La libertad de Ana y el olvido del cardenal

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Estela de la Cuadra. Foto: Gabriela Hernández

Estela, Soledad y Adriana recibieron a La Pulseada en la intimidad familiar para profundizar sobre el rol de la Iglesia católica en la apropiación de su sobrina Ana Libertad Baratti De la Cuadra, el tesoro más reciente recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo. Todos los recovecos de una historia platense llena de nombres, cruces y pruebas.

Por Milva Benitez y Laureano Barrera

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Noviembre de 2010. El Tribunal Oral Federal 5 en pleno, con secretarios, fiscales, abogados querellantes y defensores que actúan en el juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en la ESMA en la última dictadura, se traslada al arzobispado porteño. Escoltado por una enorme virgen, durante más de tres horas Jorge Mario Bergoglio testifica sobre el destino de dos padres jesuitas —Orlando Yorio y Francisco Jalics— que fueron soltados de la mano de Dios y terminaron cinco meses encapuchados en ese centro clandestino. El entonces cardenal primado evade los puntos más sensibles con olvidos y explicaciones parciales, pero una pregunta fuera del guión lo sorprende con la guardia baja: “¿Cuándo tomó conocimiento de que había niños que estaban siendo apropiados en la dictadura?”.

—Eso recientemente… —cavila—: hará diez años.

—¿En el año noventa y algo, sería? —repregunta la abogada Myriam Bregman.

—Quizás en el tiempo del Juicio a las Juntas —se corrige Bergoglio—. Por ahí.

Esto no le bastó para evitar una nueva citación judicial, que pedirá Estela de la Cuadra al declarar en otro juicio, conocido como “Plan Sistemático de robo de niños”, por el caso de su sobrina, Ana Libertad Baratti de la Cuadra: “¿Por qué no citan a Bergoglio?”. Fue en mayo de 2011, cuando aún no era el Papa Francisco, y Estela —más que nadie— se preocupaba por revisar su pasado para saber si había sido tan misericordioso.

22 de febrero de 1977. Hoy —se sabrá muchos años más tarde, por vecinos— secuestrarán a Elena de la Cuadra, maestra jardinera, y a Héctor Carlos Baratti, obrero textil, militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML) y futuros padres de Ana Libertad. Un poco antes de las nueve de la noche, un grupo de hombres de uniforme muy bien armados rodean la manzana en patrulleros de la Policía Bonaerense y llenan de gases lacrimógenos el consultorio odontológico de Norma Campano, en la calle 33 nº 1496 de La Plata. Elena está embarazada de cinco meses y no les importa demasiado. Unos días después la llevan junto con Héctor a la comisaría Quinta.

16 de junio de 1977. Nace una niña. Su madre está secuestrada en la Quinta de La Plata. En el cuarto día de vida las separan, después de pesarla y tomarle las huellas digitales. Lo que resta del año y de los años que siguen hasta su muerte, los padres de Elena —Alicia “Licha” Zubasnábar y Roberto Luis de la Cuadra—se dedicarán a buscar a su hija, a su nieta nacida en cautiverio, a su yerno y a su otro hijo, Roberto José de la Cuadra, obrero y militante gremial en la Destilería de YPF, secuestrado el año anterior, en septiembre. El matrimonio De la Cuadra había confirmado que Elena estaba secuestrada en abril de 1977. El secretario del vicario castrense Adolfo Tortolo, que era Emilio Teodoro Grasselli, les reveló que estaba viva, con un embarazo de siete meses, en una comisaría de las afueras de la ciudad. “¡No me dijeron que estaba embarazada!”, los reprendió durante la segunda visita que le hicieron. Ésa y otras cientos de confidencias a familiares desesperados lo tienen a ahora mal traer en dos expedientes judiciales (ver aparte).

 

Julio de 1977. Después de meses de angustia silenciosa, Licha encuentra una esquela bajo de su puerta. “16/6 la señora tuvo una nena, que no saben dónde está la nenita, los padres están bien, de la Cuadra”, decía el papel sin firma. Fue la primera de varias confirmaciones. En agosto, el detenido liberado Luis Velasco se contactó con los De la Cuadra. Les contó que a través de Héctor —con quien había estado secuestrado en la Quinta— supo que Elenita había tenido una nena. “Una vez que el sacerdote Christian von Wernich nos visitó en la comisaría Quinta nos habló del amor y nos dijo que nosotros no debíamos odiar”, recordó Velasco en marzo del 2000 en el Juicio por la Verdad de La Plata.

