La tremenda inundación sufrida por la ciudad de La Plata y las elecciones que le devolvieron el poder al Partido Colorado de Paraguay se conjugan en esta crónica. Cristhian, Fernando y Feliciana integran la lista de muertos tras el temporal, pero sus dramáticas vidas fueron como las de miles de migrantes de esa nación donde el resultado electoral presagia nuevas desventuras para los campesinos, eternamente postergados.
Por María Laura D’ Amico y Cristian R. Lora
La primera vez que se oyó el nombre de Fernando Mendoza fue durante la lectura de la lista oficial de muertos por la salvaje inundación que azotó a la capital provincial el pasado 2 de abril. Este hombre de 69 años que llegó de Paraguay en busca de un mejor pasar es el protagonista de otro caso más de desidia y abandono estatal. Pero su historia contiene la de otros miles de hermanos de ese país, que cuenta con una de las mayores tasas de emigración del mundo.
Según el censo de 2010, en Argentina viven alrededor de 550.000 paraguayos, que en las últimas décadas se han convertido en la principal colectividad migratoria de nuestro país. Como la mayoría de sus compatriotas, que ni bien llegan se asientan principalmente en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, Fernando llegó a La Plata en 1972, impulsado por su hermano Anastasio, pionero en eso de irse a probar suerte a otro lado.
Al poco tiempo llegaron su esposa, Feliciana Ruiz Garay, y su hijo, Hugo Gilberto Mendoza Garay, de tan sólo dos años. Fernando se insertó en el mercado de la construcción. Feliciana limpiaba casas de familias o trabajaba como costurera con una máquina semi industrial que había instalado en su casa de Villa Elvira.
Los demás hermanos de Fernando siguieron la huella que había iniciado Anastasio y uno a uno se fueron instalando en el barrio. Se produjo lo que se llama una migración en cadena.
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Si bien históricamente Argentina fue un país que recibió emigrados europeos, en muchos momentos de la historia se dictaron leyes que condicionaron la posibilidad de llegada de migrantes y sus derechos. Desde los ‘60 el origen de los viajeros dejó de ser europeo y comenzaron a llegar ciudadanos de países de la región, pero la hospitalidad fue cada vez menor al tiempo que aumentó la estigmatización de los migrantes por su origen étnico. En los ’90, el proceso de destrucción de la economía y del aparato productivo se dio en paralelo con un incremento del flujo migratorio. Se volvió frecuente escuchar frases como “vienen acá a sacarnos el trabajo” para culpabilizar a los migrantes de la desocupación originada en el modelo económico neoliberal.
Argentina recién produjo un cambio importante al respecto cuando en diciembre de 2003 sancionó la ley de Migraciones (Nº 25.871), que en su sexto artículo establece: “El Estado en todas sus jurisdicciones asegurará el acceso igual a los inmigrantes y sus familias en las mismas condiciones de protección, amparo y derechos de los que gozan los nacionales, en particular en lo referido a servicios sociales, bienes públicos, salud, educación, justicia, trabajo, empleo y seguridad social”.
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Dice la investigadora Mariana Fassi en su libro Paraguay en su laberinto que ese país tiene 6.119.642 millones de habitantes: 49,6% mujeres y 50,4% varones. La tasa de crecimiento demográfico —que tiene en cuenta nacimientos, muertes, inmigración y emigración— fue de 2,39% en 2008. En este sentido, el país ocupa la posición 28 en el mundo (Argentina, en cambio, está en el lugar número 131, con el 0,92 %). “Si Paraguay no fuese uno de los estados con mayor tasa de emigración del mundo, ocuparía una posición todavía más alta. Se estima que fuera del país viven al menos 500.000 paraguayos. No hay familia paraguaya que no tenga un integrante viviendo en el extranjero”.
La saga de los Mendoza continuó con el regreso de Fernando, Feliciana y Hugo a Caaguazú, cuando el niño cursaba quinto grado. Cuando estuvo en edad de ir al Secundario, volvió solo a vivir con su abuela, que se había quedado en Villa Elvira. Estudió hasta el segundo año en la Escuela Técnica Nº 5, Manuel N. Savio, de La Plata.
En 1986 la Dirección General de Escuelas dictó un curso gratuito de plomería y Hugo se anotó. “Me he recibido y he acariciado, amado esta profesión desde el principio. El oficio lo aprendí en la Argentina”, le cuenta a La Pulseada en su casa de Caaguazú. En La Plata Hugo conoció a Reinalda, oriunda de La Colmena, departamento de Paraguarí. La migración de ella encarna la incertidumbre con la que se emprenden algunos viajes: había llegado a visitar a un familiar y pensaba permanecer 15 días, pero se quedó ocho meses.
