC, Iron Maiden, Ozzy Osbourne.
—Diagonal 73 y Plaza Azcuénaga: Spinetta.
—Diagonal 73 e/ 20 y 21: Kurt Cobain y próximamente… el Indio Solari.
En la casa verde y con Cobain
Camila tiene 16 y es rockera. Quiere un grafiti de Cobain. Sabe que si lo hace en el patio interno de su habitación va a tener que ahorrar, porque dentro de la casa es otro precio. Un año entero juntó plata: hizo changas, maquilló a sus amigas, cuidó chicos, ahorró monedas. Ahora contacta a Lumpen a través del Face. Quiere a Cobain. Lo ve pintar, diagramar el rostro del autor de Lithium, Came as you are, Rape me. Mira y mientras mira, aprende. Pone música. Mientras tanto, en la Casa Verde, Lumpen trabaja concentradamente con auriculares y escucha su propia música. Labura hasta que dice: “Sigo mañana”.
Camila esa noche no baja la persiana de su habitación. Se hace larga la mañana hasta que vuelve del colegio y ve a Cobain, sus ojos claros, el pelo sobre la cara y la boca definida y gruesa. Se la ve feliz.
—¿Elegiste alguna frase de Cobain? —le pregunta Lumpen.
—Sí.
—Entonces escribilas. Dale, ahí tenés los pinceles.
—No tengo buena letra.
—Escribilas. Las que sientas.
Y Camila escribe. La cara, ancha de risa. Las dos paredes restantes son un libro abierto con frases largas, en diferentes colores. Se anima y mete las manos en la pintura y deja huellas en las paredes que cantan letras de despedida, de vida, de dolor y de muerte. Fuerte la intervención de Camila y una amiga que se suma y que quiere tomar clases con Lumpen.
La casa cambia. El rostro de Cobain mide tres metros por seis de altura. Y la habitación se prolonga escenográficamente. La casa verde muta, crece, dice.
Lumpen promete que va a volver y en la pared de arriba va a pintar al Indio. Camila espera.
La música de Cobain inunda el patio, mientras la ciudad dormida no se entera de nada, hasta que la intervención del arte nos salve del naufragio.