─Difícilmente se puede sentir amor si hay cinco personas torturándolo a uno ─le contestó a Von Wernich.

─Deben pagar con torturas, con muertes o con lo que sea necesario porque son culpables ─dijo el capellán.

Héctor Baratti estaba encapuchado a unos pasos de distancia.

─¡¿Qué es lo que tiene que pagar mi hija, que tiene dos días de vida?! ─inquirió al sacerdote.

─Los hijos pagan por la culpa de los padres.

El hombre de fe fue condenado en noviembre de 2007 a prisión perpetua (La Pulseada 55). El Tribunal reparó en que hizo uso de la sotana para sacarles información o “quebrar” a las víctimas, participó de “grupos de tareas” y presenció sesiones de tortura. La Iglesia nunca lo excomulgó.

 

Ana y un deseo

El nombre estaba elegido, en parte. Unos días antes de los secuestros, las hermanas De la Cuadra se reunieron en la casa de la cuñada de Soledad, en Buenos Aires, sin saber que era la última vez. Fue el 6 o el 8 de enero de 1977. Ya estaba desaparecido Roberto José. Ese día, Elenita y Héctor hablaron del nombre para el bebé que esperaban. “Si es varón se va a llamar Esteban, por el papá de Héctor. Y si es mujer se va a llamar Ana, por Ana María Villarreal de Santucho, asesinada en la Masacre de Trelew”. Por eso, cuando les llegaron los primeros mensajes de sobrevivientes de la Quinta sobre el nacimiento y la llamaban Ana, los De la Cuadra, tuvieron un primer indicio de que era cierto. “Después, cuando ya se pudo hablar más libremente, supimos que también le habían puesto Libertad: porque era el bien más preciado”, relata Soledad de la Cuadra a La Pulseada.

Nunca les cumplieron ese deseo. De Elena no se supo más nada. De Héctor, en diciembre de 2009, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó el cuerpo: había sido enterrado como NN en el cementerio de General Lavalle, después de que el mar, adonde fue arrojado en un vuelo de la muerte, lo devolvió inerme a la arena.

 

La memoria selectiva del cardenal

Nadie en el pequeño Sauce —un pueblo al sur de Corrientes, de inmigración vasco irlandesa— puede acusar a la familia De la Cuadra de vivir en el pecado. Tienen un vínculo casi atávico con la Iglesia católica. Incluso unos ancestros, fundadores del pueblo de Balcarce, le han donado a la curia campos millonarios. Así conocieron a Pedro Arrupe, el Papa Negro, la máxima autoridad jesuita, general de la Compañía de Jesús. En el pasado, la familia lo financió para que cumpliera su misión clerical en el lejano Japón.

Cuando, ya en La Plata, se precipitan los secuestros que tuvieron a la familia entre sus víctimas, Roberto de la Cuadra les pide a sus hijos Soledad y Luis, exiliados, que se entrevistaran con Arrupe, y lo hacen a principios de 1977, en Roma. Él se compromete a ayudarlos contactándolos con Jorge Mario Bergoglio, el Provincial de los jesuitas, la máxima autoridad en el país para esa congregación.

El 28 de octubre de 1977, tras oír palabra por palabra la denuncia de Roberto, Bergoglio lo recomienda al obispo auxiliar de La Plata, Mario Picchi. “Tuve una conversación por especial pedido del P. Arrupé —le explica en una carta con su firma que le manda por el propio De la Cuadra—. Él le explicará a usted de qué se trata y le agradeceré todo lo que pueda hacer”, concluye la nota que Estela presentará 34 años más tarde para demostrar que el Papa Francisco (que todavía era Bergoglio) mintió.

Unos días después, De la Cuadra repite ante Mario Picchi que sus hijos Roberto José y Elena han sido secuestrados —también su yerno Héctor— y que su nieta, nacida en esos agujeros sin ley ni cordura, ha sido robada. Picchi le asegura sin solemnidades que verá al subjefe de Policía, Reynaldo Tabernero. A los pocos días lo recibe nuevamente. “La chica tuvo una nena pero fue dada a un matrimonio que no puede tener hijos”, ha sido la respuesta del segundo del coronel Ramón Camps (jefe de la Policía) que Picchi le transmite a De la Cuadra. También ha dicho que la situación de Elena y Héctor es “irreversible”.