La decisión de volver a Caaguazú fue motivada por los sentimientos de Hugo: extrañaba mucho a sus padres. Los lazos familiares resultan determinantes para definir el porvenir cuando no se tiene una proyección a largo plazo. Reinalda lo siguió y formaron una familia. Primero tuvieron a Gabriel (23), luego a Cristhian (18), más tarde a Patricia (16) y por último, a Mercedes (14).
Una vez que la familia se había vuelto a reunir en Caaguazú, a Fernando le diagnosticaron diabetes. Como en Paraguay el acceso a la salud es limitado para las personas de bajos recursos, Fernando y Feliciana volvieron a marchar a La Plata para tratar la enfermedad en algún hospital público. Cuenta Hugo que una ambulancia del Policlínico San Martín lo iba a buscar a su casa cuando necesitaba hacerse los controles y lo volvía a llevar sin costo alguno. Además, le daban la insulina para dos o tres meses. Eso en Paraguay era inimaginable.
Aprovechando que sus abuelos estaban allá, Gabriel, el hijo mayor de Hugo y Reinalda, se vino a La Plata a estudiar Arquitectura en la universidad nacional. De haber querido hacerlo en Paraguay, Gabriel tendría que haberse mudado a Asunción, a 180 kilómetros de Caaguazú. Pensar en trabajar y estudiar en Paraguay es otra idea difícil de concebir. “La realidad es que acá el pobre tiene muy pocas chances de ingresar a una facultad”, dice Hugo.
Gabriel llegó a La Plata y al tiempo que empezó a estudiar comenzó a trabajar como pintor en una empresa constructora. Mientras daba sus primeros pasos en esta ciudad, su mamá, Reinalda, a 10.000 kilómetros de distancia también comenzaba una nueva etapa.
Mirna, una cuñada que vive en España, donde hace tareas de servicio doméstico, le había asegurado que allá la esperaba un futuro prometedor. Reinalda se subió al avión, pasó el control de Migraciones infiltrada entre las chicas de un equipo de vóley y se instaló en la casa de una anciana a la que tenía que cuidar. El recuerdo amargo que le queda de esos años es la crudeza del invierno en Madrid y el hecho de que la ropa que les enviaba a sus hijos era varios talles más chica, acorde a la imagen que había guardado de ellos cuando los dejó en Caaguazú. “El primer año lo pasé llorando”, recuerda ahora.
Por entonces Cristhian se enfermó. Los médicos, según cuenta Hugo, le diagnosticaron “irritación cerebral”. Se dieron cuenta porque un día intentó hablar y la lengua se le fue para el costado; no le salían las palabras. Al rato lo encontraron desmayado en el piso. Estuvo un día internado. Le hicieron estudios y vieron que tenía una mancha en el cerebro.
A Reinalda, que seguía en España, no le contaron nada para no preocuparla. Volvió a los tres años de haberse ido porque no aguantaba más sin ver a su familia.
Tras un largo tratamiento, Cristhian se curó. La mancha había desaparecido. Enseguida terminó el Secundario y, antes de empezar sus estudios universitarios, vino a La Plata a visitar a su hermano. El final de la historia ya fue contado en la web de La Pulseada: Cristhian murió con sus abuelos, en la casilla de 6 y 92, en Villa Elvira, culpa de la lluvia del pasado 2 de abril. Está enterrado en Caaguazú. Sus abuelos, en La Plata.
Si no fuese porque la tragedia diezmó a la familia Mendoza, Hugo, Reinalda, Patricia y Mercedes hubieran migrado también ellos hacia La Plata: el objetivo que desvela a familias enteras que se encuentran disgregadas gira siempre en torno a mejorar las condiciones de vida y conservar los vínculos afectivos.
El drama de la tierra
La historia de las migraciones en Paraguay es el reverso de la expulsión del campo que produjo el modelo de monocultivo de soja impuesto en ese país en los últimos treinta años y exacerbado en la década pasada. Las personas ya no sólo se trasladan del campo a la ciudad sino también hacia otros países. La meta es salir de la pobreza.
“Cuando llega la semilla transgénica, Paraguay entra en un proceso acelerado de exclusión de la gente del campo y en un desmonte aceleradísimo en las zonas sur y este del país, que fue por donde penetró, proveniente de Brasil, este modelo”. Quien habla es Perla Álvarez Brítez, integrante de la Coordinadora Nacional de Mujeres Trabajadoras Rurales e Indígenas (Conamuri). “Hace cinco años se hablaba de unas 100.000 familias expulsadas pero hoy ya estamos cerca de las 200.000 familias que dejaron el campo”, señala a esta revista.