Picchi, muerto en 1997, solía recibir cordialmente a los familiares de los desaparecidos, pero era el hombre de confianza del capellán de la Bonaerense Antonio Plaza, amigo de Camps y, dicen, un asiduo de los centros clandestinos, como varios jerarcas católicos. En la última cita, en tono campechano, Picchi le vaticinó a De la Cuadra: “Espere hasta diciembre, que asume Rospide, que fue alumno mío en el colegio salesiano. Un favor no me va a negar”.

El coronel Enrique Rospide era asesor de Camps y fue vital en el espionaje y la persecución de las Abuelas: “Centralizaba la información de la Provincia” y “formó parte de una estructura jerarquizada que accedió a información secreta y confidencial”, dice un informe basado en documentación de la Dirección de Inteligencia de la Bonaerense que la Comisión por la Memoria presentó en el juicio por el Plan Sistemático. El documento agrega: “En el ‘circuito Camps’, la Policía jugó un papel fundamental en la detención y desaparición de muchos niños y mujeres embarazadas”. Contra el pálpito de Picchi, su ex alumno le niega “el favor”: eran hechos consumados, le confirmó.

 

23 de septiembre de 2011. ¿Qué sabía el ahora Papa de todo eso? ¿Por qué dijo que se enteró del robo de niños en el juicio a los comandantes? Esas preguntas y muchas otras le hicieron ese día los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo cuando el Tribunal Oral Federal N°6 de Comodoro Py se decidió a convocarlo como testigo. Esta vez, Bergoglio ni siquiera recibió al tribunal: fue beneficiado por el privilegio de declarar por escrito.

Insólitamente, el sacerdote recordó la audiencia que tuvo hace 36 años con Roberto de la Cuadra, pero olvidó si el hombre había mencionado a su nieta. “Me comentó que tenía una hija secuestrada. No recuerdo que me haya referido que estuviera embarazada”, respondió. En las condiciones medievales en las que testimonió, nadie pudo repreguntarle cómo era posible que hubiera olvidado el punto en el que se focalizaba la entrevista.

Después de su elección como Papa en 2013, la prensa y casi todo el arco político —oficialista y opositor—, salvo contadas excepciones, sumergieron el pasado del Sumo Pontífice en aguas redentoras. Y la historia de Ana Libertad quedó en la excusa de su desmemoria o de su memoria selectiva.

 

22 de agosto de 2014. Sobre las tres de la tarde empieza a crecer el runrún en las redes sociales: otro nieto recuperado. El Nº 115. El rumor indica, además, que es el de una de las dos Abuelas fundadoras que quedaban sin reencontrarse con sus nietos: Chicha Chorobik de Mariani y Licha de la Cuadra. A pedido de la Justicia Federal de La Plata, una joven al otro lado del océano ha accedido a cruzar su ADN con las muestras del Banco Nacional de Datos Genéticos. Es Ana Libertad, la nieta de Licha, la sobrina de Estelita y de Soledad y de Adriana, el último y más urgente deseo de Elena y de Héctor.

En la conferencia de prensa, esa tarde, entre la multitud de periodistas que la cubre y la alegría serena de nietos, trabajadores y abuelas, Estelita no se dejó ver. Prefirió vivir el momento con sus hermanos Soledad y Luis, con su cuñada Adriana, con sus hijos, juntos y solos, le confiesa a La Pulseada.

Como una epifanía del tiempo, Ana ha vuelto exactamente 42 años después de la ejecución sumaria en Trelew de la joven que le dio nombre. Desde que supieron que la última nieta recuperada es su sobrina, los hermanos Baratti y De la Cuadra, últimos de una prole universitaria y guerrillera, no han podido dejar de pensar en cómo será ese abrazo postergado, cuando llegue. Aunque en rigor Ana Libertad no “llegue”, sino que regrese del exilio a su vida, la que esos hombres de uniforme y de sotana durante 36 años le han impuesto.

           

Una historia en fotos

A pocos días de conocerse la noticia, Estela, su hermana Soledad y su cuñada Adriana Baratti recibieron a La Pulseada en la casa de Estelita. Hay fotos por todos lados: en sepia, en blanco y negro, con marco y sin él, con una sonrisa apenas o con el gesto solemne. Entre la fotografía y la familia De la Cuadra hay una simbiosis: con cada desaparición, las imágenes empezaron a emparchar agujeros. En el departamento de “Licha” había una galería con retratos familiares en un pasillo angosto sin muebles. Los documentalistas europeos y canadienses que llegaban a entrevistar a la primera presidenta de Abuelas se maravillaban con esa composición familiar que se remontaba a los ancestros irlandeses, pero por el ángulo y la disposición no podían encuadrarla. Durante 37 años, en ese álbum de pared faltó Ana Libertad.

—Yo tengo una postal que me regaló Licha. Es un contorno de la Argentina con una foto de Elena, otra de Héctor y un cuadradito en blanco que dice Ana y ‘¿dónde están?’. Ahora vamos a completar esa silueta ─cuenta Adriana, la hermana menor de Héctor. Conoció a Licha en 1977, después del secuestro de los padres de Ana Libertad. Es más: la última vez que vi a los chicos yo tenía quince años, y no quedó ni una foto.

No podíamos sacar fotosle replica Estela─, militábamos en el PCML y ya estábamos clandestinos.

Se refiere a ella misma, a Elena, a Héctor y a Roberto José. A Adriana le dijeron que las fotos no salieron.

La versión oficial fue que habían tocado algo en la cámara y se perdieron. Encima, las había sacado mi otro hermano con la cámara de un amigo contra mi voluntad, porque yo quería llamar al fotógrafo que iba a todos los cumpleaños y pagármelo con la plata que me regalaban mis tíossonríe Adriana—. Cuando me enteré de que las fotos no habían salido, los chicos ya no estaban.

Las mujeres desgranan juntas los objetos que pertenecieron a los padres de Ana Libertad y a su búsqueda, y durante años atesoraron para ella.

─Tenemos cosas que eran de la madre, Elena. Los platos y las tacitas que pintaba Licha y las fotos de su lucha: las marchas, las entrevistas ─dice Soledad.

─En la valija está el último pañuelo de Licha, con el pin de Abuelas ─agrega Estela.

─Cuando la buscaban en dictadura tuvieron la certeza de que había nacido. Incluso el coronel Rospide, ex jefe de Inteligencia de Camps, llegó a decir que la tenía “un matrimonio bien, no hay vuelta atrás, eso es lo último que se tiene”…

Exacto, con una ‘buena familia’ ellos querían decir una familia católica, a la que no se le cruzara ni una idea progresista. Que un pibe, caminando en patas en la calle, no los conmueva ni un pelo. Esto excede a la Bonaerense, me parece a mí. Esto es una visión de la dictadura.

─Todos aquellos indicios se confirmaron…

─No se puede hablar. Cuando Ana Libertad venga se encontrará con ustedes, si ella quiere.

─¿Va a venir pronto?

Estela, Soledad y Adriana se ríen al mismo tiempo:

─Somos una familia feliz, y punto.

Punto.

Grasselli

Cuando Estela de la Cuadra declaró, hace dos años, en la causa conocida como “Circuito Camps”, que juzgaba hechos cometidos en los centros clandestinos que manejó la Policía Bonaerense, el ex secretario del vicariato castrense Emilio Grasselli no imaginó las consecuencias: el sacerdote, que con la promesa de darles algún dato confeccionó más de 2.500 fichas de pedidos de familiares de personas detenidas ilegalmente, se vio por primera vez involucrado en dos investigaciones por delitos de lesa humanidad.

“¿Cuántas veces más Grasselli va a entrar y a salir en un tribunal en el que se está juzgando genocidio?”, inquirió Estela, en mayo de 2012, al Tribunal Oral Federal 1 de La Plata. Recordó que, aún en dictadura, sus padres se acercaron al sacerdote en busca de algún dato sobre sus hermanos Roberto José y Elena, que siguen desaparecidos. Explicó que, como ellos, muchas familias “hicieron cola” para verlo y preguntar por sus familiares en la capilla porteña de la Armada, Stella Maris. “Fueron, no tanto por sus convicciones religiosas, sino porque sabían dónde estaba el poder”, dijo.

Ese enorme fichero está en manos de la Justicia federal platense desde 1999, cuando Grasselli declaró en el Juicio por la Verdad. Según informó la Comisión por la Memoria, Grasselli “ejerció el puesto de capellán castrense de la Capellanía Mayor del Ejército entre el 1º de diciembre de 1967 y el 31 de marzo de 1980”. Por esto, ahora dos fiscalías pidieron su declaración indagatoria (ver nota relacionada “La dictadura registrada en el diario de un obispo” ).

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