Este proceso agudizado por el monocultivo se da a través de varios mecanismos: “Te cansan con el uso masivo de agrotóxicos y te hostigan para que alquiles tus tierras cuando ya todos tus vecinos las vendieron. Por efecto de las fumigaciones, la salud se deteriora y las personas venden sus tierras —su único bien— para poder ser tratadas con medicamentos. Se mudan a la ciudad y al poco tiempo el dinero se les acaba, no se curan y se quedan sin tierras”, explica Álvarez Brítez.
La precarización de la vida en el campo es aceleradísima. Las principales víctimas de esta situación son las mujeres y los jóvenes, que emigran en busca de una salida. El campo queda entonces poblado de los hijos de esas mujeres, al cuidado de adultos mayores.
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Para comprender la problemática de la tierra en Paraguay hay que retroceder hasta la larga dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989), cuando extensísimos terrenos fueron otorgados arbitrariamente a militares, empresarios y comerciantes amigos del poder hasta producir una extraordinaria concentración.
Según una investigación de la Comisión de Verdad y Justicia, hay cerca de 8 millones de hectáreas mal habidas que el gobierno de Stroessner entregó a los que eran leales a su régimen. Lo mismo ocurrió con los terrenos fiscales. Álvarez Brítez cuenta que en un censo agrario realizado por el ministerio de Agricultura paraguayo se descubrió que existen más títulos que tierras: doble y hasta triple titulación.
La concentración de tierras les permite a las empresas agroganaderas y agrosojeras tener un control territorial extraordinario. “El Estado allí no tiene poder para desarrollar ningún tipo de políticas de gobierno —afirma Perla Álvarez Brítez—. Paraguay es el único país que no cobra un impuesto a la exportación de granos. Los movimientos campesinos acompañamos un proyecto de ley que se presentó el año pasado. Aunque no estamos totalmente de acuerdo con el fondo del planteamiento, la respaldamos porque podía ser una medida paliativa. Un proyecto de ley que gravaba a la exportación de granos. El porcentaje que se establecía era de apenas el 2,5% cuando sabíamos que en Argentina y Brasil hay montos mucho más elevados. Acá se anunció y fue una de las causas del golpe. Enseguida nomás hubo un tractorazo de parte de los sojeros para no permitir siquiera la discusión del proyecto”.
Mientras, hay en Paraguay unas 350.000 familias sin tierra. Permanentemente se producen ocupaciones y todas ellas son reprimidas de una manera brutal. En ese contexto se inserta la masacre de Curuguaty (ver recuadro) planeada para justificar el golpe de Estado a Lugo (La Pulseada 102).
“De 2005 para acá hay unos 30 muertos en enfrentamientos y persecución a los líderes comunitarios. Tenemos el caso de Vidal Vega, posterior a Curuguaty, que fue muerto a manos de sicarios. ¿Quiénes pagan estos sicarios? Las estancias, los sojeros de la zona. Casi ninguno de estos casos está esclarecido y hay muchísimos. Hay muertes de dirigentes casi semanalmente. Cada empresario contrata a sus sicarios que actúan a favor de los intereses de los propietarios”, continúa Álvarez Brítez.
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En las elecciones del 21 de abril pasado volvió al poder —tras el breve interregno de Lugo— el Partido Colorado, con un empresario sin antecedentes en política (incluso votó por primera vez en su vida ahora): Horacio Cartes. Este regreso de los colorados augura un futuro poco prometedor para los campesinos paraguayos.
“Cartes va a reforzar sus alianzas con los empresarios. El presidente electo proviene del narcotráfico que, junto al agronegocio y las empresas ganaderas está en disputa en todo nuestro territorio. No va a ser fácil, porque son poderosas fuerzas económicas en pugna y nosotros estamos en el medio —sigue Álvarez Brítez—. El desafío para los pueblos indígenas y campesinos es la resistencia, que debe ser activa, produciendo con ecología para enfrentar al modelo y masificando la producción. Y debe ser de alianza territorial entre los diferentes movimientos, para lo que se requiere un proceso de formación política. El desafío entonces es hacer una oposición tenaz al gobierno. Cuando veamos que sus políticas apuntan solamente a potenciar el agronegocio, debemos ir frenando ese avance; y cuando tengamos la fuerza suficiente, tenemos que reconquistar esas tierras”.